La luna llena iluminaba el antiguo reino de Terra, un lugar donde la magia fluía a través de la tierra, y cada rincón estaba lleno de vida y misterio. Sin embargo, esa noche, una sombra más oscura que la propia noche cubría el horizonte. La silueta de una figura, envuelta en una capa oscura, se erguía sobre una colina, observando las tierras que una vez gobernó.
Yharim, el Señor de las Sombras, había regresado.
Los recuerdos de su caída aún le atormentaban. Un destierro impuesto por aquellos que antes lo alababan, un traidor para sus propios aliados, y una leyenda para aquellos que no lo conocieron. Pero el tiempo había pasado, y las historias se habían desvanecido con los vientos del desierto. Ahora, sólo los más ancianos susurraban su nombre con temor, como un eco distante de una época olvidada.
El viento soplaba fuerte, llevando consigo el sonido de espadas y gritos de un tiempo pasado. Yharim cerró los ojos, sintiendo el flujo de energía oscura que corría por sus venas, más fuerte que nunca. Frente a él, su espada, Forjadora de Almas, brillaba con un destello carmesí, como si anhelara el caos que una vez desató. A su lado, su casco, negro como el abismo, reflejaba la tenue luz lunar, listo para volver a ser portador de su poder.
—El tiempo de las sombras ha regresado —murmuró Yharim, su voz ronca y profunda resonando en el vacío de la noche.
En las profundidades de la selva, criaturas antiguas despertaban de su letargo, respondiendo a la llamada de su antiguo señor. Dragones de obsidiana, gárgolas de piedra y seres que solo existían en pesadillas, se levantaban de su descanso. El suelo tembló, como si el mismo mundo temiera lo que estaba por venir.
Yharim levantó su espada hacia el cielo, y una nube oscura se extendió sobre el firmamento, cubriendo las estrellas. En ese instante, sintió una presencia familiar detrás de él. Se giró lentamente, encontrando a un hombre encapuchado, con ojos dorados que brillaban como un faro en la oscuridad.
—Nunca pensé que volverías, Yharim —dijo el desconocido, su voz cargada de una mezcla de asombro y desafío.
—Ni yo esperaba que alguien como tú sobreviviera tanto tiempo, Ezra —respondió Yharim, esbozando una sonrisa fría—. ¿Qué te trae hasta aquí? ¿La esperanza de detenerme otra vez?
Ezra soltó una risa amarga, ajustando la capucha sobre su rostro. Era un mago poderoso, uno de los pocos que había desafiado a Yharim en su apogeo. Pero el tiempo había sido cruel con él; su cabello, que una vez fue dorado, ahora era blanco como la nieve, y la magia que antes brotaba de sus manos, ahora era más débil.
—No, he venido a advertirte —dijo Ezra, con la mirada fija en el guerrero oscuro—. El mundo ha cambiado, Yharim. Los héroes que una vez te derrotaron no son más que leyendas, pero hay otros que han surgido. Otros que no temerán enfrentarse a ti.
Yharim bajó su espada y dio un paso hacia el mago, sus ojos llenos de una fría determinación.
—Que vengan, Ezra. Que me enfrenten y caigan como todos los demás. Esta vez, no habrá misericordia. Esta vez, las sombras consumirán cada rincón de Terra.
Ezra sostuvo la mirada, pero Yharim pudo ver el temor en sus ojos. El viejo mago sabía que algo había cambiado, que el guerrero que una vez derrotaron había regresado más fuerte, con un propósito que superaba su antiguo deseo de poder.
—Te enfrentarán, Yharim. No porque quieran, sino porque deben —respondió Ezra, dando un paso atrás, su figura desvaneciéndose en la niebla que comenzaba a rodear la colina—. Y cuando llegue ese momento, rezaré porque encuentren la fuerza que yo no tuve.
Yharim observó cómo Ezra se desvanecía en la oscuridad, dejando solo el eco de sus palabras. Pero él no temía. Sabía que el poder de la luz no sería suficiente esta vez. Con cada paso que daba, las sombras lo seguían, obedientes a su voluntad, como si el mismo universo conspirara para cumplir su deseo.
Con un último vistazo a las tierras que se extendían a sus pies, Yharim descendió de la colina. Su mente estaba clara, su objetivo firme. La oscuridad era su aliada, y esta vez, nadie podría detenerlo.
Y así, el destino de Terra pendía de un hilo, mientras el Señor de las Sombras caminaba de nuevo por la tierra que juró conquistar.