Zhou emprendió su viaje, despidiéndose del huerto que había sido su refugio. Al dejar atrás los árboles que parecían murmurar secretos en el viento, se adentró en un mar de gigantescos troncos que se alzaban hacia el cielo como columnas de un templo olvidado.
Gracias a sus avances en la meditación, sus sentidos se habían agudizado; podía notar el más mínimo susurro de la naturaleza en un radio de cinco metros. El aroma a tierra húmeda y flores silvestres llenaba el aire, y cada sonido se volvía un eco vibrante en su mente.
¿Qué me depara este viaje? se preguntó Zhou, sintiendo una mezcla de emoción y ansiedad. Anhelaba encontrar un asentamiento humano, pero la memoria de las hostilidades entre razas lo mantenía alerta.
Espero que mi primer encuentro no sea con una espada en mano, reflexionó, mientras su corazón latía con fuerza ante la posibilidad de un peligro inminente. La incertidumbre lo rodeaba, y el temor se colaba en sus pensamientos.
Los días transcurrían, cada uno revelando paisajes cambiantes, con un cielo pintado de colores que parecían danzar en armonía.
Recolectó semillas de árboles frutales, su tamaño comparable a un edificio de tres pisos, y admiró la majestuosidad de la naturaleza que lo envolvía.
Cada paso me acerca más a lo desconocido, pensó, sintiendo el deseo de un buen baño y agua potable, una necesidad básica que había comenzado a extrañar.
Imaginaba las culturas y los sabores que había visto en sus memorias, ¿cómo será la comida de esos pueblos? La curiosidad lo llenaba de vida, pero también lo mantenía en un estado de alerta constante. Sin poder determinar su ubicación exacta, la sensación de estar perdido se apoderaba de él, como si los árboles lo miraran con ojos inquisitivos.
Pero debo seguir adelante, se recordó, inspirando profundamente y dejando que el aire fresco llenara sus pulmones. La esperanza brillaba en su corazón, como el sol que se filtraba entre las hojas.
Zhou había caminado durante largas jornadas bajo el ardiente sol del día, ajeno a cuán lejos había llegado. Cada paso se sentía como un desafío; sus pies estaban llenos de llagas, el ardor punzante acompañaba cada movimiento. En su camino, escaló una pequeña roca que se alzaba en un claro de la vegetación, buscando un momento de descanso y una oportunidad para observar su ruta.
Mientras se acomodaba, notó algo extraño en el aire, Humo negro que le erizó la piel. Al alzar la vista, vio columnas de humo negro que se alzaban, como serpientes de sombra, hacia lo más alto del cielo a una distancia lejana.
El corazón de Zhou latió con fuerza; una mezcla de curiosidad y preocupación lo invadió. Sin pensarlo, comenzó a correr en dirección al humo. Extrañamente, el cansancio que había sentido antes se desvaneció; era como si un nuevo vigor hubiera despertado en él.
La energía del núcleo de Qi que había desarrollado en sus sesiones de meditación lo había fortalecido de maneras que nunca imaginó. ¿Seré capaz de enfrentar lo que encuentre allí? reflexionó, sintiendo que su cuerpo se movía con la agilidad de un atleta.
Mientras atravesaba un prado con pasto alto que golpeaba su rostro como caricias del viento, la brisa traía consigo el olor a tierra y a hierbas frescas. Zhou se preguntó si lo que presenciaba era una quema de cultivos, como las que había visto en su otra vida, o si quizás era un indicativo de algo más siniestro.
¿Podría haber algún asentamiento humano allí? pensó, aferrándose a la esperanza de encontrar una civilización, un refugio en el caos de su viaje.
Con cada zancada, sus pensamientos se entrelazaban con visiones de un lugar donde la gente convivía sin temor, donde no existían las hostilidades que había conocido.
¿Qué encontraré al final de este camino? La incertidumbre se mezclaba con la determinación, guiando sus pasos hacia lo desconocido. Zhou sabía que, a pesar de las dudas que lo asaltaban, cada esfuerzo lo acercaba más a su destino.
Faltaban solo unos metros para llegar a su destino, y Zhou sintió una presencia siniestra que lo envolvía como un manto pesado. El aire estaba impregnado de un olor a carne quemada, a ceniza y a vegetación carbonizada que lo hacía querer retroceder. Recordó aquella bestia bizarra con la que había luchado a muerte contra el lobo-tigre; un escalofrío recorrió su columna vertebral al evocar la brutalidad de aquel enfrentamiento.
Se detuvo de golpe, su corazón latiendo desbocado. Una sensación ominosa y diabólica se cernía sobre él, como si la misma tierra estuviera advirtiéndole del peligro que se avecinaba. Su respiración se volvió entrecortada, y un sudor frío comenzó a recorrer su frente y espalda. ¿Qué está sucediendo aquí? se preguntó, y el terror lo invadió como un veneno.
Quería darse la vuelta y huir, pero el silencio aterrador del entorno lo paralizaba. Ojalá no sea lo que temo que es, pensó, mientras sus temores palpitaban con fuerza en su cabeza, como un tambor de guerra. La duda lo consumía, y su mente se llenaba de imágenes distorsionadas de lo que podría estar ocurriendo más adelante.
Decidido a no dejarse dominar por el miedo, Zhou avanzó con cautela, con pasos suaves y deliberados, evitando pisar las hojas secas que crujían bajo sus pies. Debo observar primero, se dijo a sí mismo. Su instinto le decía que se preparara para cualquier eventualidad, así que se acercó lentamente, tratando de no hacer ruido, su mente corriendo entre escenarios posibles.
La idea de lo desconocido lo mantenía en vilo, y sus sentidos estaban al máximo. Cada sonido, cada movimiento del viento, cada sombra proyectada por los árboles lo mantenía alerta. Voy a dar un vistazo; dependiendo de lo que vea, tomaré decisiones. La tensión en el aire era palpable, y cada respiración que tomaba parecía resonar como un eco en la vasta soledad del lugar.
A medida que Zhou avanzaba, las primeras imágenes de lo que estaba sucediendo se revelaban ante él, cada detalle desdibujándose en un cuadro espeluznante. El suelo estaba ennegrecido y calcinado, un vasto tapiz de cenizas y tierra revuelta que parecía haber sido desgarrada en una batalla infernal.
El aire estaba denso, cargado de un olor a quemado que irritaba sus pulmones y hacía que cada respiración fuera un recordatorio del desastre. Flotaban partículas de hollín, como sombras que danzaban lentamente, suspendidas en el aire pesado y sofocante.
Zhou se detuvo, inmóvil, mientras su mente intentaba procesar lo que tenía ante sus ojos. El olor era tan penetrante que sentía cómo invadía su piel, impregnando cada poro. El calor residual del fuego aún ardía en algunas zonas, donde pequeños montículos de carbón humeaban, lanzando columnas de humo que serpenteaban hacia el cielo. Alrededor, los árboles, antes majestuosos, estaban ahora reducidos a formas retorcidas y ennegrecidas, como si fueran los esqueletos de una tierra muerta.
Su cuerpo reaccionó ante la visión; un frío helado le recorrió la espalda, mientras sus piernas se sentían pesadas, como si el horror que presenciaba lo hubiera arraigado al suelo. Por un momento, el tiempo pareció detenerse, y Zhou sintió el peso del silencio absoluto que lo rodeaba, roto solo por el débil crepitar de algún tronco que aún resistía la embestida de las llamas. Incapaz de moverse, permaneció allí, atrapado en un instante de terror y asombro, enfrentándose a la devastación que lo rodeaba.
Zhou, con sus sentidos agudizados, no percibió ni un rastro de vida en la zona. Un silencio absoluto lo envolvía, y el aire, cargado de un denso miasma, parecía absorber cualquier sonido. Rodeó la escena lentamente, evitando el suelo abrasador que irradiaba un calor casi insoportable bajo sus pies descalzos. La tierra quemada, aún humeante, era un campo de cicatrices de cenizas y escombros que lo llenaban de inquietud.
A medida que Zhou se adentraba en la escena, la visión se volvía aún más horrenda. Los cuerpos de los zorros de fuego yacían desparramados en el suelo calcinado, cada uno mostrando múltiples heridas profundas y llenas de sangre que empapaba su pelaje blanco. Surcos naranjas, con forma de rayos, recorrían desde sus frentes hasta las colas, ahora manchados de un rojo oscuro y sucio, fusionándose con el hollín y la tierra ensangrentada. Estos zorros, que alguna vez resplandecían con su característico patrón de rayos, estaban irreconocibles; sus cuerpos rígidos y contorsionados parecían haber sido destrozados por un adversario implacable.
El miasma que emanaba de las heridas era palpable, un vapor oscuro y maligno que se extendía como una niebla venenosa alrededor de los cadáveres, impregnando el aire con un hedor espeso y metálico.
Zhou sentía cómo el olor a sangre quemada y carne carbonizada se filtraba en cada aliento, llenando sus pulmones con una incomodidad helada que le erizaba la piel.
Al observar más de cerca, Zhou notó que algunas de las heridas tenían bordes ennegrecidos, como si la misma energía corrupta que había devastado la tierra también hubiese quemado la carne de los zorros. En silencio, contemplaba el terrorífico espectáculo, sus pensamientos invadidos por una mezcla de fascinación y aprensión. ¿Qué tipo de criatura podía causar tal devastación? El temor crecía en su pecho mientras sus ojos recorrían cada marca, cada herida, intentando comprender el alcance del poder oscuro que había arrasado con aquellos feroces cazadores.
Frente a él, los zorros de fuego, seres reconocidos y temidos por su naturaleza de cazadores formidables, yacían destrozados. Con sus cuerpos de dos metros de altura, esbeltos pero poderosos, estos animales tenían una presencia imponente, incluso en la muerte. Sus pelajes blancos con surcos naranjas en forma de rayos se veían apagados y cubiertos de sangre y cenizas. Zhou observaba cómo esos surcos que alguna vez brillaron con vitalidad ahora se perdían en el caos de la destrucción que los envolvía.
El fuego que aún parpadeaba en la escena no era accidental; era el último rastro de la habilidad innata de los zorros de fuego, quienes exhalaban llamaradas para atacar a sus presas o defenderse de los enemigos. Sin embargo, esos mismos poderes habían sido insuficientes contra lo que los había abatido, algo más poderoso incluso que el temido lobo-tigre.
Zhou contemplaba la diferencia en la violencia, percibiendo una clara huella de brutalidad que iba más allá de lo natural, un rastro de una entidad corrupta, sintió un escalofrío recorriéndole la espalda, y sus músculos se tensaron involuntariamente.
Su respiración se hizo más lenta y controlada mientras trataba de digerir la escena, de comprender la magnitud del peligro que representaba esa criatura bizarra. A pesar del miedo que comenzaba a erizar su piel, permanecía inmóvil, atrapado entre la fascinación y el terror, sintiendo en sus huesos la certeza de que la amenaza era real, tangible, y más cerca de lo que hubiera querido creer.
Sin pensarlo dos veces, Zhou se lanzó a correr, impulsado por un miedo instintivo que lo hacía ignorar todo, salvo la necesidad de alejarse de aquel lugar. Cada paso retumbaba en sus oídos, y sus músculos se tensaban al máximo, esforzándose por mantener el ritmo a pesar de la fatiga que comenzaba a colarse.
No importaba la dirección, solo importaba la velocidad y la distancia que pudiese poner entre él y ese lugar.
A medida que corría, el aire gélido y cargado de cenizas le quemaba la garganta, y su pecho subía y bajaba con respiraciones agitadas.
Las imágenes de los zorros de fuego muertos y el recuerdo de su último encuentro con esa bestia bizarra se mezclaban en su mente, generando una oleada de adrenalina que impulsaba su cuerpo a seguir, aunque sus piernas amenazaban con ceder.
Finalmente, tras un tiempo indefinido, sintió cómo el límite de sus fuerzas lo alcanzaba. Sus piernas cedieron, y su cuerpo extenuado se desplomó sobre el suelo frío y áspero. Zhou jadeaba, su respiración entrecortada mientras intentaba recuperar el aliento. La tranquilidad momentánea que le ofrecía el suelo era tentadora, pero el miedo persistente aún palpitaba en su pecho.
—"Necesito seguir corriendo…" —murmuró para sí mismo, como si decirlo en voz baja le diera el impulso que necesitaba—. "No puedo parar ahora…"
Temblando, se levantó y, extrayendo hasta la última gota de energía que quedaba en su cuerpo, emprendió la carrera de nuevo. Sentía la brisa golpeando su rostro y el sol castigando su espalda, pero todo ello era parte de su resistencia, una fuerza que le instaba a avanzar. El viento le empujaba en contra, y el suelo, aunque irregular, parecía desdibujarse bajo sus pies, convirtiéndose en una frágil alfombra que apenas tocaba.
"Corro y corro, sin mirar atrás. No sé cuánto tiempo llevo corriendo, pero no quiero parar. No puedo parar. Debo seguir."
Sus piernas se sentían como plomo, su respiración era un constante y agotador jadeo, pero dentro de él, algo ardía, un fuego que le decía que debía continuar. A pesar del dolor y el agotamiento, sentía una nueva fuerza fluyendo a través de su cuerpo.
Ahora, cada paso resonaba con una convicción renovada. Zhou pensaba, "Ahora soy más fuerte, soy más rápido, y soy mejor. ¡Puedo seguir!", rugió desde lo más profundo de su ser.
Con cada paso, se demostraba que, pese a los horrores que había dejado atrás, su voluntad de sobrevivir era más poderosa.
Mientras el sol se deslizaba bajo el horizonte, Zhou Xintian continuó su carrera, sintiendo el miedo y la adrenalina impulsarlo en línea recta. No quería encontrarse nuevamente con aquella criatura.
Al caer la noche, el clima empeoró; una fuerte lluvia comenzó a azotarlo y el viento soplaba con intensidad, enfriando su piel empapada. Sus ropas pesaban, pegadas a su cuerpo, mientras buscaba un refugio.
Finalmente, vislumbró una pequeña cueva entre las rocas y, con la respiración pesada, se adentró en ella, agradeciendo la protección que le ofrecía del violento clima exterior.
En la penumbra, dejó escapar un suspiro de alivio mientras el sonido de la lluvia llenaba el aire y sus músculos tensos encontraban un momento de descanso.
La tormenta se había convertido en un estruendo constante, los vientos aullaban como bestias invisibles, y la lluvia, pesada y helada, parecía querer colarse hasta el último rincón de la cueva donde Zhou buscaba refugio.
Apretado contra la fría roca, apenas distinguía lo que sucedía afuera, pero el golpeteo rítmico del agua y la neblina que se arremolinaba alrededor lo envolvían en una sensación inquietante. El aire estaba cargado de un miasma espeso, casi tangible, que le daba un sabor metálico y amargo a cada respiración, como si algo sombrío se infiltrara en sus pulmones.
En un momento, entre los destellos de luz de los relámpagos, sus ojos captaron una sombra enorme que avanzaba lentamente a lo lejos, desplazándose en la misma dirección hacia donde él tenía pensado ir al amanecer.
El contorno de aquella figura monstruosa parecía desdibujarse con cada movimiento, su forma siendo absorbida por la penumbra y el espeso vapor que la acompañaba, como si la oscuridad la reclamara como propia.
Zhou sintió cómo un escalofrío lo recorría desde el estómago hasta la nuca, y un miedo instintivo, visceral, le tensaba cada músculo.
—¿Qué es esa cosa? —pensó, intentando sofocar el temblor en sus manos, como si temiera que el mero temblor pudiera delatar su posición.
El eco de esa pregunta resonaba en su mente, acompañada por recuerdos de los restos que había visto antes, los cuerpos despedazados de los zorros de fuego. La realidad de aquella masacre y la amenaza de algo aún peor revoloteaban en su mente, intensificando su desasosiego. Sabía que era un cazador hábil, pero también entendía que este ser, fuera lo que fuera, era algo que escapaba de su comprensión.
El aire se sentía cada vez más denso, como si el mismo miedo se condensara en la humedad que impregnaba sus ropas. El sonido de sus latidos, retumbando en sus oídos, se mezclaba con el rugido de la tormenta.
¿Podría sobrevivir a un encuentro con aquello que ahora acechaba en la distancia? ¿Era su destino enfrentarse a esta entidad o simplemente huir de ella hasta que el destino decidiera el resultado?
Zhou se sentía atrapado, vulnerable, pero una parte de él se negaba a ceder. Quizás se trataba de una cuestión de honor o simple orgullo, pero había algo en su interior que se resistía a ser doblegado. Apretó los puños, tratando de acallar los pensamientos que invadían su mente con preguntas sobre sus propios límites y miedos.
"Tal vez… esto es lo que vine a encontrar", pensó, con un estremecimiento involuntario. Aun así, mientras la figura se desvanecía en la penumbra y el miasma seguía en el aire, Zhou se prometió mantenerse alerta, aunque su cuerpo pedía descanso.
por el momento.
Zhou se tomó unos minutos para calmarse, pero el temor a aquella sombra lo impulsó a tomar una decisión rápida. Se giró en dirección opuesta y se lanzó a caminar bajo la lluvia, sus pasos apurados resonando sobre el terreno fangoso. Las gotas caían con tanta fuerza que le golpeaban el rostro, haciéndole entrecerrar los ojos para poder ver, aunque su visión se tornaba borrosa. El agua gélida empapaba su piel, y cada paso en el suelo resbaladizo requería un esfuerzo cuidadoso para evitar cualquier accidente.
Su corazón latía con fuerza, impulsado por la necesidad de avanzar y de alejarse de la presencia ominosa que había dejado atrás. "No puedo detenerme, debo seguir, aunque no vea el camino," pensó, repitiendo esas palabras como un mantra que lo empujaba hacia adelante.
El bosque era un laberinto de sombras y susurros; cada ráfaga de viento distorsionaba los sonidos, llenando el entorno de una inquietud escalofriante. Zhou avanzaba, alerta, con la piel erizada, y cada crujido de una rama parecía ocultar una amenaza latente. Su mente repetía un único propósito: alejarse de la sombra, seguir caminando.
Finalmente, tras un tiempo indefinido bajo la tormenta, el barro y el frío, sus pies toparon con algo inesperado: un camino de tierra. Se detuvo, pasmado, mientras intentaba asimilar lo que aquello significaba. Era una señal de esperanza por fin algo que lo conectaba con alguna civilización.