Naegi Makoto se encontraba tendido sobre el suelo de la biblioteca de la torre, el eco de sus pensamientos resonando en su cabeza como un latido frenético. La experiencia de haber leído los libros de su predecesor lo había dejado exhausto. Había revivido muertes que nunca había experimentado, pero que, de alguna manera, se sentían tan reales como si hubieran sido parte de su propia vida. La biblioteca, un lugar que albergaba las memorias y los recuerdos de aquellos que ya no estaban, ahora se había convertido en su refugio y su tormento.
"Esto es malo, esto es malo", repetía una voz en su mente, la voz de un Naegi acorralado, cuyas últimas palabras resonaban con una desesperación palpable. Sin embargo, su mente se centraba en algo más que sus propias preocupaciones. ¿Qué había llevado a este otro Naegi a actuar de esa manera? ¿Qué le había dado la fuerza para enfrentar la adversidad?
Mientras se levantaba lentamente, la realidad lo golpeó con la misma fuerza que los recuerdos de su otro yo. Había visto la muerte en múltiples formas: el veneno, el aplastamiento, el desespero. Había conocido a personas que habían marcado su vida de maneras profundas, como Emilia, la chica a quien amaba y cuya confianza anhelaba. Naegi se sintió abrumado por la tristeza y la frustración ante el peso de esas experiencias. ¿Cómo era posible que su otro yo, enfrentándose a situaciones igualmente aterradoras, hubiera encontrado su camino?
Con una determinación renovada, Naegi se obligó a seguir adelante. Había aprendido de cada muerte, de cada sacrificio. Sabía que no podía permitir que la desesperanza lo consumiera. Decidió abrir el siguiente libro, ansioso por descubrir más sobre el Naegi original y lo que lo había llevado a convertirse en un héroe. La curiosidad lo empujó a seguir, a entender las motivaciones que habían guiado a aquel chico.
Al abrir el noveno libro, Naegi se sintió abrumado por un torrente de emociones. La tristeza lo invadió al recordar momentos en los que había deseado pedir disculpas a sus padres, momentos que nunca podría recuperar. "Papá, mamá, al menos pude pedirles disculpas", murmuró, sintiendo el peso de la culpa y la pérdida. Pero no era el momento de rendirse. No podía dejar que esos recuerdos lo detuvieran. "No, este no es momento para esto", se recordó a sí mismo.
En su búsqueda por la verdad, cada libro lo llevó más cerca de la esencia de su otro yo. Las visiones de la muerte de Elsa, el sufrimiento de aquellos a quienes había querido proteger, se entrelazaban con sus propios sentimientos de impotencia. "¿Cómo lograste ser tan especial?", se preguntó en voz alta, sintiéndose cada vez más pequeño ante la magnitud de los sacrificios que había presenciado.
Finalmente, el último libro apareció ante él, llevándolo a una habitación blanca donde se encontró cara a cara con su otro yo. Al principio, la sorpresa lo paralizó. El Naegi original lo miraba con una mezcla de comprensión y serenidad, contrastando con la fatiga y el agotamiento que Naegi sentía en su interior. Sin embargo, la frustración se apoderó de él. "No me toques", rechazó la mano extendida del Naegi original, golpeando su mano con desdén. Pero, a pesar de su rechazo, el otro Naegi se acercó y lo sostuvo.
"¿Dónde estamos y por qué has aparecido?", preguntó Naegi, sintiéndose atrapado entre dos mundos. La habitación se sentía familiar, como un eco del salón de los recuerdos. Allí, el Naegi original le explicó que estaba en un punto de contacto entre ambos. Había alcanzado a su otro yo al leer los libros de los muertos, una revelación que lo dejó sin aliento.
La conversación se tornó tensa. Naegi, en su frustración, golpeó al Naegi original, sintiéndose impotente ante la calma de su otro yo. "Todo lo que deseas del poder del regreso de la muerte, ¿estás intentando detenerme?", gritó, su voz llena de ira y tristeza. Pero el Naegi original no se movió, y con una voz tranquila, le habló sobre su propia lucha, sus propias frustraciones.
"Lo sé, también debes ser consciente de lo que es una pelea sin sentido. He probado la derrota, la agonía, el dolor de la muerte", dijo el Naegi original, resonando con una sabiduría que Naegi no podía ignorar. Su corazón se apretó al reconocer que, a pesar de las diferencias, ambos compartían una conexión profunda.
En medio de la discusión, Naegi se dio cuenta de que su otro yo no era un ser superior, sino un reflejo de su propia humanidad. "Quiero ser fuerte, quiero proteger a Emilia, quiero ser alguien que ella admire", confesó Naegi, sintiendo el peso de sus propios deseos y la fragilidad de su ser.
Ambos intercambiaron palabras sobre sus amores, sus luchas y sus deseos. Era un diálogo entre dos almas que, a pesar de su dolor, se esforzaban por encontrar un sentido en un mundo caótico. "Confío en ti", dijo finalmente Naegi, y el Naegi original sonrió, una sonrisa que traía consuelo a su corazón herido.
Cuando el Naegi original comenzó a desvanecerse, las lágrimas brotaron de los ojos de Naegi. Se dio cuenta de que la unificación de sus recuerdos había comenzado, una fusión de experiencias que le permitiría llevar consigo la sabiduría de su otro yo. "Parece que mis vacaciones de verano han terminado", fueron las últimas palabras del Naegi original, resonando en la mente de Naegi mientras una nueva claridad comenzaba a formarse.
Naegi sabía que, aunque el otro yo había desaparecido, su esencia viviría en él. La unificación de recuerdos no solo trajo consigo el dolor y la tristeza, sino también una nueva determinación. Ahora, no solo era Naegi Makoto; era la suma de todas sus experiencias, una fuerza capaz de enfrentar cualquier desafío que se interpusiera en su camino. Con el corazón en su pecho y una nueva luz en sus ojos, Naegi se levantó, listo para enfrentar el futuro.
El aire en el Salón de los Recuerdos era denso, cargado de una tensión que se podía cortar con un cuchillo. Naegi, ahora una amalgama de sus dos versiones, observaba a Luís Arnet, la enigmática figura que se presentaba ante él. Ella era un producto de la gula, un ser atrapado en un ciclo interminable de insatisfacción y anhelos. La habitación blanca, un entorno que parecía no tener fin, reflejaba la soledad y el vacío que Luís había sentido durante toda su existencia.
Luís había vivido encerrada, alimentándose de los recuerdos de sus hermanos como si fueran manjares, pero en el fondo, su hambre nunca era saciada. "El verdadero hambre no era la del estómago, sino la del alma", pensó Naegi, sintiendo una profunda empatía por ella, a pesar de lo que representaba. Sus hermanos disfrutaban de la libertad de tomar decisiones, de vivir sus vidas sin restricciones, mientras que Luís se sentía como un espectador atrapado en un teatro de sombras.
Mientras Luís hablaba, Naegi podía ver el sufrimiento que había en sus ojos. Había juzgado a todos desde su prisión, despojándolos de su humanidad con críticas mordaces, pero ahora, frente a él, se mostraba vulnerable. Había un aire de desesperación en su voz cuando se preguntaba cómo hubiera sido su vida si hubiera tenido otra oportunidad, si hubiera nacido en un lugar diferente, si hubiera tomado decisiones distintas. Naegi sabía que estos pensamientos eran un reflejo de su deseo de ser más que una mera sombra.
El encuentro entre los dos Naegi había sido un catalizador, una chispa que encendió algo dentro de Luís. Él no era solo un ser que había sido consumido por el ciclo de la muerte y el renacer, sino que era alguien que había luchado y había encontrado su manera de seguir adelante, a pesar de las adversidades. Esta característica suya, su tenacidad, era lo que había llamado la atención de Luís. "Quizás, de alguna manera, él representa la libertad que nunca tuve", pensó.
Cuando Luís intentó absorber los recuerdos de Naegi, se dio cuenta de que había algo diferente en él. No era solo un recipiente de experiencias, sino un ser lleno de potencial y luz. La frustración de Luís creció cuando se dio cuenta de que no podía simplemente consumirlo, como había hecho con otros. En su lugar, se encontró con visiones de su vida, sus amigos y sus luchas. Cada recuerdo que experimentaba era como un golpe en su mente, desarmando sus prejuicios y haciéndola cuestionarse su propia esencia.
Naegi, al ver la confusión en Luís, decidió que era momento de actuar. "Tienes que entender que todo lo que has hecho tiene consecuencias", le dijo con una voz firme pero amable. Sus palabras resonaron en el aire, llenas de un sentido de responsabilidad que Luís nunca había considerado. "No puedes seguir alimentándote de los recuerdos de los demás y esperar que eso te haga sentir completa."
Esto era un punto de quiebre. Luís, que había estado tan centrada en su propio dolor, comenzó a ver la perspectiva de Naegi. La lucha entre ellos no era solo una batalla por los recuerdos, sino un enfrentamiento entre dos visiones del mundo: la de la insatisfacción y la de la esperanza.
Al final, Naegi le ofreció un trato: si devolvía los recuerdos que había tomado, él le ayudaría a encontrar su propia libertad. Luís, ahora llena de temor y desesperación, se dio cuenta de las implicaciones de su elección. "Pero si lo hago, mis hermanos… ¿qué pasará con ellos?" Su voz temblaba, y Naegi pudo ver el conflicto interno que la atormentaba.
"No sé lo que pasará, pero seguir así no te llevará a ningún lugar bueno. La libertad no puede ser un sacrificio a costa de otros", respondió Naegi con sinceridad. Era un momento de vulnerabilidad, y Luís se encontró a sí misma temblando, no solo por el miedo, sino por una esperanza que había creído muerta.
La batalla entre sus instintos y su deseo por liberarse se intensificó. Luís, en su inseguridad, comenzó a alejarse de Naegi, sintiéndose acorralada. Las palabras de Naegi resonaban en su mente: "La verdadera libertad viene de entender y aceptar nuestro lugar en el mundo, no de consumir a otros."
Fue en ese momento que el Salón de los Recuerdos comenzó a temblar. La presencia de Naegi había despertado algo dentro de la habitación, una especie de mecanismo que parecía estar listo para expulsarlo. "¡No! No quiero estar sola de nuevo", gritó Luís, su voz llena de angustia. Pero Naegi, en su determinación, le recordó: "Si sigues aferrándote a esto, nunca encontrarás la felicidad que buscas."
Justo antes de ser expulsado, Naegi miró a Luís a los ojos. "Recuerda, Luís. La verdadera satisfacción no proviene de lo que tomas, sino de lo que das."
Y así, con esas palabras resonando en su mente, Naegi fue llevado de vuelta a su realidad, dejando a Luís sola en la habitación blanca. La lucha interna que había comenzado en ese momento se convertiría en su batalla más importante: la lucha por su propia humanidad y libertad.
Mientras tanto, en el exterior, el mundo seguía girando. Naegi se encontraba nuevamente en la tierra de los vivos, con la mente llena de recuerdos y la determinación renovada. La vida continuaba, y él estaba listo para enfrentar lo que viniera, decidido a cambiar el destino que una vez había estado marcado para él.
"Lo siento, Luís. Espero que encuentres tu camino", murmuró mientras se preparaba para la próxima batalla, recordando que cada paso que daba era una oportunidad para cambiar no solo su destino, sino también el de aquellos que le rodeaban. La lucha por la libertad y la autenticidad apenas comenzaba, y él estaba listo para enfrentarse a lo que el futuro le deparara.
El eco de mis pasos resonaba en el pasillo mientras regresaba del salón de los recuerdos. El aire estaba impregnado de tensión, pero sentía una extraña ligereza en mi pecho. Había recuperado mis recuerdos, y eso significaba que no había olvidado a mis amigos, especialmente a Emilia. La vi allí, con una expresión que combinaba sorpresa y alivio, y no pude evitar sonreírle con confianza.
"Todo está bien, Emilia-tan. He regresado", le dije, intentando transmitirle la seguridad que había encontrado en mi interior. Ella, al escuchar su nombre seguido de ese cariñoso sufijo, sintió un torrente de emociones. Era como si la conexión que habíamos compartido nunca se hubiera ido. Su rostro se sonrojó y, aunque intentó disimularlo, sabía que esas palabras la habían tocado profundamente.
"¿Pudiste recuperar tus recuerdos?", preguntó, casi con un susurro.
"Sí, todo está bien", respondí, y mientras lo hacía, una chispa de determinación brilló en mis ojos. "Siempre estuve dentro de ti, Emilia, y también dentro de mí. A partir de ahora, vamos a utilizar la frustración de todo esto y apuntar hacia un futuro brillante".
Sin embargo, la calma fue interrumpida por Leyva, el arzobispo de la gula, cuyo rostro reflejaba una mezcla de desdén y satisfacción. "Ya está satisfecho con tu encuentro", dijo, su tono burlón intentando desestabilizarnos.
"¿Te arrepientes de haber esperado?", le pregunté, con una sonrisa desafiante.
"Nunca me arrepentiré de esperar", respondió, y aunque su voz era firme, podía sentir la tensión en el aire. Sabía que su obsesión con su hermana, Louis, lo llevaría a actuar de manera impredecible.
"Pensé que tendrías miedo, al igual que tu hermana", le dije, intentando desviar la atención de nuestra situación. Pero lo que sucedió a continuación fue inesperado: Leyva se lanzó hacia mí, su daga brillando con una promesa de dolor.
En un instante, Emilia se interpuso. "¡No te olvides que yo también estoy aquí!", gritó, y con una patada poderosa, impactó directamente en la cara del arzobispo. El hielo que envolvía su pierna se activó, haciendo que Leyva fuera lanzado a varios metros de distancia.
"Eso fue increíble, Emilia. ¡Nuestro ataque combinado ha funcionado!", exclamé, sintiéndome más aliviado y orgulloso que nunca. "Eres maravillosa, quiero casarme contigo".
"¡Deja de bromear!", contestó, sonrojándose mientras se preparaba para el próximo movimiento. La situación era seria, pero no podía evitar sonreírle.
A medida que la batalla se intensificaba, me encontré reflexionando sobre la sombra que había atacado la atalaya. La ausencia de Louis Arnet significaba que quizás, solo quizás, la sombra ya no nos atacaría. "La probabilidad es del 50%", pensé para mí mismo.
"Emilia-tan, tengo una idea", le dije, sintiendo que la energía comenzaba a fluir nuevamente entre nosotros.
"Entendido. Entonces, hagámoslo", respondió con determinación.
"Pero ni siquiera te he dicho nada aún", repliqué, sintiendo la calidez de su confianza en mí.
"Tu idea es algo que se te ocurrió después de pensarlo mucho. A partir de ahora, confiaré en ti sin necesidad de pensarlo", respondió, y esas palabras me llenaron de felicidad. Su confianza era un faro en medio de la tormenta.
Le pedí que terminara con Leyva lanzándole un gran trozo de hielo. Pero el arzobispo, astuto como siempre, logró escapar. "Está bien", le dije, intentando mantener la calma. "Por ahora, debemos reunirnos con los demás".
Sabía que Leyva no se escaparía de la torre. Su obsesión por su hermana lo llevaría de vuelta, y cuando lo hiciera, sería un enemigo aún más formidable. "Emilia, no sabemos dónde están los demás", dijo, su preocupación reflejada en su rostro.
"No te preocupes por eso. Tengo un sistema de navegación", respondí, activando el corazón del león. Los latidos de mi corazón se expandieron como luces en mi mente, revelando la ubicación de nuestros amigos.
Con cada paso que dábamos, la tensión se palpaba en el aire. Finalmente, encontramos a Rami y Beatriz, y el alivio nos envolvió mientras nos abrazábamos. "¡Naegi! ¡Has recuperado tus recuerdos!", exclamó Beatriz, su voz llena de sorpresa.
"Sí, recuerdo todo. Puedo recuperar todo lo que quiera, cada momento que compartí con ustedes", respondí, sintiendo una oleada de gratitud y amor. "Soy un superhombre".
"Eso es un poco exagerado", dijo Beatriz, sonrojándose, mientras Rahm nos observaba con una expresión seria.
"Ya sabes cómo es. Pasa de todo en un día de trabajo", respondí, tratando de mantener el ambiente ligero.
"Pero he vuelto con toda mi fuerza", añadí, riendo. "Saluda a un hombre que puede producir el 150% de su poder por el bien de todos".
"Bien, di lo que quieras y no dejes que la misericordiosa Rahm se lo pierda", dijo ella, a lo que Rahm solo rodó los ojos.
A medida que continuábamos nuestra conversación, un sentimiento agridulce me invadió al mirar a Rem, quien no recordaba a Emilia. Ella explicó que éramos como una familia, y aunque las palabras de Rem eran sinceras, podía sentir el dolor en su voz.
A medida que caminábamos, discutimos la situación de la torre. "Derribemos el festival de la comida de esos tres hermanos con el poder de nuestros lazos", propuse, consciente de que la situación era crítica.
Detallé los cuatro problemas que enfrentábamos: los arzobispos, las ma bestias, Reid y la que aparece cuando las reglas son rotas. Al repetir las cuatro reglas que habíamos aprendido, sentí que era un momento decisivo. "Llegado el momento, ella se convertirá en nuestra enemiga, ya que alguien romperá las reglas".
Beatriz se sintió aliviada al saber que dos de esos problemas ya estaban siendo atendidos, y le expliqué que Julius estaba en el segundo piso enfrentando a Reid. La confianza de todos era palpable, pero aún había una sombra de preocupación.
"¿Varus, estás seguro de que Juli estará bien?", preguntó Rahm, su voz llena de duda.
"Claro. Confío en él", respondí, aunque por dentro sabía que la batalla sería feroz.
"Eso es todo lo que está pasando en la torre. Ahora tenemos que clasificar a las mejores personas para cada encuentro. Aquí es donde puedo brillar y usar al máximo mis talentos", dije, sintiendo una oleada de determinación.
"Deja de elogiarte a ti mismo y comienza a repartir tareas", me retó Rahm, y con eso, la guerra comenzó.
"Uno para todos y todos para uno. No podemos ganar sin tener a todos a bordo. No podemos perder ni uno solo de nosotros. Empezaremos a ganar si tenemos a todos porque vinimos a esta torre para recuperar lo que nos quitaron", completó Envidia, resonando con fuerza en mis pensamientos.
Mientras el grupo se organizaba, sentí que el peso de la responsabilidad se desvanecía. Cada uno de nosotros tenía un papel que desempeñar, y aunque el camino sería difícil, estábamos juntos.
Rahm se acercó, y le expliqué cómo funcionaba mi poder, pidiéndole que terminara la batalla rápidamente. "Cuídate, Varus. Si mueres, no podré volver a ver a Red", me dijo, con sinceridad en sus ojos.
"Si, también te amo", respondí, un poco sarcástico, pero en el fondo, sabía que nuestras vidas estaban entrelazadas por un lazo más fuerte que cualquier adversidad.
Mientras Rahm se alejaba para enfrentar su combate, regresé con Emilia y Beatriz, quienes me esperaban ansiosas. "¿Estará bien Rahm?", preguntó Emilia, y le aseguré que sí.
La batalla continuaba, y mientras el caos se desataba alrededor, sabía que debíamos mantenernos unidos. La torre podría ser un lugar de oscuridad, pero juntos éramos la luz que iluminaba el camino hacia la victoria.
Con un suspiro de determinación, me preparé para enfrentar lo que vendría. Estaba listo para luchar por todos nosotros, por cada recuerdo compartido y por un futuro que aún teníamos por construir. La batalla apenas comenzaba, y con el poder de nuestros lazos, no había nada que no pudiéramos superar.