Chereads / re zero en naegi / Chapter 55 - cap 55

Chapter 55 - cap 55

El aire en la torre de Pléyades estaba cargado de tensión. Naegi Makoto, con su típica actitud optimista, se encontraba en medio de un campo de batalla, luchando junto a Beatriz y Male contra un escorpión gigante. Con cada movimiento, el escorpión hacía temblar el suelo, sus garras como cuchillas letales listas para atacar. A pesar de la situación desesperante, Naegi se mantuvo firme, recordando que su mala suerte a menudo le había salvado de situaciones peores.

"Esto es lo habitual", murmuró para sí mismo, su voz un eco de determinación. Había enfrentado adversidades mucho más grandes que él, y aunque su corazón latía con fuerza, tenía la confianza de que podría salir adelante. "Esta no es solo mi batalla, es la batalla de todos nosotros".

Beatriz, montada en una criatura mágica, miró a Naegi con incredulidad. "¿Cómo puedes estar tan tranquilo en una situación así?"

"Porque confío en todos ustedes", respondió Naegi, recordando cómo cada uno de sus compañeros había demostrado su valentía en el pasado. Sabía que estaban en esto juntos, y eso le daba la fuerza que necesitaba.

Mientras tanto, en una parte diferente de la torre, la lucha entre Ram y el arzobispo Ramón se intensificaba. El arzobispo parecía disfrutar cada momento de la batalla, su risa resonando como un eco macabro. "Lo siento, en esta mesa no hemos comido cerdo, así que no puedo imitar su sonido", dijo, con una sonrisa burlona.

Ram, consumida por la rabia, lanzó un hechizo de viento cortante hacia él, pero el arzobispo esquivó con facilidad. "Eres decepcionante", le dijo, su tono lleno de desdén. "En mis recuerdos, eras mucho más fuerte".

"Eso no es cierto", replicó Ram, con la determinación brillando en sus ojos. "Mi potencial es ilimitado". El arzobispo, sin embargo, no parecía impresionado. "Las especias pueden arruinar el sabor del platillo principal", dijo con desdén, y Ram sintió que la frustración burbujeaba dentro de ella.

El intercambio de golpes comenzó a intensificarse. Ram no solo estaba luchando por su vida, sino también por la memoria de su hermana, quien había sido borrada por el poder del arzobispo. El odio que sentía era palpable, y cada golpe que lanzaba era un eco de su dolor.

De vuelta en el campo de batalla, Naegi y sus compañeros luchaban con todas sus fuerzas. Sabía que no podían dejar que el escorpión los atrapara. "¡No podemos alejarnos de la torre, necesitamos mantenernos cerca!", exclamó, recordando el poder que aún no comprendía completamente. Tenía miedo de perder a sus amigos, pero también sabía que debían permanecer juntos.

Mientras tanto, Emilia había llegado al primer piso, donde se encontraba el dragón del pacto, Volcánica. La presencia del dragón era abrumadora, y Emilia sintió una mezcla de asombro y miedo. "Vine a tomar la prueba", dijo con determinación. Pero el dragón repitió su frase, como si no la estuviera escuchando.

Emilia se dio cuenta de que Volcánica no solo era un dragón poderoso, sino que también estaba atrapado en un ciclo de repetición, como si hubiera perdido su propósito con el tiempo. "Tal vez ha muerto mentalmente", pensó Emilia, frustrada por la situación.

Sin embargo, lejos de rendirse, decidió que debía enfrentarse al dragón y demostrar su valía. Con un nuevo hechizo, invocó soldados de hielo, dispuesta a despertar al dragón de su letargo. "Si vas a despertar, asegúrate de que sea pronto", exclamó, lanzándose a la batalla.

Mientras las luchas se desarrollaban en diferentes niveles de la torre, Julius se encontraba en un combate feroz contra Reid. Julio, con su espada y su determinación, luchaba no solo por su vida, sino también por la de sus seres queridos. "Estoy usando un palillo con una sola mano", provocó Reid, burlándose del esfuerzo de Julius, pero el caballero no se dejó intimidar.

"Si no puedes alcanzarme, entonces esto ni siquiera servirá de calentamiento", replicó, la determinación brillando en sus ojos. Julius sabía que había mucho en juego, y que debía superar sus propios límites.

El combate fue feroz, pero Julius encontró una nueva fuerza dentro de sí mismo. Mientras luchaba, recordó su pasado, el dolor de perder a sus padres, y cómo había llegado a ser quien era. "No tengo miedo de ser olvidado", pensó, liberándose de las cadenas que lo habían mantenido atado a un ideal de perfección.

"¡Soy el más grande caballero, Julius!", exclamó, con la determinación renovada. Con cada golpe, cada movimiento, se acercaba más a su verdadero yo. Mientras tanto, en otros niveles de la torre, la lucha continuaba, y aunque el futuro era incierto, todos los guerreros sabían que debían seguir luchando, por ellos mismos, por sus amigos, y por la esperanza que aún brillaba en la oscuridad.

Así, el capítulo terminó, preparando el escenario para la siguiente batalla. Naegi, Ram, Emilia y Julius estaban a punto de enfrentar los desafíos más difíciles de sus vidas, pero con su espíritu indomable, cada uno estaba listo para enfrentar lo que viniera. La torre de Pléyades no solo era un lugar de pruebas, era un símbolo de la lucha por la esperanza y la amistad, y aunque el camino era peligroso, sabían que no estaban solos.

El aire estaba cargado de tensión y el eco de los combates resonaba en los pasillos de la torre. Las sombras danzaban, y las luces parpadeantes del entorno reflejaban la intensidad de la lucha. Ran, con su inquebrantable espíritu, se encontraba en medio de una batalla que no solo definía su destino, sino también el de aquellos que la rodeaban. Las memorias de su pasado, inundadas de dolor y pérdida, se entrelazaban con la urgencia del presente. A su lado, Naegi Makoto, el chico de la mala suerte que, a pesar de todo, irradiaba una luz de esperanza, observaba con atención cada movimiento.

No era solo una batalla; era una confrontación de ideales. El arzobispo de la gula, Ley Baten Kaitos, con su poder desmesurado, era un monstruo que había devorado recuerdos y esperanzas. Su habilidad para cambiar de forma y adaptarse a sus oponentes lo hacía aún más formidable. Pero Ran no estaba dispuesta a dejar que su pasado la definiera.

En un instante de provocación, el arzobispo había atacado, lanzando golpes implacables. Ran se movió con gracia, esquivando y contraatacando con una velocidad que desafiaba la lógica. Cada golpe que lanzaba estaba cargado de su esencia, un recordatorio de que no estaba sola en esta lucha. La magia de viento que utilizaba era una extensión de su voluntad, un reflejo de su deseo por proteger a aquellos que amaba.

—¡Eres un idiota! —gritó Ran, mientras un golpe de su puño se estrellaba contra el rostro del arzobispo. La violencia de su ataque resonó en los muros, y la rabia que acumulaba en su interior se hacía palpable.

Baten Kaitos, incapaz de soportar el embate, se vio obligado a retroceder. Pero no era solo la fuerza física de Ran lo que lo intimidaba; era la determinación que emanaba de ella. Esa luz inquebrantable que, incluso ante la adversidad, se negaba a apagarse.

Mientras tanto, Naegi sentía la presión del entorno. Las habilidades de Ran, alimentadas por su conexión con su hermana, la estaban llevando a límites que nunca había imaginado. Pero, a su vez, él también sentía el peso de esa carga. La sinestesia que compartían les permitía experimentar el dolor y el cansancio de manera compartida, y en cada golpe que Ran daba, una parte de Naegi también sufría. Esto, sin embargo, no lo desalentaba; al contrario, lo motivaba a seguir adelante.

—No te detengas, Ran. Tienes que seguir luchando —dijo Naegi, con voz firme, mientras se mantenía a su lado, listo para ayudar en lo que pudiera. La magia que fluyó entre ellos era una mezcla de poder y esperanza.

Ran, sintiendo el apoyo de Naegi, decidió que era el momento de liberar más de su poder. Con un grito de determinación, rompió una de las cadenas que habían limitado su fuerza. La energía que emanó de ella era abrumadora; el viento a su alrededor comenzó a girar con furia, como si respondiera a su llamado.

—¡Este es el verdadero poder de la hermana que se niega a perder! —exclamó, mientras se lanzaba hacia el arzobispo, quien intentaba recobrar el aliento tras el último ataque.

Sin embargo, Baten Kaitos, astuto y peligroso, no se dejaría vencer tan fácilmente. Con un movimiento rápido, utilizó su habilidad para crear una trampa de viento, una técnica que había perfeccionado a lo largo de los años. Ran, sin embargo, estaba lista. Su clarividencia le permitió anticipar el ataque, esquivando la trampa y contraatacando con una serie de cortes de viento que hirieron al arzobispo.

El campo de batalla se tornó en un caos de luces y sombras, con ambos combatientes intercambiando golpes, cada uno más poderoso que el anterior. Ran, sintiéndose fortalecida por el amor que compartía con su hermana, continuaba avanzando, mientras que la figura del arzobispo se volvía cada vez más desalentadora.

De repente, un grito resonó en el aire. Era Male, que luchaba contra las bestias que amenazaban con consumirlos a todos. El dragón de tierra, bajo su control, demostraba ser un aliado valioso, pero el escorpión, una bestia formidable, no se lo pondría fácil. Naegi, viendo la situación crítica, decidió que necesitaba actuar.

—¡Voy a ayudar a Male! —gritó, corriendo hacia la dirección del caos. Con su característica determinación, se hizo camino entre las criaturas que intentaban impedir su avance. Sabía que su mala suerte podría jugar a su favor, y así lo hizo. Cada tropiezo, cada caída, parecía atraer la atención de las bestias hacia él, permitiendo que Male tuviera la oportunidad de atacar.

Mientras tanto, Ran continuaba enfrentándose al arzobispo. La batalla era intensa, y cada intercambio de golpes parecía más una danza que un combate. La conexión entre ella y su hermana se hacía más fuerte, y con cada golpe que lanzaba, sentía cómo el poder que compartían se multiplicaba.

—¡No dejaré que te salgas con la tuya! —gritó Ran, utilizando su magia de viento para propulsarse hacia el arzobispo, que intentaba recuperarse.

Sin embargo, la astucia de Baten Kaitos no podía ser subestimada. Con un movimiento rápido, él cambió de forma y se convirtió en un monstruo de piel gruesa, resistente a los ataques de Ran. Pero ella no se detuvo. Con un último esfuerzo, liberó su cuarta cadena, impulsando su poder más allá de lo que jamás había imaginado.

El aire vibró con la energía que emanaba de ella, y en ese instante, Ran dejó de ser solo una luchadora; se convirtió en la encarnación de la determinación. Con un grito que resonó a través de la torre, lanzó un ataque devastador que atravesó la defensa del arzobispo, llevándolo al límite de su resistencia.

—¡Esto es por todos los recuerdos que has devorado! —exclamó, mientras el viento a su alrededor se tornaba en un torbellino de fuerza y luz.

Baten Kaitos, sintiendo el peso de su propia arrogancia, se dio cuenta de que había subestimado a su oponente. En un último intento de resistir, intentó usar el eclipse solar, una técnica que lo había mantenido en el juego hasta ahora. Pero Ran, con su clarividencia, anticipó su movimiento y, en un giro inesperado, lo llevó a caer en su propia trampa.

El impacto fue devastador. El arzobispo sintió cómo sus poderes se desmoronaban mientras Ran, con su fuerza renovada, desataba un último ataque que lo llevó al borde de la derrota. Las luces brillantes que había devorado comenzaron a desvanecerse, y su risa burlona se convirtió en un grito de desesperación.

—¡No! —gritó, mientras el viento lo envolvía, llevándose consigo su arrogancia y su poder.

Con un golpe final, Ran logró establecer su victoria, y el cuerpo de Baten Kaitos cayó al suelo, inerte. La torre resonó con el eco de la lucha, y en ese momento, Ran supo que había ganado no solo la batalla, sino también la oportunidad de redescubrir su conexión con su hermana.

Mientras tanto, Naegi, habiendo ayudado a Male a contener a las bestias, regresó a donde Ran estaba, con el latido de su corazón aún acelerado.

—¿Estás bien? —preguntó, preocupado por las heridas que adornaban el cuerpo de Ran.

—Lo estoy… gracias a ti —respondió ella, con una sonrisa que iluminó su rostro.

Ambos se miraron, y en ese instante comprendieron que la verdadera fuerza no provenía solo del poder, sino del amor y la amistad que compartían. Con el arzobispo derrotado, el camino hacia la redención de sus recuerdos comenzaba a despejarse.

Pero la batalla aún no había terminado; otros desafíos aguardaban en el horizonte. Sin embargo, Ran y Naegi sabían que, juntos, podían superar cualquier obstáculo. La llama de su determinación ardía más brillante que nunca, y el futuro que les esperaba estaba lleno de posibilidades.