El consultorio de mi terapeuta era pequeño pero acogedor. Un rincón tranquilo donde las paredes parecían guardar secretos que nadie se atrevía a confesar en voz alta. Había pasado meses sin venir aquí, convencido de que ya no lo necesitaba. Pero ahora estaba de vuelta, con el corazón en la mano y la mirada clavada en el suelo.
—¿Cómo has estado? —preguntó mi terapeuta, su tono cálido como siempre.
—Pensé que estaba bien, pero… recaí.
Había empezado a contarle, a medias, cómo todo se desmoronó. Había encontrado un viejo diario escondido entre cajas olvidadas en mi clóset. No recordaba haberlo guardado, pero ahí estaba, como un fantasma de mi pasado. Entre sus páginas estaban escritas las primeras cartas que alguna vez quise darle a Astrid, mensajes que nunca envié porque no tuve el valor de mostrarle mi vulnerabilidad.
"¿Por qué las cosas terminaron así? ¿Por qué no fui suficiente?"
Ese pensamiento había rondado mi mente desde que nuestra relación acabó, pero al releer aquellas palabras, el eco se volvió ensordecedor.
Mi terapeuta escuchó con atención mientras le hablaba del diario y de cómo, al abrirlo, parecía que una parte de mí había quedado atrapada en esas páginas. Me propuso algo que al principio sonó extraño pero tenía sentido: usar esas cartas como un punto de partida, como una forma de entender mejor mis emociones y, tal vez, darles cierre.
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El reencuentro con el pasado
Esa noche, con el diario frente a mí, comencé a leer las cartas una por una.
"Astrid, hoy pensé en ti más de lo usual. Caminé por el parque donde solíamos ir y casi pude escuchar tu risa. Todo me recuerda a ti, y no sé si eso es hermoso o cruel."
Cada carta era un golpe directo al pecho. Había escrito sobre nuestros momentos felices, nuestras peleas, mis inseguridades. Era como abrir una vieja herida que nunca terminó de cicatrizar.
Entre las páginas encontré una hoja suelta con garabatos desordenados, una mezcla de pensamientos y emociones que apenas podía entender:
"¿Cómo seguir adelante cuando todo me lleva de vuelta a ella? ¿Cuánto tiempo toma olvidar? ¿Se puede realmente olvidar?"
La última entrada del diario no era una carta, sino una reflexión que nunca terminé:
"El amor no debería doler tanto. Pero tal vez, si lo dejo ir, dolerá menos. No lo sé. Tal vez nunca lo sepa."
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Las cartas nunca enviadas
Con cada página que pasaba, sentía que algo dentro de mí cambiaba. Había evitado enfrentar esos recuerdos durante tanto tiempo que ahora, al verlos plasmados en papel, no podía ignorarlos.
En mi siguiente sesión, llevé el diario conmigo.
—Siento que todo esto me está arrastrando de vuelta —admití—. Pero al mismo tiempo, creo que necesito confrontarlo.
Mi terapeuta asintió.
—¿Qué sientes al leer esas cartas?
—Dolor, arrepentimiento… y una extraña sensación de alivio. Es como si, al escribirlas, una parte de mí hubiera encontrado consuelo, aunque nunca las haya enviado.
—Tal vez eso es lo que necesitas ahora. No enviarlas, pero sí darles un propósito.
Esa noche, decidí escribir una última carta. No para Astrid, sino para mí mismo.
"Esta será mi última carta para ti, Astrid. No porque quiera olvidarte, sino porque quiero recordarte sin dolor. Te amé con todo lo que tenía, pero entiendo ahora que el amor también significa saber cuándo dejar ir. Gracias por los momentos que compartimos, por enseñarme lo que significa amar. Adiós."
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Un paso hacia adelante
Cerrar el diario fue como cerrar un capítulo de mi vida. No sabía si eso significaba que estaba listo para seguir adelante, pero era un comienzo.
En los días siguientes, comencé a salir más. Me inscribí en un taller de escritura, un espacio donde podía plasmar mis emociones sin miedo al juicio. Fue allí donde conocí a Clara, una mujer que, aunque no tenía nada en común con Astrid, tenía una energía que me atraía.
Al principio, me resistí a la idea de abrir mi corazón de nuevo. Pero Clara no era una amenaza, ni un reemplazo. Era simplemente alguien dispuesto a escuchar, a estar ahí.
Mientras el sol se ponía en otro día más, sentí algo que no había sentido en mucho tiempo: esperanza.