El aire del nuevo mundo era denso y pesado, impregnado de una energía que parecía inerte, incapaz de sostener la vida o el cultivo. Zeyrion y Kael se encontraban en un valle oscuro y desolado, rodeados por montañas erosionadas y un cielo gris que nunca cambiaba. Para Kael, este lugar era un reflejo de su propio corazón: vacío, roto y cargado de desesperación.
Kael permanecía en silencio, sentado sobre una roca, con la mirada perdida en el horizonte. La imagen de su madre sacrificándose por él se repetía una y otra vez en su mente, como un martillo que golpeaba su espíritu sin cesar. La ira y el dolor lo consumían, pero también lo mantenían despierto.
Zeyrion, apoyado en un bastón improvisado, observaba a Kael desde unos metros de distancia. Su cuerpo estaba débil, y las heridas antiguas que lo habían dejado al borde de la muerte parecían arder con un nuevo fervor. Aun así, había una determinación en su mirada. Sabía que no podía rendirse ahora, no mientras el futuro de Kael, y posiblemente de su linaje, dependiera de él. Tras unos minutos de silencio, Zeyrion finalmente habló, su voz grave pero teñida de una profunda comprensión.
—Kael, sé que el peso que llevas es insoportable. Pero este no es el final de tu camino, sino el comienzo de uno mucho más grande.
Kael no respondió al principio, sus manos temblaban de pura impotencia. Finalmente, murmuró con voz quebrada:
—¿Por qué ella? ¿Por qué tuvo que sacrificarse? Si soy tan especial como todos dicen, ¿por qué no pude protegerla?
Zeyrion avanzó lentamente, cada paso acompañado por un dolor visible en su cuerpo. Se sentó junto a Kael, mirando el mismo horizonte vacío.
—Porque la grandeza no se mide por lo que tienes ahora, sino por lo que haces con lo que queda. Tu madre, Lynara, sabía lo que llevas en tu sangre. Su sacrificio no fue en vano, Kael. Ella confió en que cumplirías tu destino.
Kael giró la cabeza hacia él, con los ojos llenos de furia y lágrimas.
—Destino... Estoy harto de esa palabra. Mi destino me lo han arrebatado, mi vida, mi familia... todo.
Zeyrion suspiró profundamente, sintiendo el dolor en las palabras de su sobrino. Extendió su mano derecha, y de su palma emergió un tenue resplandor azul. Era débil, pero dentro de ese resplandor había un aura antigua y majestuosa. Kael lo miró, intrigado a pesar de su ira.
—Esto, Kael, es lo que queda de mi linaje. —La voz de Zeyrion se volvió más solemne—. Antes de que fuera herido y perdiera la mayor parte de mi poder, era conocido como el Señor del Viento Celestial. Mi dominio sobre el viento y el espacio no tenía igual en los reinos. Pero ese poder no proviene de técnicas comunes, sino de nuestra sangre.
Kael frunció el ceño, ahora prestando toda su atención.
—¿Nuestra sangre?
Zeyrion asintió lentamente.
—Nuestra línea de sangre, Kael, no pertenece a este mundo ni al clan Veylith. Es algo mucho más antiguo, algo que ni siquiera los ancianos podrían comprender. Es por eso que tu madre era especial, y es por eso que tú eres único. La clave de tu verdadero poder está en tu sangre, pero desbloquearlo requerirá algo más que voluntad.
Kael miró sus propias manos, sintiendo un leve temblor que no había notado antes. Era como si algo dentro de él intentara salir, pero estuviera sellado por capas de dolor y desesperación.
—¿Cómo despierto ese poder? —preguntó finalmente, con una mezcla de duda y esperanza en su voz.
Zeyrion observó el fuego que empezaba a encenderse en los ojos de Kael. Era tenue, frágil, pero era un comienzo. Acarició con cuidado el bastón improvisado que sostenía, como si las palabras que estaba a punto de decir llevaran el peso de siglos de conocimiento y responsabilidad.
—El despertar de tu sangre no es algo que pueda forzarse, Kael —respondió Zeyrion con calma, dejando que su tono templado penetrara en el torbellino emocional de su sobrino—. Requiere más que fuerza bruta o determinación. Necesitarás entender quién eres realmente, y para eso, primero debes enfrentar tus propias sombras.
Kael apartó la mirada, su mandíbula se tensó. La idea de enfrentar sus emociones le resultaba más aterradora que cualquier batalla que pudiera imaginar. Sin embargo, algo en las palabras de Zeyrion resonaba en su interior, como si una voz lejana tratara de alcanzarlo desde las profundidades de su alma.
—¿Mis sombras? —repitió, con un tono incrédulo y algo ácido—. Ya vivo rodeado de oscuridad, Zeyrion. No sé qué más podría enfrentar.
Zeyrion esbozó una tenue sonrisa, cansada pero llena de sabiduría. Levantó la mirada al cielo gris e inmutable, como si buscara algo en las alturas que solo él podía ver.
—Las sombras más peligrosas no son las que te rodean, Kael. Son las que llevas dentro. El resentimiento hacia tu padre, la culpa por no haber protegido a tu madre, la traición que te rompió el corazón... Todas esas heridas son cadenas. Y mientras sigan sujetándote, nunca podrás liberar el verdadero poder que hay en ti.
Kael apretó los puños, las palabras de Zeyrion golpeaban con precisión quirúrgica en los rincones más vulnerables de su ser. Quería gritar, defenderse, negar todo, pero no podía. Porque sabía que tenía razón.
—Entonces dime —exigió, con un tono áspero que escondía su vulnerabilidad—, ¿cómo corto esas cadenas?
Zeyrion guardó silencio por un momento, como si pesara cada palabra antes de pronunciarla.
—Primero, debes aceptar tu dolor. No luchar contra él, no esconderlo. Mirarlo de frente y convertirlo en parte de ti. Porque solo cuando aceptes quién eres por completo, incluso las partes que más te duelen, podrás avanzar.
Zeyrion se levantó lentamente, apoyándose en su bastón. El resplandor azul en su palma se desvaneció, dejando en el aire un eco de su poder.
—Hay un lugar en este mundo, Kael, un lugar donde tu sangre resonará con la verdad. Un altar olvidado por el tiempo, donde los ancestros de tu linaje dejaron su legado. Si realmente deseas despertar tu poder, te llevaré allí. Pero debes saber algo...
Kael levantó la vista hacia su tío, esperando lo que vendría.
—Ese altar no solo despertará lo mejor de ti, también liberará lo peor. No podrás ocultarte de lo que encontrarás allí. Si tienes miedo, este será el momento de detenerte.
Kael se puso de pie de golpe, sus ojos brillaban con una intensidad renovada. El miedo seguía dentro de él, pero algo más comenzaba a surgir. Algo más fuerte.
—He perdido demasiado, Zeyrion. Si ese altar puede mostrarme lo que debo enfrentar, lo haré. No importa lo que me espere, no me detendré.
Zeyrion lo miró con una mezcla de orgullo y preocupación. Sabía que este camino no sería fácil, pero también sabía que Kael estaba destinado a cosas mucho más grandes que cualquiera de ellos podía imaginar.
—Entonces prepárate, Kael. Partiremos al amanecer. El camino hacia el altar será largo y peligroso. Pero si llegamos allí... —una chispa de esperanza cruzó sus ojos cansados—, podrías cambiar el destino no solo del Clan Veylith, sino de todo lo que conocemos.
Kael asintió, con la mirada fija en el horizonte vacío. Por primera vez desde la muerte de su madre, sentía que el vacío dentro de él comenzaba a llenarse. No de consuelo, sino de propósito.
En ese momento, bajo el cielo gris de un mundo desolado, el joven que había sido consumido por la desesperación comenzó a dar los primeros pasos hacia convertirse en algo más. Algo que ni siquiera él podía comprender aún.
Zeyrion apoyó una mano en el hombro de Kael, en un gesto de apoyo silencioso.
—Descansa esta noche. Mañana comenzará tu verdadero viaje.
Y con esas palabras, ambos se quedaron en silencio, contemplando el horizonte mientras la tenue luz del día se desvanecía, dejando paso a una oscuridad que prometía tanto peligro como posibilidades.