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Chapter 17 - Luz

Narrador: Logan C. Krauther

Escena: En la Enfermería

El mundo es un borrón de luces blancas y sombras oscilantes. Cada vez que abro los ojos, las lámparas fluorescentes en el techo parecen cuchillas que cortan mi visión. El zumbido de los equipos médicos se mezcla con las voces apagadas al fondo. Al principio, no entiendo dónde estoy. Luego, un dolor profundo en cada fibra de mi cuerpo me lo recuerda.

La misión. Vastiria. Crips y Kim.

Sus nombres aparecen como ráfagas en mi mente, pero son eclipsados por un dolor que me corta la respiración cada vez que intento moverme. Estoy clavado en esta camilla, incapaz de hacer algo más que respirar con dificultad.

—¿Sigue vivo o solo está fingiendo para que lo dejemos en paz? —La voz de Kim, cargada de su usual sarcasmo, rompe el zumbido monótono a mi alrededor.

—Por favor, Kim, un poco de respeto. Si Logan no hubiera hecho lo que hizo, probablemente estaría repartido en pedacitos por toda Vastiria —responde Crips. Su tono es ligero, pero puedo sentir el peso detrás de sus palabras. La tensión entre ellos ha disminuido desde la misión, pero está claro que todavía tienen formas diferentes de lidiar con lo que pasó.

Yo no digo nada. No tengo la energía ni para abrir la boca, y mucho menos para meterme en su discusión. Además, parte de mí está disfrutando la rareza de su tono: preocupación mezclada con algo que casi podría llamar respeto. Increíble.

De repente, la puerta se abre con un chirrido que corta la conversación como un cuchillo. Mi mente tarda un segundo en registrar los pasos que entran en la sala. Son firmes, medidos, pero ligeros, como si la persona que los produce intentara no ser una molestia, aunque el lugar esté en completo silencio.

—¿Ella es la doctora? —murmura Kim, en tono de escepticismo—. Parece más joven de lo que esperaba.

—Sí, es ella —responde la grave voz del Mastodonte. Krauther. Su tono siempre tiene un peso que parece llenar la habitación—. Mhir Izbell, médico militar, especialista en recuperación y tratamiento intensivo. Ella se encargará de ustedes, en especial de C. Krauther. Este idiota está fuera de combate por un tiempo.

—Gracias por la presentación tan alentadora, General —pienso con sarcasmo, aunque ni siquiera tengo la fuerza para articularlo. Mis labios están secos, y el sabor metálico en mi boca es un recordatorio de lo cerca que estuve de ver a Praida.

Mhir avanza, y al principio solo escucho el movimiento sutil de su ropa y el ruido del equipo médico que empieza a revisar. Finalmente, sus pasos se detienen junto a mi cama.

—Logan C. Krauther, ¿verdad? —Su voz es tranquila, profesional, pero con una calidez subyacente que no esperaba en un lugar como este. No es fría como la de Kim ni cargada de condescendencia como la de Krauther. Es... distinta.

Abro los ojos, con esfuerzo, y lo primero que veo son sus lentes. Son pequeños, enmarcan sus ojos de un violeta claro que parece brillar bajo las luces de la enfermería. Su cabello negro tiene las puntas teñidas de morado, como si el color hubiera decidido bailar en las sombras de su figura. Sus rasgos son finos, y la palidez de su piel es casi etérea bajo las lámparas fluorescentes. Sin embargo, hay algo más: ligeras ojeras que insinúan que ha estado trabajando más de lo que debería. A pesar de eso, su expresión es serena, como si nada en el mundo pudiera sacarla de su equilibrio.

—Sí, ese es mi nombre —logro murmurar, aunque mi voz suena como papel rasgado—. ¿Qué hay del tuyo?

Ella sonríe, pero es una sonrisa breve, como si no estuviera acostumbrada a sonreír en ambientes como este.

—Mhir Izbell. Yo cuidaré de ti hasta que puedas ponerte en pie.

—Qué suerte la mía —respondo con sarcasmo, intentando mover un poco mi brazo, pero la protesta de mi cuerpo es inmediata.

Su mirada no cambia. No reacciona a mi comentario como lo harían Kim o Crips. En lugar de eso, revisa una de las pantallas junto a mi cama.

—Tu suerte, de hecho, es que no estés muerto después de lo que hiciste. Según tus lecturas, llevaste tu génesis celular al límite absoluto. Es un milagro que no hayas colapsado en el momento, sin mencionar que gracias a eso no puedes regenerarte por un tiempo. Al menos hasta que vuelva a sus niveles normales. —Su tono sigue siendo profesional, pero hay un leve matiz de reproche en sus palabras.

—Eso... es lo que hago —murmuro, sintiendo que cada palabra es un esfuerzo monumental—. Llegar al límite por salvar vidas. Ser útil.

—Y destruirte en el proceso. —Esta vez, su tono se endurece un poco. Mhir se detiene y me mira directamente—. Si quieres seguir haciendo lo que haces, Logan, necesitas aprender a cuidar de ti mismo también. No eres invencible, aunque lo pretendas.

Quiero responder, quiero decir algo sarcástico, pero su mirada me detiene. Es directa, firme, pero no condescendiente. Es como si pudiera ver más allá del sarcasmo, más allá de la fachada que intento mantener.

—No te preocupes —añade después de un momento, suavizando su tono—. Me aseguraré de que estés lo suficientemente bien para seguir salvando vidas. Aunque te advierto, no seré tan complaciente como parece.

Kim, que ha estado observando desde la esquina de la sala, suelta una risa corta.

—Bueno, Rhaben, parece que encontraste a alguien que no va a soportar tus tonterías.

—Eso es lo que todos dicen al principio —murmuro, cerrando los ojos. No puedo evitarlo. El agotamiento me está ganando, y su presencia, extrañamente reconfortante, no ayuda.

Antes de que me duerma, siento cómo ajusta algo en mi brazo, probablemente una de las vías. Su toque es cuidadoso, casi imperceptible, pero su voz es lo último que escucho antes de que la oscuridad me consuma:

—Descansa, Logan. Ya has hecho suficiente por hoy.

Esta doctora es interesante.

En la Enfermería – Días Después

Han pasado varios días desde que volví a despertar en este lugar. La enfermería sigue siendo un espacio de paredes blancas y máquinas zumbantes que parece devorar el tiempo. Es curioso: a pesar de todo lo que ha pasado, la sensación de vacío en estos muros es casi reconfortante. Aquí no hay disparos, ni órdenes gritadas, ni traiciones. Solo silencio... y la ocasional burla de Kim.

A mi derecha, Crips está ajustando su chaqueta recién entregada. El tipo siempre tiene esa sonrisa que parece hecha para calmar cualquier ambiente. A la izquierda, Kim revisa su tableta como si fuera más importante que cualquier conversación en la habitación —cosas de tecnópata, supongo.

Mhir se mueve entre nosotros, revisando los últimos informes de ambos antes de que los den de alta. Su cabello negro, con esas puntas moradas, baila suavemente cada vez que se inclina para observar las pantallas. Incluso en su torpeza —como cuando casi derrama una bandeja de instrumental hace un rato— hay una elegancia tranquila en ella que parece encajar perfectamente con este espacio.

Kim es la primera en romper el silencio.

—Bueno, parece que sobrevivimos para pelear otro día —dice mientras apaga su tableta y la guarda en su bolso. Luego me mira, sus ojos azules brillando con algo que no sé si es burla o genuina curiosidad—. Y tú, Rhaben, parece que también sigues vivo. Aunque parezcas un cadáver sentado en esa cama.

Me río, aunque apenas es un murmullo.

—Gracias por tu preocupación, Kim. Es bueno saber que alguien en este lugar tiene un corazón.

—Bueno, no lo hagas público. Podrías arruinar mi reputación —responde con una sonrisa ligera mientras se cruza de brazos—. Además, no olvides que estás aquí gracias a mí. Si no fuera por mi liderazgo impecable y mis órdenes claras, probablemente seguirías tirado en Vastiria.

—Claro, claro —respondo, sarcástico—. Todo gracias a ti. Lo anotaremos en mi lápida.

Crips suelta una carcajada y le da un leve golpe en el brazo a Kim.

—Déjalo, Kim. El tipo hizo lo suyo, y lo hizo patéticamente bien. Hay que darle crédito por eso.

—Crédito por casi matarse, provocar la muerte de 4 personas y dejarme sin reserva de drones, querrás decir —murmura Kim, pero su tono es menos cortante que de costumbre.

Mhir, que había estado en silencio, se acerca para revisar la vía conectada a mi brazo. Su toque es delicado, profesional, pero puedo sentir su atención en cada movimiento. No hay comentarios sarcásticos ni bromas. Solo trabajo eficiente.

—Si planeas seguir teniendo este tipo de misiones suicidas —dice mientras ajusta la vía—, voy a necesitar tu compromiso de que, al menos, me dejarás hacer mi trabajo sin tener que arreglar desastres mayores.

La miro por un momento, intentando decidir si su tono es una broma o una advertencia. Al final, decido inclinarme por lo segundo.

—Haré mi mejor esfuerzo, doctora. Aunque no prometo nada.

—Ya me imaginaba —dice con un suspiro, pero hay un leve destello en sus ojos, como si estuviera acostumbrada a tratar con casos difíciles.

Kim y Crips se preparan para salir, pero antes de hacerlo, Crips me mira y asiente con esa sonrisa cálida suya.

—Cuídate, Rhaben, por favor no mueras, amigo. Nos vemos en la próxima.

—¿De verdad quieres ser amigo de ese tipo? —añade Kim con una sonrisa de medio lado antes de seguirlo fuera de la habitación.

La puerta se cierra, y el silencio vuelve a llenar el espacio. Mhir sigue revisando el equipo junto a mi cama, y por primera vez en días, noto algo. Su rostro, su voz, su presencia... hay algo demasiado familiar en ella. Entonces, como un rayo, me golpea.

—Espera —digo, enderezándome un poco más en la cama—. Nosotros ya nos habíamos visto antes, ¿no es así?

Ella me mira por encima de sus lentes, su expresión tranquila pero curiosa.

—¿A qué te refieres?

—Cuando estaba encadenado en esa sala, después de que me capturaron —digo, recordando lentamente—. Eras tú. Me hiciste preguntas y yo te hice una a ti, sigo esperando mi respuesta.

Un destello de reconocimiento cruza su rostro, pero lo oculta rápidamente detrás de su máscara profesional.

—Sí, es posible —dice, como si no fuera gran cosa—. Trato a muchos pacientes, Rhaben. No puedo recordar a todos.

—Logan C. Krauther —la corrijo, con un tono mordaz—. No uses el apodo que me pusieron esos dos.

Ella asiente, como si estuviera archivando la información en su mente.

—Está bien, Logan C. Krauther. ¿Y qué con eso?

—Te pregunté si creías que era un monstruo y no me respondiste de forma clara.

Mhir se detiene. Su mirada se encuentra con la mía, y por un momento, el zumbido de las máquinas parece desvanecerse. Hay algo en su expresión que no esperaba: compasión.

—Después de escuchar y ver todo "esto"... ¿Aún crees que no soy un monstruo? —pregunto, mi voz más baja, casi temblando. No sé por qué necesito escuchar su respuesta, pero lo hago.

Ella no responde de inmediato. Su mirada se suaviza, y finalmente, se sienta en la silla junto a mi cama. Toma un momento para pensarlo antes de hablar.

—No —dice con calma, pero firme—. No creo que seas un monstruo. Creo que eres alguien que ha pasado por cosas que nadie debería pasar, y que está haciendo lo mejor que puede con lo que tiene. Y mientras sigas preguntándote si lo eres, Logan... estarás bien.

Sus palabras caen como un bálsamo sobre mi mente, disipando por un momento el peso de mis pensamientos. No sé qué responder, así que simplemente asiento y me dejo hundir en la almohada. Por primera vez en días, el aire no se siente tan pesado.

Escena: En la Enfermería – Días Después

Mi cuerpo finalmente empieza a sentirse como mío otra vez. Las articulaciones responden, los músculos se tensan cuando lo necesito, y las quemaduras en mi pecho ya no parecen querer devorarme vivo. Sin embargo, hay un peso constante que me sigue acompañando: una mezcla de hambre y vergüenza.

Según la doctora, mi génesis celular se ha reestablecido; predijo que tendría un tipo diferente de "hambre" debido a que mi cuerpo sigue buscando sanar. Sé lo que eso significa y no quiero hacerlo.

Kim y Crips dejaron esta enfermería hace días, aunque no sin sus despedidas cargadas de bromas y sarcasmo. Ahora estoy atrapado aquí con Mhir. Ella se asegura de que no olvide su presencia, revisando constantemente mis signos vitales, ajustando las vías y lanzando comentarios que bordean lo maternal y lo burlón. Si fuera otra persona, probablemente ya estaría buscando formas creativas de ignorarla. Pero hay algo en ella que no puedo sacarme de la cabeza.

Hoy, por ejemplo, me pilla observando el techo, pensando en el zumbido de las máquinas, cuando su voz me devuelve a la realidad.

—¿Sabes? Podrías intentar ser menos dramático —dice, sosteniendo una jeringa en la mano mientras revisa un vial de sangre. Su tono es ligero, casi burlón.

—¿Dramático? No sé de qué hablas —respondo, girando la cabeza para mirarla—. Estoy perfectamente cómodo aquí, muriéndome en esta cama. Un espectáculo completamente digno.

Ella alza una ceja sin siquiera mirarme directamente.

—Logan, eres el único paciente que tiene el privilegio de que lo atienda personalmente. Deberías sentirte halagado.

—Ah, claro. Qué honor —murmuro, con sarcasmo cargado—. ¿Sabes? Podrías ponerte en mi lugar por un segundo. Has traído viales con sangre de quién sabe qué desafortunada alma y has intentado por todos los medios que la consuma. Preferiría mil veces comer carne de algún vagabundo a seguir teniendo que lidiar con tu insistencia.

—Si quieres que te traiga carne cruda, solo tienes que pedirlo —responde sin perder el ritmo, una pequeña sonrisa apareciendo en sus labios.

—No entendiste el punto, pero da igual. No necesito eso, gracias —replico—. Prefiero seguir con dignidad.

Ella suspira, dejando el vial sobre la mesa cercana y girándose hacia mí con los brazos cruzados. Sus ojos violetas parecen perforar mi muro de sarcasmo.

—¿Dignidad, dices? Entonces dime, Logan, ¿cómo pretendes recuperar fuerzas si no usas los métodos que tienes disponibles? Desafortunadamente o no, así es cómo funcionan los Darkquinetick: necesitas sintetizar células y enzimas humanas para que tu cuerpo sane más rápido; caso contrario, seguirás haciéndome perder el tiempo, tiempo que podría usar descansando un poco y no tolerando a un niño malcriado con fracturas y músculos desgarrados.

—No pienso beber sangre —digo, dejando que las palabras caigan como un golpe seco—. Estoy necesitado, pero no desesperado.

—Podría argumentar en contra —dice ella, inclinándose ligeramente hacia mí con una mirada burlona—, pero no lo haré. En lugar de eso, te voy a enseñar que puedes ser un Darkquinetick y mantener tu dignidad.

Me siento un poco más erguido, tratando de ignorar el cansancio en mis huesos.

—¿Cómo? ¿Vas a darme una clase sobre cómo no parecer un monstruo? Porque eso me suena fascinante.

—Algo así —responde con calma. Coge la jeringa y el vial, sosteniéndolos frente a mí como si fueran herramientas mágicas—. No tienes que beber la sangre. Puedes inyectarla directamente en tu sistema. No cambiará quién eres, pero es una manera más... humana de hacerlo.

La observo con escepticismo.

—¿Y eso funciona? ¿O solo estás buscando una excusa para pincharme con agujas?

—Funciona o debería funcionar —responde con firmeza, mientras llena la jeringa con precisión. Luego se sienta en la silla junto a mi cama y me mira con una mezcla de paciencia y autoridad—. Logan, no puedes cambiar lo que eres. No deberías avergonzarte de ello, tampoco. Pero puedes elegir cómo lo haces. Siempre puedes decidir. Hacerlo como un humano o hacerlo como un animal. La elección es tuya.

Sus palabras me dejan en silencio. No sé qué responder, porque, para mi horror, tiene razón. Siento una mezcla de incomodidad y... alivio. No es algo que esperaba escuchar de alguien como ella.

—Supongo que no tengo elección, ¿verdad? —murmuro, extendiendo mi pierna izquierda con resignación.

—Claro que tienes elección —dice, mientras se prepara para inyectarme—. Podrías seguir muriéndote lentamente y haciéndome trabajar más de la cuenta. Pero creo que estás empezando a valorar mi tiempo.

—Qué considerada —comento, pero mi voz pierde parte del sarcasmo—. Oye, ¿siempre eres tan condescendiente o es un trato especial para mí?

Ella sonríe mientras limpia la piel de mi pierna con alcohol.

—Solo contigo, Rhaben. Me gusta pensar que es mi manera de mantenerte entretenido.

—Rhaben, ese no es mi nombre. ¿Es una burla, lo sabías? —repito, casi gruñendo—. ¿Por qué Kim y Crips se empeñan tanto en llamarme así?

—Porque tiene sentido —dice, levantando la mirada para encontrar la mía—. Eres como esas aves que intentan volar incluso con las alas rotas. Es una metáfora. Creo que es bonita.

—Claro, bonita —digo, intentando ocultar el leve calor que me sube a las mejillas—. Pero sigue sonando a algo que dirías a un niño.

Ella se detiene un segundo, como si estuviera considerando sus palabras cuidadosamente. Luego, con una sonrisa traviesa, dice:

—Tengo 23, Logan. A mi lado, te ves y actúas como un niño.

—Wow —repito, fingiendo estar ofendido—. No sé si debería sentirme insultado o impresionado por tu audacia.

—Un poco de ambas —dice, inyectando la sangre en mi pierna con un movimiento preciso—. Listo. Ahora puedes empezar a recuperarte, y yo puedo dormir tranquila sabiendo que no te vas a morir en mi enfermería.

—Por supuesto —digo, apoyando la cabeza contra la almohada con exagerada teatralidad—. Pero prepárate, doctora. No descansaré hasta llevar tu paciencia al límite.

—Buena suerte con eso, Rhaben —responde, levantándose con gracia—. Soy más resistente de lo que parezco.

Sus palabras me siguen incluso cuando la puerta se cierra detrás de ella. Por alguna razón, no puedo evitar sonreír. Tal vez ella tenga razón. Tal vez aún puedo elegir.