Narrador: Luna Rossi
Los primeros días en el Escuadrón Omega fueron un auténtico infierno.
No hubo ritual de iniciación, ni discursos de bienvenida, ni nada que me hiciera sentir parte de un equipo. Simplemente fui arrojada a la boca del lobo.
O más bien, de la pantera.
Pantera —la comandante Kalipso— era más que una líder. Era una depredadora. Su presencia lo dominaba todo. No importaba cuántos soldados hubiera en el campamento; ella siempre se imponía en el centro. Cuando caminaba, todos se apartaban, no por miedo, sino por respeto.
Y yo era su nueva recluta.
La vi de pie sobre una plataforma improvisada mientras el resto del escuadrón entrenaba. Sus ojos felinos analizaban cada movimiento con una precisión que daba escalofríos. Entonces, sin apartar la vista de los soldados que peleaban en el centro del campamento, habló:
—Rossi.
Me tensé.
—Sí, comandante.
Ella giró lentamente la cabeza hacia mí, con una expresión en la que se mezclaban la arrogancia y la burla.
—En el Escuadrón Omega no hay rangos para los reclutas. Eres un cachorro. Igual que todos los demás.
Me mordí la lengua. No me gustaba que me hablara así, pero no respondí. Sabía que andar de respondona no me serviría de nada aquí.
Ella sonrió.
—Eso es lo que me gusta de los cachorros nuevos. Aprenden rápido.
Pantera silbó con fuerza, y el sonido hizo que todos los reclutas se giraran hacia ella al instante.
—Nueva lección —declaró con una voz firme, casi divertida—. Las habilidades psíquicas no son solo para hurgar en las mentes de los demás. Son un arma. Y ustedes, cachorros, deben aprender a ser armas.
Un escalofrío me recorrió la espalda. Era la primera vez que alguien me lo decía de forma tan directa: para la mayoría, los psíquicos eran apoyo, espías, manipuladores desde las sombras. Pero para Pantera, éramos asesinos en potencia. Y estaba decidida a que nos convirtiéramos en uno.
Craid, El Entrenador Más Inútil del Mundo
Si Pantera era precisión y letalidad, Craid era caos absoluto. Desde el momento en que empecé el entrenamiento físico con él, me di cuenta de que nada en su método tenía sentido.
—Hoy vamos a aprender a pelear con las manos desnudas.
Hasta ahí, todo bien.
—Pero en vez de usar un saco de arena o practicar entre ustedes, lo haremos persiguiendo gallinas.
Mi cerebro colapsó por un instante.
—¿Qué?
Craid sonrió, satisfecho de ver la confusión en nuestras caras.
—Las gallinas son rápidas, escurridizas y saben cómo moverse para no ser atrapadas.
Los demás reclutas no sabían si estaba hablando en serio o si nos estaba tomando por tontos.
Spoiler: hablaba en serio.
Antes de que pudiera objetar, soltó a tres gallinas en el campo de entrenamiento y nos obligó a correr tras ellas. Fue humillante, no tanto porque fuera difícil, sino por los comentarios absurdos de Craid mientras tropezábamos:
—¡Vamos, niños! ¡No me digan que una gallina puede más que ustedes!
—¡Luna, en el tiempo que has tardado en atraparla, ya estarías muerta en el campo de batalla!
—¡Miren a ese pobre idiota! ¡Lo derribó una gallina! ¡Eso sí que es deprimente!
En un momento, me detuve, respirando con fuerza, tratando de calmar mi creciente frustración.
—¿Esto tiene algún sentido?
Craid se cruzó de brazos y me miró con una sonrisa ladina.
—Cuando te enfrentes a alguien más rápido que tú, ¿qué vas a hacer? ¿Lloriquear o aprender a anticipar sus movimientos?
Me callé, porque, aunque no quería admitirlo... tenía razón.
Así que apreté los dientes y seguí corriendo. Cuando finalmente atrapé a la maldita gallina, Craid me dio una palmada en la espalda como si me hubiera graduado con honores.
—¿Ves, Rossi? Si logras atrapar algo tan impredecible como una gallina, atrapar a un enemigo en una pelea será mucho más fácil.
Suspiré, agotada.
—Si alguna vez me enfrento a una gallina en combate, te daré la razón.
Él se rió con ganas.
—Me agradas, niña. Tienes un buen humor escondido debajo de esa cara de querer matarme.
No respondí. Porque sí, quería matarlo. Pero también tenía que reconocerlo: estaba aprendiendo.
Esa noche, mientras el campamento se sumía en la oscuridad, miré las estrellas con Theo ronroneando en mi pecho, y sentí algo que no había sentido en mucho tiempo. Algo más fuerte que la rabia, más grande que el deseo de venganza: pertenencia.
Creo este es mi lugar. Creo que esta es mi manada.