Mientras la batalla continuaba en el castillo, Theo intentaba razonar con Belial. Sin embargo, la demonio, enojada, alzó la voz.
—¡Basta de intentar manipularme! —gritó Belial, y con un gesto furioso, lanzó sus círculos de energía hacia él.
Theo, ágil, esquivó los ataques, sintiendo cómo la energía cortaba el aire a su alrededor. Comprendía que acercarse a ella solo facilitaría su objetivo de eliminarlo. Necesitaba mantener la distancia.
Con determinación, agarró su espada. En un movimiento fluido, hizo que de la mitad del filo surgiera otra hoja, creando una espada doble. La nueva espada quedó pegada a la punta de la empuñadura por una cadena delgada pero infinitamente larga.
—No intento manipularte, Belial —dijo Theo, con voz firme y serena—. Solo busco entenderte.
Belial, todavía llena de rabia, no se dejó engañar por sus palabras.
—Tus palabras son solo trucos, Theo. ¡No me importa lo que digas! —exclamó, preparando su próximo ataque.
—No estoy jugando contigo —respondió él, sosteniendo sus dos espadas con firmeza—. Estoy dispuesto a luchar si es necesario, pero quiero que sepas que hay una alternativa.
La tensión en el aire se intensificó mientras ambos se preparaban para el siguiente movimiento. Theo sabía que debía ser astuto; no podía permitir que Belial lo acorralara. Aun así, había una chispa de esperanza en su pecho: quizás, en medio de todo el caos, pudiera encontrar una manera de detener la batalla sin más violencia.
Mientras la batalla se intensificaba, Paimon decidió que era momento de congelar toda el área. Con un movimiento decidido, intentó invocar su poder, pero Moloch, astuto, se dispersó en el aire, evitando que el hielo lo alcanzara. Cuando la amenaza pasó, se reagrupó cerca de Paimon, lanzándole un golpe contundente que lo hizo retroceder unos metros.
Dándose cuenta de que sus ataques de hielo eran ineficaces, Paimon observó a su alrededor y se fijó en una vela encendida junto a unos papeles. Una idea brillante cruzó su mente.
—¡Si no puedo congelarte, puedo hacer que toda arda! —gritó Paimon, atacando a Moloch con una furia renovada, cada golpe aparentando desesperación. Sin embargo, Moloch volvió a atacarlo, golpeándolo nuevamente y enviándolo volando hacia atrás.
Paimon, recuperándose rápidamente, utilizó un hechizo de hielo para atrapar a Moloch en un área extensa, creando una prisión helada a su alrededor. Moloch, sintiendo la presión, lanzó una ráfaga de viento para romper el hielo, comenzando a gritar con furia. Pero cada vez que intentaba liberarse, Paimon rápidamente reparaba las grietas.
Entonces, al voltear, Moloch se dio cuenta de un incendio que se había desatado detrás de él. A través de sus ataques frenéticos, Paimon había derribado la vela, provocando que los papeles comenzaran a arder, creando un pequeño fuego que se expandía rápidamente.
—¡No! ¡Esto no puede ser! —gritó Moloch, mientras el fuego se propagaba. Intentó usar su habilidad para dispersarse nuevamente, pero el viento que había invocado solo había alimentado las llamas.
El fuego lo consumía rápidamente, atrapándolo en su prisión helada, sin ningún agujero por donde escapar. Moloch luchó por respirar, pero la combinación de calor y hielo era insoportable. En un último grito de desesperación, se dio cuenta de que había subestimado a su oponente.
—¡No...! —fue lo último que logró articular antes de ser consumido por las llamas.
Con el eco de la batalla resonando a su alrededor y sintiendo que su energía comenzaba a agotarse, Paimon decidió que era momento de tomar un respiro. Se alejó del tumulto y se sentó al lado del teletransportador, cerrando los ojos por un instante, intentando recuperar fuerzas.
—Esto se ha vuelto más complicado de lo que imaginaba —murmuró para sí mismo, dejando escapar un suspiro de agotamiento mientras observaba las llamas a lo lejos.
El sonido del combate aún retumbaba, pero por un breve momento, encontró paz en la calma que lo rodeaba, preparándose para lo que vendría a continuación.