En un día soleado, las aulas de la Academia Arcana estaban llenas de risas y murmullos. Theo estaba sentado en su pupitre, rodeado de sus dos mejores amigos, Liam Carter y Jaden Kim. Liam, con su cabello alborotado y su actitud despreocupada, no pudo contener una sonrisa al ver a Chloe conversando con un grupo de estudiantes.
—Oye, Theo —dijo Liam, bromeando—, ¿cómo es que un chico como tú tiene a una chica tan hermosa como Chloe Thompson como amiga de la infancia? Debe ser un sueño.
Jaden, que siempre había sido un poco más serio, asintió, cruzando los brazos sobre el escritorio.
—Sí, en serio. ¿No están saliendo o algo así? Apuesto a que es un romance de película.
Theo se sonrojó ligeramente, sintiéndose un poco incómodo ante la atención.
—No, nada de eso —respondió rápidamente—. Solo somos amigos. Siempre hemos sido amigos.
Liam puso una mano en el hombro de Theo y rió.
—Vamos, amigo, no te hagas el humilde. Eres afortunado de tenerla cerca.
—Si tuviera una amiga así, ¡no dejaría que se me escapara! —agregó Jaden, riendo mientras hacía gestos exagerados.
Theo sonrió, disfrutando de la charla amistosa, pero también sintiendo un ligero peso en su pecho. Las cosas eran complicadas, especialmente con la presencia de Astharot en su vida. Sin embargo, esas preocupaciones se disiparon momentáneamente en la calidez de la amistad.
Después de la última clase, Theo caminó hacia casa, su mente llena de pensamientos sobre su día. Al llegar, fue recibido por su hermana mayor, Luna, que lo esperaba en la cocina con una sonrisa. Tenía 17 años, y siempre había sido su confidente y apoyo.
—¡Theo! —exclamó Luna—. ¿Cómo te fue en clase hoy?
—Bien, solo lo de siempre —respondió él, encogiéndose de hombros—. Mis amigos están un poco celosos de que Chloe sea mi amiga.
Luna soltó una risa suave.
—Es normal, hermano. Es una chica increíble. Ahora, cámbiate de ropa, el almuerzo ya va a estar listo.
Theo asintió y subió a su cuarto. Mientras se cambiaba, reflexionó sobre lo que había pasado en su vida.
Después del incidente, mis padres comenzaron a preocuparse más por mí. La tensión en casa aumentó, y cuando descubrieron que entrenaba y desarrollaba mis habilidades, decidieron que lo mejor era irse a otro país, lejos de todo. Pero Luna fue la que se quedó conmigo. Ella siempre ha sido mi roca, mi refugio en medio del caos.
Al salir de su habitación, una sonrisa apareció en su rostro. Sabía que, aunque la vida era complicada, siempre tendría a su hermana a su lado.
—¿Qué hay para comer? —preguntó, con el estómago rugiendo.
—Tu favorito: espaguetis —respondió Luna, con una sonrisa satisfecha.
—¡Perfecto! —dijo Theo.
Theo subió las escaleras hacia su cuarto, sintiendo un ligero mareo al acercarse a la puerta. Justo cuando tocó el pomo, los recuerdos de su clon inundaron su mente. La prisión del infierno... Belial ha escapado... Las imágenes pasaron rápidamente ante sus ojos: el caos en la prisión, los guardias desaparecidos, Belial desatando su poder. Sabía lo que eso significaba. Lucifer lo había convocado.
Una reunión... en una hora.
Theo respiró hondo, dejando que los recuerdos se asentaran en su mente. Sabía que la capacidad de su clon de transferir experiencias y conocimientos a su cuerpo principal le daba una ventaja estratégica, pero a veces era difícil procesar todo tan rápido. De cualquier forma, no podía perder tiempo.
Se acercó a su escritorio y sacó un pergamino en blanco. Con precisión, dibujó el símbolo de la estrella dentro de un círculo, una antigua marca que le permitía abrir un portal al infierno. Al completar el dibujo, el aire a su alrededor comenzó a vibrar. El círculo brilló con una luz roja intensa y, en un instante, el portal se abrió.
Theo dio un paso adelante, sintiendo el calor abrasador del infierno envolverlo mientras cruzaba el umbral.
Al llegar al castillo Gremory, fue recibido por dos figuras conocidas: Paimon, uno de los más antiguos aliados de Lucifer, y Gremory, el guardián del castillo.
—Bienvenido, Theo —dijo Paimon con una sonrisa arrogante—. Ya era hora de que llegaras. Lucifer te está esperando.
Theo asintió con la cabeza, manteniendo su expresión neutral. Sabía que no tenía tiempo para palabras innecesarias.
Los tres caminaron rápidamente hacia una sala en el castillo que contenía un círculo de teletransportación. Theo ya lo había usado antes: este dispositivo mágico conectaba el castillo de Gremory con el castillo de Lucifer, y podía ser activado desde ambos lados.
—¿Listo? —preguntó Gremory, activando el círculo.
—Siempre lo estoy —respondió Theo, firme.
En un instante, la sala del castillo Gremory desapareció, reemplazada por la majestuosidad del castillo de Lucifer. Al llegar, fue recibido por Lily, la esposa de Lucifer, una mujer de extraordinaria belleza, con un porte que irradiaba autoridad y gracia.
—Theo, qué gusto verte —dijo Lily con una sonrisa suave—. Ven, Lucifer te está esperando en la sala de reuniones.
Theo asintió en agradecimiento y siguió a Lily por los pasillos del castillo. Cada rincón del lugar irradiaba una energía poderosa, como si cada piedra hubiera sido testigo de siglos de conspiraciones y batallas.
Cuando entró al salón de reuniones, Theo notó que los otros ya estaban allí. Los tres Jinetes del Apocalipsis.
Baal, el Jinete de la Hambruna, era el primero en hablar. Un hombre de piel morena, de unos 28 años en apariencia, con una mirada que destilaba poder y hambre insaciable.
—Vaya, vaya, si es el último en llegar —dijo Baal con desdén—. ¿Pensaste que la reunión empezaba cuando tú quisieras, Theo?
Theo lo miró, manteniendo la calma. Ya estaba acostumbrado a las palabras cortantes de Baal.
—Relájate, Hambruna —intervino Namtar, el Jinete de la Plaga, con la apariencia de una mujer de unos 25 años, su voz calmada y suave, pero con un toque peligroso—. Dale un respiro al chico, apenas está acostumbrándose.
Baal resopló, pero no dijo nada más. Theo tomó asiento, consciente de que los ojos de todos estaban sobre él. Su mirada se detuvo en el último de los jinetes, el Jinete de la Muerte, Hela.
Llevaba una capucha negra que cubría gran parte de su rostro, y una máscara de calavera que la hacía parecer una figura salida directamente de los textos antiguos que describían a la muerte personificada. Theo sintió un escalofrío al observarla, pero rápidamente apartó la mirada.
Es exactamente como la describen en los textos... pensó Theo, sintiendo un extraño respeto hacia la misteriosa figura.
—Ahora que estamos todos aquí —dijo Lucifer con apariencia de tener unos 30 años de piel blanca con cabello y ojos dorados desde la cabecera de la mesa, su voz resonando en la sala con autoridad—, comencemos.
La sala de reuniones estaba sumida en un pesado silencio mientras Lucifer observaba a los cuatro Jinetes desde la cabecera de la mesa. Sus ojos dorados brillaban con una intensidad calculadora, midiendo cada movimiento, cada respiración de los presentes. Theo podía sentir el peso de su mirada, aunque Lucifer aún no había hablado.
Finalmente, Lucifer se aclaró la garganta y su voz resonó con una autoridad que hizo temblar el aire.
—Estamos aquí por un motivo de extrema gravedad —dijo, sus palabras cortantes como una espada—. Belial ha escapado.
El silencio se rompió con un murmullo de incredulidad entre los jinetes. Baal, el Jinete de la Hambruna, fue el primero en reaccionar.
—¿Belial? —dijo, su tono mezclando incredulidad y desdén—. Pensé que esa traidora estaba encerrada para siempre.
—Lo estaba —intervino Lucifer, su voz firme—. Pero alguien, o algo, la ha liberado. Y ahora está suelta en el infierno.
Theo notó la tensión en la sala aumentar. Belial... Pensó. El nombre ya le era familiar por los recuerdos de su clon, pero escuchar a Lucifer mencionarla con tal seriedad le dio un nuevo significado. Este no era un enemigo común.
Lucifer continuó:
—Para los que no lo recuerdan, Belial no es solo una amenaza cualquiera. Durante su tiempo bajo mi mando, ella fue el Jinete de la Hambruna. —Theo vio cómo Baal se tensaba al escuchar que Belial había ocupado su puesto—. Su poder era inmenso, capaz de alterar la realidad y manipular los entornos a su antojo. Puede cambiar la forma de los objetos con un simple movimiento de su dedo. Sin embargo, esa habilidad no es instantánea; necesita al menos mover una parte de su cuerpo para hacerlo.
Namtar, el Jinete de la Plaga, cruzó los brazos y frunció el ceño.
—Si su poder es tan grande como el de un jinete... ¿cómo lograron encerrarla?
Lucifer la miró con una mezcla de respeto y frialdad.
—Hace siglos, Belial intentó iniciar una guerra civil en el infierno. Miles de demonios murieron por su rebelión. Fue necesaria mi intervención personal para detenerla. En un enfrentamiento directo, logré derrotarla y encerrarla en la prisión del infierno, encadenada, sellada... hasta ahora.
Hela, la Jinete de la Muerte, permanecía en silencio, pero Theo podía notar su atención. La mención de una guerra civil que involucraba a miles de demonios no era algo que ella tomaría a la ligera.
—Entonces, ¿qué está haciendo ahora? —preguntó Baal con una voz llena de frustración—. ¿Reuniendo aliados? ¿Intentará de nuevo la misma tontería?
—Exactamente —respondió Lucifer, sus ojos fijos en Baal—. Su objetivo es claro: vengarse de mí y, probablemente, intentar tomar el control del infierno. Es ambiciosa y lo suficientemente poderosa para ser un verdadero desafío. Justo ahora, estará reuniendo aliados, liberando a los demonios más violentos y peligrosos de la prisión. Pero su meta principal soy yo.
Lucifer se levantó de su asiento, su figura irradiando poder mientras caminaba lentamente por la sala.
—Les doy esta advertencia —dijo, mirando a cada uno de los jinetes a los ojos—: Belial es un demonio de calibre equivalente al de cualquiera de ustedes. No la subestimen. Ya ha causado el caos una vez y, si la dejamos, lo hará de nuevo. Sin embargo, tenemos tiempo.
Theo observaba atentamente, sin perder ni una sola palabra.
—La prisión está al otro lado del infierno —continuó Lucifer—, muy lejos de aquí. Aunque Belial quiera enfrentarse a mí, le llevará al menos un mes llegar hasta el castillo, siempre y cuando no se desvíe a otros territorios. Durante ese tiempo, su objetivo será ganar fuerza, causar caos y, probablemente, intentar tomar los territorios de ustedes.
Los jinetes intercambiaron miradas. Namtar frunció el ceño, claramente molesta por la idea.
—¿Entonces nuestra tarea es proteger nuestros territorios? —preguntó.
Lucifer asintió.
—Exactamente. Quiero que se mantengan en guardia. No permitan que sus tierras caigan en manos de los demonios que ha liberado. Belial buscará debilitar cualquier fuerza que se oponga a ella. Y no debemos darle ninguna ventaja.
Baal resopló, aunque su mirada reflejaba más preocupación de lo que quería admitir.
—Así que lo mismo de siempre. Defender lo nuestro, patear traseros, y asegurarnos de que la loca no llegue aquí.
Lucifer sonrió levemente ante la actitud de Baal.
—Algo así, pero no se equivoquen. Esta batalla será difícil. Belial no es una adversaria cualquiera, y lo que está en juego es el equilibrio del infierno mismo. No dudo de sus habilidades, pero quiero que se preparen para lo peor.
Theo sentía una mezcla de emoción y tensión. Sabía que esta batalla contra Belial sería algo que lo marcaría, una prueba crucial.
Lucifer regresó a su asiento, cruzando los brazos.
—Nos enfrentamos a tiempos oscuros, pero confío en cada uno de ustedes. Esta es nuestra lucha, y juntos podemos derrotar a Belial una vez más.
El ambiente en la sala se alivió ligeramente. Aunque la amenaza era grave, las palabras de Lucifer parecían infundir confianza en los jinetes.
—Así que manténganse alerta. —Lucifer finalizó la reunión con un tono firme—. No dejemos que Belial, ni sus aliados, tomen ventaja. Estaremos preparados.
Con esas palabras, la reunión llegó a su fin. Theo se levantó junto a los demás, su mente ya trazando los próximos pasos. Sabía que se avecinaba una guerra, y esta vez, sería una que decidiría el destino del infierno mismo.