La mañana siguiente a su decisión de buscar respuestas, Aiden, Kael, Mira y Thorne emprendieron su viaje hacia el oeste, hacia una región remota donde, según los registros de la academia, se encontraban las ruinas de un antiguo templo. Se decía que este lugar había sido un santuario para guerreros olvidados, aquellos que habían combatido en la época de Yharim antes de que las sombras lo consumieran.
El viaje fue arduo y el paisaje se volvía cada vez más desolado a medida que se acercaban a las ruinas. La vegetación, antes densa y vibrante, se transformó en un mar de árboles secos y terrenos áridos, como si la vida misma hubiera sido arrancada de la tierra por un poder antiguo. Aiden caminaba al frente, sintiendo una extraña atracción hacia el lugar. Los ecos de los caídos susurraban a su alrededor, más fuertes que nunca, como si estuvieran ansiosos por lo que iban a descubrir.
Finalmente, tras horas de caminata, los cuatro amigos se detuvieron frente a la entrada del templo. Grandes columnas de piedra, cubiertas de musgo y desgastadas por el paso del tiempo, se alzaban como guardianes silenciosos. Inscripciones en lenguas antiguas adornaban las paredes, contando historias de guerras y héroes de épocas pasadas.
—Este lugar es... inquietante —comentó Thorne, mirando las sombras que se arremolinaban en las esquinas de la estructura—. Parece que en cualquier momento algo va a salir de esos muros.
—Mantente alerta —respondió Kael, pasando una mano por una de las inscripciones, tratando de descifrar el significado—. Si hay algo de valor aquí, no seremos los primeros en intentar encontrarlo.
Mira asintió, su mirada recorriendo la entrada oscura del templo. —Si las historias son ciertas, este lugar podría haber sido uno de los últimos bastiones contra Yharim antes de que su poder se volviera imparable. Tal vez encontremos algo que nos ayude a entender cómo detenerlo.
Aiden, sintiendo la energía de los ecos dentro de él volverse más intensa, asintió y lideró el camino hacia el interior de las ruinas. La oscuridad los envolvió mientras avanzaban por un largo pasillo cubierto de escombros. El aire era frío y denso, cargado de un poder antiguo que parecía observarlos desde las sombras.
Después de recorrer varios corredores, encontraron una gran sala central. Los muros de la habitación estaban adornados con frescos que representaban batallas épicas entre figuras envueltas en luz y sombras. En el centro de la sala, había un pedestal de piedra cubierto de polvo. Sin embargo, lo que llamó la atención de Aiden fue una puerta de metal oxidado, semiabierta, al fondo de la cámara.
—Por aquí —dijo, señalando la puerta a sus amigos.
La empujaron con esfuerzo, el metal chirriando en protesta. Al cruzar el umbral, encontraron una cámara mucho más pequeña, iluminada tenuemente por los rayos de sol que se filtraban a través de una grieta en el techo. Pero lo que realmente capturó su atención fue la figura que yacía en el centro de la sala.
Un esqueleto humano, vestido con los restos de una armadura desgastada, descansaba contra la pared, sus huesos cubiertos por siglos de polvo. Entre sus dedos huesudos, sostenía una espada rota, la hoja partida en dos, con runas grabadas que aún brillaban débilmente. A su lado, un pergamino amarillento y desgastado por el tiempo estaba enrollado con cuidado.
Aiden se acercó lentamente al cadáver, arrodillándose junto a la espada rota. Con reverencia, tomó el pergamino y lo desplegó. Las palabras estaban escritas en una lengua antigua, pero, sorprendentemente, los susurros de los ecos de los caídos en su mente le ayudaron a comprender su significado.
—"Este fragmento es uno de los cinco que conforman la espada Réquiem, la única hoja capaz de dañar a la sombra que una vez caminó entre nosotros como un héroe. Yharim, el traidor, solo puede ser herido por aquello que fue forjado para protegernos de su oscuridad. El tiempo se agota, y este es mi último resguardo. Si alguien encuentra este fragmento, que continúe la misión de los caídos y restaure la esperanza perdida..."
Aiden cerró el pergamino, su rostro pálido por la revelación. Las palabras parecían haber sido escritas como una súplica, un último intento de resistir contra la sombra de Yharim. Levantó la espada rota, sintiendo un leve pulso de poder recorrer la hoja dañada, como si el fragmento aún guardara un vestigio de su antigua fuerza.
—Este es solo uno de los cinco fragmentos de la espada Réquiem —murmuró Aiden, mirando a sus amigos con una mezcla de determinación y temor—. Y si lo que dice el pergamino es cierto, es la única arma que puede herir a Yharim.
Kael, Mira y Thorne intercambiaron miradas preocupadas, entendiendo la magnitud de lo que acababan de encontrar.
—Esto significa que tenemos que encontrar los otros cuatro fragmentos —dijo Mira, su tono lleno de resolución—. Si queremos tener una oportunidad contra Yharim, debemos restaurar la espada.
—Y el tiempo no está de nuestro lado —añadió Kael, observando la espada rota con ojos llenos de curiosidad—. Cada día que pasa, Yharim se fortalece, y si nosotros no nos preparamos, no tendremos ninguna esperanza de detenerlo.
Aiden asintió, sintiendo que una nueva misión se había impuesto sobre sus hombros. Con la espada rota en sus manos y el pergamino guardado, los cuatro amigos salieron de la cámara, con la certeza de que el camino por delante sería más peligroso que cualquier batalla que hubieran enfrentado hasta ahora. Pero también sabían que, con cada fragmento de la Réquiem que encontraran, estarían un paso más cerca de enfrentarse a Yharim y liberar a Terra de su sombra.
Las ruinas se cerraron tras ellos, dejando atrás el eco de los antiguos guerreros y la promesa de un destino que solo ellos podían cumplir.