Cuando abrí los ojos, lo primero que sentí fue desconcierto. Mi cuerpo no respondía como esperaba; cada movimiento era torpe, débil. La sensación era extraña, casi surrealista, pero lo más alarmante era el lugar en el que estaba. No reconocía nada: ni el cuarto, ni los objetos que me rodeaban, ni la voz que resonó a mi lado.
"¡Oh, mi niño precioso! ¡Finalmente estás despierto!"
Una mujer joven me miraba con una mezcla de alegría y ternura. Era hermosa, con cabello oscuro y ojos llenos de calidez, pero lo que más me desconcertó fue cómo me hablaba.
"¿Qué demonios están pasando...?" Pensé, aunque las palabras no salieron de mi boca. Solo logré emitir un balbuceo ininteligible. Intenté moverme, pero mi cuerpo, pequeño y frágil, no respondía como quería.
Fue entonces cuando me di cuenta. Este no era mi cuerpo.
Había renacido.
Pasaron días, quizás semanas, antes de que entendiera completamente mi situación. Estaba en el cuerpo de un niño pequeño, de apenas tres años, en una familia completamente nueva. Mi madre, Akane, era amable y protectora, mientras que mi padre, Haruto, era reservado pero cariñoso. Todo en ellos irradiaba amor, un amor que no recordaba haber recibido en mi vida anterior.
En mis primeros días, me limité a observar y analizar. Había algo reconfortante en ser cuidado de esta manera, pero mi mente seguía atrapada en pensamientos del pasado. Recordaba perfectamente quién era antes de este cuerpo: un hombre de 28 años con una pasión desbordante por el fútbol, truncada por una lesión que terminó con mi sueño de ser futbolista profesional. Esa pérdida había definido mi vida, y ahora, aquí estaba, comenzando desde cero.
"No puedo desperdiciar esta oportunidad", me repetía constantemente.
Cuando mi cuerpo comenzó a responder mejor, descubrí algo inesperado. Aunque era pequeño, había algo innato en mí, una coordinación y un control que no se correspondían con mi edad. Todo se hizo evidente un día cuando Haruto trajo un pequeño balón a casa.
"Es para ti, Daiki", dijo con una sonrisa, usando el nombre que mis nuevos padres me habían dado.
En cuanto toqué el balón, algo en mí despertó. Aunque mi cuerpo era pequeño, mi mente sabía exactamente qué hacer. Comience a patearlo con cuidado, probando movimientos básicos. Mi padre me observará con asombro.
"Es increíble... parece que nació para esto", dijo en voz baja, aunque lo escuché perfectamente.
No tardé en tomar el balón como parte de mi rutina diaria. Cada día me esforzaba un poco más, probando movimientos, intentando dominar mi cuerpo. No era fácil. Aunque mi mente sabía lo que debía hacer, mi cuerpo todavía tenía limitaciones. Pero no me rendía. Después de todo, tenía algo que en mi vida pasada nunca había tenido: tiempo.
A los cuatro años, mi progreso era evidente. Cada día pasaba horas con el balón, perfeccionando mi técnica. Para mis padres, parecía que era un niño con un talento natural, pero en mi interior sabía que esto era fruto de mi determinación y de los recuerdos de mi vida pasada.
Un día, mientras jugaba en el parque, un grupo de niños mayores se acercó.
"¡Oye, niño! ¿Quieres jugar con nosotros?" preguntó uno de ellos.
"Claro", respondió, ocultando mi emoción tras una expresión tranquila.
El partido comenzó, y aunque mi cuerpo aún no estaba completamente desarrollado, mi mente compensaba esa carencia. Anticipaba movimientos, leía jugadas y encontraba espacios donde nadie más veía oportunidades. Aunque no corría tan rápido ni era tan fuerte como los demás, mi control del balón y mi precisión eran suficientes para destacar.
"¿Quién es este niño?" preguntó uno de los mayores al final del juego.
"Solo alguien que ama el fútbol", respondió con una sonrisa.
Mi actitud madura parecía desconcertarlos, pero no les di importancia. Mi único objetivo era mejorar cada día.
Cuando mi padre vio lo rápido que progresaba, decidió que era hora de dar un paso más. "Daiki, creo que deberías unirte a un equipo infantil. Es hora de que compitas en serio."
No respondí de inmediato. Aunque la idea me emocionaba, también sentí un leve temor. Sabía que competir significaba exponerse, y una parte de mí temía destacar demasiado y llamar la atención antes de tiempo. Pero al final, mi pasión por el fútbol superó cualquier duda.
"Está bien, papá. Estoy listo", le dije con determinación.
Mi primer día en el equipo fue un desafío. Los entrenamientos eran más exigentes de lo que esperaba, y los otros niños me miraban con escepticismo. Pero en cuanto tuve el balón en los pies, todo cambió. Mi visión del juego, mi precisión y mi control destacaban, incluso entre los niños mayores.
"Este chico tiene algo especial", dijo el entrenador al final del entrenamiento.
Poco a poco, fui ganándome el respeto de mis compañeros y el interés de los entrenadores. Sabía que esto era solo el comienzo, pero no podía evitar sentir una mezcla de orgullo y alivio. Esta vez, todo sería diferente. Esta vez, cumpliría mi sueño.
Si es que no les gusta algo o tienen alguna opinión de como va la historia háganme saber, y yo con gusto are los cambios o peticiones