Las sombras se alargaban a medida que Yharim avanzaba, sus pasos resonando en el suelo como un mantra de poder y determinación. A medida que descendía la colina, un frío ominoso envolvía el aire. En el horizonte, las luces de la aldea de Nochebruma titilaban, ignorantes del peligro que se cernía sobre ellas. Era un lugar tranquilo, donde los habitantes se entregaban a sus vidas cotidianas, sin saber que la oscuridad estaba de regreso para reclamar lo que una vez fue suyo.
Mientras Yharim se acercaba a la aldea, el recuerdo de su pasado comenzó a asediarlo. Recordó las noches en que los aldeanos lo veneraban, aclamándolo como su protector. Recordaba el calor de la luz, la esperanza en los ojos de la gente, y cómo todo se desvaneció en un instante de traición. Su traición.
Detuvo su marcha en un claro, los árboles a su alrededor murmurando con el viento. Se apoyó en un tronco caído, respirando profundamente mientras se dejaba llevar por las memorias. Una imagen floreció en su mente: un joven guerrero, ágil y decidido, listo para luchar contra las fuerzas del mal. Al lado de él, una joven con ojos brillantes y una sonrisa que iluminaba cualquier oscuridad.
—Eres más que un guerrero, Yharim —había dicho ella, su voz dulce y alentadora—. Eres la luz en la oscuridad.
El eco de su risa resonó en su mente, un recordatorio de lo que había perdido. Pero la tristeza no tenía cabida en su corazón ahora. La luz que ella representaba solo había sido un obstáculo en su búsqueda de poder. La ambición lo había consumido, transformándolo en lo que era ahora: un maestro de la oscuridad.
Un murmullo lo sacó de su trance. Se giró rápidamente, sus sentidos aguzados, listo para cualquier amenaza. Delante de él, una figura emergió de las sombras: un hombre de pie con una capa negra, su rostro parcialmente oculto. A diferencia de Ezra, este era un extraño, pero el aura que emanaba de él era inconfundible. Era un súbdito de la oscuridad, alguien que había respondido a su llamado.
—Mi Señor —dijo el hombre, inclinándose ligeramente—. He traído noticias.
Yharim lo observó, evaluando la lealtad que emanaba de aquel que se había atrevido a acercarse. —¿Qué tipo de noticias?
—Los héroes de Terra han comenzado a reunirse. Su líder, un guerrero llamado Aiden, busca reunir a los más poderosos para enfrentarse a ti. Están buscando artefactos antiguos que les darán poder para detenerte.
Una sonrisa fría se dibujó en los labios de Yharim. —¿Aiden? Interesante.
—Sí, mi Señor. He oído que él tiene la habilidad de convocar espíritus de antiguos héroes caídos. Se dice que sus compañeros son igual de fuertes. Deberíamos actuar rápidamente antes de que logren reunir todo su poder.
Yharim se detuvo a pensar, sus ojos reflejando la luz de la luna. Aquellos héroes eran solo un eco de un pasado que había superado. La idea de enfrentarse a un guerrero que podía convocar a sus antiguos enemigos no le intimidaba. En cambio, lo llenaba de una nueva emoción. La idea de dominar no solo su destino, sino el de aquellos que habían intentado despojarlo de su poder.
—Entonces, necesitamos crear una distracción —dijo, su voz firme—. Algo que los desvíe de su objetivo.
—¿Cómo lo haremos, mi Señor?
—Desatando el caos en la aldea de Nochebruma —respondió Yharim, sus ojos brillando con una oscura ambición—. Que sientan el miedo que traen las sombras. Usaremos sus propios miedos en su contra.
Con un gesto de su mano, invocó un hechizo que reverberó a través del claro. Las sombras danzaron a su alrededor, tomando forma y vida. La oscuridad se unió a su llamado, transformándose en criaturas de pesadilla: sombras aladas, espectros que se alimentaban de la luz.
—Ve, reúne a nuestras fuerzas —ordenó Yharim—. Desata a estos seres sobre la aldea. Que los aldeanos sepan que las sombras han regresado, y que yo estoy de vuelta para reclamarlos.
El hombre asintió, su expresión de determinación iluminando su rostro por un breve instante. Sin perder tiempo, se desvaneció en la oscuridad, llevando consigo el mensaje de su señor.
Yharim sonrió, sintiendo el poder de la oscuridad fluir a través de él. Había tomado su decisión. No solo recuperaría lo que le pertenecía, sino que se aseguraría de que aquellos que se atrevieran a enfrentarlo supieran que él era el verdadero señor de las sombras.
Mientras se acercaba a la aldea, una risa oscura brotó de su pecho. La noche apenas comenzaba, y con cada paso que daba, el eco del pasado se convertía en un canto de guerra.