El sol de la mañana se filtraba a través de las hojas del bosque, proyectando sombras suaves que danzaban sobre el suelo. La brisa fresca acariciaba los rostros de los estudiantes mientras comenzaban a recoger sus cosas para regresar a la escuela. Sin embargo, lejos del bullicio de los demás, Kotaro caminaba tranquilamente por un sendero del bosque, sus pasos apenas audibles sobre las hojas caídas. A su lado, Naomi lo seguía de cerca, visiblemente preocupada, su mirada se fijaba en el codo de Kotaro que aún mostraba signos de dolor.
—¿Estás seguro de que te sientes bien? —preguntó Naomi, con la voz cargada de culpa mientras lo observaba atentamente.
Kotaro, siempre sereno, le dirigió una mirada tranquila, con una media sonrisa que rara vez mostraba en público.
—Te lo he dicho... Estoy bien —respondió suavemente, con un tono que transmitía tranquilidad.
Naomi, sin embargo, no podía dejar de pensar en la caída en el riachuelo la noche anterior. La imagen de Kotaro protegiéndola aún estaba fresca en su mente. Él se había lastimado por salvarla, y ella no podía evitar sentirse responsable. Mientras caminaban en silencio, el crujir de las hojas bajo sus pies fue el único sonido que llenaba el aire hasta que Naomi, con la mirada baja y los ojos inquietos, rompió la calma.
—Ahora que lo pienso... siempre me estás salvando, Kotaro. Me has ayudado tantas veces sin que yo lo pidiera... —dijo Naomi, su voz temblando ligeramente mientras se llenaba de emociones confusas, recuerdos de los momentos que habían compartido recientemente cruzando su mente.
Kotaro se detuvo por un momento, girando levemente la cabeza hacia ella, dejando que la brisa fresca del bosque moviera con suavidad su cabello oscuro. La luz del sol atravesaba las ramas y caía sobre su rostro, dándole un aspecto casi etéreo que Naomi no pudo evitar notar. Se veía diferente en ese instante.
—No es nada —respondió Kotaro con su típica calma—. No lo hago por una razón especial. Simplemente... me nace. Quiero verte bien.
Esas palabras resonaron profundamente en Naomi, quien sintió cómo su corazón daba un vuelco. Él lo decía con una sinceridad desarmante. Recordó la noche anterior, la manera en que la había protegido sin pensarlo dos veces, el calor de su cuerpo mientras estaban juntos, el contacto de su mano sobre su cabeza, el gesto suave que la había calmado. Su rostro se calentó lentamente, y una oleada de emociones la envolvió.
«¿Por qué siempre me haces sentir de esta forma?» pensó Naomi, intentando no parecer tan avergonzada mientras Kotaro caminaba un poco por delante.
El rubor se extendió por sus mejillas, y sin querer, apartó la mirada hacia el bosque, aunque sentía que él estaba tan cerca que incluso podía escuchar sus pensamientos. La sensación de seguridad que le brindaba Kotaro, mezclada con la creciente atracción que comenzaba a notar, la desconcertaba y, al mismo tiempo, le daba paz.
El camino de regreso en el autobús hacia la escuela era relajado. Algunos estudiantes hablaban entre ellos, aunque la mayoría dormía, agotados por las actividades del día anterior. Los rayos del sol del mediodía atravesaban las ventanas del autobús, iluminando suavemente a los pasajeros que se rendían al cansancio.
Naomi, por su parte, había encontrado un asiento junto a Kotaro. Aunque su mente seguía reviviendo los eventos recientes, sentía que ahora había una nueva conexión entre ellos, algo que antes no había estado allí. Lo miró de reojo, viendo cómo Kotaro, aparentemente agotado por el día, se acomodaba en el asiento, cerrando los ojos.
«Debe estar realmente cansado...» pensó Naomi mientras ella también se dejaba llevar por la tranquilidad del viaje.
Sin embargo, apenas unos minutos después, sintió un peso ligero sobre su hombro. Miró hacia abajo y vio la cabeza de Kotaro apoyada en su hombro. Un calor inesperado subió por su cuello hasta sus mejillas. Su corazón empezó a latir rápidamente, una mezcla de sorpresa y nerviosismo la invadió.
«¡Eh!, no puede ser... ¡está tan cerca que va a oír mis latidos!» pensó, completamente inquieta mientras intentaba controlarse.
Naomi sintió como si el tiempo se detuviera. La presencia de Kotaro a su lado era tranquilizadora, pero a la vez abrumadora. El latido de su corazón parecía sonar con fuerza en sus oídos, pero al ver que Kotaro estaba completamente dormido, se dio cuenta de que él no percibía su nerviosismo.
En medio de su propio desconcierto, notó que Saori, desde el asiento delantero, la miraba con una sonrisa traviesa. Su amiga, siempre directa, le lanzó una mirada de complicidad y aprobación, lo que no hizo más que aumentar el rubor de Naomi.
«No.… esto es demasiado...» pensó, mientras trataba de relajarse.
Finalmente, aceptó la situación. No quería despertarlo. Kotaro, que siempre estaba serio, casi inalcanzable, ahora descansaba de manera tan despreocupada sobre su hombro, como si, por primera vez, hubiera bajado las barreras que lo mantenían apartado de todos. Sin poder evitarlo, Naomi cerró los ojos y permitió que el momento la envolviera.
Había algo especial en esa paz compartida, algo que no había sentido antes. Sin importar lo que viniera después, por primera vez Naomi sintió que estar cerca de Kotaro era donde realmente quería estar.
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Naomi caminaba a paso ligero al lado de Kotaro, aún preocupada por su codo. La noche ya había caído, y las luces de las farolas del vecindario dibujaban sombras alargadas en el suelo. Kotaro, aunque agradecido por su compañía, mantenía su semblante serio, mirando ocasionalmente a Naomi, que no dejaba de observarlo discretamente, como si cada pequeño movimiento suyo pudiera indicar que algo andaba mal.
—Naomi, en serio no tienes que acompañarme. —Kotaro rompió el silencio con su habitual tono calmado, pero había un leve toque de incomodidad en su voz—. No quiero que llegues tan tarde a casa.
—No te preocupes, de verdad... —Naomi negó rápidamente con la cabeza—. Quiero asegurarme de que llegas bien.
Aunque su determinación era firme, en su interior, el corazón de Naomi latía rápidamente, y no solo por la preocupación por Kotaro. Algo más la inquietaba, una sensación que había nacido durante los últimos días. Kotaro parecía diferente para ella, y aunque intentaba evitar pensarlo, ese leve nerviosismo no desaparecía.
Cuando finalmente llegaron a la puerta de la casa de Kotaro, su madre los recibió. Con una expresión gentil, y aunque intentaba mantenerse serena, era obvio que la preocupación la había invadido.
—¡Kotaro! —exclamó la madre, corriendo hacia él y envolviéndolo en un abrazo maternal, que por un breve momento lo dejó inmóvil—. Me llamaron y me dijeron lo que pasó. ¡Estaba tan preocupada!
Antes de que Kotaro pudiera decir algo, Naomi, en un acto reflejo, se adelantó.
—Lo siento mucho. —Su voz temblaba, y sus ojos se llenaron de lágrimas repentinas—. Fue por mi culpa... todo fue un accidente, pero si no hubiera sido por mí...
Su cabeza se inclinó en señal de disculpa. El dolor en su pecho era evidente. Estaba convencida de que Kotaro había sufrido por su torpeza, y ahora lo que más deseaba era enmendarlo, aunque fuera imposible.
Kotaro, al ver la angustia en Naomi, intervino de inmediato.
—No fue tu culpa, Naomi —dijo con seriedad, pero con un toque de calidez que intentaba tranquilizarla—. Todo fue un accidente. No tienes que presionarte por eso.
Se giró hacia su madre, que observaba a Naomi con ojos comprensivos.
—Fue solo un golpe. No hay dislocación ni nada grave. Estaré bien en un par de días.
La madre de Kotaro asintió, aún preocupada, pero aceptando la explicación.
—Gracias por acompañarlo, Naomi. Sé que lo cuidas bien.
Naomi sonrió, aunque su corazón seguía agitado. Cuando se despidió y caminó de regreso a casa, sus pensamientos no dejaron de girar en torno a Kotaro, su gesto amable, su calma bajo presión. Algo había cambiado dentro de ella.
Al día siguiente, en el camino a la escuela, Naomi caminaba al lado de Saori, quien estaba llena de energía como siempre.
—¿Y cómo sigue Kotaro? —preguntó Saori, lanzando una mirada curiosa hacia su amiga—. Ayer me preocupé mucho por lo que pasó.
—Está mejor —contestó Naomi, tratando de sonar tranquila—. No regresará a la escuela en dos días. El golpe en el codo no fue tan grave, pero necesita reposo.
—¡Qué alivio! —Saori soltó un suspiro exagerado—. ¿Sabes que me asusté muchísimo esa noche? Cuando no regresabas con él, salí a buscarte con las demás. Estaba tan preocupada...
De repente, Saori la abrazó por los hombros con fuerza, sorprendiendo a Naomi.
—No quería que te pasara nada malo. —La voz de Saori, aunque bromista, tenía un toque de sinceridad—. Menos mal que tuviste a tu príncipe protector para cuidarte.
Naomi, esta vez, no reaccionó con una protesta rápida como solía hacer cuando Saori la molestaba con Kotaro. En cambio, su mente la llevó de vuelta a la noche anterior. Recordó cómo Kotaro había corrido hacia ella, cómo la había cubierto con su propio cuerpo, y sus palabras... "Estoy más tranquilo si tú estás bien". Esos recuerdos la hicieron sonrojar profundamente, y su corazón comenzó a latir con más fuerza.
«¿Qué me está pasando?» pensó para sí misma, completamente desconcertada por la intensidad de sus propios sentimientos.
Saori, notando la expresión perdida de su amiga y el color en sus mejillas, se acercó y movió su mano frente a su rostro.
—¡Tierra llamando a Naomi! —dijo en tono burlón—. ¿Te sucede algo? Estás roja como un tomate. ¿Te sientes bien?
Naomi, tocándose el rostro con rapidez y dándose cuenta de que estaba sonrojada, balbuceó:
—¡N-no es nada! Solo estaba pensando...
Antes de que Saori pudiera decir algo más, Naomi apresuró sus pasos, adelantándose con el rostro encendido por la vergüenza. Saori, siempre observadora, dejó escapar una risita mientras la seguía.
—Hmm... Nao, Nao... —susurró para sí misma, sonriendo con picardía—. Creo que algo está pasando aquí.
Mientras Naomi se alejaba, su corazón seguía acelerado. Aún no entendía lo que le estaba ocurriendo, pero una cosa era segura: Kotaro había dejado de ser solo el chico tranquilo y misterioso. Para ella, algo más había empezado a florecer.
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Los días sin Kotaro en la escuela parecían transcurrir más lentamente para Naomi. Aunque sabía que solo serían un par de días, su mente no podía dejar de pensar en él. La culpa por el accidente seguía rondando su cabeza, pero también... algo más. Algo que empezaba a preocuparla, y no precisamente por el golpe en el codo de Kotaro.
Decidida a ayudarlo, Naomi había pasado ambos días visitándolo en su casa, llevando apuntes y tareas para que no se quedara atrás con las clases. Pero, además de eso, su preocupación por él se había convertido en una especie de misión autoimpuesta. Se sentía responsable, y había decidido que, como parte de su disculpa, lo cuidaría en todo lo que pudiera.
Kotaro, por su parte, no estaba exactamente contento con eso.
—Naomi, no tienes que hacer todo esto —dijo Kotaro, algo incómodo mientras Naomi le extendía una bandeja con comida.
—¡Claro que sí! —respondió Naomi, poniendo la bandeja en el escritorio frente a él con una determinación que lo desarmaba—. Es lo menos que puedo hacer después de... bueno, ya sabes, lo del riachuelo y tu codo.
Kotaro suspiró, resignado. Sabía que discutir con Naomi en este estado no iba a llevarlo a ningún lado. Ella estaba decidida y no iba a cambiar de idea tan fácilmente. Además, aunque no lo admitiera, secretamente agradecía su presencia. Hacía que la recuperación fuera... menos solitaria.
Naomi corría de aquí para allá, organizando las cosas, asegurándose de que Kotaro no tuviera que moverse mucho. Cuando la madre de Kotaro llamó desde la cocina para anunciar que la comida estaba lista, Naomi prácticamente saltó del asiento.
—¡Voy yo! —gritó rápidamente, dejando a Kotaro sin oportunidad de reaccionar.
Mientras bajaba las escaleras, Naomi pensaba: «Voy a ayudarlo en todo lo que necesite. Lo levantaré, lo ayudaré con sus tareas, lo cuidaré como se merece.»
Pero entonces, un pensamiento un tanto más... curioso... apareció en su mente: «¿Y si también tuviera que darle la comida en la boca?» Naomi sintió sus mejillas arder inmediatamente. Luego, su imaginación fue aún más allá, llevándola a la imagen de Kotaro desvestido, como la vez que accidentalmente lo vio quitarse la camisa. «¿Y si también tuviera que ayudarlo a.… a cambiarse de ropa?»
Sacudió la cabeza bruscamente, intentando deshacerse de esos pensamientos.
—¿En qué estoy pensando? —susurró para sí misma, aún sonrojada.
—¿Perdón? —La voz de la madre de Kotaro la sacó de sus cavilaciones. La mujer la miraba con curiosidad—. ¿Sucede algo?
Naomi, aún más sonrojada y algo nerviosa, balbuceó:
—N-nada. Yo... ¡No es nada! —Y antes de que pudiera seguir metiéndose en problemas, tomó la bandeja de comida y subió las escaleras apresuradamente, dejando a la madre de Kotaro completamente confundida.
Durante esos dos días, Naomi pasó gran parte del tiempo observando a Kotaro. Cada vez que él se movía o hablaba, sus ojos lo seguían, y su mente comenzaba a llenarse de pequeños detalles que antes no había notado o, al menos, no había prestado tanta atención.
Se dio cuenta de que, a pesar de su aspecto tranquilo y reservado, Kotaro tenía una expresión serena que transmitía una seguridad inquebrantable. Incluso en esos momentos en los que estaba claramente incómodo por estar herido, él mantenía la calma. Sus manos, parecían fuertes, capaces de proteger... «capaces de protegerme», pensó Naomi, recordando nuevamente cómo la había salvado aquella noche.
«¿Desde cuándo empecé a ver a Kotaro de esta forma?» pensó, perdida en sus pensamientos mientras lo observaba trabajar en silencio.
Era como si todo sobre él se hubiera amplificado ante sus ojos: su cabello desordenado, pero misteriosamente encantador; la profundidad de sus ojos cuando la miraba, y la forma en que su voz baja la tranquilizaba sin esfuerzo.
«No puede ser... ¿Estoy... enamorada de Kotaro?» se preguntó, horrorizada por la conclusión a la que había llegado.
Al día siguiente, Naomi iba de camino a la escuela con una mezcla de nervios y emoción. Había pasado la noche pensando en cómo actuaría cuando viera a Kotaro. Intentaba convencerse de que todo seguiría igual, que actuaría como siempre. «Todo normal, Naomi. Todo igual. Solo... actúa natural.»
Pero, cuando entró al salón y lo vio sentado en su lugar habitual, junto a la ventana, con la luz de la mañana suavemente iluminando su rostro, todo se fue al traste. Kotaro estaba mirando por la ventana, con el cabello levemente despeinado, y la suave brisa parecía acariciar sus mechones con una ligereza envidiable. Su perfil era como una pintura en movimiento, y Naomi sintió cómo su corazón se aceleraba.
«¿Siempre ha sido tan... lindo?» pensó mientras sus pasos se volvían lentos y torpes, casi como si caminara en cámara lenta.
Intentó saludarlo, pero sus palabras salieron entrecortadas y llenas de nerviosismo.
—Buenos días, Kotaro... —dijo, casi como un robot, con el rostro completamente sonrojado.
Kotaro levantó la mirada, sorprendido por el tono inusualmente torpe de Naomi. Frunció el ceño, pero no comentó nada.
—Buenos días, Naomi —contestó con su habitual calma.
Naomi se desplomó en su asiento rápidamente, aun sintiendo la intensidad de su propio sonrojo. «¡Ay no! ¡Esto no está bien! ¡No puedo ni hablarle sin ponerme nerviosa!» pensaba, mientras intentaba calmar sus acelerados latidos.
Justo en ese momento, Akane, con su inconfundible picardía, se acercó silenciosamente al oído de Naomi.
—¿Estás enamorada? —susurró, con una sonrisa traviesa.
Naomi, sobresaltada, miró rápidamente a Kotaro antes de negar torpemente con la cabeza.
—¡No, claro que no! ¿Qué estás diciendo? —dijo en un susurro desesperado, pero la respuesta solo hizo que Akane sonriera aún más.
—si... claro —dijo Akane, guiñándole un ojo y volviendo a su lugar, dejando a Naomi aún más confusa y sonrojada de lo que ya estaba.