Después de la larga y devastadora batalla contra los Primigenios, Dextera Dei flota en medio de los cielos que parecen ahora tranquilos, pero una inquietante sensación lo embarga. Al girarse, observa el cráneo de Atlok en el suelo, una presencia que ha persistido, suplicante y silenciosa. La expresión en ese cráneo, aunque sin voz, parece llamarlo con desesperación.Dex, con una mezcla de curiosidad y cautela, se acerca. Sin previo aviso, el cráneo de Atlok se fusiona violentamente con su armadura y su cuerpo, incrustándose en su hombro izquierdo. La sensación es extraña, como si ahora ambos estuvieran conectados de una manera que ni siquiera Dextera puede explicar por completo. El cráneo de Atlok emite un brillo oscuro, susurros de antiguos poderes que comienzan a resonar en la mente de Dex.Justo cuando esa fusión termina, Dextera percibe algo inquietante. Los restos de los Primigenios caídos, aquellos que creía derrotados, comienzan a vibrar. Se retuercen, emitiendo energías oscuras, y lentamente comienzan a reformarse, tomando nuevamente forma física. Cada monstruosidad, aunque derrotada, no ha muerto realmente. Dex se prepara para otro combate, pero antes de que pueda reaccionar, Atlok lo interrumpe desde su nuevo lugar en el cuerpo de Dextera.—No te preocupes —dice Atlok, su voz resonando en la mente de Dextera Dei—. Yo me encargaré de esto.Atlok, abriendo su mandíbula dentro del cráneo, comienza a absorber los restos de los Primigenios con una fuerza abrumadora. Un torbellino de energía oscura se forma alrededor de ambos, y las sombras, los fragmentos de carne y espíritu de las entidades cósmicas, son aspirados por completo en la boca de Atlok. La succión es tan poderosa que todo rastro de los Primigenios desaparece en cuestión de segundos.Sin embargo, el poder y la oscuridad de las entidades cósmicas es tanto que Atlok comienza a retorcerse. El cráneo incrustado en el hombro de Dextera brilla con una energía incontrolable. El poder es abrumador, imposible de contener, y Atlok, aunque intenta devorar todo, se da cuenta de que no podrá soportarlo.—¡Es demasiado! —grita Atlok—. No puedo... no puedo contenerlos por completo.Dextera, al sentir que la situación se vuelve inestable, comprende que debe hacer algo antes de que los Primigenios renazcan dentro de Atlok. Entonces, toma una decisión rápida y letal. Debe llevarlos a la única prisión capaz de contener tal oscuridad: un mundo distópico, rodeado de agujeros negros y un clima devastador, donde las entidades divinas y los arcángeles resguardan el equilibrio del universo. Es un lugar destinado a contener las fuerzas más peligrosas y caóticas, un confinamiento eterno para aquellos que desafían el orden cósmico.Dextera vuela a través de los cielos rasgando la realidad misma, creando un portal hacia ese mundo lejano. Al llegar, los cielos del lugar se oscurecen aún más, cargados con tormentas y vientos tan poderosos que parecen devorar la misma luz. A su alrededor, agujeros negros titilan en la distancia, absorbiendo cualquier cosa que se acerque demasiado. La superficie del planeta es árida, devastada por constantes cataclismos. Es un infierno distópico, un lugar donde ninguna forma de vida puede sobrevivir.—¡Aquí los escupiré! —gruñe Atlok.Con un gran esfuerzo, Atlok abre su mandíbula y expulsa los restos de los Primigenios devorados. Las sombras de esas entidades caen al suelo como masas informes, distorsionadas y corruptas, pero claramente poderosas. Antes de que puedan regenerarse por completo, son envueltas por los sellos divinos que los arcángeles ya habían preparado. Estos sellos se activan, encerrando a las criaturas en prisiones inquebrantables, donde no podrán escapar durante eones.Atlok, ahora libre de ese poder insoportable, se queja con desdén.—Qué sabor más insípido —dice, con un tono burlón.Dextera Dei no responde. Su mirada es firme y decidida. Sabe que aunque esos Primigenios han sido neutralizados, la oscuridad que los alimenta nunca desaparece por completo. Se giró sin perder tiempo, pues algo más le llama, una urgencia que no puede ignorar.A través de la vastedad del cosmos, Dextera escucha las voces agonizantes que provienen del planeta Tierra. Son gritos de desesperación, de sufrimiento. Algo grave está ocurriendo, y el Heraldo de la Venganza no puede permanecer indiferente.Sin una palabra más, extiende sus alas de fuego carmesí y se eleva, abandonando ese mundo distópico mientras los arcos de luz divina detrás de él sellan la prisión de los Primigenios. Volando a través de las estrellas, Dextera Dei se dirige a la Tierra, preparado para enfrentar la próxima amenaza que clama por justicia y redención.