En un fin de semana tranquilo en el castillo de Theo. Sin clases, había decidido aprovechar el tiempo para supervisar el entrenamiento de sus tropas. Desde una terraza elevada, observaba cómo sus soldados demoníacos se ejercitaban, perfeccionando sus habilidades en el campo de batalla. "Todo marcha bien por ahora", pensó, satisfecho con los progresos.
Bajó de la terraza y comenzó a caminar por los pasillos del castillo, disfrutando de un raro momento de calma. Pero esa tranquilidad no duraría mucho. Mientras doblaba una esquina, una mujer con lentes y una pila enorme de papeles se chocó directamente con él, haciendo que los documentos volaran por todas partes.
—¡Maldición! —exclamó la mujer mientras se agachaba a recoger los papeles esparcidos. Miró a Theo con reproche—. ¿¡No puedes ver por dónde caminas!? ¡Me has retrasado más de lo que ya estaba!
Theo, algo desconcertado por la situación, se agachó para ayudarla a recoger los documentos. La mujer seguía murmurando cosas entre dientes, sin darse cuenta de quién era él.
—¿Vas a quedarte ahí de pie o vas a ayudar? —le reprochó, sin levantar la vista.
Theo asintió en silencio, sin sentirse ofendido. Mientras recogían los papeles, él reconoció a la mujer: era Beleth, la demonio encargado de la contabilidad y el papeleo del reino. Aunque no había interactuado mucho con ella, sabía que era eficiente, aunque algo gruñona. Beleth, por su parte, no tenía idea de quién era él.
Mientras caminaban juntos por el pasillo, Beleth lanzó una pregunta casual.
—¿Te escapaste del entrenamiento o qué? —le preguntó, claramente aún molesta.
Theo levantó una ceja, un poco sorprendido por la pregunta.
—No, solo estaba caminando —respondió tranquilamente.
Beleth resopló, irritada.
—¿Entonces eres un inútil que solo pierde el tiempo? —le lanzó sin miramientos.
La palabra "inútil" golpeó a Theo más fuerte de lo que esperaba. Bajó la cabeza, sintiendo un leve desánimo. Había pasado mucho tiempo desde que alguien le hablaba así, y aunque sabía que Beleth no conocía su identidad, las palabras dolían. Aun así, decidió no decir nada y siguió ayudando a llevar los papeles.
Cuando llegaron a la oficina, Paimon, quien se encargaba del área de contabilidad y recursos de personal, los estaba esperando.
—Beleth, deja los papeles ahí —le dijo Paimon con calma, sin levantar la mirada. Sin embargo, al ver a Theo, sus ojos se agrandaron, claramente sorprendido.
—¡Mi señor! ¿Qué hace aquí? —exclamó, inclinándose ligeramente en una muestra de respeto.
Beleth, que seguía ocupada con los papeles, frunció el ceño, confundida.
—¿Por qué le hablas así a este...?
Antes de que pudiera terminar la frase, Paimon interrumpió, casi horrorizado.
—¡Él es Theo! ¡El jinete de la guerra!
Beleth se congeló, sus ojos se abrieron de par en par. Lentamente, giró la cabeza hacia Theo, dándose cuenta de su error. Su rostro enrojeció de vergüenza.
—¿El... el jinete de la guerra? —repitió en voz baja, claramente en estado de shock. Soltó los papeles que tenía en las manos y se inclinó profundamente—. ¡Perdóneme, señor Theo! ¡No sabía quién era! ¡Por favor, perdóneme la vida!
Theo, sintiendo un leve rubor por la situación incómoda, levantó las manos para calmarla.
—No hay problema, Beleth —dijo con una pequeña sonrisa—. No tienes que disculparte, no pasa nada.
Beleth se enderezó lentamente, aún con el rostro sonrojado, pero más tranquila al ver la amabilidad de Theo. Asintió torpemente y recogió el resto de los papeles antes de salir rápidamente de la oficina, claramente avergonzada.
Theo la observó irse y luego miró a Paimon, quien sonrió ligeramente.
—No muchos se atreverían a hablarle así a un jinete —comentó Paimon con un tono de humor.
Theo se encogió de hombros, sonriendo también.
—A veces es refrescante no ser reconocido por un momento —respondió antes de volver a sus deberes.
Mientras Theo discutía los asuntos militares con Paimon en una de las salas del castillo, el aire tranquilo del fin de semana fue roto de repente por una explosión ensordecedora. Los vidrios de las ventanas vibraron, y el eco de la detonación se sintió en todo el castillo.
—¿Qué demonios fue eso? —preguntó Paimon, con el rostro lleno de sorpresa e inquietud.
Theo, con los sentidos alerta, no tuvo que decir nada. Sintió un aura poderosa y maliciosa que venía desde el exterior. "Moloch", pensó.
—¡La torre de comunicaciones! —exclamó Paimon, mientras un mensajero demoníaco irrumpía en la sala.
—¡Mi señor! ¡Nos están atacando! —gritó el mensajero con pánico—. La torre de comunicaciones ha sido destruida, ¡y demonios enemigos están infiltrándose por las afueras del castillo!
Theo frunció el ceño, entendiendo rápidamente lo que estaba pasando. Esta no era una simple incursión. Era un ataque bien planeado.
—Paimon, moviliza a los soldados inmediatamente. Haz que Gremory lidere la primera línea de defensa. Yo me encargaré de los que ya están dentro.
Mientras tanto, en el exterior del castillo, Moloch había desaparecido entre las sombras después de detonar la torre de comunicaciones. Desde las afueras, las carretas y vehículos que estaban estacionados discretamente alrededor del castillo comenzaron a abrirse, y de ellas emergieron hordas de demonios, con armas y armaduras listas para el asalto.
Los guardias del castillo, aunque sorprendidos, no tardaron en reaccionar. Las alarmas resonaron, y las tropas comenzaron a formarse, pero ya era tarde. La entrada principal del castillo fue sacudida por una explosión aún mayor. La puerta gigante de hierro voló por los aires, y los escombros cayeron con estruendo.
De entre el polvo y los escombros, una figura imponente apareció: Belial, seguida de su leal aliado, Mot, ambos rodeados por un aura oscura y poderosa.
—¡Entremos! —ordenó Belial, su voz resonando con autoridad—. ¡Acaben con todos los que se interpongan en nuestro camino!
Los demonios bajo el mando de Belial rugieron con furia, lanzándose hacia la brecha que habían creado. Los primeros en entrar fueron rápidamente enfrentados por los guardias del castillo, pero el caos ya estaba desatado. Las fuerzas de Belial eran más numerosas de lo que parecían al principio, y pronto las defensas del castillo comenzaron a ceder bajo la presión.
Desde una colina cercana, Belial observaba con una sonrisa oscura cómo sus demonios inundaban el castillo. Mot, a su lado, la miró de reojo.
—No será fácil llegar hasta el trono de Theo —dijo Mot, con una voz áspera—. Tiene tropas entrenadas y su castillo está bien protegido.
Belial sonrió aún más, sus ojos brillando con malicia.
—No subestimes el poder del caos —respondió—. Cuando todo se desmorona, los más fuertes caen como los más débiles. Y Theo... caerá bajo el peso de su propia confianza.
Con un gesto de su mano, Belial envió una oleada de poder oscuro hacia los muros del castillo, debilitándolos aún más. Sabía que esta batalla apenas comenzaba, pero ya sentía el sabor de la victoria en sus labios.
Dentro del castillo, Theo se preparaba para enfrentar la invasión. Aunque sabía que Belial era una rival formidable, no tenía intención de ceder su territorio sin una pelea.
—Esto es solo el principio —murmuró para sí mismo, con determinación en su mirada.