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Chapter 11 - Sobre los cielos Capitulo 11 - “Humanos”

Los días pasaban con una calma engañosa, y Zhou Xintian se dedicaba a desentrañar cada aspecto de su meditación, cuestionándose cómo funcionaba y qué principios lógicos podrían sustentarla. 

Para alguien tan arraigado en el mundo de la tecnología, acostumbrado a las cifras, algoritmos y procesos, la meditación representaba una especie de misterio fuera de su zona de confort. "¿Cómo puede esto tener un efecto real en mí?" pensaba, consciente de que sus bases científicas le ofrecían poca ayuda aquí. 

Su mente estaba atrapada entre dos mundos: uno tangible y racional, y este otro, misterioso y envolvente, que no se explicaba con la misma claridad.

En su tiempo libre, recolectaba semillas, guardándolas en una pequeña bolsa de tela que había improvisado al desgarrar un pedazo de su ropa. Al mirarse, notó que su atuendo estaba en un estado lamentable, roto y desgastado. El olor a tierra, a sudor, y a vida intensa lo envolvía, un olor que nunca había tenido en su antigua vida controlada por las corporaciones. Recordó cómo, en aquella vida pasada, las necesidades básicas eran un problema que nunca debió resolver por sí mismo. Allí, todo estaba a su disposición; nada le exigía este tipo de esfuerzo, de inventiva.

"¿Cuánto he cambiado?" reflexionó, mientras acariciaba con la mirada el paisaje que lo rodeaba, cada hoja y cada tallo de trigo tan lleno de vitalidad que parecía un mundo diferente al que había conocido. 

Aquí, debía buscarlo todo por sus propios medios, descubrir una vida sin manuales ni programación, solo con su propia determinación y ese inquebrantable deseo de entender su lugar en el Edén y ante Yggdrasil.

Para Zhou, aprender en este nuevo mundo era un desafío, un viaje de autodescubrimiento construido sobre fragmentos de recuerdos, como imágenes efímeras que emergían en su mente solo para desvanecerse al momento siguiente. Cada visión era un hilo sutil hacia una verdad oculta que parecía gobernar el lugar en el que se encontraba. 

¿Eran esas imágenes simples ilusiones o, de algún modo, claves para comprender este Edén misterioso? El deseo de entender se hacía más fuerte a medida que pasaban los días, y Zhou experimentaba una creciente fascinación, como si detrás de cada recuerdo velado hubiera una explicación que aguardaba su despertar.

Sabía, por alguna intuición casi mística, que sus pensamientos eran la puerta para acceder a un vasto conocimiento dormido en su mente. Solo necesitaba centrarse, enfocar su mente en un único propósito, y la información fluiría como un río en calma. 

Este pensamiento lo llenaba de una emoción indescriptible, casi como la promesa de una verdad inalcanzable en su vida pasada.

El tiempo transcurría en una paz y armonía que Zhou nunca había experimentado en su antiguo mundo. Los días se teñían de una serenidad inusual mientras él dedicaba largas horas a la meditación, sintiendo que con cada sesión su conexión con el Edén y con el árbol místico se hacía más fuerte, más real. 

La calma se apoderaba de él y lo transformaba, y aunque estaba solo, la presencia de Yggdrasil y de la isla lo hacía sentir parte de algo mucho más grande, como si el mundo entero le susurrara su verdadero propósito.

"¿Será suficiente con esto?" se preguntaba a menudo. A medida que exploraba sus recuerdos, Zhou comprendió que la meditación, aunque poderosa, no era el único camino hacia la iluminación. Otros aspectos, como la sabiduría, la fuerza física, la espiritualidad, y el Qi, eran pilares que debían cultivarse en conjunto. Solo enfocarse en su Qi sería insuficiente; sabía que su cuerpo, aún frágil y débil, no soportaría un flujo de energía tan potente sin la debida fortaleza.

Mientras observaba el entorno, el suave susurro del viento que acariciaba las plantas y la frescura que emanaba de la tierra, Zhou se comprometió a encontrar un equilibrio entre todos esos aspectos. 

Sabía que no sería fácil, pero con cada paso en su viaje, sentía que el Edén y Yggdrasil le ofrecían no solo un refugio, sino una guía en su camino hacia una transformación total.

Zhou recordó que había guardado seis espigas de trigo del Edén en su túnica, y con un cosquilleo de anticipación buscó entre sus ropas. Al sentir la textura áspera y familiar bajo sus dedos, extrajo una de las espigas y la observó detenidamente. 

Su corazón palpitaba con una mezcla de asombro y euforia: no solo podía llevar vida al Edén, sino también traer de vuelta los frutos que cultivaba allí a este plano. Esta posibilidad ampliaba enormemente sus horizontes y planteaba nuevas preguntas. Si podía llevar algo tangible de un mundo a otro, ¿qué significaba realmente el Edén?

Una sonrisa se asomó en su rostro mientras observaba la espiga, que brillaba con un matiz dorado bajo la luz. Su textura le recordaba la esencia misma de ese mundo, como si conservara la energía y el misterio del Edén en cada grano. 

Zhou suspiró, consciente de que esta experiencia no hacía sino confirmar que aquel paraje místico era real. Pero este descubrimiento también le dejaba en una incertidumbre cada vez mayor, y su mente, inquieta, comenzó a hilvanar preguntas. 

¿Dónde está ubicado el Edén realmente?, se preguntaba, dejando que su mirada se perdiera en el horizonte.

Con cada nueva pregunta, su mente giraba en un remolino de dudas. ¿Viajo al Edén en cuerpo y alma, o es solo una proyección mental? ¿Cuánto tiempo puedo realmente pasar allí antes de que el cansancio me consuma por completo? La naturaleza de este espacio, en algún lugar entre sueño y realidad, era un misterio que aún no lograba descifrar. Sin embargo, sabía que cada visita lo acercaba más a una verdad oculta, como si el Edén mismo fuera una puerta hacia algo mucho más profundo.

Mientras volvía a guardar la espiga, Zhou sintió una paz inesperada y, al mismo tiempo, una energía vibrante que le recorría el cuerpo. 

El viento soplaba suavemente a su alrededor, y el sonido de las hojas, como susurros antiguos, parecía querer responder a sus pensamientos. Aunque aún no tenía todas las respuestas, una cosa le quedaba clara: estaba en el camino correcto, y el Edén, con sus misterios y maravillas, le brindaría las respuestas cuando fuera el momento adecuado.

Zhou comprendía que su conexión con el Edén le permitía llevar semillas y regresar con los frutos, una revelación que abría ante él un abanico de preguntas aún sin respuesta. 

La primera que resonaba en su mente era sobre el tiempo: ¿Fluirá el tiempo en el Edén de manera diferente a este mundo? Recordó cómo, tras sembrar una pequeña planta de trigo de brillo celeste, había regresado para encontrar la isla cubierta de trigo maduro y exuberante. ¿Cómo podía ser que ese espacio místico acelerara tanto el crecimiento de las plantas?

Sentado en la tierra, Zhou meditaba profundamente, consciente de que cada viaje a aquel plano lo acercaba a una verdad oculta. Se preguntaba si el Edén era una dimensión paralela, un mundo contenido en otro, una realidad distinta que se entrelazaba con la suya en armonía mística. 

Esta idea, aunque parecía descabellada, le llenaba de una intriga casi infantil, como si se encontrara en el umbral de un descubrimiento trascendental.

Respirando profundamente, Zhou cerró los ojos y dejó que su conciencia flotara hacia el Edén. En cuestión de segundos, sintió su espíritu descender suavemente, como si cada respiración lo acercara más a ese refugio sagrado. 

Al abrir los ojos en el Edén, una sensación de maravilla lo inundó. La isla, que antes era un espacio pequeño y primitivo, ahora había crecido, extendiéndose en un campo lleno de trigo y flores en tres tonalidades distintas, como un tapiz de colores que danzaban en una armonía etérea. Todo brillaba con un resplandor suave, una luz que parecía emanar de la propia tierra y de cada planta que allí florecía.

omó una semilla entre sus dedos, cerró los ojos y, con cuidado, la colocó en la tierra fértil del Edén. Esta vez, decidió medir el flujo del tiempo entre ambos planos, retornando a su mundo original y comenzando a contar cada segundo, marcando líneas en la corteza de un árbol en el huerto, una por cada minuto. Así continuó, marcado por la determinación de entender aquel misterio que el Edén escondía en su esencia.

Una hora después, Zhou cerró los ojos nuevamente, permitiendo que su voluntad lo guiara de regreso. Al abrirlos en el Edén, lo recibió una imagen inesperada: justo en el lugar donde había plantado la semilla, brotaba una planta con una flor parecida a una camelia de un rojo suave y vibrante, con un brillo en los pétalos que parecía contener la misma energía de aquella tierra mágica. Zhou observó en silencio, incrédulo, y murmuró para sí, "No puede ser… en tan solo una hora."

El tiempo en el Edén, parecía claro, fluía en un ritmo completamente distinto. Mientras contemplaba la flor, que estaba a punto de abrirse en todo su esplendor, Zhou entendió que el Edén no era solo un refugio espiritual, sino un mundo que respondía y se adaptaba a su voluntad.

Al regresar al huerto, Zhou decidió medir el tiempo de un día en aquel mundo desconocido, una tarea que le llenaba de curiosidad y le hacía reflexionar sobre las diferencias entre su vida pasada y esta nueva realidad. Sabía, gracias a fragmentos de recuerdos y conocimientos que emergían en su mente, que aquí el tiempo se percibía de una forma única. Este mundo no contaba con horas, sino con ciclos de luz y sombra que simplemente se llamaban "días". Aun así, Zhou sentía la necesidad de organizar el tiempo de algún modo que le resultara familiar.

Esperó pacientemente a que el primer rayo de luz cruzara el horizonte, iniciando su conteo cada vez que el sol nacía. 

Marcaba cuidadosamente cada "hora" en la corteza de un árbol cercano, observando cómo la luz del día iba y venía con una parsimonia inquietante. Al completar su observación, Zhou llegó a una conclusión asombrosa: un día en aquel mundo duraba aproximadamente 50 horas. 

Comprendió de inmediato por qué las noches parecían eternas y los días tan largos y vastos, como si el tiempo mismo se hubiera extendido para abarcar una dimensión diferente.

El cielo, siempre vasto y repleto de tonos de azul y púrpura, también le revelaba otro misterio. Zhou levantó la vista en varias ocasiones, contemplando las tres lunas que orbitaban aquel mundo. 

Cada una proyectaba una luz de diferente intensidad, llenando la noche de sombras inusuales y matices espectrales. Esta visión le hacía preguntarse si este mundo era, de algún modo, un reflejo o una distorsión de su realidad pasada, una especie de dimensión paralela donde las leyes naturales se ajustaban a un equilibrio místico y complejo.

Con la intención de entender mejor el flujo del tiempo, decidió hacer un experimento: plantar una semilla en el huerto y observar cuánto tardaría en crecer hasta igualar el tamaño de una planta en el Edén. 

Sabía que sería un proceso largo, pues en este mundo, las estaciones y ciclos eran distintos. Con paciencia y determinación, Zhou empezó a esperar, contando cada día que transcurría.

Durante esta espera, aprovechaba cada jornada para meditar en el huerto, entrenar su fuerza física, y contemplar la vida que emergía a su alrededor. En varias ocasiones, avistó criaturas titánicas, seres que parecían sacados de un sueño surrealista: algunos eran insectos del tamaño de su mano; otros parecían hormigas gigantes, pequeñas como granos de arroz, pero con detalles que las hacían parecer seres de un mundo mitológico. Las criaturas parecían ignorarlo, como si él fuera una sombra en su vasta existencia.

Los días se convertían en semanas y las semanas en meses, y al cabo de 105 días, Zhou notó que la planta que había sembrado había alcanzado el tamaño de la misma especie que en el Edén. Durante todo ese tiempo, había evitado regresar al Edén, dejándose envolver por la monotonía pacífica de su entrenamiento y su búsqueda de respuestas en el mundo terrenal. Sin embargo, la curiosidad y la expectación comenzaron a invadir su mente. 

¿Habría cambiado el Edén en su ausencia? ¿Y el árbol de la vida, habría crecido o evolucionado de algún modo en respuesta a su propia transformación?

Zhou se sentía a punto de descubrir algo trascendental, como si el Edén y su mundo actual estuvieran conectados de formas que él apenas podía empezar a comprender. 

Con el corazón palpitante y la mente llena de interrogantes, se preparó para su próxima meditación, listo para descubrir qué nuevas revelaciones le aguardaban en aquel paraíso etéreo donde cada viaje parecía acercarlo un poco más a los secretos de la existencia misma. 

Al ingresar al Edén, Zhou Xintian quedó sin palabras. La isla flotante había crecido, duplicando su tamaño desde la última vez, como si el Edén respondiera a su presencia, a su evolución interna. El Árbol de la Vida se alzaba en el centro, imponente, con su base robustecida y su copa más frondosa, aunque mantenía su esencia enigmática y atemporal, como si su transformación se desarrollara en un ritmo antiguo, inalcanzable.

Zhou se permitió unos momentos para absorber la escena. La tierra estaba cubierta de un césped verde brillante, suave como terciopelo, que se extendía por doquier, entrelazándose con raíces gruesas que emergían del Árbol de la Vida, creando un diseño casi sagrado, como si fueran venas pulsantes de la misma isla. 

Flores en cuatro tonalidades diferentes florecían entre el césped, sus colores cálidos y vibrantes le recordaban destellos de un amanecer; eran un contraste fascinante con las espigas de trigo que irradiaban un resplandor celeste, lanzando destellos de luz que llenaban el aire con una vibración serena y mística. 

Zhou suspiró, sintiendo cómo su pecho se llenaba de una profunda admiración. ¿Cuántos secretos ocultará este lugar? ¿Seré alguna vez capaz de desentrañarlos todos.

Con manos cuidadosas, Zhou comenzó a extraer las semillas que había recogido en su otro mundo. Las sostuvo un instante, sintiendo el peso simbólico que cada una llevaba consigo. 

Estas semillas —pensó— podrían no sólo llenar este Edén de vida, sino quizá cambiarlo en formas que aún no alcanzo a entender. Con esa reflexión, se movió por la isla, eligiendo cada ubicación con un propósito intuitivo. Escarbaba la tierra y depositaba las semillas con una especie de ritual, plantando en ellas la esperanza de que algún día florecerían bajo la luz de este mundo enigmático.

Luego, comenzó a medir la isla, caminando desde la base del Árbol de la Vida hasta el borde más alejado. Contó cincuenta pasos en la parte más larga y cuarenta y tres en la más corta. 

"Voy a observar los cambios," se dijo en voz baja, y tal vez, al comprender el crecimiento de esta tierra, también llegue a entender la esencia del Edén y su conexión conmigo.

Después de un último vistazo, Zhou cerró los ojos, tomando una respiración profunda. Con un esfuerzo de voluntad, rompió la conexión y regresó al huerto de su otro mundo, su mente todavía enredada en la magnificencia del Edén. 

Allí, mientras contemplaba los vastos campos de su realidad actual, tomó la decisión de partir. Esta vez, emprendería un viaje sin rumbo fijo, en busca de vida inteligente, quizás incluso humanos, con la esperanza de que alguien pudiera ayudarle a desentrañar el misterio de aquel mundo y de su propio papel en él.

¿Qué descubriré al final de este camino?, se preguntó, mientras daba sus primeros pasos hacia lo desconocido, su corazón dividido entre la realidad del mundo presente y el llamado silencioso del Edén, que ahora sentía latir en lo profundo de su ser.