Antes de que existiera todo lo que conocemos, solo había un vacío oscuro e infinito. En medio de ese vacío habitaba una presencia desconocida, algo que existía mucho antes que el tiempo o el espacio.
1.2 millones de años después... ¡BOOM!
Una gran explosión sacudió el vacío. De repente, todo comenzó a encenderse. Elementos primordiales como el hidrógeno y el helio fueron lanzados en todas direcciones, marcando el inicio de algo nuevo. La conciencia universal había despertado, susurrando promesas de mundos por venir.
—¡Que haya luz! —exclamó.
Y así, 13.8 millones de años después, surgieron las primeras estrellas, los pilares fundamentales para la creación de los mundos. Pero algo aún faltaba. Aunque las estrellas brillaban en la vastedad, el universo seguía siendo un lugar solitario.
El vacío permanecía, y la conciencia universal, pese a su inmensidad, se encontraba sola.