En el principio no existía más que el Vacío, un abismo inmenso que dormía en la nada. Ni luz, ni sombra; ni tiempo, ni forma. Todo era silencio hasta que un grito desgarró la oscuridad, y la Realidad nació. De ese nacimiento surgieron dos fuerzas inmensas: La Luz y La Oscuridad. Estas entidades primordiales, hijas del Vacío, eran el reflejo y la antítesis una de la otra. Se vieron por primera vez y en ese instante se amaron tanto como se odiaron.Las dos diosas, pues eso eran en esencia, no podían compartir el vasto universo que su padre, la Realidad, había moldeado. Ambas anhelaban ser absolutas, completas. Así comenzó una guerra titánica que duró eones. Se destruyeron y resurgieron una y otra vez, cada choque moldeando las estrellas y los mundos. Pero al final, sus cuerpos no pudieron soportar más. En un último enfrentamiento, un estallido final desintegró sus formas físicas, dispersando sus restos por el Vacío.Aquellos fragmentos, sin embargo, no se perdieron. Fueron atraídos a un punto central, donde se fusionaron para dar origen a un mundo nuevo: Nobelium. La carne de las diosas formó las montañas y las llanuras, su sangre dio nacimiento a los mares y ríos, y su aliento se convirtió en los vientos que barrían la tierra. De los vestigios de su esencia nacieron nuevos dioses, seres menores pero con la chispa de lo divino en sus almas.Los dioses gobernaron este mundo por un tiempo, modelándolo y cuidando de los primeros mortales. Pero como todo lo perfecto, esa paz no podía durar. Uno de los dioses, cansado de la calma, desató la corrupción en Nobelium: entidades malignas y fuerzas caóticas que encendieron las llamas del conflicto. La soberbia, la lujuria, la avaricia y otros pecados nacieron para tentar a los mortales, y los corazones de hombres y bestias se llenaron de oscuridad.Para contener el caos, algunos dioses eligieron campeones, seres mortales dotados de poder divino. Eran héroes que se alzaban con la promesa de cumplir sus deseos más profundos a cambio de restaurar el equilibrio. Pero esos deseos, a menudo, traían consecuencias inesperadas. Fue así como se desencadenaron las primeras grandes guerras entre las razas de Nobelium, marcando el inicio de una era de sangre y fuego.