Raiko decidió no entrar a la cafetería. En su lugar, decidió irse hacia su refugio, una casa que alguna vez perteneció a Osmerd. Aunque modesta, la vivienda tenía lo necesario para él: dos pisos, en la planta baja, una sala, cocina y un cuarto que ahora usa como almacén, también cuenta con un pequeño patio trasero. Arriba hay dos habitaciones y un baño. Es perfecta para una o dos personas.
Desde que Osmerd desapareció, Raiko había sobrevivido con el dinero que este dejó guardado. Sin embargo, con el tiempo, los ahorros se agotaron. Por eso, decidió empezar con su misión en la vida, la misma que Osmerd le había inculcado: acabar con las personas que traen oscuridad a las vidas de los demás.
"Supongo que lo que hice hace rato fue mi primera misión," pensó mientras cerraba la puerta detrás de él. No solo había terminado con algunos criminales, sino que también se llevó su dinero, suficiente para pagar el hogar y comprar algo de comida.
Raiko se dejó caer en el sofá, abrió una bolsa de papas fritas y encendió la televisión. No sabía qué ver, así que eligió un video sobre su ciudad.
"Neonvale," comenzó el narrador en la pantalla, "una ciudad semi-futurista, donde las luces de neón y los avances tecnológicos coexisten con los barrios más tradicionales y los coches de siempre. La ciudad se extiende sobre acantilados elevados, a más de 100 metros sobre el nivel del mar. Sus rascacielos y calles llenas de energía representan la vanguardia tecnológica con vistas impresionantes al océano.
Para llegar a la playa, puedes bajar a pie o en coche por diversos puntos que atraviesan el Circuito de Luces, una autopista iluminada que bordea toda la costa y la parte baja del gran acantilado, conocido como Costa de Neón. Entre la playa, la autopista y el acantilado, se extiende un paisaje de casi 20 kilómetros. Por eso, Neonvale no solo es conocida por su tecnología, sino también por sus... bonitas vistas!"
Raiko apagó la televisión con un suspiro de cansancio. Eran casi las dos de la madrugada. La mayoría de los trabajadores de Neonvale dormían desde las diez u once de la noche y se levantaban al amanecer, a eso de las seis. Pero para personas como Raiko, sin compromisos matutinos, el horario era distinto: se dormían a las dos o tres de la mañana y despertaban alrededor del mediodía.
En el baño, Raiko se miró al espejo. Observó detenidamente el mechón rojo fosforescente en su cabello negro, y como sus ojos rojos brillaban más de lo habitual.
"El rojo de mi cabello y ojos, es como un neón..." murmuró con sorpresa. El recuerdo anterior con Osmerd invadió su mente de nuevo.
"...tu única diferencia no solo es el color de tus ojos, también tu cabello" le había dicho Osmerd con una sonrisa.
"¿Mi cabello?" preguntó Raiko, desconcertado. "¿Qué tiene? ¿Está cambiando? ¿Se me cae? Bueno, lo último no tiene sentido, aún soy joven..."
Osmerd soltó una leve risa. "No, tranquilo. Por ahora no se te caerá. Pero cuando te encontré, tenía un degradado rojo fosforescente."
"¿Y cómo hago para que cambie de color?" preguntó Raiko, intrigado.
"No lo sé. Solo sé que es posible. Y al día siguiente volvió a su color normal."
De vuelta al presente, Raiko observó su reflejo con una mezcla de fascinación y frustración.
"Espero descubrir la razón pronto..." pensó, dejando escapar un suspiro.
Cuando estaba a punto de marcharse, notó algo más: el rasguño en su mejilla, casi completamente curado. Se quedó mirando, impresionado por su rápida recuperación.
Más tarde, ya acostado en su cama, Raiko no podía dejar de pensar en lo ocurrido esa noche. Aún sentía cierto arrepentimiento por no haber podido salvar a la persona herida.
"Fue mi primera misión hacia mi objetivo," pensó, tratando de calmarse. "Espero poder salvar a otros de una mejor forma... Mañana será otro día."
Se dio la vuelta en la cama y cerró los ojos, tratando de aliviar la carga.
A kilómetros de distancia, el encapuchado que había logrado escapar estaba sentado frente a un escritorio, en lo que parecía ser una habitación alquilada. Su cabello negro también tenía un mechón fosforescente, pero el suyo era azul. Mientras jugaba con un encendedor en sus manos, una mirada fría y calculadora se reflejaba en sus ojos azules. Había sobrevivido, pero sabía que esto era solo el principio.