Al día siguiente, los restos de la batalla eran visibles por todo el castillo: muros derrumbados, el jardín devastado, y los cuerpos de los demonios caídos yacían en el suelo, mientras el humo de las torres destruidas aún se disipaba en el aire. Sin embargo, los supervivientes del ataque fueron capturados y llevados al calabozo del castillo. Los guardias, exhaustos pero resueltos, arrastraron a los prisioneros encadenados, asegurándose de que no escaparan.
En el calabozo oscuro y frío, Belial fue colocada en una celda especial. Sus manos estaban encerradas en gruesos guantes de contención de hierro, diseñados para suprimir cualquier intento de usar su magia o habilidad. A pesar de todo, su expresión seguía siendo desafiante, aunque el cansancio era evidente en sus ojos.
—¿Qué harás ahora? —preguntó Belial con una sonrisa cansada, mirando a Theo a través de los barrotes de su celda—. No puedes mantenerme aquí para siempre.
—No necesito hacerlo para siempre —respondió Theo, su voz serena pero firme—. Solo lo suficiente para que recapacites.
Belial soltó una risa amarga, inclinando su cabeza hacia atrás contra la pared de piedra. No había más que decir entre ellos en ese momento.
Tras asegurarse de que todos los atacantes estaban bajo control, Theo se dirigió a la torre de comunicaciones, que había sido reparada rápidamente. Las reparaciones aún eran superficiales, pero el equipo básico estaba en funcionamiento. Theo sabía que debía informar lo sucedido.
Encendió el dispositivo y, después de unos segundos de interferencia, la imagen de Lucifer apareció en la pantalla. Su rostro frío e imponente como siempre, sus ojos oscuros escrutaban a Theo con interés.
—¿Qué tienes que decirme? —preguntó Lucifer, directo, con su tono de voz profundo y autoritario.
Theo se inclinó ligeramente en señal de respeto.
—El ataque de Belial ha sido detenido —informó Theo con precisión—. Ella y sus aliados están capturados en el calabozo del castillo. Belial ha sido inmovilizada con guantes de contención de hierro. Sin embargo, creo que este no es el final de su intención de derrocarte.
Lucifer mantuvo el silencio por un momento, evaluando cada palabra que Theo pronunciaba. Finalmente, asintió levemente.
—Has manejado bien la situación, Theo. Pero debes recordar que Belial es una amenaza constante. No subestimes su astucia. Quiero informes continuos de su estado. Y... mantente alerta. El caos nunca está lejos.
Theo afirmó con determinación.
—Entendido. No la perderé de vista.
—¿Algo más? —preguntó Lucifer, con una ceja levantada, evidentemente curioso.
Theo respiró hondo antes de responder, sabiendo que lo que iba a decir requeriría una justificación firme.
—Quiero informarte de mi decisión final sobre los atacantes, en especial sobre Belial. He decidido que todos los que participaron en el ataque serán enviados de vuelta a la cárcel del infierno, como era de esperar.
Lucifer asintió levemente, esperando que Theo continuara.
—Sin embargo —dijo Theo, con un tono más decidido—, creo que Belial debería quedarse encarcelada aquí, en mi castillo.
Hubo un momento de silencio. La mirada de Lucifer se volvió más intensa, pero no habló de inmediato. Parecía medir las palabras de Theo con cuidado, analizando cada motivo detrás de su decisión.
—¿Y por qué tomarías esa decisión? —preguntó Lucifer, con la voz baja pero cargada de autoridad—. ¿Por qué no enviarla también a la cárcel del infierno?
Theo no vaciló en su respuesta.
—Conozco a Belial. Ha mostrado una habilidad excepcional y un profundo rencor que no desaparecerá fácilmente. Si regresa a la cárcel del infierno, temo que su odio solo crezca y vuelva a intentar lo mismo. Aquí, puedo mantener un control más cercano sobre ella, y si intenta escapar, estaré preparado para actuar inmediatamente. La conozco mejor que cualquiera ahora, y si hay alguna posibilidad de evitar una guerra mayor, será bajo mi vigilancia.
Lucifer lo observó en silencio durante unos segundos más, su mirada como un filo invisible que pesaba las palabras de Theo.
—Te arriesgas mucho reteniéndola cerca —advirtió Lucifer—. Si ella encuentra una manera de liberarse, tendrás que lidiar con las consecuencias. Pero, si crees que puedes controlarla, te dejaré actuar bajo tu propio juicio. Sin embargo, mantén en mente que no será una decisión fácil de revertir si las cosas salen mal.
Theo asintió con respeto, comprendiendo las implicaciones de lo que acababa de hacer.
—No fallaré —respondió con confianza.
Lucifer simplemente asintió una vez más antes de cortar la comunicación. Theo dejó escapar un suspiro, consciente de la carga que acababa de asumir. Ahora, Belial estaría bajo su custodia, un enemigo formidable dentro de su propio castillo. Pero confiaba en su decisión. Sabía que, si alguien podía mantenerla controlada, sería él.
Con una última mirada al equipo de comunicaciones, Theo salió de la sala y dio las órdenes. Los atacantes, uno por uno, fueron encadenados y enviados a la cárcel del infierno, mientras que Belial, con sus guantes de contención de hierro, sería mantenida bajo estricta vigilancia en el castillo de Theo.
El castillo, aunque dañado, seguiría siendo su bastión. Y ahora, también, la prisión de uno de los enemigos más peligrosos que había enfrentado.
A lo lejos, entre las sombras que se alargaban por el horizonte, una figura silenciosa observaba todo lo ocurrido desde una posición elevada, fuera del alcance de la vista de Theo y sus aliados. Era un ser imponente, con alas blancas que reflejaban la luz tenue de la tarde y un cabello largo y plateado que caía suavemente sobre su espalda. Su piel, de un tono oscuro y profundo, contrastaba con la pureza de sus alas, dándole una presencia tanto majestuosa como inquietante.
Una sonrisa apenas perceptible se dibujó en sus labios mientras sus ojos observaban el castillo, ahora en calma tras el caos de la batalla.
—Esto fue… entretenido —murmuró con una voz suave, pero cargada de una extraña mezcla de satisfacción y misterio.
Sus alas se agitaron levemente, como si estuviera a punto de moverse, pero permaneció inmóvil, contemplando el escenario desde su posición. Había algo más que simples observaciones detrás de esos ojos; una chispa de interés creciente. Sin prisa alguna, el ser se dio la vuelta, desapareciendo en el horizonte como si nunca hubiera estado allí, dejando solo una sensación de inquietud en el aire.