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Chapter 4 - Capítulo 3: Dentro de la modesta casa

Cita: "¿La maldad nace con nosotros o es el resultado de aquello que nos moldea?"

Dentro de la modesta casa, los muebles eran viejos pero bien cuidados, reflejo de una vida austera y ordenada. Sobre la mesa, una Biblia gastada descansaba abierta, un testigo silencioso de las creencias inquebrantables de don David.

El anciano tomó la palabra rápidamente, desviando la conversación hacia la fe cristiana. Su tono, aunque sereno, tenía un matiz controlador, cargado de advertencias implícitas.

—La fe es lo único que sostiene este mundo lleno de pecado —declaró, clavando su mirada en Jane—. Pero no basta con creer. Hay que vivir bajo reglas claras y mantener todo bajo control… especialmente a los que más queremos.

El mensaje era claro. Jane entendió la intención detrás de aquellas palabras, pero decidió mantenerse en silencio. Yamileth, por su parte, intentó desviar la conversación varias veces, pero don David siempre encontraba la forma de volver al mismo punto, como si más que hablar, quisiera marcar su territorio.

La tensión se rompió abruptamente cuando la puerta se abrió de golpe, dejando entrar una ráfaga de aire junto con la presencia de un joven de complexión robusta y mirada fría.

Era Diego. Su hermano menor, ahora convertido en un hombre de veinte años.

Cruzó el umbral con calma, recorriendo la habitación con una mirada calculadora antes de fijar los ojos en Jane. Sus pupilas se entrecerraron con desconfianza.

—¿Así que este es el muchacho del que tanto hablas? —soltó con una sonrisa ladeada, su voz impregnada de desafío.

Yamileth le lanzó una mirada de advertencia, pero Diego la ignoró. Se acercó a Jane con pasos lentos y pesados, inspeccionándolo de arriba abajo con descaro, como si intentara encontrarle algún defecto.

—No me gusta que mi hermana ande con desconocidos —añadió, cruzándose de brazos—. Nunca se sabe quién puede tener malas intenciones.

Jane, aunque sorprendido, mantuvo la calma.

—Entiendo tus preocupaciones, Diego —respondió con serenidad—. Pero te aseguro que mis intenciones son sinceras.

Su tono tranquilo bastó para desarmar, aunque fuera por un instante, la actitud desafiante de Diego. Sin embargo, el joven no abandonó por completo su postura.

Yamileth, sintiendo que la situación podía escalar, intervino con firmeza.

—Diego, basta. Jane no merece que lo trates así.

Diego bufó, pero terminó dando un paso atrás. Antes de salir de la habitación, lanzó una última mirada cargada de advertencia.

Cuando la tensión finalmente se disipó, Yamileth llevó a Jane a un rincón más tranquilo de la casa. Se sentaron en dos viejas sillas, el silencio entre ellos solo interrumpido por el crujir de la madera bajo su peso.

Yamileth bajó la cabeza, entrelazando los dedos con nerviosismo. Era evidente que luchaba contra sus emociones.

—Mi abuelo y Diego son… difíciles —murmuró al fin, con frustración en la voz.

Jane esbozó una leve sonrisa comprensiva.

—Lo he notado.

Ella suspiró.

—Don David cree que todo debe estar bajo su control. A veces siento que no ve lo que realmente necesito… solo lo que él cree que es correcto. Y Diego… —su voz se suavizó—. Él siempre ha sido protector, pero no entiende lo que realmente importa. Me ve como si fuera… su responsabilidad.

Jane la escuchó con atención, sin interrumpirla.

—A veces siento que todo lo que hago es inútil —continuó ella—. No quiero perder mi fe, pero cada día es una batalla.

Con cuidado, Jane tomó su mano entre las suyas. Fue un gesto simple, pero cargado de significado.

—Yamileth, no tienes que enfrentar esto sola. Estoy aquí para ti. Y aunque tu abuelo y Diego no lo entiendan ahora, lo importante es que sigas creyendo en lo que te da fuerza.

Ella levantó la mirada y encontró en los ojos de Jane una sinceridad que calmó sus temores. Por un instante, el peso de sus preocupaciones pareció desvanecerse. Yamileth esbozó una pequeña sonrisa, sintiendo que, aunque el camino fuera difícil, con Jane a su lado tendría la fortaleza para seguir adelante.

En ese momento, ambos comprendieron algo crucial: su relación no era una simple coincidencia. Era un refugio, un lazo que los sostendría ante las tormentas que aún estaban por venir.