Las sombras del bosque se espesaban a medida que Naegi y Abel avanzaban, iluminados solo por las tenues antorchas que sostenían las guerreras de Su Drag. Había algo inquietante en la atmósfera, una sensación palpable de peligro que se cernía sobre ellos, como si el mismo bosque estuviera observándolos. A pesar de su habitual optimismo, Naegi no podía evitar sentir un nudo en el estómago. La conversación con Abel acerca del ritual de sangre resonaba en su mente, y la incertidumbre crecía.
—¿Por qué decidiste someterte a este ritual? —preguntó Abel, sus ojos aún ocultos tras la máscara. Había un tono de burla en su voz, pero también una pizca de seriedad que Naegi no pudo pasar por alto.
—Porque tengo que hacerlo —respondió Naegi, intentando sonar más confiado de lo que realmente se sentía—. Necesito que me escuchen. No puedo simplemente quedarme de brazos cruzados.
Abel dejó escapar una risa sardónica. —Tienes un sentido del deber admirable, Naegi. Pero recuerda, esto no es un juego. El ritual de sangre requiere un sacrificio real. Tu vida podría estar en juego.
Naegi respiró hondo. —Lo sé. Pero si no arriesgo algo, nunca sabré si puedo hacer una diferencia. Y eso es lo que más me importa.
En ese momento, una figura se acercó, interrumpiendo su conversación: Mi Celda, la líder de Su Drag, con un semblante serio. —¿Estás listo para enfrentar lo que viene? —preguntó, su mirada fija en Naegi.
—Lo haré —respondió él, con una determinación renovada.
Mi Celda asintió, pero sus ojos reflejaban la preocupación de una hermana que sabe que su hermano está a punto de cruzar un umbral peligroso. —El ritual es una tradición que nos define. No es solo una prueba de fuerza, también es un reconocimiento de tu valor y compromiso con nuestro clan.
Naegi asintió, sintiendo el peso de sus palabras. La ceremonia de mayoría de edad no era solo una formalidad; significaba ser aceptado, ser uno de ellos.
A medida que se acercaban al lugar de la prueba, el aire se volvió más pesado, casi palpable con la tensión. Las hermanas de Su Drag comenzaron a rodear un claro en el bosque, sosteniendo antorchas que iluminaban el área con una luz danzante, creando sombras que se movían como si tuvieran vida propia.
—Esto es donde se llevará a cabo el ritual —anunció Mi Celda, señalando el terreno cuadrangular que parecía haber sido cavado a mano. En el centro, una criatura enorme se movía, ocultándose en las sombras: la bestia que debían enfrentar, conocida como El Hina.
Naegi sintió como si el mundo a su alrededor se detuviera. La serpiente gigante, más de diez metros de largo, se deslizó hacia ellos, sus escamas brillando con un resplandor casi sobrenatural. Era una visión aterradora. La misma bestia que había encontrado en el bosque de Woody, y ahora no solo la estaba observando, sino que debía enfrentarse a ella.
—¿Estás listo para esto? —preguntó Abel, su tono más grave que antes.
Naegi tragó saliva, intentando ocultar su miedo. —No tengo otra opción.
La bestia rugió, un sonido que resonó en el aire y que hizo temblar el suelo bajo sus pies. Las guerreras de Su Drag se agruparon alrededor, creando un círculo de fuego y determinación. Mi Celda gritó, instando a los guerreros a prepararse. Naegi podía sentir el latido de su corazón resonando en sus oídos mientras se preparaba para lo inevitable.
—Recuerda, no se trata solo de sobrevivir. Se trata de demostrar tu valía —dijo Abel mientras ambos se preparaban, armados con sus armas.
Naegi miró a su alrededor. Las guerreras, aunque temerosas, mostraban una confianza inquebrantable. Era su momento de demostrar que pertenecía allí, que había arriesgado todo por una razón. No podía fallarles.
—¡Vamos! —gritó Mi Celda, y al instante, el ritual de sangre comenzó. La batalla se desató.
La serpiente se lanzó hacia ellos, su cuerpo masivo como un torrente de destrucción. Naegi, en un impulso, se lanzó a un lado, pero Abel lo agarró y lo apartó del camino justo a tiempo. La serpiente se estrelló contra el suelo donde había estado de pie, levantando polvo y escombros.
—¡Respira! —gritó Abel, y Naegi se dio cuenta de que debían permanecer ocultos. La capa de Abel les otorgaba invisibilidad, pero solo mientras no respiraran. La respiración se convirtió en una lucha interna, cada inhalación un recordatorio del pánico que lo rodeaba.
La bestia rugió de nuevo, buscando a sus presas. Naegi sintió el miedo apoderarse de él una vez más, pero recordó sus palabras anteriores. No podía rendirse. No ahora.
—Si trabajamos juntos, podemos vencerla —dijo Abel, su voz firme. Naegi asintió, aunque el nudo en su estómago seguía presente.
Con un movimiento rápido, Abel le mostró el anillo que había encontrado. —Este anillo sella demonios. Solo tienes que besarlo, y luego podrás lanzar fuego.
Naegi tomó el anillo entre sus manos, sintiendo su peso. —¿Y si no funciona?
—Debemos intentarlo. —La determinación en los ojos de Abel lo incentivó.
Mientras la serpiente se movía, Naegi se preparó. Besó el anillo y, al instante, una llama ardiente se disparó, iluminando el oscuro campo de batalla. El fuego chocó contra la serpiente, e incluso en ese momento de desesperación, Naegi sintió una chispa de esperanza al ver que la bestia se detenía momentáneamente.
—¡Ahora! —gritó Abel, lanzándose hacia la serpiente con su espada. Pero el metal no pudo atravesar las escamas resistentes de la criatura.
—No es suficiente —dijo Naegi, sintiendo cómo el pánico comenzaba a consumirlo. La serpiente volvió a rugir, esta vez con más furia, y Naegi se dio cuenta de que necesitaban un plan más elaborado.
—¿Qué tal si apuntamos a sus ojos? —propuso, su mente corriendo a mil por hora.
Pero antes de que pudieran ejecutar su estrategia, la serpiente se abalanzó hacia ellos. Naegi, en un acto reflejo, se lanzó hacia un costado, salvándose por poco. Abel lo agarró, pero la serpiente ya había sentido su movimiento.
—¡No podemos rendirnos! —gritó Abel, su voz llena de frustración.
Naegi miró a su alrededor, notando que la situación se volvía cada vez más desesperada. —Esto no está funcionando, Abel. Necesitamos algo más.
Fue entonces cuando recordó el poder que había evocado en el pasado, una fuerza que había estado dormida dentro de él. —Puedo volver de la muerte —susurró, sintiendo que la determinación crecía en su interior.
Con cada palabra, una energía oscura comenzó a emanar de su ser, el mismo cántico que había usado en batallas anteriores. La oscuridad se apoderó del campo, y los colores comenzaron a desvanecerse. La voz de la bruja resonó en su mente, y Naegi sintió cómo una nueva fuerza lo invadía.
—¡Mírame, estoy aquí! —gritó, desafiando a la serpiente.
La bestia se detuvo, confundida, y Naegi sintió que la energía lo envolvía, dándole el poder que necesitaba. Se lanzó hacia la serpiente con una furia renovada, sabiendo que debía hacer algo drástico.
—¡Ahora! —gritó a Abel, y juntos se lanzaron hacia la bestia.
Mientras Abel se enfocaba en el cuerno, Naegi usó el anillo una vez más, lanzando una ráfaga de fuego. Esta vez, la explosión fue devastadora, y la serpiente dejó escapar un rugido agonizante.
Con un último esfuerzo, Naegi se lanzó hacia la cabeza de la serpiente y, utilizando tanto su fuerza como el poder del anillo, logró hundir la espada de Abel en el cuerpo de la bestia, uniendo sus fuerzas en un solo movimiento.
El impacto fue suficiente para que la serpiente, herida de muerte, se retorciera, pero Naegi también sintió el costo. Su brazo se vio atrapado en la explosión, y el dolor recorrió su cuerpo.
—Naegi, ¡levántate! —gritó Abel, corriendo hacia él.
Pero la visión de Naegi se nubló. Estaba exhausto, su cuerpo herido y su mente tambaleándose. La última imagen que vio fue la de Abel luchando contra la serpiente, y luego la oscuridad lo envolvió.
—¡Has cumplido tu deber! —gritó Abel, mientras la voz de Mi Celda resonaba en el aire, proclamando que ahora eran guerreros.
La última palabra que Naegi pudo escuchar fue el deseo de salvar a Rem, y con eso, su mundo se desvaneció. La batalla había terminado, pero el precio que habían pagado era alto.
Así, la historia del ritual de sangre culminó en un acto de valentía y sacrificio, donde el verdadero significado de ser un guerrero se reveló en medio de la lucha y la oscuridad.
Naegi Makoto se encontraba en una encrucijada, atrapado en un sueño profundo y extraño. En su mente, una feroz batalla se libraba entre fuerzas opuestas: un dragón de escamas brillantes y una vasija oscura que absorbía todo a su alrededor. Era un conflicto que no podía comprender del todo, pero que, a la vez, sentía como si fuera parte de él. Las maldiciones luchaban en su interior, un reflejo de la lucha que había llevado a cabo en el mundo real. Mientras tanto, el eco de voces resonaba a su alrededor, llenando el aire con un murmullo de determinación.
"¡Mostrémosle nuestro coraje y fuerza, compatriotas míos!" La voz poderosa de un guerrero resonó en sus oídos, mezclándose con el canto de las guerreras de sombra. Eran ellas quienes ahora rendían homenaje a su sacrificio, a su lucha contra la gran serpiente. Pero, ¿acaso todo había terminado? Naegi sintió que su cuerpo se desvanecía, pero una parte de él se aferraba a la vida con una fuerza que no comprendía.
En el mundo tangible, las guerreras de sombra se habían reunido a su alrededor, preocupadas por su estado. Una de ellas, una pequeña niña de sombra, lo observaba con ojos grandes y llenos de admiración. Al abrir los ojos y ver su entorno, Naegi se dio cuenta de que estaba en un lugar seguro, rodeado por aquellos que habían luchado a su lado. Pero su cuerpo estaba hecho trizas, y la fatiga lo invadía. "¿Qué pasó con mi brazo?" preguntó, notando la extraña coloración negra que ahora lo adornaba.
La niña comenzó a hablar con entusiasmo, describiendo la batalla y cómo su brazo había hecho cosas sorprendentes. A medida que lo hacía, Naegi sintió una oleada de esperanza. "¿Puede ser que haya sanado?" se preguntó, mientras examinaba su nueva extremidad. La piel había recuperado su tono normal, pero la extraña coloración negra permanecía. Sin embargo, al moverlo, se dio cuenta de que aún podía sentir con claridad, como si la regeneración le hubiera otorgado un nuevo tipo de fuerza.
La conversación con Abel, quien había estado a su lado durante todo este tiempo, le reveló la gravedad de su condición. "Estás al borde de la muerte, Naegi. No puedes moverte así", le advirtió. Pero la preocupación de Naegi no era por sí mismo, sino por Rem, quien seguía en peligro. "No puedo quedarme aquí. Tengo que salvarla", exclamó con determinación.
Vincent, otro de sus compatriotas, observaba la situación con una mezcla de preocupación y admiración. "¿De verdad crees que puedes hacer algo mientras tu cuerpo está en este estado?" le replicó, pero Naegi no podía dejar de pensar en Rem. Era una parte esencial de su vida, y su bienestar era lo único que importaba en ese momento. Sin embargo, al intentar levantarse, el dolor lo obligó a caer de nuevo al suelo.
Mientras luchaba contra su fatiga, Naegi contempló el terrible panorama que se desplegaba ante sus ojos. Desde la altura en la que se encontraba, pudo ver el campamento en llamas, el grito de victoria de las guerreras de sombra resonando en el aire. La batalla había sido feroz, y el resultado era desolador. "¿Cuántos han sobrevivido?" preguntó, sintiendo una punzada de preocupación en su corazón.
"Eso es lo que querías, ¿no? Este es el resultado de tu deseo", contestó Abel, pero aquellas palabras solo intensificaron la confusión de Naegi. "No es así. No deseaba que esto sucediera. Solo quería proteger a los que amo", replicó con fervor. En ese momento, su visión se nubló y sintió que la fuerza lo abandonaba nuevamente.
Las palabras de Abel resonaban en su mente. "Eres solo un humano. Ni héroe ni sabio. No puedes detener el ciclo de la vida y la muerte." Naegi sabía que tenía razón, pero no podía aceptar esa realidad. En su corazón, seguía creyendo que había algo más que podía hacer. "¿Qué quieres de mí?" gritó, sintiéndose más confundido que nunca.
Fue entonces cuando Abel, en un gesto inesperado, se quitó la venda que cubría su rostro. Naegi quedó atónito al ver su rostro, una mezcla de belleza y determinación. "Mi nombre es Vincent Abelux. Estoy aquí para reclamar lo que me pertenece, y tú, Naegi, serás una parte fundamental de eso", declaró con firmeza.
Mientras las guerreras de sombra celebraban su victoria, un rostro familiar apareció ante Naegi: Rem. Su corazón se aceleró, pero la frialdad de su mirada lo congeló. "Eres el responsable de todo esto", le recriminó, abofeteándolo con fuerza. Naegi sintió el impacto, pero no importaba. Lo único que quería era abrazarla, asegurarse de que estaba a salvo. Sin embargo, el dolor que él sentía era nada comparado con el que ella debía haber experimentado.
"¡Rem, estoy aquí! ¡Estoy bien!", trató de decirle, pero sus palabras se perdieron en el aire. Sus heridas eran visibles, su cuerpo estaba agotado, y pronto, su resistencia se desvanecería. "Debes tratarte. Tu cuerpo está destrozado", le dijo ella con preocupación, pero Naegi solo podía pensar en ella.
Fue en ese momento que la pequeña niña, Luis, se acercó y tocó el hombro de Rem. Algo mágico comenzó a suceder; una energía cálida se acumuló en su pecho, y antes de que Naegi pudiera comprender lo que estaba sucediendo, la luz comenzó a rodear su cuerpo. "¡Es magia curativa!", exclamó Abel, mientras Rem se concentraba en canalizar su energía hacia él.
"Si no estás vivo, no podrás verme sonreír", susurró Rem mientras la luz sanadora envolvía a Naegi, restaurando su cuerpo y curando sus heridas. En un instante, la agonía que había sentido se desvaneció, reemplazada por una renovada vitalidad. Sus ojos se abrieron de par en par, y la gratitud llenó su corazón.
Vincent observó el milagro con asombro. "Este hombre tiene una suerte única. Si todo esto fue calculado desde el principio…" pensó, pero rápidamente desechó la idea. Naegi no era un héroe ni un sabio; simplemente era un chico que se preocupaba profundamente por los demás.
Mientras la luz curativa continuaba fluyendo, Naegi sintió una conexión intensa con Rem. Su aliento se volvió más ligero, y su corazón comenzó a latir con fuerza. "Gracias, Rem. Gracias por estar aquí", murmuro, sintiendo que finalmente había recuperado lo que más amaba.
Y así, en ese momento de renacimiento, Naegi se levantó, no solo como un guerrero que había sobrevivido a la batalla, sino como un hombre que había descubierto el verdadero significado de la fuerza: el amor y la conexión con aquellos que lo rodeaban. La lucha apenas comenzaba, y con Rem a su lado, estaba listo para enfrentar cualquier desafío que se presentara.
Con una nueva determinación, miró a Vincent y las guerreras de sombra. "No he terminado todavía. Debemos seguir luchando", dijo con voz clara, sintiendo cómo la esperanza renovada lo impulsaba hacia adelante. La batalla por el futuro apenas comenzaba, y Naegi sabía que, mientras tuviera a sus amigos a su lado, nada podría detenerlos.
La historia de su vida se entrelazaba con la de aquellos que lo rodeaban, y juntos, se enfrentarían a lo que viniera.