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Chapter 2 - Capítulo 2: Raíces invisibles

El amor tiene formas curiosas de enraizarse en nuestras vidas. No siempre nos damos cuenta de cuándo empieza, y menos aún de cuánto crecerá. Con Astrid, el amor no fue una explosión súbita, sino una acumulación de pequeños momentos, como gotas de agua que llenan lentamente un recipiente hasta que rebosa.

Empezamos a pasar más tiempo juntos, no porque lo planeáramos, sino porque simplemente parecía inevitable. Nos encontrábamos en el parque, en cafeterías pequeñas y tranquilas, en librerías donde ella podía pasar horas hojeando libros sin comprarlos. Cada encuentro era un descubrimiento, una nueva pieza del rompecabezas que era Astrid.

Había algo en ella que me desarmaba. No era solo su manera de hablar, ni la forma en que sus ojos parecían buscar siempre lo que estaba más allá de lo evidente. Era la forma en que se movía por el mundo, como si todo fuera digno de admiración, como si incluso los días más grises tuvieran un matiz de esperanza si sabías dónde mirar.

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La conexión que creció

Una tarde, mientras caminábamos por un sendero lleno de hojas secas, Astrid se detuvo de repente.

—Mira esto —dijo, señalando un árbol cuyas ramas parecían entrelazarse con las de otro.

—¿Qué pasa con ellos? —pregunté, confundido.

—Es como si estuvieran abrazándose, ¿no crees?

Reí suavemente, pero su expresión era completamente seria.

—En serio, míralos. Sus raíces probablemente están tan enredadas bajo la tierra que no podrían separarse aunque lo intentaran.

Su voz era casi un susurro, pero sus palabras se clavaron profundamente en mí.

—¿Crees que las personas pueden ser como esos árboles? —pregunté.

Astrid giró hacia mí, con una mirada que parecía atravesarme.

—Tal vez. Pero eso no siempre es algo bueno. A veces, las raíces se enredan tanto que terminan ahogándose mutuamente.

Sus palabras eran tan hermosas como inquietantes. Me quedé pensando en ellas mucho después de que termináramos nuestro paseo, preguntándome si hablaba de algo que había experimentado o si simplemente era otra de sus observaciones poéticas sobre la vida.

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Descubriendo su mundo

Con el tiempo, Astrid empezó a dejarme entrar en su mundo de manera más abierta. Me mostró su colección de cuadernos, llenos de pensamientos, poemas y bocetos. Había algo profundamente íntimo en esos cuadernos, como si estuviera viendo una parte de ella que nadie más conocía.

—No muestres esto a nadie más —le dije en broma una vez, después de leer uno de sus poemas más emotivos.

—¿Por qué no? —preguntó, riendo.

—Porque son demasiado hermosos para que alguien más los vea.

Astrid se sonrojó, pero no dijo nada. En lugar de eso, me pasó otro cuaderno, esta vez lleno de dibujos. No era una artista técnica, pero sus bocetos tenían una calidad cruda y emotiva que me atrapó de inmediato.

—Este es mi favorito —dijo, señalando un dibujo de un árbol cuyas raíces se extendían mucho más allá de lo visible.

—¿Por qué? —pregunté.

—Porque me recuerda que siempre hay más debajo de la superficie.

Esa frase se quedó conmigo durante mucho tiempo, y creo que en ese momento entendí algo fundamental sobre Astrid: ella veía el mundo de una manera que yo nunca podría comprender del todo, pero eso solo me hacía amarla más.

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El miedo a perder

A pesar de nuestra conexión, había un miedo latente en el fondo de mi mente, un miedo que no podía nombrar pero que siempre estaba ahí. Tal vez era la sensación de que algo tan bueno no podía durar, o tal vez era mi propia inseguridad, mi propio sentimiento de no ser suficiente para alguien como Astrid.

Una noche, mientras estábamos sentados en mi sofá, hablando de todo y de nada, decidí ser honesto con ella.

—A veces siento que te voy a perder —dije, sin mirarla directamente.

Astrid se quedó en silencio por un momento, y cuando finalmente habló, su voz era suave pero firme.

—No puedes perder algo que ya tienes.

Quise creerle, pero una parte de mí sabía que no era tan simple. El amor, por muy profundo que sea, siempre lleva consigo la posibilidad de pérdida.

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El mito que se hizo real

Fue durante una de nuestras conversaciones nocturnas que le hablé del mito de Orfeo y Eurídice. No sé por qué lo mencioné; tal vez porque ya la había asociado con Eurídice en mi mente, aunque nunca se lo había dicho directamente.

—Siempre me pareció una historia hermosa y trágica —dije.

Astrid me miró con curiosidad.

—¿Por qué trágica? Orfeo la amaba tanto que estuvo dispuesto a enfrentarse a los dioses por ella.

—Sí, pero al final la perdió —respondí.

Astrid se quedó pensativa, y luego dijo algo que nunca olvidaré:

—Tal vez no se trataba de recuperarla. Tal vez se trataba de lo que estaba dispuesto a hacer por amor.

Esa noche, mientras la veía quedarse dormida a mi lado, pensé que no había nada en el mundo que no estuviera dispuesto a hacer por ella. Pero lo que no sabía en ese momento era que, como Orfeo, mis propias acciones serían las que nos separarían.