La vasta llanura que se extendía ante ellos parecía interminable, cubierta de pastos oscuros y árboles retorcidos que proyectaban sombras inquietantes bajo el perpetuo cielo gris. Kael, Zeyrion y la joven avanzaban en silencio, conscientes de que este mundo, desconocido y hostil, ocultaba secretos que podían resultar letales.
Después de varios días de viaje, durante los cuales sobrevivieron con lo poco que encontraron, avistaron una ciudad en el horizonte. Los muros de piedra negra que la rodeaban irradiaban una sensación de solidez y antigüedad. Las puertas principales, decoradas con intrincados grabados, estaban custodiadas por hombres de aspecto imponente. Llevaban armaduras de un metal opaco y armas que parecían destilar un leve brillo energético.
—¿Crees que sea seguro? —preguntó Kael, su mirada fija en las puertas.
Zeyrion, quien caminaba con un bastón improvisado, observó detenidamente a los guardias. Aunque parecían humanos comunes, algo en su postura y en el aura que desprendían le indicaba que eran más de lo que aparentaban.
—No lo sé —respondió Zeyrion con cautela—, pero necesitamos respuestas, y esto es lo más cercano a un punto de partida que tenemos.
La joven, todavía frágil y confundida por su pérdida de memoria, se mantuvo cerca de Kael, quien comenzaba a acostumbrarse a su presencia. Ella no hablaba mucho, pero sus ojos, llenos de una mezcla de miedo y determinación, parecían suplicar que este lugar les ofreciera al menos un respiro.
Cuando llegaron a las puertas, los guardias les bloquearon el paso con lanzas cruzadas. Uno de ellos, un hombre alto con una cicatriz que le atravesaba la mejilla, habló con voz firme.
—¿Quiénes son ustedes y qué buscan en Velaris?
Zeyrion dio un paso al frente, apoyándose en su bastón. Aunque su figura mostraba debilidad, su presencia era imponente.
—Somos viajeros perdidos —respondió con calma—. Buscamos refugio y respuestas. Hemos llegado a este mundo por accidente.
El guardia los observó con una mezcla de recelo y curiosidad. Finalmente, asintió y ordenó que les permitieran pasar.
—Adelante, pero hablen primero con el líder del clan. Él decidirá si son bienvenidos aquí.
Las puertas se abrieron con un rechinar, revelando una ciudad que, a primera vista, parecía un refugio de paz. Las calles estaban pavimentadas con piedras lisas, y las casas, construidas con madera y piedra, eran modestas pero sólidas. Los habitantes se movían con aparente tranquilidad, y algunos incluso les dedicaron miradas curiosas y sonrisas amistosas.
—Esto... parece demasiado perfecto —murmuró Kael, mirando a su alrededor.
Zeyrion compartía su desconfianza, pero no lo expresó. Sabía que necesitaban información y recursos, y este lugar era su mejor oportunidad.
Fueron guiados a un gran edificio en el centro de la ciudad, una estructura imponente hecha de piedra negra similar a la de las murallas. En su interior, los esperaba el líder del clan, un hombre de mediana edad con una barba perfectamente recortada y ojos que destilaban carisma. Vestía una túnica adornada con patrones dorados, y su sonrisa parecía genuina.
—Bienvenidos a Velaris —dijo con voz cálida mientras extendía los brazos en un gesto de bienvenida—. Mi nombre es Eryon, y soy el líder de esta comunidad. Es raro recibir visitantes en estos tiempos, pero aquí, todos los que llegan con buenas intenciones son tratados como amigos.
Kael mantuvo su mirada fija en Eryon, tratando de descifrar si sus palabras eran sinceras. La joven, mientras tanto, parecía inquieta, como si algo en el ambiente le resultara familiar pero perturbador.
—Agradecemos su hospitalidad —respondió Zeyrion con una leve inclinación de cabeza—. Somos viajeros perdidos y no conocemos este mundo. Cualquier ayuda que puedan ofrecernos será profundamente apreciada.
Eryon sonrió aún más ampliamente y asintió.
—Por supuesto. En Velaris, compartimos lo que tenemos. Pueden quedarse en nuestra posada y disfrutar de nuestras comidas. Pero debo advertirles: este mundo no es amable con los extraños. Manténganse dentro de las murallas, donde estarán seguros.
Las palabras de Eryon eran tranquilizadoras, pero Zeyrion notó algo extraño en sus ojos, una chispa de interés calculador que no encajaba con su tono amistoso. No obstante, aceptaron la oferta y fueron escoltados a la posada.
La posada era un lugar cálido y acogedor, con mesas de madera pulida y un fuego crepitando en la chimenea. Los habitantes que estaban allí parecían amables, pero Zeyrion, Kael y la joven no pudieron evitar sentir las miradas que se clavaban en ellos con demasiada intensidad.
Cuando finalmente estuvieron solos en una habitación, Kael fue el primero en hablar.
—¿No les parece extraño? Todos aquí parecen... demasiado amables.
Zeyrion asintió mientras se sentaba en una silla, su cuerpo mostrando señales de agotamiento.
—Lo son. La amabilidad puede ser un arma tanto como una espada. Debemos mantenernos en guardia.
La joven, que hasta entonces había permanecido en silencio, se acercó a la ventana y observó las calles iluminadas por faroles. Su rostro mostraba una mezcla de melancolía y confusión.
—Algo no está bien en este lugar —dijo finalmente, su voz suave pero cargada de convicción—. No sé qué es, pero puedo sentirlo.
Zeyrion la observó con atención. Aunque había perdido la memoria, su intuición y percepción parecían intactas. Decidió que era mejor confiar en sus instintos.
Esa noche, mientras la ciudad parecía dormir, un grupo de hombres se reunió en un sótano oscuro bajo el edificio central. Entre ellos estaba Eryon, pero su expresión era muy diferente de la que había mostrado antes. Su rostro reflejaba una mezcla de codicia y cálculo.
—El anciano parece débil, pero el joven... tiene potencial —dijo uno de los hombres, un individuo corpulento con una cicatriz en el cuello.
Eryon asintió, su sonrisa ahora torcida y maliciosa.
—Son más de lo que parecen, especialmente el chico. Su energía espiritual es inusual, como si proviniera de un linaje diferente al nuestro. Si logramos apoderarnos de su poder, podríamos consolidar nuestro control sobre esta región y más allá.
—¿Y la chica? —preguntó otro, con una voz cargada de desprecio.
Eryon hizo un gesto despectivo con la mano.
—Es irrelevante. Si resulta útil, bien. Si no, podemos deshacernos de ella.
La reunión continuó, revelando los verdaderos planes del líder del clan y sus seguidores. Mientras tanto, en la posada, Zeyrion despertó repentinamente, su instinto de supervivencia alertándolo de que algo no estaba bien. Se levantó y observó a Kael, quien dormía profundamente, y a la joven, quien parecía inquieta incluso en sus sueños.
Zeyrion apretó los dientes y susurró para sí mismo:
—Este lugar es una trampa, y debemos salir antes de que se cierre sobre nosotros.