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El ultimo humano

🇨🇴Angel_Cuellar
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Synopsis

Chapter 1 - La triste realidad

Un hombre de piel oscura, con cuernos prominentes y pezuñas, caminaba tranquilamente por el bosque como si de algo cotidiano se tratase. En cualquier otro lugar, se habría esperado escuchar el canto de las aves o el crujir de las ramas bajo el paso de algún animal, pero allí reinaba un silencio sepulcral, tan pesado que parecía envolver cada rincón del entorno. Sin embargo, para este hombre, aquel extraño suceso no era motivo de preocupación.

Su nombre era Tomás, y avanzaba con una tranquilidad casi desconcertante, propia de un pacifista en completa armonía con su entorno. Una amplia y exuberante sonrisa iluminaba su rostro mientras cargaba un morral repleto de recuerdos preciados: álbumes familiares, dibujos hechos por manos infantiles y, como tesoro principal, un ostentoso retrato de su esposa e hija, pintado por un reconocido artista.

Además de esos objetos sentimentales, Tomás llevaba consigo una lata de comida, una botella de agua a medio llenar y, lo más importante, un bláster de plasma guardado en su funda. Aquel arma solo contenía un disparo, y ese único disparo tenía un propósito específico.

Caminando por el bosque, absorto en la soledad y la aparente armonía del lugar, Tomás se topó con un rincón peculiar. Un claro repleto de flores de todas las formas y colores se extendía ante sus ojos, coronado por un majestuoso cerezo cuyas ramas se mecían con suavidad. Allí decidió detenerse. Se recostó bajo el árbol, dejando el morral a un lado, y sacó el retrato de su familia. Observó la pintura con cariño y una profunda nostalgia que humedecía sus ojos.

Fue en ese momento, mientras sostenía la imagen con una mano temblorosa, que desenfundó el bláster. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas, y con la mirada fija en el retrato, apuntó el arma a su cabeza. Su dedo acariciaba el gatillo, a punto de poner fin a su agonía, cuando de pronto una sensación extraña recorrió todo su cuerpo. Era como si una fuerza invisible lo estuviera guiando hacia algún lugar dentro del bosque.

Confundido, pero también intrigado, decidió seguir aquel llamado inexplicable. Dejó el retrato en el morral, guardó el bláster y caminó con cautela hacia el origen de esa sensación. Después de un breve trayecto, llegó a la entrada de una desconcertante caverna.

Sin mostrar miedo, Tomás se adentra en la oscuridad absoluta de la cueva. El ambiente era frío y opresivo, y mientras tanteaba el suelo, tropezó torpemente con una piedra, cayendo al suelo con un golpe seco. Justo en ese instante, como si su caída hubiera activado algún mecanismo ancestral, un sinfín de cristales de energía se encendieron de golpe, iluminando la caverna con una luz intensa y cegadora.

Tomás cerró los ojos de inmediato, cubriéndose el rostro con las manos. Durante unos minutos no pude abrirlos debido al dolor. Cuando finalmente sus ojos se acostumbraron a la luminosidad, lo primero que vio lo dejó sin aliento: frente a él, un enorme cristal de energía brillaba con fuerza, y en su interior, la silueta de un niño parecía estar atrapada.

Ocultas en lenguajes antiguos, extrañas inscripciones adornaban las paredes de la caverna, trazos que hablaban de un presagio inquietante: el renacimiento de una entidad ancestral, existente desde antes del origen de los tiempos. Para los mortales, esta figura era vista como un salvador, un ser que traería equilibrio y esperanza. Sin embargo, para los antiguos dioses, no era más que un heraldo de devastación, el portador de una era de oscuridad y caos que condenaría al mundo entero.

Las inscripciones, desgastadas por el paso de los siglos, apenas eran legibles. Sus palabras habían perdido claridad, sus significados se habían diluido en el olvido. Tomás, ignorante de la historia oculta que lo rodeaba, pasó junto a aquellas paredes sin percatarse en ellas, sin saber que los ecos de una antigua profecía se escondían en aquel lugar olvidado por el tiempo.

Alarmado, corrió hacia el cristal, golpeándolo con las manos en un intento desesperado por liberar al niño. Lo intenté de varias maneras, pero todo fue en vano. El cristal era demasiado resistente, y usar el bláster tampoco parecía una opción viable; el disparo podría herir al niño o, peor aún, acabar con él.

Mientras observaba al pequeño, inmóvil dentro del cristal, una amarga reflexión lo invadió. Liberarlo significaría condenarlo a un mundo despiadado, un planeta al borde de la extinción, donde la vida era sinónimo de sufrimiento. Sus probabilidades de sobrevivir serían prácticamente nulas, más que esta sería dolorosa y agonizante.

Con el corazón encogido, Tomás murmuró para sí mismo, con la voz quebrada por el dolor:

—Este planeta ya está condenado... Liberarlo sería forzarlo a vivir una vida llena de dolor, donde solo le esperaría la muerte—

Tomás se alejó del lugar convencido de que había tomado la mejor decisión. Sin embargo, mientras se adentraba nuevamente en el bosque, escuchó un sonido estruendoso detrás de él. Al girarse, vio cómo el cristal se rompía en mil pedazos, liberando litros de un extraño líquido espeso y brillante que formó un gran charco en los alrededores. En el centro del charco, un cuerpo pequeño yacía desnudo, cubierto de pies a cabeza por aquella sustancia.

Alarmado, Tomás corrió hacia el niño, preocupado por su estado. Al examinarlo, notó que su pulso era estable y su respiración normal, pero permanecía inconsciente. Sin muchas opciones, decidió cargarlo en sus brazos y llevarlo hasta donde había dejado sus cosas.

Durante el trayecto, Tomás observó algo curioso: el niño no tenía rasgos distintivos que lo identificaran con ninguna raza conocida. Esto lo desconcertó, pero continuó su camino hasta llegar al lugar donde estaba su morral. Sacó una toalla y cubrió cuidadosamente al niño con ella, intentando despertarlo de su inconciencia, aunque sin éxito.

Tomás, visiblemente confundido y abrumado, se dejó caer al suelo. Mientras se rascaba las astas sin idea de lo que debería hacer, musitó para sí mismo:

—¿Qué debería hacer?—

No tenía muchas opciones, así que decidió esperar. Durante esa hora, mientras vigilaba al niño, no podía evitar admirar su extraordinaria belleza, que superaba cualquier cosa que hubiera visto antes. Su piel era tan blanca y pura como la nieve; su cabello, del mismo tono, brillaba con un resplandor etéreo. Tenía cejas finas, pestañas largas y espesas del mismo color, y un rostro tan perfecto que parecía esculpido por manos divinas. Aquel niño era la personificación de la belleza misma.

Aunque impresionado por su apariencia, Tomás no podía dejar de hacerse un sinfín de preguntas relacionadas a este enigmático ser. ¿Quién era este niño? ¿Por qué estaba atrapado en el cristal? ¿Cuánto tiempo había permanecido allí? Tantas dudas lo carcomían, pero ninguna hasta el momento tenía respuesta.

Finalmente, el niño abrió los ojos, y Tomás quedó aún más asombrado al encontrarse con aquella mirada apacible y deslumbrante: sus ojos eran un espectáculo único, semejantes a diamantes que reflejaban una gama infinita de colores: rojo, verde, morado, dorado, y muchos más, e irradiando un brillo hipnótico que emanaba un aura de misterio y fascinación.

—Increíble… —

Susurró Tomás, incapaz de apartar la mirada.

El niño, sin emitir palabra, se levantó del suelo con calma, ajustando la toalla para cubrir su cuerpo. Tomás, como si estuviera bajo un hechizo, permaneció en silencio, luchando por recuperar la compostura. Se dio unas leves palmadas en la cara y, finalmente, decidió intentar entablar conversación. Había demasiadas preguntas rondando en su mente, y necesitaba respuestas. Sin embargo, el niño se mantuvo callado con una expresión imperturbable.

—Hola, me llamo Tomás. Aunque mis amigos me llaman Tom —

—Pero puedes llamarme como quieras—

Intentó sonar lo más amable posible, esforzándose por no incomodar al pequeño. Sin embargo, el niño no pareció reaccionar. Su atención estaba dirigida a los alrededores, explorando el entorno con una curiosidad silenciosa que provocó en Tomás un profundo suspiro de resignación.

—Oye, niño, ¿quién eres?—

—¿Por qué estabas en ese cristal?—

— ¿Cuántos años tienes?—

—… Por lo menos, ¿puedes decirme tu nombre?—

Una tras otra, sus preguntas se perdieron en el aire, sin obtener respuesta alguna. El permaneció en un mutismo absoluto, su mirada ahora fijándose en el cielo con una expresión que parecía tanto la de un niño perdido como la de un sabio concentrado, como si estuviera viendo algo que Tomás no podía percibir.

La decepción se dibujó en el rostro de Tomás mientras observaba al pequeño. Aunque sabía que no tenía sentido presionarlo, no podía evitar sentir una punzada de frustración ante el silencio del niño, que parecía ajeno a todo lo que lo rodeaba, atrapado en su propio mundo insondable.

—Tal vez sea mudo… —

Murmuró para sí mismo con clara resignación y frustración en su mirada, poniéndose de pie para buscar leña ya que estaba por anochecer.

Mientras él trabajaba, el niño continuó sentado, con la mirada fija en el cielo, sin moverse ni emitir sonido alguno. Así transcurrió el día, hasta que finalmente se hizo de noche y ambos se encontraban frente a una fogata, sumidos en un incómodo silencio.

El cielo estrellado lucía espectacular, y el calor de la fogata ofrecía un alivio reconfortante. En ese ambiente tranquilo, y sin previo aviso, el niño finalmente rompió su silencio. Con una voz suave, casi etérea, respondió una de las preguntas de Tomás.

—Lucifer—

Tomás, sin entender del todo el significado de la inesperada respuesta de Lucifer, decidió intentar entablar nuevamente una conversación con él para conocer más sobre aquel misterioso niño.

—¿Sabes? Pensé que eras mudo —

Lucifer, con calma, dirigió su mirada hacia él y respondió con un tono tranquilo:

—No lo soy, solo que llevaba tanto tiempo sin ver el cielo que necesitaba contemplarlo—

Intrigado por esta afirmación, Tomás alzó la vista al cielo. Sin embargo, lo que vio no le pareció gran cosa: solo oscuridad y unas pocas estrellas dispersas. Decepcionado, bajó la cabeza.

— ¿Cuánto tiempo llevabas encerrado en ese cristal? —

Lucifer, dubitativo, contestó:

—No lo sé... ¿Tres o cuatro años, tal vez?

Tomás se quedó pensativo. Si Lucifer había estado atrapado tanto tiempo, no podía haber comido nada durante ese período. Sin dudarlo, tomó del morral la única lata de comida que tenía y se la ofreció.

—Toma, necesitas comer. Por cierto, ¿cuántos años tienes?

Lucifer, indeciso nuevamente, respondió con la misma vaga precisión:

—Tres o cuatro años.

La respuesta dejó a Tomás desconcertado. Según la apariencia de Lucifer, parecía tener entre ocho y diez años, pero su respuesta no solo contradecía esta suposición, sino que también dejaba claro que desconocía muchas cosas, incluida la situación actual del planeta.

Tomás le preguntó con cautela:

—Oye... ¿Sabes lo que está pasando aquí? —

Lucifer lo miró con una expresión de inocencia absoluta y, sin mostrar signos de preocupación, respondió con tranquilidad:

—No... ¿Porque qué está pasando? —

El rostro de Tomás se ensombreció al escuchar esto. Cubriéndose la frente con la mano, tomó aire, intentando mantener la compostura. Durante mucho tiempo había tratado de ser optimista, pero ahora sentía que no podía seguir engañándose. Por primera vez en su vida, decidió ser completamente honesto, tanto consigo mismo como con Lucifer.

—Odio ser quien te lo diga... pero este planeta está condenado —

Tomás hizo una pausa antes de continuar, con un tono amargo en su voz.

—Hace medio año llegó un virus colmena, al que llamaron "Horror"—

—Todo era normal, hasta cuando este comenzó a infectar a los seres conscientes. Ahí fue donde las cosas se comenzaron a poner feas—

—Los infectados se convierten en aberraciones monstruosas, criaturas que perdían todo rastro de humanidad y conciencia—

Lucifer seguía en silencio, escuchando atentamente mientras comía la lata de comida con una tranquilidad inquietante, mientras que Tomas continuaba con su explicación. 

—Este virus — 

— una especie de plaga colmena que se transmite por la sangre, con el único propósito de expandirse a otros planetas —

—No hay cura para él. Cuando llegó aquí, en menos de una semana todo colapsó— 

Tomás apretó los puños con frustración mientras hablaba.

—Se intentó detener la propagación. Desactivaron las naves intergalácticas, los teletransportadores... todo. Pero nada fue suficiente. Ahora, todo el sistema solar está condenado—

Hizo una pausa, dejando que el peso de sus palabras se asentara antes de agregar con un suspiro de resignación:

—No sé si hay supervivientes en otros planetas, pero de algo estoy seguro: yo era el último en este lugar... hasta que tú llegaste—

Era una explicación amarga, cargada de desesperanza. Mientras Tomás hablaba, Lucifer, con una expresión inexpresiva y fría como una hoja de obsidiana, continuó comiendo sin inmutarse. Su tranquilidad era casi perturbadora, pero Tomás no se sentía incómodo. Había vivido tanto sufrimiento que ya estaba acostumbrado a rostros inexpresivos como aquel.

Tomás, sorprendido por la serenidad casi sobrenatural de Lucifer, añade: 

—La comida escasea... Así que disfruta esa lata —

El silencio volvió a instalarse entre ellos, roto solo por la voz cansada de Tomás, que parecía haber llegado a un punto de quietud.

—Sabes, hasta ahora quise mantener la esperanza. No me importaba si era imposible, si no existía realmente. Me aferré a ella con todas mis fuerzas—

Hizo una pausa, mirando las llamas de la fogata, mientras su voz se tornaba más melancólica.

—Intenté sobrevivir lo máximo posible tratando de ayudar a otros, manteniéndome firme a mis principios — 

—Me negué a dejarme corromper por este mundo podrido. Me aferré a mi moralidad con la ilusión de que, algún día, sería recompensado — 

Tomás apretó los labios y bajó la mirada, como si hablara más consigo mismo que con Lucifer— 

—Fui un iluso... Lo perdí todo. Pensé que por ser bueno sería salvado, que habría un final mejor — 

— ...Pero mi única recompensa... fue aún más sufrimiento — 

La última frase quedó suspendida en el aire, como un eco lleno de amargura, mientras el fuego seguía crepitando en la oscuridad de aquella noche desolada.

Tomás, con la mirada vacía, descargaba todo su dolor ante Lucifer, quien, lleno de empatía y compasión, permanecía en silencio. El niño, con una expresión inusualmente calmada, parecía acostumbrado a este tipo de confesiones, como si el sufrimiento ajeno no le resultara ajeno. Con un leve suspiro, escuchaba las palabras del hombre sin interrumpirlo, dejándolo liberar la carga de su alma.

Tomás, con una voz quebrada, cargada de resignación, expresó:

—Gracias a eso me di cuenta de que este mundo no favorece a los buenos ni los recompensa. Solo es cruel — 

Luego de un instante de silencio, continuó, dejando que cada palabra saliera como una herida abierta.

—Yo... ya me rendí. No puedo seguir con esto —

Se tomó un respiro, tratando de calmarse, y añadió con un tono sombrío:

—Lo siento de antemano. Perdón por no darte esperanza ni ofrecerte falsas ilusiones, pero estoy harto de engañarme a mí mismo —

Miró a Lucifer, quien seguía en silencio, demostrando una tranquila mirada llena de empatía. Preguntándose a sí mismo por qué estaba haciendo esto, por qué le confesaba todo su dolor a un niño, como si ahora él tuviera que cargar con este sufrimiento.

—¿Qué estoy haciendo? —

—Sabes.... deberías dormirte. Necesitarás toda la energía posible para mañana —

—Procura ahorrar todas tus fuerzas, las necesitarás.

Tras estas palabras, Tomás, con una mirada perdida y vacía de emoción, se levantó lentamente. Se alejó unos pasos, buscando un momento de soledad, mientras Lucifer se recostaba en el suelo y cerraba los ojos. Dejó a un lado la lata de comida, ahora vacía, y se preparó para dormir.

El tiempo transcurrió entre suspiros y pensamientos oscuros. Tomás, apoyado contra un viejo cerezo, observaba su bláster con una mezcla de duda y desesperación. Tenía un disparo en solitario. Miraba el arma y luego fijaba su mirada en Lucifer, quien permanecía dormido, ajeno a la tormenta mental que azotaba al hombre.

Un dilema consumía a Tomás: ¿seguir adelante o poner fin a todo? Había perdido la esperanza, había perdido a su familia, a sus amigos, todo lo que alguna vez le había dado un propósito para vivir. Ahora, la idea de continuar le parecía una condena. ¿Qué clase de vida podía ofrecerle a Lucifer? Obligarlo a crecer en un mundo destrozado, condenado al sufrimiento y con un final inevitable era, para él, lo más inhumano que podía hacer.

Él había presenciado con horror cómo su mujer se infectó con el virus. Cuando llegó el momento de acabar con su sufrimiento para proteger a su grupo, no pudo hacerlo. No fue lo suficientemente fuerte para apretar el gatillo. Su indecisión, su debilidad, tuvo un costo devastador: su hija también fue infectada y se convirtió en una de esas aberraciones.

Los amigos que lo habían acompañado en aquel infierno tampoco escaparon al mismo destino. Uno tras otro, cayeron frente a él, víctimas del virus o de los monstruos que este creaba. Tomás quedó como el único sobreviviente, cargando en su espalda no solo el peso de las pérdidas, sino también el insostenible peso de su conciencia.

El remordimiento por no haber sido capaz de protegerlos lo consumía por dentro. Cada recuerdo de su familia, de su hija, de sus amigos, era una daga que se clavaba más profundo en su alma. Su debilidad había sellado el destino de todos ellos, y esa culpa lo llevó a perder cualquier vestigio de esperanza.

Para él, la vida se había convertido en una cadena interminable de sufrimiento, una prisión de la que no podía escapar. Por eso, había decidido adentrarse en aquel bosque. No buscaba refugio ni un propósito, solo el silencio y la oscuridad que lo abrazaran mientras esperaba el final que tanto anhelaba. Para Tomás, seguir viviendo no era más que prolongar una agonía que no tenía sentido.

Con lágrimas en los ojos y las manos temblorosas, levantó el bláster y lo apuntó hacia el niño. Su respiración se volvió agitada, y sus pensamientos se descontrolaron. Una parte de él insistía en que aquello era lo correcto, pero en el fondo sabía que no lo era. Su mente estaba hecha un caos, y el miedo y la duda gobernaban cada fibra de su ser.

—No pude hacerlo —

Comento con ansiedad y tristeza. El bláster cayó al suelo con un estruendo sordo. Tomás, derrotado por su propia debilidad, cayó de rodillas, llorando desconsoladamente.

—Idiota... Soy un maldito y estúpido inútil —

—No pude proteger a mi hija, no pude proteger a mi mujer... no pude proteger a nadie —

Se llevó las manos al rostro, las lágrimas cayendo sin control mientras gritaba al vacío:

—¡Maldito inútil! Tantos amigos que murieron, ilusionados por falsas esperanzas... ¡Y yo los engañé! Los motivé a seguir adelante, pero ahora... ya no queda nadie. Solo quedo yo —

Golpeó el suelo con los puños, lleno de frustración y dolor.

—¿Por qué? ¿Por qué solo quedé yo?.... Lo siento... lo siento tanto, perdón por decepcionarlos a todos—

—Pero yo... ya no puedo—

Con el corazón destrozado, recordó a cada uno de sus amigos, a su familia, a las personas que habían confiado en él. Se disculpó en silencio con todos ellos, antes de levantarse del suelo. Tomó nuevamente el bláster y, con pasos pesados, se alejó, dejando atrás todo lo que quedaba.

—De verdad, lo siento... —

Susurró sus últimas palabras antes de desaparecer en la oscuridad del bosque.

Lucifer, quien había estado despierto todo el tiempo, escuchó cómo los pasos de Tomás se desvanecían en la distancia. Cerró los ojos, aparentando dormir, hasta que un disparo resonó en el silencio de la noche.

Abrió los ojos y lanzó un profundo suspiro, lleno de una mezcla de lamento y aceptación.

—Descansa en paz, ahora yo me encargaré del resto —

—Le daré fin a todo este sufrimiento —

Murmuró con suavidad, mientras el fuego de la fogata comenzaba a apagarse, consumido por la fría oscuridad de la noche.