Chereads / Fénix: Ascensión / Chapter 24 - ¿Por qué estás sola?

Chapter 24 - ¿Por qué estás sola?

Narradora: Luna Rossi

El silencio de la noche

El campamento del Escuadrón Omega dormía, pero yo no. Permanecí sola en la tienda que me habían asignado, con Theo enroscado cerca de mis pies, escuchando su respiración tranquila como único sonido que rompía el silencio.

No quería dormir. Cada vez que cerraba los ojos, volvía a ver el ataúd, volvía a ver su cuerpo: Logan.

Frío. Inerte. Muerto.

Desperté con un sobresalto, el sudor pegado a mi espalda y el corazón latiéndome con fuerza. Theo gimió, inquieto por mi movimiento repentino. Me pasé una mano por el rostro, intentando borrar las imágenes de mi mente.

Era solo un sueño. Un maldito sueño. Pero se sentía demasiado real.

Me puse la chaqueta y salí de la tienda. El aire frío de la noche me golpeó, despejando mis pensamientos. No quería volver a dormir. Caminé sin rumbo por el campamento hasta divisar una silueta familiar sentada sobre una caja de suministros, tallando algo con una navaja.

Craid.

Alzó la vista y me observó con su típica sonrisa ladeada.

—No pareces del tipo que madruga por gusto.

Me crucé de brazos, ignorando la incomodidad en mi pecho.

—No tengo ganas de dormir.

Craid giró la navaja entre sus dedos con naturalidad.

—Pesadillas, ¿eh?

No respondí. No quería hablar de eso. Él no insistió. En cambio, señaló un espacio a su lado.

—Si no puedes dormir, podrías aprender algo útil.

Lo miré con desconfianza.

—¿Qué tipo de "algo útil"?

Sonrió con burla.

—Te enseñaré a cazar.

Nos adentramos en las ruinas de lo que alguna vez fue una ciudad. Craid se movía como si estuviera en casa.

—El problema con los soldados es que creen que una pelea se gana por fuerza —dijo, agachándose junto a un muro de concreto en ruinas y hundiendo la punta de su navaja en la tierra—. Un verdadero cazador no pelea a la fuerza. No pelea en igualdad de condiciones. Un cazador domina el terreno antes de atacar.

Levanté una ceja.

—Eso suena a ser un cobarde.

Él me miró con una sonrisa divertida.

—Eso suena a que todavía piensas como una soldado.

No respondí. Craid volvió a lo suyo, tallando la tierra con precisión.

—Primero, hay que conocer a la presa. ¿Qué hace a un cazador más peligroso que un soldado? Que estudia antes de atacar. No entra al campo de batalla esperando reaccionar; entra sabiendo exactamente cómo hará caer a su enemigo.

Se levantó y limpió el filo de su navaja con la manga.

—Si la presa es impulsiva, la dejas que se agote sola. Si es metódica, la fuerzas a actuar rápido. Si confía demasiado en su fuerza, le das una caída tras otra hasta que se dé cuenta de que está perdido.

Su sonrisa se ensanchó.

—Y cuando lo nota, ya es demasiado tarde.

El viento frío agitó su chaqueta y, de pronto, comprendí algo: este no era solo un entrenamiento. Me estaba enseñando exactamente cómo él cazaba, cómo se metía en la cabeza de sus presas y las hacía caer una y otra vez hasta que no tuvieran salida.

Un escalofrío me recorrió.

—Así que así es como lo haces —murmuré.

Craid me miró de reojo.

—¿Qué?

—Así es como juegas con tu presa.

Él sonrió.

—¿Jugar? Nah, Rossi. Esto no es un juego.

Se giró por completo hacia mí; su expresión parecía relajada, pero en su voz había una seriedad oculta.

—Esto es supervivencia.

Craid me hizo practicar algunas tácticas básicas: cómo moverme sin dejar rastros, cómo preparar una emboscada usando el entorno, cómo identificar puntos débiles en estructuras y aprovecharlos. Pero en algún momento, se detuvo y me miró con curiosidad.

—¿Sabes qué es lo que más me sorprende de ti, Rossi?

Me limpié el sudor de la frente, mirándolo con cautela.

—Sorpréndeme.

—Estás sola.

Su tono no era acusador ni burlón, solo una observación.

Me tensé.

—¿Y qué con eso?

Craid se encogió de hombros.

—No pareces el tipo de persona que debería estar sola. No eres difícil de tratar. No eres aburrida. No eres un desastre total.

Lo miré de reojo.

—Eso sonó casi como un cumplido.

—No te acostumbres.

El silencio se instaló entre nosotros. Yo no quería responder, pero Craid me conocía lo suficiente como para saber que ese silencio era peor que cualquier pregunta. Me giré y crucé los brazos.

—Ya no me hacen falta amigos.

Él me observó en silencio unos segundos antes de reír por lo bajo.

—Eso es una maldita mentira.

Mi pecho se apretó, pero él continuó:

—Déjame adivinar. Perdiste a alguien. Alguien importante.

Sentí un nudo en la garganta. No dije nada. Craid dejó escapar un suspiro y volvió a afilar su navaja.

—¿Sabes qué es lo peor de perder a alguien?

Mi voz salió más baja de lo que esperaba.

—¿Qué?

—Que sigues vivo.

Sus palabras se hundieron en mi pecho como una piedra. Craid se puso en pie y me dio una palmada en el hombro.

—Pero bueno, Rossi, estar solo también tiene su encanto. No tienes a nadie que te haga preguntas incómodas. Excepto yo, claro.

Bufé.

—¿Eso es una ventaja o una condena?

Él sonrió.

—Depende de qué tan rápido aprendas a cazar.

Mientras regresábamos al campamento, me di cuenta de que Craid no era solo un cazador, sino también un maestro. Pero no uno común: no entrenaba con reglas estrictas ni con órdenes rígidas. Los empujaba al límite. Los dejaba caer para que aprendieran a levantarse por sí mismos. Los preparaba para sobrevivir en un mundo salvaje.

Miré a Theo en mis brazos, sintiendo su cálido cuerpo durmiendo plácidamente. Había decidido estar sola, pero en este lugar no estaría sola por mucho tiempo, porque ahora pertenecía a algo. Y no había vuelta atrás.