Tiān Dì se detuvo en el borde del claro, su rostro lleno de fatiga. A pesar de su agotamiento, los ojos aún reflejaban una determinación inquebrantable. El aire nocturno parecía pesar sobre él mientras ajustaba la espada que colgaba de su cintura. Un suspiro escapó de sus labios.
"Estamos cerca", murmuró, sus palabras apenas audibles sobre el crujir de las hojas secas bajo sus botas. Sus ojos recorrieron el denso bosque frente a él, buscando alguna señal de movimiento.
A su lado, Mo Yīng observaba en silencio, el niño en sus brazos, abrazado por su pecho. La preocupación llenaba sus ojos, aunque intentaba mantener la calma. Sin embargo, la palidez del pequeño y sus débiles respiraciones no pasaban desapercibidas.
"Tiān Dì", su voz tembló, "no puedo seguir así por mucho tiempo. Él está... debilitándose", dijo, acariciando la frente del niño con suavidad, como si su toque pudiera hacer que el niño mejorara.
Tiān Dì no respondió de inmediato. Su mirada se suavizó por un instante al ver la fragilidad del bebé. Pero en el fondo, sabía que no podía dejar que eso los venciera. Con una expresión firme, volvió a mirar hacia adelante.
"No dejaré que nos separen", dijo, su voz cargada de determinación. "Encontraremos una salida, incluso si eso significa enfrentar a los dioses mismos".
Mo Yīng miró a Tiān Dì por un momento, pero no hubo necesidad de palabras. Ambos sabían que lo que les esperaba sería más que un desafío físico. Era una batalla contra el destino mismo.
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En otro lugar del bosque, Wú Jīn avanzaba con pasos decididos. Su espada descansaba en su mano derecha, su postura era tensa, como si el aire mismo estuviera cargado de peligro. No podía permitirse ser distrído.
"No deben estar lejos", dijo en voz baja, con una frialdad calculada que le era característica. La luz de la luna se reflejaba en su hoja, un destello metálico que cortaba la oscuridad que los rodeaba.
A su lado, Tiān Wū caminaba, un paso más lento que el de él, una mano descansando sobre su vientre. A pesar de la calma que parecía emanar de ella, sus ojos delataban su inquietud.
"Wú Jīn", comenzó, su voz algo cargada de preocupación, "debemos terminar esto rápido. Este bosque está lleno de vida, pero también de ojos que no podemos controlar", dijo, mirando a su alrededor con una ligera inquietud.
Wú Jīn la observó de reojo, sin detener su paso. Su rostro era una máscara de concentración, pero en sus ojos brillaba algo más: una sombra de preocupación.
"Lo sé", respondió con tono grave. "Pero este es nuestro deber. No podemos permitir que su existencia desestabilice todo lo que conocemos."
Tiān Wū apretó los labios y asintió sin decir nada más. A pesar de sus palabras, su corazón parecía dividirse en dos, como si una parte de ella luchara contra la otra. Pero aún así, su deber prevalecía.
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El silencio del bosque fue roto cuando Tiān Dì y Mo Yīng llegaron a un claro. El sonido de las hojas crujiría bajo sus pies mientras miraban a su alrededor, como si esperaran que el destino los alcanzara en cualquier momento.
De repente, dos figuras emergieron de la sombra de los árboles. Wú Jīn y Tiān Wū se destacaban en la oscuridad, sus siluetas imponentes bajo la luz plateada de la luna. El enfrentamiento era inevitable.
Tiān Dì frunció el ceño y desenvainó su espada con un movimiento fluido, su rostro grave y decidido.
"¿Tanto temen a un niño? ¿A una familia que solo quiere vivir en paz?" preguntó con voz desafiante, su espada en alto, preparada para lo que viniera.
Wú Jīn levantó su espada, con una expresión firme y calculada. "No es cuestión de temor, sino de equilibrio. Lo que proteges podría traer el caos a ambos mundos."
Mo Yīng, con el niño en brazos, retrocedió ligeramente, cubriéndolo con su propio cuerpo. "¡Es solo un bebé! ¿Cómo pueden justificar esto?" exclamó, su voz llena de desesperación y rabia contenida.
Tiān Wū observaba la escena con una mirada melancólica. Sus ojos reflejaban una tristeza profunda, como si estuviera viendo más allá del enfrentamiento físico. "Esto no es personal", murmuró, su voz baja y serena. "Es una carga que ambos compartimos".
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La batalla comenzó con un feroz choque de espadas. Tiān Dì y Wú Jīn se enfrentaron con la destreza de guerreros experimentados. Cada golpe, cada esquiva, era el resultado de años de entrenamiento. Los dos hombres luchaban con intensidad, pero también con una tensión palpable, como si cada uno de ellos estuviera luchando no solo contra el otro, sino también contra sus propios destinos.
Mientras tanto, Tiān Wū comenzó a avanzar, sus ojos fijos en Mo Yīng. "Entréganos al niño", dijo, su voz suave pero peligrosa, "y no habrá más sangre".
Mo Yīng, temblando por la tensión del momento, sostuvo al bebé más cerca de su pecho. "Jamás", replicó con firmeza, sus ojos ardían con un fuego inquebrantable. "Este niño no es una amenaza. Es una esperanza, aunque ustedes se nieguen a verlo."
Tiān Wū desvió la mirada por un momento, su mano descansando en su vientre. Sus palabras fueron casi inaudibles: "No tienes idea del sacrificio que todos debemos hacer", murmuró para sí misma, su expresión llena de melancolía.
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El combate se intensificó. Tiān Dì y Wú Jīn no cedían ni un paso, sus espadas chocaban con fuerza, cada movimiento más brutal que el anterior. Las ramas de los árboles crujían bajo la presión del combate, y el aire parecía vibrar con la energía de la lucha.
Mo Yīng miró a Tiān Dì, su rostro lleno de angustia. "Tiān Dì, por favor, no hagas esto", suplicó, pero la batalla continuaba sin descanso.
El sudor caía por la frente de Tiān Dì, su brazo comenzaba a ceder por la fuerza de la lucha. Pero su resolución no se quebró.
"Mo Yīng, lleva al niño", dijo, su voz dura, pero cargada de dolor. "Yo los protegeré."
Mo Yīng negó con la cabeza, las lágrimas comenzando a surcar su rostro. "No puedo hacerlo sin ti", susurró, entre sollozos. "Somos una familia. No me obligues a elegir."
Antes de que pudiera continuar, una explosión de energía sacudió el aire. Un resplandor dorado iluminó la escena, y Tiān Wū cayó de rodillas, su mano aferrándose con fuerza a su vientre.
"Es... demasiado pronto", murmuró, la respiración agitada.
Wú Jīn se giró hacia ella, su rostro lleno de sorpresa y preocupación. "Tiān Wū, ¿qué sucede?"
Tiān Wū alzó la mirada, sus ojos brillando con una intensidad desconocida. "El niño... nuestro hijo... está cerca de nacer."
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La tensión en el claro alcanzó su punto máximo. Las espadas caían al suelo, los movimientos de los guerreros se ralentizaban, y el futuro de todos parecía pender de un hilo. El bebé en brazos de Mo Yīng comenzó a llorar, y el sonido resonó en la oscuridad, como un presagio del cambio que se avecinaba.
El destino de todos estaba sellado.