La luz del atardecer se filtraba a través de las ventanas de la mansión, creando un ambiente cálido y acogedor. Mariel Priscila observaba a su sirviente Salt, quien se había convertido en un amigo leal a lo largo de los años. Con una sonrisa, él le pidió que le contara una historia, algo que pudiera distraerlo de la pesada jornada que habían tenido. Priscila se sintió inspirada y decidió leerle un libro que había encontrado en su biblioteca, un libro que contenía secretos del pasado, una historia que nadie más conocía: su propia historia.
"¿Estás listo, Salt?" preguntó Priscila, mientras pasaba las páginas del libro con delicadeza. "Esta es una historia que comienza hace más de siete años, antes de que Nats Huc y Naegi fueran invocados a este mundo."
Salt asintió, su mirada fija en ella, ansioso por escuchar. Priscila comenzó a narrar, como si estuviera contando un cuento de hadas.
"Había una vez una joven llamada Prisca Benedict, tenía solo doce años. Sus ojos eran de un carmesí intenso, su piel de porcelana y su cabello, de un vibrante color naranja. Ella vivía en una mansión lujosa, rodeada de riquezas, pero también de peligros ocultos. Un día, se preparaba para la visita de su hermano mayor, Vincent."
Mientras hablaba, Priscila podía ver en su mente la escena vívida del comedor, la mesa elegantemente dispuesta, y la tensión en el aire. "Prisca se sentó a la mesa, confiando en la comida que había sido probada por su catador de venenos. Sin embargo, lo que no sabía era que el catador había sido envenenado. Ambos, él y ella, cayeron ante el veneno mortal. Pero, en un giro del destino, Prisca había logrado sobrevivir, pues la que había muerto era solo una doble de ella, un sustituto creado para protegerla de situaciones peligrosas."
Salt escuchaba atentamente, sus ojos abiertos de par en par. "¿Y qué pasó después?" preguntó con curiosidad.
Priscila continuó. "Las sirvientas, que eran en realidad conspiradoras, se abalanzaron sobre ella. Fue entonces cuando su leal sirviente, Arak, llegó a su rescate. Con el poder de devorar espíritus, él desató un fuego devastador sobre las conspiradoras, eliminándolas en un instante."
El entusiasmo de Salt creció. "¡Eso fue increíble! ¿Y luego?"
"Vincent llegó poco después, preocupado por su hermana. La mansión todavía estaba impregnada con el caos del ataque, y él, al enterarse de la conspiración, se comprometió a investigar. Pero no tardaron en ser interrumpidos por Cecilio, el general divino número uno, quien desafió a Arak a una pelea. Era su forma de medir la fuerza de un adversario."
Priscila recordó cómo sus palabras habían floteado en el aire, tensas como un arco listo para disparar. "Vincent, consciente de la gravedad de la situación, detuvo su desafío. Ambos, él y Prisca, eran candidatos a la selección del próximo emperador de Bolatti. Sabían que, tarde o temprano, tendrían que enfrentarse entre sí."
Priscila se detuvo un momento, sintiendo el peso de sus propias palabras. "Vincent había comenzado a investigar la conspiración, y pronto se encontraron en la capital imperial, donde todos los hijos del emperador se reunieron para la ceremonia de selección."
"¿Y qué pasó en la ceremonia?" inquirió Salt, su curiosidad cada vez más intensa.
"Durante la ceremonia," continuó Priscila, "la hermana de Vincent, Lahmya, se acercó a ellos. Ella siempre había sido una provocadora, burlándose de Prisca y mencionando el ataque en la mansión. Fue entonces cuando Prisca, llena de ira, desató su furia. Pero la ceremonia no se detuvo ahí. El emperador, al llegar, vio cómo sus hijos se arrodillaban en señal de respeto, excepto por Prisca, Vincent y Lahmya."
Salt se frotó la barbilla, reflexionando. "Eso debe haber causado un gran revuelo."
Sonrió, recordando la escena. "Así fue. Prisca, en su desafío a la autoridad, declaró que el emperador había envejecido y que la fuerza del imperio no se medía por la edad, sino por el poder. El emperador, sorprendentemente, se rió de su desdén, mostrando una extraña aprobación. Pero el evento se tornó oscuro cuando varios de sus hermanos intentaron empuñar la espada Jiangu, el símbolo del emperador, solo para ser incinerados por su propia ineptitud."
Salt se estremeció. "Eso suena aterrador."
"Y lo era," asintió Priscila. "A medida que los candidatos caían, Prisca comprendió que el camino hacia el trono no sería fácil. Después de la ceremonia, se encontró con Lahmya, quien hizo una oferta de alianza. Pero Prisca también sabía que en este juego, nadie podía ser de fiar. La política era un terreno inestable, y las alianzas, efímeras."
"¿Y qué pasó con Lahmya?" preguntó Salt, intrigado.
"Lahmya había estado formando un grupo de seguidores, un cuerpo de poda, que planeaba deshacerse de Prisca y Vincent. Pero Prisca, astuta y cautelosa, no se dejó engañar." Priscila dejó que el silencio se asentara unos momentos. "Luego, la historia se tornó más oscura. Lahmya traicionó a sus aliados, y la batalla final se desató entre los hermanos."
"¿Y quién ganó?" Salt estaba al borde de su asiento.
"Al final, fue Vincent quien prevaleció, pero no sin costo. Su victoria se basó en la manipulación y la traición que se habían tejido entre ellos. Mientras tanto, Prisca había fingido su muerte, escapando de la trampa mortal que había creado su propia familia. Así, se convirtió en Priscila, dejando atrás su antiguo yo."
Priscila cerró el libro, su corazón pesado con la historia de su pasado. "Y así, la princesa había muerto, pero la historia no había terminado. Salt, ¿qué crees que pasará después?"
Salt sonrió, sus ojos brillando con emoción. "¡Yo escribiré la secuela! La princesa no estuvo realmente muerta, solo en un profundo sueño. Ella será rescatada por un héroe que la llevará a nuevas aventuras."
Priscila se sintió intrigada por la imaginación de Salt. "¿Y cómo será ese héroe?"
"Un héroe amable y valiente, que ha estado observando desde las sombras, esperando el momento adecuado para actuar," dijo Salt, llenando la historia de esperanza.
"Me gusta eso," respondió Priscila, sintiéndose aliviada por la idea de un futuro brillante. "Quizás, solo quizás, nuestra historia aún no ha terminado."
Así, mientras el sol se ponía en el horizonte, iluminando su mundo con tonos dorados, Priscila y Salt comenzaron a tejer un nuevo hilo en la narrativa de sus vidas, uno lleno de promesas y posibilidades. La historia de la princesa no había terminado; solo había comenzado un nuevo capítulo.
La luz de la mañana se filtraba a través de las rendijas de la rústica habitación de madera en la que Naegi se encontraba. Despertó con un ligero dolor de cabeza, pero más que eso, una inquietud lo embargaba. Recordó vívidamente el ataque al campamento de soldados, el fuego devorando todo a su paso, y cómo había sido salvado por Rem y la intervención de Louis. Pero, por encima de todo, lo que más le preocupaba era el destino de Rem. Se levantó de un salto de la cama, el corazón latiéndole con fuerza.
"Debo encontrar a Rem", murmuró para sí mismo, mientras la ansiedad comenzaba a apoderarse de él. Sin embargo, al mirar a su alrededor, notó que no estaba solo. Allí, en un rincón de la habitación, estaba Rem, aparentemente ilesa. La tensión en su pecho se disipó un poco, aunque la preocupación por su bienestar aún lo mantenía alerta.
"¿Estás herida?" preguntó Naegi con un tono lleno de aprehensión. "Tienes que decirme si sientes algo..."
Rem soltó una risa suave, pero distante, y le respondió con un tono que reflejaba su usual frialdad. "El herido eres tú, Naegi. Aún no has superado la experiencia de la batalla."
Naegi sintió como si un peso le cayera sobre los hombros. Había estado tan preocupado por ella que había olvidado su propio estado. Se examinó a sí mismo y notó con sorpresa que su brazo estaba completamente curado, sin las marcas negras que lo habían atormentado. Un suspiro de alivio escapó de sus labios, pero no podía dejar de pensar en el costo de esa curación.
Mientras ambos se dirigían a la plaza central, los recuerdos de la noche anterior inundaban su mente. El ritual de sangre, las muertes, y, sobre todo, la conversación con Vincent, que ahora se presentaba ante él como un enigma. ¿Por qué había hecho eso? ¿Cuál era su verdadero propósito? Eran preguntas que necesitaban respuestas.
Cuando llegaron a la plaza, se encontraron con Mi Celda y otras guerreras de su pueblo. Mi Celda, con su actitud decidida, se acercó a Naegi y le agradeció por haber sobrevivido. "No debes preocuparte por la muerte", dijo con una voz casi poética. "Cuando mueres, tu alma se une a nuestros hermanos en el cielo." Naegi sonrió con gratitud, pero el eco de las palabras de Vincent aún resonaba en su mente.
"¿Y qué hay de las que quedan en la tierra?" preguntó Naegi, sintiendo la necesidad de compartir su carga emocional. "¿Acaso no lloran por nosotros?"
"Eso es parte de la vida", respondió Mi Celda con una expresión de sabiduría antigua. Pero antes de que la conversación pudiera profundizar, la atmósfera se tornó más leve cuando Mi Celda hizo una broma sobre las esposas de Naegi, lo que provocó risas entre todos. Sin embargo, Naegi no pudo evitar sentir que había una verdad inquietante detrás de esa broma.
Pronto, la conversación se tornó más seria. Naegi necesitaba hablar con Vincent, o mejor dicho, con Abel, como le había pedido. Se dirigieron al salón donde el hombre de la máscara lo esperaba. La tensión era palpable, pero Naegi mantenía la calma.
"¿Por qué llevas esa máscara?" preguntó, su curiosidad superando un poco su cautela.
Vincent, o Abel, como prefería ser llamado, respondió con desdén. "No planeo mostrar mi rostro con frecuencia. En este país, la imagen y el poder son esenciales." La frase resonó en Naegi, recordándole la brutalidad del mundo en el que se encontraba.
"¿Realmente crees que puedes mantener un perfil bajo así?" Naegi lo desafió, sintiendo una chispa de determinación. "¿No estás alimentando a tus enemigos?"
"Soy el 77º emperador del sagrado imperio de Bolatti," respondió Abel con firmeza. La revelación dejó a Naegi atónito. Nunca había imaginado que la persona que había estado tratando como un igual era, de hecho, un hombre de la realeza. La magnitud de esa revelación lo impactó profundamente.
"¿Por qué no simplemente tomas el campamento de soldados y recuperas tu trono?" cuestionó Naegi. "Si eres un emperador, deberías poder hacerlo."
"Eso sería un suicidio," replicó Abel con una sonrisa fría. "El poder aquí es una ilusión. Si entrara sin más, me matarían."
Naegi reflexionó sobre esto, sintiendo que cada palabra de Abel era un recordatorio de la fragilidad de la vida. "Pero, ¿por qué sigues luchando por un trono que ya no te pertenece?"
"Porque ese es mi deber," dijo Abel, su voz llena de convicción. "La toma del trono no es algo que deba ser divulgado tan fácilmente." La seriedad de su tono dejó claro que había más en juego de lo que Naegi podría comprender.
Finalmente, Naegi se dio cuenta de que su deseo de alejarse de la violencia era un deseo en vano. Las elecciones que había hecho, sus intentos de proteger a Rem y a los suyos, habían llevado a una cadena de eventos que lo arrastraban de nuevo a la lucha. "¿Dónde se encuentra la ciudad más cercana?" preguntó con un tono de resignación.
"Tu camino es el de la guerra ahora," dijo Abel. "No puedes escapar de tu destino."
A medida que Naegi se preparaba para partir, sintió una mezcla de tristeza y determinación. Se despidió de Mi Celda y los demás, prometiendo regresar. Las guerreras que lo acompañarían, Kena y Hole, se unieron a él, y aunque la tristeza de dejar atrás a aquellos que había llegado a considerar amigos lo pesaba, sabía que debía seguir adelante.
Y así, con el peso de la responsabilidad en sus hombros, Naegi se encaminó hacia lo desconocido, con la esperanza de que, tal vez, en un futuro, podría encontrar una manera de cambiar el rumbo de su historia. Con cada paso, el eco de las palabras de Abel resonaba en su mente, recordándole que en el mundo de Bolatti, la lucha nunca se detendría.