La figura luminosa emergió de entre los escombros, y una energía antigua y poderosa envolvió el Gran Salón. Era un hombre de cabello plateado que caía como una cascada sobre sus hombros, con ojos dorados que parecían contener los secretos del universo. Su presencia irradiaba majestuosidad, pero su postura revelaba debilidad. Apoyado en un bastón tallado con runas brillantes, avanzó lentamente hacia Kael y Lynara.
Los guerreros ocultos retrocedieron instintivamente, reconociendo a la figura como algo más allá de su comprensión. Incluso los ancianos del clan, acostumbrados al poder, sintieron un escalofrío recorrer sus cuerpos.
—Kael... Lynara... —La voz del hombre resonó en el aire, cálida y melancólica, cargada de un peso indescriptible.
Lynara lo miró sorprendida, sus ojos se llenaron de lágrimas al reconocerlo.
—¡Zeyrion! ¿Cómo es posible que sigas vivo?
El hombre, Zeyrion, asintió débilmente.
—Hace mucho tiempo, Lynara, fui herido en una batalla que nunca debí haber luchado. Perdí casi todo mi cultivo y con él, mi propósito. Pero no podía ignorar tu llamada, ni la de este joven que lleva nuestra sangre.
Kael, apenas consciente, trató de levantarse, pero su cuerpo no respondía. Zeyrion extendió una mano hacia él, y una cálida energía envolvió su cuerpo, aliviando parcialmente su dolor.
—No hay tiempo para explicaciones —continuó Zeyrion, mirando a los guerreros y ancianos que lentamente comenzaban a reagruparse—. Este lugar está perdido para ustedes. El destino de este clan ya no es su lucha.
Valeria dio un paso adelante, su mirada llena de furia.
—¿Quién te crees que eres para intervenir en los asuntos del Clan Veylith? ¡Tu poder es insignificante comparado con el nuestro!
Zeyrion la miró con una mezcla de compasión y desdén.
—Tú, Valeria, y los que se alimentan de la ambición como tú, no son más que sombras que desaparecerán con el tiempo. Pero hoy no es el día para enfrentarme a ti.
Con un movimiento de su bastón, Zeyrion creó un vórtice de energía a su alrededor. El suelo tembló, y una serie de runas brillantes se formaron en el aire, creando un portal que comenzaba a pulsar con una luz cada vez más intensa.
—¡No dejaré que escapen! —gritó Darien, lanzándose hacia Zeyrion con su espada envuelta en llamas negras.
Lynara, a pesar de su herida, se interpuso entre Zeyrion y Darien. Con un esfuerzo supremo, convocó una barrera de energía esmeralda que detuvo el ataque de su hijastro.
—¡No te atrevas a tocar a mi hijo!
Darien retrocedió, sorprendido por la intensidad del poder de Lynara. Pero su ataque había debilitado aún más a la mujer. Ella cayó de rodillas, tosiendo sangre, mientras Zeyrion trataba de sostenerla.
—No hay más tiempo —dijo Zeyrion con urgencia, mirando a Lynara.
Ella asintió, su mirada encontrando la de Kael por última vez.
—Kael, mi amado hijo... vive. Sobrevive, y algún día recuperarás lo que te han arrebatado.
—¡Madre, no! —gritó Kael con desesperación al comprender lo que estaba sucediendo.
Con un esfuerzo final, Lynara canalizó el resto de su energía en el portal, estabilizándolo. Zeyrion tomó a Kael en sus brazos y lo arrastró hacia el portal mientras el joven luchaba por liberarse, intentando alcanzar a su madre.
—¡Lynara, ven con nosotros! —rogó Zeyrion, pero ella negó con la cabeza.
—Mi tiempo ha terminado, Zeyrion. Protége a Kael. Es nuestro legado.
El portal comenzó a cerrarse mientras Valeria y los guerreros intentaban atacar. Con un último destello de energía, Lynara levantó una barrera que repelió todos los ataques enemigos. El portal se cerró, dejando a Kael y Zeyrion en un mundo completamente diferente.
Kael cayó de rodillas al suelo, rodeado por un paisaje desolado y oscuro. El cielo era gris, y la tierra, yerma y sin vida. Apenas podía respirar, su cuerpo debilitado por el esfuerzo y su espíritu aplastado por la pérdida.
—¡Madre! —gritó con todas sus fuerzas, pero solo el eco de su voz respondió.
Zeyrion, ahora más débil que nunca, se arrodilló junto a él.
—Kael, lo siento. Hice todo lo que pude, pero no fue suficiente.
Kael lo miró con ojos llenos de lágrimas y rabia.
—¿Por qué? ¿Por qué no pudiste salvarla? ¡Tú debías ser fuerte!
Zeyrion bajó la mirada, incapaz de responder. En su interior, sabía que había fallado, pero también comprendía que el verdadero viaje de Kael apenas comenzaba.
Kael apretó los puños, sintiendo cómo la ira y el dolor se mezclaban en su interior. Su mente se llenó de imágenes de su madre sacrificándose, de los rostros de Valeria, Darien y todos los que le habían arrebatado todo.
—Juro... —murmuró con la voz temblorosa— que haré pagar a todos los que me traicionaron. No importa cuánto tiempo tome, no importa cuán bajo caiga... su destrucción será mi legado.
Zeyrion lo miró con preocupación, pero no dijo nada. Sabía que las palabras no podrían calmar el dolor de Kael en ese momento. Lo único que podía hacer era guiarlo en este nuevo mundo, enseñarle a sobrevivir y, tal vez, algún día, a encontrar paz.
El cielo sobre ellos comenzó a oscurecerse aún más, como si respondiera a la tormenta en el corazón de Kael. El joven, envuelto en tristeza y furia, no podía imaginar que este mundo desolado sería el lugar donde su verdadero poder se forjaría.