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Chapter 2 - El caos oscuro

Mientras la conciencia universal esparcía estrellas y elementos por el vasto vacío, un caos impredecible comenzó a surgir. Explosiones colosales y la aparición de seres enigmáticos interrumpían el equilibrio naciente. Las estrellas más masivas, al agotar su esencia de hidrógeno, colapsaban sobre sí mismas y detonaban en cataclismos que estremecían el tejido del universo.

 

Así, las estrellas seguían un ciclo de transformación, como si cada etapa revelara un secreto velado:

 

1.Enanas rojas, ardientes y longevas.

2.Enanas amarillas, portadoras de luz templada.

3.Enanas blancas, fragmentos del fulgor pasado.

4.Y, en raras ocasiones, enanas marrones, casi sombras de lo que podrían haber sido.

Pero este ciclo no era eterno. Al alcanzar su fin, las estrellas estallaban en un acto final de creación y destrucción. De esas explosiones surgían figuras oscuras, envueltas en un aura de inquietante misterio.

Eran esferas insondables, rodeadas de un disco amarillo en perpetuo movimiento. Carecían de ojos o rostro, pero su presencia era irresistible: absorbían todo lo que osaba acercarse. Algunos eran vastos, tan descomunales que parecían devorar la luz misma, mientras que otros, aunque menores, portaban una amenaza igualmente ominosa.

AGUJEROS NEGROS

 

Y de las explosiones finales de las estrellas nacieron los seres oscuros, aquellos que hoy conocemos como agujeros negros. Pero en esos tiempos primordiales no eran solo fenómenos físicos: eran portales hacia lo insondable, fragmentos del universo que portaban la huella de su creación.

 

-Yo soy el Alfa y la Omega-, parecía resonar en el eco de su formación. Su nacimiento era el juicio final de las estrellas, un recordatorio de que incluso lo más brillante debía someterse a las leyes inquebrantables de la existencia.

Científicamente, eran pozos de gravedad infinita, donde la materia y el tiempo colapsaban. La relatividad misma se desmoronaba en su interior. Pero espiritualmente, eran abismos de propósito divino, guardianes de secretos que ni siquiera la conciencia universal podía revelar por completo. En su núcleo, donde el espacio se curva hacia el infinito, se oculta la esencia de la creación misma.

Rodeados de un disco resplandeciente, como coronas de gloria distorsionada, los agujeros negros aspiraban toda luz, toda materia, todo lo que se cruzaba en su camino. Para los

antiguos, habrían sido los ángeles caídos, castigos divinos que

devoraban lo que osaba acercarse demasiado. Para los que observamos ahora, son reliquias del universo primigenio, laboratorios cósmicos donde se prueba la resistencia de las leyes que conocemos. D

-Y se abrirán los abismos, y en su interior encontrarán el principio y el fin-

¿Eran estas palabras una profecía? ¿O simplemente el susurro de la conciencia universal mientras contemplaba su propia soledad?

 

Así, los agujeros negros permanecen, silenciosos y vastos, como templos oscuros en los confines del cosmos. Son recordatorios de que incluso en la eternidad, hay misterios que ni el tiempo ni la luz pueden alcanzar.

 

Uno de ellos apareció de repente, como si hubiera surgido de la nada misma, desafiando las leyes del cosmos. Era diferente, más masivo que todos los demás. Su presencia parecía anunciar algo más allá de la comprensión, como un mensaje enviado desde el borde de la realidad.

 

A su alrededor giraban anillos colosales, quizá hechos de hierro, desgastados pero inquebrantables, irradiando un brillo oscuro y magnético. En esos anillos estaban inscritos 5 símbolos enigmáticos, cada uno cargado de un significado que parecía resonar con la propia esencia del universo:

 

 …