Narrador: Logan C. Krauther
Kim, desde la unidad de transporte, desplegó sus drones en el aire. Pequeños enjambres mecánicos volaron a través de la ciudad en ruinas, transmitiendo información en tiempo real. La tecnología de la Alianza era infinitamente superior a la de la ZP en lo que respectaba a la guerra electrónica. Solo hacía falta una operadora como Kim para tomar el control del campo de batalla sin necesidad de levantar un arma.
— Mapa listo. —su voz sonó clara a través del comunicador—. Pueden moverse.
Nos movimos como sombras entre las ruinas de la ciudad, deslizándonos por las grietas de los edificios destruidos. Los drones enemigos patrullaban las calles, las torretas rastreaban cada movimiento y las cámaras térmicas de la ZP escaneaban la zona en busca de actividad sospechosa. Cada paso tenía que ser calculado, cada movimiento debía ser preciso. No había margen de error.
Mis garras se movieron sin sonido cuando me acerqué a la primera patrulla. Un soldado desprevenido cayó con la garganta abierta antes de poder hacer un sonido. Su compañero apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que mi cuchillo le perforara la tráquea. Un tercer guardia intentó levantar su arma, pero una de mis sombras lo derribó al suelo, permitiéndome rematarlo con un tajo limpio en el pecho. Tres muertes silenciosas. Sin alarmas. Sin errores.
Fácil. Demasiado fácil.
Y eso fue lo que me hizo cometer el peor error posible: confiarme.
Un guardia giró en el último segundo. No vi su mirada hasta que fue demasiado tarde. Su mano ya estaba sobre el panel de control en su brazo. Antes de que pudiera detenerlo, sus dedos presionaron el botón.
Un sonido metálico recorrió el aire.
Las luces de alerta se encendieron en la fábrica.
Los drones enemigos se activaron.
El caos estalló.
— Logan, maldita sea. —La voz de Crips estalló en el comunicador—. Nos descubrieron.
Kim ya estaba trabajando en contrarrestar el contraataque, tratando de frenar la reacción de los sistemas de la ZP, pero la cantidad de drones enemigos era abrumadora. No podía anularlos a todos.
— Tienen dos opciones. —su voz sonaba seca, sin emoción—. O se retiran o terminan la misión.
Crips no dudó ni un segundo.
— Seguimos.
Y con esa decisión, el infierno descendió sobre Vastiria.
El sonido de los disparos y las explosiones retumbaba en las calles mientras los soldados de la ZP salían de las fábricas y edificios derruidos. Crips y su equipo estaban atrapados en el complejo industrial, rodeados y bajo fuego constante. Kim hacía lo posible para apoyar con sus drones, pero no podía frenar la oleada de enemigos que llegaban desde todas direcciones.
Yo tenía que avanzar.
El campo de batalla era un caos de explosiones y gritos, un infierno de fuego y metal, pero en medio del desastre, el aire cambió.
Sentí la caída de la temperatura antes de verlo. El concreto crujió, la escarcha reptó como una bestia hambrienta, congelando el suelo bajo mis botas. El vapor de la noche se convirtió en una neblina helada, envolviendo la escena en una calma siniestra.
Y entonces, él apareció.
No con una entrada dramática, no con un alarde de poder, sino con la absoluta certeza de que no había nada ni nadie en ese campo de batalla capaz de desafiarlo.
Luka Virkin.
Era alto, imponente. Su armadura negra, grabada con runas plateadas, absorbía la luz de la luna, reflejando un brillo metálico que contrastaba con la niebla gélida que lo rodeaba. Su mera presencia no exigía atención. La tomaba sin pedir permiso.
Un comandante de la ZP.
Un hombre al que mi madre me presumió una vez.
Un nombre grabado en los informes de guerra.
Cryokinético.
Ferroquinético.
Escuadrón Theta.
Caminó hacia mí con la lentitud de un depredador sin prisa, indiferente a las balas y explosiones que rugían a su alrededor. No evitaba los disparos; los dejaba pasar, como si el campo de batalla no fuera más que un mal clima en un día cualquiera.
Sus ojos, fríos como el hielo que manipulaba, se fijaron en los míos. Había reconocimiento en ellos. Evaluación. Interés.
— Esos ojos... —murmuró con diversión, inclinando la cabeza ligeramente—. Esa combinación de habilidades... ¿De quién eres hijo?
No respondí.
Ataqué.
El choque fue brutal.
Hielo y metal contra sombras y garras.
Su primera ofensiva fue precisa, sin movimientos desperdiciados. Una lanza de hielo emergió del suelo, buscando perforarme, pero la destrocé con un corte oscuro antes de que pudiera alcanzarme. Mis garras rasgaron el aire, buscando su cuello, pero él giró sobre su eje con una elegancia letal, atrapando mi muñeca con un guantelete de acero ennegrecido.
Impacto.
Me lanzó hacia atrás como si mi peso fuera insignificante.
Rodé en el suelo y me incorporé de inmediato, pero ya estaba sobre mí. No había pausas, no había margen para errores.
Sus golpes eran como el martilleo de una fragua, cada uno con una precisión quirúrgica. Lanzaba hielo para restringirme, metal para golpearme, y su propio cuerpo era un arma bien entrenada.
Yo esquivaba. Atacaba. Contraatacaba.
Pero él no se movía como un guerrero común. Se movía como un maestro que ya había visto este combate mil veces antes.
Un giro. Un paso hacia atrás. Un desvío de mi ataque. Siempre un segundo adelante de mí.
— Patético. —se burló mientras esquivaba otro de mis golpes—. Tienes poder, pero peleas como un perro rabioso.
Furia.
Grité y descargué un golpe envuelto en sombras.
Pero Luka ya estaba dentro de mi guardia.
Frío. Dolor. Sangre.
Un espolón de hielo me atravesó el abdomen, levantándome del suelo con una brutalidad implacable. El dolor llegó como una explosión blanca en mi visión, y mi aliento salió en una nube de vapor mientras mi espalda se clavaba contra el concreto helado.
El comandante se inclinó sobre mí, su expresión era la de un hombre que ya había ganado y solo estaba disfrutando los últimos momentos de la pelea.
— No me gusta matar sin saber a quién mato. —murmuró con una sonrisa divertida—. Así que dime, chico, ¿quién eres tú?
El miedo desapareció.
No quedó nada.
Nada más que instinto.
Mi garra se hundió en su estómago antes de que pudiera reaccionar.
Calor.
Sorpresa.
Una mancha roja sobre la armadura negra.
Luka jadeó.
Sus ojos se abrieron en incredulidad, su cuerpo se tensó.
Yo me incliné sobre él, sintiendo su sangre escurriendo entre mis dedos.
Mi voz fue un susurro, pero retumbó en el aire congelado.
— Si quieres saber quién soy...
Mis labios se curvaron en una sonrisa afilada.
— Soy descendiente del demonio al que tanto temen.
— Hijo de la Llamarada que lo Consumió Todo.
— Soy Logan Fénix...
Mis ojos brillaron en la penumbra.
— Y tú eres mi presa.
Luka intentó decir algo, pero la sangre ahogó sus palabras.
El hielo en el suelo crujió.
El metal de su armadura se resquebrajó.
El depredador había sido cazado.
Y la sangre... la sangre inundó mi boca.
Cada bocado, cada sorbo me devolvía la vida.
La sangre caliente corría por mi garganta, ardía en mis entrañas como fuego líquido, pero no lo rechazaba. Lo absorbía. Mi cuerpo lo reclamaba como suyo.
Mi regeneración se disparó en un frenesí de poder.
Los cortes en mi piel se cerraron con un sonido húmedo y antinatural. El dolor desapareció.
Los músculos desgarrados se tejieron de nuevo, más fuertes, más resistentes. El frío se desvaneció.
El metal y el hielo que me atravesaban se quebraron bajo mi propia fuerza. El miedo dejó de existir.
Y entonces, las sombras dentro de mí se sacudieron.
No eran solo un poder. Eran parte de mí.
Dormidas durante años, suprimidas, encadenadas. Pero ahora... ahora estaban despiertas.
Kim.
Mi voz fue un susurro bajo, apenas un eco en el canal privado del comunicador.
— No mires.
Silencio.
No hubo respuesta.
Pero no hacía falta.
Sabía que lo estaba viendo todo.
Sabía que no podía apartar la mirada.
Porque lo que estaba ocurriendo no era una batalla.
Era un ritual.
Era la manifestación de algo que jamás debió despertar.
Y ella, con toda su inteligencia, con toda su arrogancia... sabía que lo que estaba viendo no era Logan C. Krauther.
Era algo más.
Algo que ni siquiera ella podía controlar.
El cuerpo de Luka se sacudió bajo mis manos, pero ya no había lucha en él. Solo espasmos. Solo el sonido entrecortado de un hombre que aún respiraba pero que ya no era dueño de su destino.
Sus ojos, antes llenos de superioridad y burla, ahora eran el reflejo puro del pánico.
No me suplicó.
No pudo.
Su boca se abría y cerraba sin producir sonido, su mente tratando de procesar lo imposible. Tratando de negar lo que estaba pasando.
Pero yo no necesitaba su permiso.
Me incliné sobre él. Mis garras aún estaban dentro de su carne, la sangre empapaba mis brazos, mis labios, mis dientes.
Mis ojos se encontraron con los suyos una última vez.
Y sonreí.
La oscuridad rugió en mi interior.
La noche se tragó su grito.
Y el depredador se cobró su derecho de caza.
Mi cuerpo estaba al borde del colapso.
El dolor era una constante, un recordatorio ardiente en cada fibra de mis músculos. Mis huesos crujían con cada paso. Mi piel, aún manchada de rojo y negro, se tensaba con el latido de mi regeneración luchando por seguir funcionando.
El canal del comunicador chisporroteó con la voz de Kim, más severa de lo que la había escuchado en toda la misión.
— Logan, detente. Tu génesis celular está al límite.
Su tono nunca era así.
Kim no se alarmaba. Kim no se alteraba.
Pero ahora... su voz estaba tensa.
— Vuelve a la unidad, te cubro. No puedes seguir peleando en este estado.
Su preocupación no era una sugerencia. Era una orden.
Abrí el mapa en el comunicador de mi muñeca. Mi visión estaba borrosa, pero lo vi.
Crips.
Solo. Rodeado.
Las marcas de sus temblores aún recientes en el suelo, la tierra deformada en una cobertura apresurada. Un refugio improvisado. Endeble. Punto de quiebre.
Crips no podía sostenerse por mucho más.
El cansancio debía estarlo aplastando. Sus piernas debían estar temblando. Su poder estaba llegando a su límite.
No podía rendirse.
No podía morir.
No mientras yo aún pudiera respirar.
— No.
Mi respuesta fue inmediata.
Mis piernas siguieron avanzando.
Kim exhaló una maldición, su voz cargada de frustración y algo más... miedo.
— Logan, carajo, ¡no puedes seguir!
No la escuché.
O mejor dicho, no importaba.
El zumbido de los drones, el estruendo de las balas en la distancia, el hielo bajo mis pies quebrándose con cada paso... eran lo único que existía.
El visor confirmó lo que ya sabía.
Crips estaba atrapado. Los disparos golpeaban su defensa cada vez con más fuerza. Su respiración debía ser entrecortada. Sus manos, cubiertas de polvo y sudor, seguían sosteniendo su última línea de defensa.
Pero no aguantaría más.
No sin ayuda.
No sin mí.
Kim dejó escapar un susurro lleno de rabia, pero no insistió.
Sabía que no iba a detenerme.
Porque en este punto, nada podía hacerlo.
Las explosiones rugían alrededor. Los soldados de la ZP avanzaban con la calma de depredadores que sabían que su presa ya no tenía escapatoria.
Uno de ellos alzó la mano.
Las piedras en el suelo empezaron a elevarse, flotando con un propósito letal.
Otro agitó los dedos, y un círculo de llamas comenzó a cerrarse alrededor de Crips, como un muro ardiente que devoraría todo a su paso.
Entonces llegué.
No me vieron hasta que fue demasiado tarde.
Me deslicé entre las sombras y me lancé como una bala.
El pyroquinetick ni siquiera terminó de conjurar su ataque antes de que mi garra desgarrara su garganta.
Su sangre caliente salpicó mi rostro.
Su cuerpo se desplomó, agonizando en el suelo carbonizado, pero yo ya no estaba ahí.
No me detuve.
El segundo soldado intentó reaccionar.
Sus manos temblaron al levantar la roca flotante, pero yo ya estaba demasiado cerca.
Un giro. Una embestida.
Mis garras perforaron su estómago.
El calor de su sangre se escurrió entre mis dedos cuando desgarré su torso con una brutalidad inhumana.
Gritos.
Pánico.
El resto de los soldados se congeló.
Yo los miré, mi respiración entrecortada, mi cuerpo aún cubierto de la sangre tibia de los primeros dos.
Ninguno corrió.
Ninguno disparó.
Solo me observaron, paralizados.
Pero ya era tarde para ellos.
Las sombras se movieron.
Como serpientes hambrientas, se deslizaron entre sus piernas, se aferraron a sus tobillos, los sujetaron con una fuerza que los hizo gritar de puro instinto.
Uno trató de invocar un escudo metálico.
Le corté la mano antes de que pudiera activarlo.
Otro levantó su arma.
Mi garra atravesó su clavícula antes de que pudiera siquiera tocar el gatillo.
El sonido de huesos rompiéndose fue la única sinfonía en medio del caos.
No les di tiempo para reaccionar.
No les di tiempo para pensar.
Uno tras otro cayeron bajo mis garras.
Algunos ni siquiera entendieron que ya estaban muertos hasta que la sangre se derramó de sus bocas.
Y entonces, el campo quedó en silencio.
No respiraciones.
No súplicas.
No disparos.
Solo el olor a sangre y pólvora impregnando el aire frío.
Crips jadeó.
Su mirada estaba fija en mí, su pecho aún subía y bajaba con incredulidad y algo más... respeto.
— Pensé que no llegarías.
No le respondí.
Me incliné y lo levanté con un solo movimiento, echándolo sobre mi hombro.
— Vamos.
— Puedo caminar, maldito lunático.
— No, no puedes.
Las detonaciones estaban programadas para minutos.
Si nos quedábamos más tiempo, nos enterrarían junto con los cuerpos.
Así que corrí.
El peso de Crips sobre mi espalda se sentía como una losa de hierro, como si cada gramo de su cuerpo se multiplicara con cada paso que daba.
Pero no me detuve.
Cada músculo ardía, una tormenta de fuego en mis fibras desgarradas.
Cada latido resonaba en mis oídos como un tambor de guerra.
Cada zancada era una puñalada en mis piernas, un recordatorio de que mi cuerpo ya no debería estar en pie.
Kim gritó en el comunicador, su voz cortando el estruendo de la batalla como un latigazo.
— ¡Logan, la explosión es inminente, tienes que salir de ahí!
Mi aliento salió en una nube de vapor. El humo, la ceniza, el dolor... todo se mezclaba en un vórtice de caos.
— ¡Voy en camino!
El mundo era un infierno detrás de mí, pero no podía mirar atrás.
Y entonces la vi.
La moto eléctrica.
Mi única salida.
Mi visión oscilaba entre la realidad y el delirio, pero mis pies se movieron por puro instinto.
Llegué a la moto y nos subí sin pensar. Las manos de Crips encontraron las asas detrás de mí, su agarre era débil, resbaladizo por la sangre y el sudor.
Aceleré.
El motor rugió.
El viento helado chocó contra mi rostro, pero no fue suficiente para disipar el fuego en mis venas.
Y entonces, en el espejo retrovisor... el infierno se tragó la tierra.
La fábrica explotó.
Las llamas se alzaron como columnas demoníacas.
Los escombros cayeron como meteoritos, fragmentos de metal y concreto hundiendo el suelo en cráteres ardientes.
La onda expansiva nos alcanzó como un puño invisible, la moto tembló bajo la fuerza de la explosión, los neumáticos resbalaron en el asfalto agrietado.
Por un segundo creímos que no lo lograríamos.
Pero seguimos vivos.
Seguimos adelante.
La moto se deslizó por la carretera destrozada, como un espectro escapando del infierno.
Nos dirigimos a la unidad de Kim.
No sabía si había pasado un minuto o una eternidad.
Cuando llegamos, Kim ya estaba allí.
Esperándonos.
Con un kit de primeros auxilios en mano.
Crips se dejó caer al suelo.
Yo no tuve tanta suerte.
Mi cuerpo se apagó por completo.
Me desplomé, sintiendo el golpe del suelo como si fuera el primer respiro después de un ahogamiento.
Mi pecho subía y bajaba como si cada aliento fuera una victoria ganada con sangre.
Kim se inclinó sobre mí, sus manos firmes, precisas, pero más suaves de lo que esperaba.
Limpió mis heridas con la concentración quirúrgica de siempre.
Me ardía cada centímetro del cuerpo.
Pero seguía respirando.
Por un instante, el silencio llenó el aire.
Y entonces, ella se detuvo.
No para ajustar una venda.
No para reorganizar su equipo.
Sino porque algo en su mente acababa de romperse.
Su voz, siempre afilada, siempre firme, se suavizó en algo que no esperaba.
— ¿Por qué lo hiciste?
No había burla.
No había reproche.
Solo... una pregunta que exigía una verdad.
Y yo no estaba seguro de poder responderla.
El sabor metálico de la sangre seguía en mi boca.
Mi cuerpo aún dolía, aún ardía, pero me obligué a mantener la mirada de Kim.
Mi respiración era un eco entrecortado en el silencio de la unidad, pero las palabras salieron claras, sin titubeos.
— Porque mientras pueda respirar, puedo avanzar.
Kim exhaló un suspiro.
Su expresión cambió.
Primero fue el cansancio, la fatiga de haber estado gritándome toda la misión. Luego, algo más ligero, más suave.
Una sonrisa burlona.
— Eres un Rhaben.
Parpadeé.
— ¿Qué?
Ella cruzó los brazos, su sonrisa aún presente, pero sin rastro de burla en su tono.
— Los Rhaben son aves que insisten en volar aunque tengan las alas rotas.
Crips rió.
No una risa contenida. No un intento de suavizar el momento. Fue una carcajada real, cruda y agotada, la risa de alguien que acababa de ver la muerte y había salido del otro lado.
— Dios, me encanta. —Su voz sonó ronca, pero llena de diversión—. Te queda perfecto, maldito cabeza dura.
Kim volvió a sonreír.
Esta vez, sin burla, sin ironía.
— Ahora eres Rhaben.
Silencio.
No el silencio de una misión fallida.
No el silencio de una batalla terminada.
Era un silencio diferente.
Un silencio cálido.
Por primera vez... no era solo Logan.
No era un nombre sin valor.
No era otro engranaje en la máquina de guerra.
No era otro soldado condenado a desaparecer.
Era algo más.
Era Rhaben.