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Chapter 12 - Capítulo 12: El Precio de la Confianza

La noche en Velaris era engañosamente tranquila. Mientras Kael intentaba conciliar el sueño en la posada, el sonido de pasos sigilosos en el pasillo lo alertó. Se incorporó lentamente, sus sentidos agudizados por años de entrenamiento y desconfianza. Zeyrion, sentado en un rincón con los ojos entrecerrados, ya sostenía su bastón con firmeza. La joven, acurrucada en una esquina, despertó sobresaltada al notar la tensión en la habitación.

—Alguien viene —susurró Zeyrion, levantándose con dificultad pero sin perder su aire de autoridad.

Antes de que pudieran reaccionar, la puerta se abrió de golpe. Tres figuras encapuchadas irrumpieron en la habitación, empuñando dagas que destellaban bajo la tenue luz de la luna. Kael saltó de la cama, canalizando rápidamente su energía espiritual. Aunque sus cadenas de obsidiana habían sido removidas, el sello en su poder aún limitaba su fuerza.

—¿Qué quieren? —gruñó Kael, posicionándose entre los intrusos y la joven.

—El líder desea hablar con el chico —respondió uno de los encapuchados, señalando a Kael con su arma. Su voz era áspera, como si las palabras le quemaran la garganta.

Zeyrion dio un paso al frente, su bastón brillando con runas antiguas que Kael no había notado antes.

—Si quieren llevarlo, tendrán que pasar por mí —declaró el anciano, y aunque su cuerpo parecía frágil, su aura desprendía una presión abrumadora.

Los intrusos dudaron, intercambiando miradas nerviosas. En ese instante, la joven, impulsada por un instinto desconocido, extendió la mano hacia la lámpara de la mesa. Las llamas se elevaron de repente, formando un muro de fuego que separó al grupo de los atacantes.

—¡Corran! —gritó ella, sus ojos brillando con un destello dorado que none había mostrado antes.

Kael no lo pensó dos veces. Agarró a la joven del brazo y siguió a Zeyrion, quien abrió una ventana trasera con un golpe de su bastón. Saltaron al callejón oscuro, donde la niebla había engullido la ciudad. Los gritos de los encapuchados resonaron detrás de ellos, pero pronto se perdieron en la laberíntica red de callejuelas.

—¿Qué demonios fue eso? —preguntó Kael, mirando a la joven con recelo mientras corrían.

—No lo sé… solo supe que podía hacerlo —respondió ella, jadeando. Su voz temblaba, pero había una chispa de determinación en su mirada.

Zeyrion los guio hacia los límites de la ciudad, evitando a los guardias que patrullaban las murallas. Sin embargo, al llegar a una plaza desierta, se encontraron rodeados. Eryon emergió de las sombras, acompañado por una docena de guerreros. Su sonrisa amable se había transformado en una mueca de desprecio.

—Pensé que serían más inteligentes —dijo Eryon, ajustándose los guantes con gesto teatral—. Velaris no deja escapar a sus invitados tan fácilmente.

Kael apretó los puños, sintiendo cómo la energía elemental del viento comenzaba a responder a su llamado, a pesar del sello.

—¿Qué ganan con esto? —preguntó Zeyrion, manteniendo la calma mientras calculaba sus opciones.

—El poder de tu joven amigo es… exótico —respondió Eryon, señalando a Kael—. Y en este mundo, los recursos escasean. Su linaje podría alimentar nuestras defensas durante décadas.

La joven se interpuso entre Kael y los guerreros, sus manos aún temblorosas pero levantadas en un gesto desafiante.

—No los dejaremos tocarlo —dijo, y aunque su voz era frágil, el fuego en sus palmas ardía con furia.

Eryon rió, un sonido frío y metálico.

—Admirable, pero inútil.

Con un gesto de su mano, los guerreros cargaron. Kael liberó una ráfaga de viento que derribó a los primeros, mientras Zeyrion invocó barreras de energía para protegerlos. La joven, entre el caos, logró quemar las armas de dos atacantes con llamas precisas. Sin embargo, la superioridad numérica era abrumadora.

En el clímax de la batalla, un grito desgarrador resonó. Zeyrion cayó de rodillas, una daga clavada en su costado. Kael, cegado por la rabia, dejó escapar un rugido. El sello en su poder se resquebrajó por un instante, y una figura etérea de dragón surgió detrás de él, iluminando la noche con su resplandor dorado. Los guerreros retrocedieron, aterrorizados, y hasta Eryon palideció.

—¡Retírense! —ordenó el líder, su voz quebrada por el miedo—. ¡Es uno de ellos!

Mientras los enemigos huían, Kael se desplomó junto a Zeyrion. El anciano, pálido pero consciente, le susurró:

—El sello… se debilitó. Usa esto… para protegerla —señaló a la joven, cuya mirada ahora estaba llena de lágrimas.

Antes de que pudieran reagruparse, el suelo tembló. Las murallas de Velaris comenzaron a derrumbarse, y desde las profundidades de la tierra emergió una criatura colosal: un golem de piedra negra, sus ojos brillando con runas malditas. Eryon, desde la distancia, gritó con delirio:

—¡Si no pueden tenerlo, nadie lo hará!

Kael, exhausto pero determinado, se puso de pie. La silueta del dragón aún danzaba a su alrededor, y esta vez, sintió que el poder respondía a su voluntad. Con un grito, canalizó el viento y el fuego en un torbellino devastador que impactó contra el golem. La criatura se desintegró en escombros, y la onda expansiva derribó lo que quedaba de Velaris.

Cuando el polvo se asentó, solo quedaron ruinas. La joven, milagrosamente ilesa, ayudó a Zeyrion a caminar mientras Kael los guiaba fuera de la ciudad destruida.

—¿Adónde vamos ahora? —preguntó ella, su voz aún temblorosa.

Kael miró al horizonte, donde las primeras luces del amanecer teñían el cielo de rojo.

—A enfrentar mi destino —respondió—. Y a encontrar respuestas sobre quién eres realmente.

Mientras se alejaban, una figura los observaba desde las sombras de los escombros. Lyara, con su cabello dorado oculto bajo una capucha, sostenía un amuleto que brillaba con la misma energía que el dragón de Kael. Susurró para sí misma:

—No puedes escapar de lo que eres, Kael Veylith. Y yo… no dejaré que lo hagas.