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Chapter 52 - cap 52

Naegi Makoto se encontraba de pie sobre el balcón, respirando profundamente, intentando procesar los recientes eventos que habían marcado su vida de una manera que nunca imaginó. La sensación de ser vaporizado por el ataque de Rey de Astrea todavía vibraba en su mente, como un eco que se negaba a desvanecerse. Sin embargo, su muerte había sido breve y sin dolor, y en un instante, se encontró de nuevo junto a Chawla y Mail, en un rincón de la torre que habían jurado proteger. La pregunta que le había formulado a Chawla resonaba en sus pensamientos: "¿Te sacrificarías por mí?"

La respuesta de Chawla había sido inmediata, casi instintiva. "Si el maestro me lo pide, lo haré sin dudarlo". Su tono era tranquilo, como si estuviera hablando de un simple quehacer cotidiano. Pero Naegi, con su característica naturaleza amable y cautelosa, quedó pensativo ante la certeza de su respuesta. Podía sentir la sinceridad en sus palabras, pero también una sombra de preocupación. Isaula, quien había estado escuchando, interrumpió con una nota de lógica: "No creo que este sea el mejor momento para hablar de sacrificios. Hay cientos de bestias atacando la torre, y ambos son parte del grupo que debe enfrentarlas".

Mientras Naegi reflexionaba sobre la situación, recordó las instrucciones que habían discutido antes de perder sus recuerdos, las reglas que regían su estancia en la torre. "Primero, está prohibido salir de la torre sin completar las pruebas. Segundo, está prohibido romper las reglas de los juicios...", enumeró Chawla, pero Naegi sabía que había una quinta regla, una que parecía pesar sobre la atmósfera como una nube oscura.

"¿Y la quinta regla?", preguntó Naegi, tratando de obtener más claridad sobre el misterio que rodeaba a Chawla. Ella, visiblemente incómoda, intentó cambiar de tema, moviendo la cabeza con desdén. "No quiero hablar de eso", susurró, su voz cargada de una tristeza que Naegi no podía ignorar. Había pasado cuatro días con el maestro, pero cuatrocientos años de espera no podían resumirse en tan poco tiempo. La presión que sentía Chawla era palpable, y su deseo de no decepcionar a Naegi lo hacía aún más complicado.

"Si hablo de eso, el maestro notará la manera de vencer las pruebas y mi tiempo con él terminará", continuó Chawla, con lágrimas en los ojos. Naegi sintió una punzada en su corazón. Ella se estaba debatiendo entre sus propias emociones y el deseo de protegerlo. "No te odiaré", le aseguró Naegi, "pero tu silencio me ha llevado a situaciones difíciles".

El momento se tornó tenso cuando Chawla, atrapada en sus sentimientos, levantó las manos para cubrir su rostro. "Alguien ha roto las reglas", murmuró, su voz transformándose en un tono grave y monstruoso. Era evidente que la transformación estaba comenzando. Naegi se acercó a ella y la abrazó con fuerza, sintiendo cómo su cuerpo comenzaba a arder.

"Si me transformo, me convertiré en una máquina de matar. Por favor, ordena que muera. Así podré detenerme", suplicó. El peso de sus palabras se posó sobre Naegi, quien sintió que su corazón se rompía. "Dime la quinta regla", insistió, sintiendo que era la única manera de ayudarla en ese momento crítico. Chawla, entre sollozos, finalmente cedió: "No está prohibido destruir las pruebas".

Con esa revelación, Chawla empujó a Naegi, pero él había encontrado una extraña libertad en su decisión. En un instante, se lanzó hacia atrás, cayendo del balcón. Mientras descendía, vio a Chawla saltar tras él, extendiendo su mano para salvarlo. "Solo quiero salvarte", le gritó. Pero la transformación de Chawla no se detuvo; su brazo se cubrió de armadura negra y su mano se convirtió en una tenaza.

"¡Maestro!" gritó, mientras su forma se iluminaba con energía. Naegi sabía que lo que estaba a punto de suceder sería devastador. "No dejaré que me mates", dijo con determinación, "porque eso haría llorar a Chawla". En sus últimos instantes, se sintió en paz, decidido a proteger a todos a su alrededor, incluso si eso significaba sacrificar su propia vida una vez más.

Al caer al suelo, una oleada de energía lo envolvió y, como siempre, la mala suerte de Naegi parecía jugar a su favor. En el caos, se encontró con Julius, quien lo esperaba con una determinación renovada. "En el segundo piso, hay un arzobispo de la gula y el rey. Gula intentará devorar a Rey, y debemos detenerlo", le dijo Julius mientras Naegi se unía a él y Beatriz para enfrentar la siguiente prueba.

Al llegar, el espectáculo que se presentaba ante ellos era desgarrador. Roy y Reid estaban atrapados en una lucha feroz, el arzobispo de la gula disfrutando de su dominio sobre el debilitado Roy. La escena era una mezcla de destrucción y desesperación: huellas de una batalla, escombros y marcas de ataques. Sin embargo, lo más inquietante era la facilidad con la que Reid atormentaba a Roy, burlándose de su debilidad.

"¿Por qué sigues atormentándolo?", cuestionó Julius, su voz llena de indignación. "La dignidad de un espadachín no debería ser pisoteada". Pero Reid simplemente sonrió, disfrutando de su poder. "Solo aquellos dignos de enfrentarme pueden tomar las pruebas", replicó.

Naegi observó con creciente angustia. Si Roy caía, no solo perderían un aliado, sino que sería un paso más hacia la derrota. Sin embargo, lo que sucedió a continuación fue aún más sorprendente. Reid, al sentirse amenazado por la llegada de Julius y Naegi, cambió de táctica, dejando a Roy caer sin piedad.

El caos se intensificó cuando Roy fue devorado por la gula, un acto que dejó a Naegi atónito. "Se lo comió", murmuró, sintiendo que la desesperación se cernía sobre ellos. Sin embargo, no había tiempo para lamentaciones. La batalla apenas comenzaba y el Rey de Astrea había resurgido, tomando posesión del cuerpo de su víctima.

"Así es como funciona la vida", dijo el Rey con una sonrisa burlona. "Comer o ser comido". La tensión en la habitación se sentía como una cuerda a punto de romperse. Naegi sabía que la batalla no se detendría ahí. La vida de sus amigos estaba en juego, y era su responsabilidad protegerlos.

Con cada intercambio de golpes, Naegi se sintió más pequeño. "Debo hacer algo", pensó. "No puedo dejar que esto termine así". La lucha continuó, y con cada golpe y cada herida, la cuenta regresiva de Naegi comenzó. "Uno. La pelea entre Rey y Gula no puede ser detenida. Dos. Si se trata de Julius, existe una posibilidad de éxito. Tres. Pero yo no tengo posibilidades de tener éxito".

La lucha apenas comenzaba, y aunque la esperanza parecía desvanecerse, Naegi sabía que no podía rendirse. La vida de sus amigos dependía de él, y él estaba decidido a hacer todo lo posible para salvarlos, incluso si eso significaba enfrentarse a la muerte una vez más.

Naegi Makoto despertó nuevamente en un lugar que le era familiar, pero que a la vez le resultaba inquietante. La biblioteca, un refugio de conocimientos y secretos, se alzaba a su alrededor, iluminada por una suave luz que parecía querer consolarlo. Había muerto y regresado de la muerte más veces de las que podía contar. Quince veces, para ser precisos, y cada una de esas muertes pesaba sobre él como el más denso de los yelmos. Sin embargo, su espíritu no se doblegaba.

Se sentó en el suelo frío de la biblioteca, tratando de recobrar la calma, pero la confusión y la frustración lo invadían. La derrota y el sufrimiento que había presenciado se repetían en su mente, como un eco persistente de lo que había perdido. Sabía que debía levantarse y seguir adelante, pero en ese momento, el peso de su propia fragilidad lo acorralaba.

"Solo he muerto quince veces", se repitió, como un mantra que intentaba infundirle valor. "No es nada". Pero la verdad era que cada muerte había sido un recordatorio de cuán precaria era su existencia en este mundo lleno de enemigos y desafíos.

De pronto, una luz tenue lo llamó desde una de las estanterías. Era un destello pequeño, casi insignificante, pero parecía tener un propósito claro. Naegi se acercó, intrigado, y cuando llegó a su destino, se encontró frente a un libro negro, desgastado y polvoriento. La cubierta estaba adornada con letras japonesas que formaban su nombre: "Naegi".

Su corazón se aceleró. El libro, que no debería existir en este mundo, parecía estar allí por una razón. La curiosidad lo llevó a abrirlo, y al hacerlo, la biblioteca se llenó de una luz dorada que lo envolvió en un cálido abrazo. Las páginas se pasaron solas, como si un viento invisible las guiara, revelando historias de lo que había sido y lo que podría ser.

Mientras leía, imágenes de sus amigos y aliados pasaron ante sus ojos: Emilia, Ram, Beatriz y los demás. Cada uno de ellos enfrentando sus propias batallas, luchando con valentía en un mundo que parecía desmoronarse a su alrededor. Recordó sus risas, sus luchas, y las promesas que se habían hecho. No podía dejar que sus sacrificios fueran en vano.

"Debo hacer algo", pensó Naegi, su determinación renaciendo con cada palabra que leía. Con cada página, sentía que el poder del corazón de león resurgía en él, una fuerza que lo empujaba a actuar y a no rendirse. Sabía que debía volver a la batalla, a enfrentar a Rey de Astrea y a Ley Baten Kaitos, y que esta vez no podría fallar.

Con un nuevo sentido de propósito, cerró el libro y se levantó. La biblioteca, ahora iluminada con una luz brillante, parecía aplaudir su decisión. "No puedo dejar que mueran más", murmuró para sí mismo, "no mientras yo esté aquí".

Con el corazón palpitando de emoción y miedo, Naegi emprendió su camino hacia la salida de la biblioteca. Los ecos de sus muertes pasadas resonaban en su mente, pero esta vez no los veía como fracasos, sino como lecciones. Cada experiencia, cada dolor, lo había llevado hasta este momento, y estaba listo para usar todo lo que había aprendido.

Al salir de la biblioteca, se encontró nuevamente en la torre, el aire espeso de la batalla lo envolvió. El suelo temblaba bajo sus pies, y la desesperación de sus amigos resonaba en el aire. Pero también sentía algo más: esperanza. Sabía que no estaba solo en esta lucha y que juntos podrían enfrentar cualquier desafío.

Naegi corrió hacia el campo de batalla, buscando a sus amigos. Con cada paso, la confianza crecía en su pecho. "¡Emilia! ¡Ram! ¡Beatriz!", gritó, su voz resonando con fuerza. Quería que supieran que regresaba, que no se rendiría y que estaban juntos en esto.

Al encontrarse con ellos, vio el cansancio en sus rostros, pero también vio la determinación. "¡Estamos juntos en esto!", exclamó, sintiendo el poder de su conexión. "No dejaremos que la sombra de nuestros enemigos nos consuma. Esta vez, vamos a ganar".

Emilia sonrió, su mirada iluminándose con la determinación renovada. "Tienes razón, Naegi. Juntos, podemos superar cualquier obstáculo". Ram, con su mirada decidida, asintió. "Lucharemos hasta el final".

Beatriz, siempre con su aire de confianza, se unió a ellos. "Como el gran espíritu que soy, no permitiré que esto termine aquí. ¡Vamos a demostrarles de qué estamos hechos!"

Con su grupo unido, Naegi sintió una oleada de fuerza recorriendo su ser. Sabía que el camino sería difícil, que aún tendrían que enfrentar a Ley Baten Kaitos y a Rey de Astrea, pero esta vez no lo harían solos. Esta vez lucharían juntos, como un verdadero equipo.

Las sombras que los acechaban no sabían lo que les esperaba. Naegi había aprendido de cada fracaso, de cada muerte. Y ahora, estaba listo para hacer frente a la adversidad, no por sí mismo, sino por todos aquellos que habían creído en él.

"Vamos a hacer que cuente", dijo, con una sonrisa decidida. El grupo se preparó para la batalla, y mientras el rugido del conflicto se intensificaba, Naegi sabía que esta vez, no fallarían. La luz de su amistad brillaría más fuerte que cualquier sombra que se presentara en su camino.