El grupo avanzaba lentamente, sin un rumbo fijo, a través del espeso bosque. La niebla parecía envolver los árboles, creando sombras inquietantes que danzaban a su alrededor. A medida que caminaban, la sensación de que algo los observaba se volvía cada vez más palpable, pero ninguno de ellos se atrevió a mencionar lo que sentían. Las ramas de los árboles crujían con el viento, como si los propios árboles susurraran secretos oscuros.
Mientras tanto, desde las sombras, figuras espectrales se movían sigilosamente entre los árboles. Eran apenas visibles, pero sus ojos brillaban con una intensidad antinatural. Se deslizaban de un rincón a otro, observando al grupo con una mirada fija, pero evitando hacer ruido. Mishu, que siempre se mantenía alerta, no pudo evitar la sensación incómoda de que algo no estaba bien. Un escalofrío recorrió su cuerpo y, de manera instintiva, giró la cabeza rápidamente, pero al mirarlo todo parecía normal: solo árboles, troncos cubiertos de musgo y el susurro del viento entre las hojas.
—¿Qué pasa, Mishu? —preguntó Forny, al notar que su amigo se había quedado atrás, inmóvil, con la mirada fija en la nada.
—Nada, solo... Solo sentí algo raro. Tal vez fue un mal presentimiento.
Forny frunció el ceño, pero no insistió. Mishu era de los que siempre tenía esa extraña intuición, pero generalmente se trataba de algo pasajero. Sin embargo, su tono grave no pasaba desapercibido.
—Está bien, vamos rápido antes de que nos perdamos.
—¡Oye, Forny! ¡Muévete! Te estás quedando atrás.
—Ya voy, ya voy.
Aunque Mishu se esforzaba por sacudirse la sensación incómoda que lo embargaba, no podía dejar de mirar a su alrededor. Era como si todo el bosque estuviera observando, aguardando el momento oportuno. A pesar de sus dudas, el grupo continuó avanzando, ignorando las sombras que los acechaban, desapareciendo tan rápido como habían aparecido.
A una distancia considerable, los subordinados de Virus observaban desde entre los árboles, en silencio absoluto. Nadie podía verlos, pero ellos estaban ahí, acechando en las sombras, aguardando la oportunidad perfecta. Usaron unas piedras brillantes para teletransportarse a la fortaleza de su líder, un lugar lleno de oscuros pasillos y ecos inquietantes.
La fortaleza de Virus era tan imponente como su presencia. Las paredes, de piedra negra y fría, parecían absorver la luz, creando un ambiente opresivo y siniestro. Los subordinados avanzaron con rapidez, abriendo grandes puertas de hierro con un estrépito que resonó en todo el pasillo. Virus estaba allí, sentado en su trono, una figura imponente en la oscuridad, con una mirada feroz y desafiante.
—¡Lord Virus! —exclamaron los subordinados, inclinándose profundamente, mostrando el máximo respeto.
Virus no dijo una palabra, pero su mirada fija y severa indicaba que esperaba información. Uno de los subordinados, temblando ligeramente, se adelantó y comenzó a hablar.
—¡Gran y poderoso Lord Virus! Tenemos información del elegido.
Virus se levantó de su trono con un movimiento rápido y violento, sus ojos brillando con furia contenida.
—Levanten la mirada y díganme qué han visto —ordenó, su voz profunda y llena de autoridad.
—Sí, Lord Virus —respondieron levantando la vista con temor. Uno de ellos continuó—: El elegido no está solo. Ya ha formado un grupo de aliados. Entre ellos, se destaca un individuo con una bufanda roja, una chica de cabello corto, un hombre con una chaqueta azul claro y... un felino amarillo. No pudimos identificar completamente al elegido porque sentimos la presencia de Ali Raza cerca del bosque.
Al escuchar el nombre de Ali Raza, Virus reaccionó de inmediato. Un destello de furia cruzó su rostro, y con un solo movimiento, agarró a uno de los subordinados del cuello, levantándolo del suelo con facilidad.
—¿Dices que sintieron la presencia de Ali Raza en ese bosque? —su voz era un gruñido bajo y furioso.
El subordinado, aterrorizado, no pudo hacer más que asentir con miedo.
—Sí, Lord Virus —respondió entrecortadamente.
Virus lo dejó caer al suelo con un empujón brusco, sus ojos ardiendo con una ira palpable. Los demás subordinados temblaron, sabían que cualquier error podría costarles la vida.
—No dejen que Ali Raza se acerque al elegido —ordenó con voz fría y cortante. —Solo él puede entrenarlo lo suficiente para derrotarme, y además, sabe cuál es mi debilidad. No vuelvan a la fortaleza sin noticias frescas.
Los subordinados, temblando de miedo, hicieron una reverencia profunda.
—Sí, Lord Virus —respondieron con un solo grito unánime, antes de desaparecer en las sombras, siguiendo el mismo proceso de teletransportación volviendo al bosque.
Virus se dejó caer nuevamente en su trono, pero la preocupación estaba escrita en su rostro. Había subestimado al elegido, y ahora temía que su mayor rival, Ali Raza, pudiera interferir en sus planes.—No permitiré que me detengas. Destruiré el mundo real en cuanto escape de esta prisión —murmuró Virus con un destello de locura en sus ojos—. Y cuando asesine al elegido, los Creadores finalmente verán mi fuerza. Ya no seré el débil del que se burlan.
Hizo una pausa y, con voz más sombría, continuó:
—Haré del nuevo mundo un lugar de paz... pero al precio de sacrificar innumerables vidas. Castigaré a los humanos por sus pecados, sin importar si debo eliminar a inocentes o culpables. Cuando salga de aquí, su destino estará sellado.
Una risa malévola escapó desde lo mas profundo de su ser, extendiéndose como un eco siniestro por los rincones más oscuros de su fortaleza.
Mientras tanto, sus subordinados regresaron al bosque, deslizándose como sombras. Pronto divisaron a dos figuras desorientadas: Mayilla y Saiko. Se movieron con sigilo, rodeándolos sin darles oportunidad de reaccionar. Saiko miraba a su alrededor, confuso, mientras Mayilla, paralizada por el miedo, no podía pronunciar ninguna palabra.
—¿Qué quieren? ¿Por qué nos rodean? —exigió Saiko, con voz enojado.
Uno de los subordinados sonrió con frialdad y susurró:
—Shh...
Sacó una piedra oscura de su bolsillo y, sin previo aviso, la colocó sobre la frente de Saiko.
—¿Qué están haciendo? ¡Déjenme ir! —gritó, luchando por liberarse.
El subordinado lo soltó y añadió con una sonrisa cruel:
—Ahora nos serás muy útil.
De inmediato, todos los subordinados se desvanecieron entre las sombras. Mayilla observó horrorizada cómo Saiko cambiaba. La piedra oscura lo corrompía rápidamente, y sus ojos se tornaron vacíos y oscuros. Sin previo aviso, él se abalanzó sobre ella, gritando como una bestia enloquecida.
El grito de Mayilla resonó en el bosque, desgarrador y desesperado.
—¿Escucharon eso? —preguntó Mishu, deteniéndose en seco.
Los demás se miraron, confundidos, y negaron con la cabeza.
Pero entonces, otro grito rompió el silencio, más fuerte, más cercano.
—¡Ahora sí lo oyeron! —dijo Mishu, con urgencia—. ¡Síganme! El sonido viene de esos árboles... alguien está en peligro.
Todos se apresuraron a ver qué ocurría. Forny, decidido, corrió a ayudar mientras Denek intentaba detenerlo:
—¡Forny, espera! No sabemos qué hay ahí.
Sin escuchar, Forny se quedó impactado al ver quiénes eran. Saiko fijó su mirada en él, llena de un odio palpable. Forny intentó golpearlo para liberar a Mayilla, pero Saiko la soltó ágilmente, esquivó el ataque y lo derribó con un fuerte golpe que lo dejó inconsciente.
Denek, Laura y Mishu llegaron justo a tiempo para ver aterrados cómo Saiko había dejado a Forny tendido en el suelo. Mayilla, desesperada, rogó por ayuda. Denek, enfurecido, gritó:
—¿Qué le hiciste a mi amigo?
—Lo mismo que te haré a ti —respondió Saiko con una sonrisa burlona.
Denek lanzó un golpe, pero Saiko lo esquivó con facilidad, sin esfuerzo.
—¿Eso es todo lo que tienes? —se burló, riendo.
Con los ojos encendidos de furia, Denek exclamó:
—¡Ya basta! No te perdonaré por lo que le hiciste a mi amigo.
Intentó golpearlo de nuevo, pero Saiko respondió con un ataque brutal que lo dejó también en el suelo.
—Mucho hablas y poco haces —dijo Saiko con desprecio—. Ahora siguen ustedes.
Se acercó lentamente a las chicas. Laura y Mayilla miraron horrorizadas los cuerpos de Forny y Denek. Mishu, decidido a protegerlas, se interpuso en posición de ataque y saltó hacia Saiko, pero fue derribado con facilidad.
Justo cuando Saiko se disponía a tocar a las chicas, una figura encapuchada apareció frente a ellas. Vestía una túnica color crema y un capirote rojo oscuro que ocultaba su rostro. Detuvo la mano de Saiko con firmeza. Este, furioso, lanzó varios ataques, pero el extraño los esquivó todos con elegancia. Con una patada, lo envió volando hacia las sombras de los árboles.
Los subordinados de Virus se llevaron a Saiko teletransportándose con él, desapareciendo. El extraño giró la cabeza hacia las chicas y preguntó con voz tranquila:
—¿Están bien, señoritas?
Laura y Mayilla, aliviadas, respondieron que sí y agradecieron al misterioso salvador.
Denek, adolorido, se levantó con dificultad:
—Auch… ¿Estamos muertos?
El extraño lo miró y dijo:
—Oye, tú, el de bufanda roja, trae al chico de chaqueta azul y al felino. Sígueme.
Confundido, Denek obedeció:
—De acuerdo…
Forny, aún inconsciente, se sumergió en un sueño inquietante. Esta vez estaba en un vacío oscuro, envuelto en una niebla densa. Un ser encapuchado, apenas visible, lo observaba mientras caminaba a su alrededor.
—Vaya… Parece que ya estás dentro del Mundo Virtual. Escapar será difícil —dijo con voz rasgada.
Forny, confundido, preguntó:
—¿Quién eres? ¿Cómo sabes quién soy?
El ser rió suavemente:
—Te lo diré cuando nos encontremos cara a cara. Pero ten cuidado. Un error aquí puede costarte la vida y la de tus amigos. ¿No tienes miedo de perderlo todo? Tranquilo, me aseguraré de que lo pierdas. Nos vemos, Forny Reiznek.
Forny despertó sobresaltado, frotándose la cara. Miró a su alrededor y se encontró en una cueva oscura. Recordó haber quedado inconsciente al tratar de defender a Mayilla. Vio a sus amigos sentados junto a una fogata.
—Por fin despiertas, amigo. Ven, acércate. ¿Quieres comer? —dijo Denek.
Laura lo miró aliviada:
—Me tenías muy preocupada, Forny.
Mishu lo miró con una sonrisa burlona:
—Qué inútil. Te derribaron de un solo golpe.
Mayilla lo vio:
—Gracias.. Por intentar salvarme.
Forny sonrió y miró al extraño, luego preguntó:
—¿Y tú quién eres?
El extraño se levantó, se puso firme y respondió:
—Soy Ali Raza.