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Chapter 14 - Sobre los cielos Capítulo 14 - “Villa categoría 1 tuth”

Zhou se encontraba en la sala VIP de la taberna de Emma Laft, un lugar con un encanto rústico y a la vez elegante que parecía transportarlo a otro tiempo. La luz suave de las velas titilaban en las paredes, iluminando los intrincados tapices que colgaban allí, cada uno contando su propia historia en hilos dorados y azules. El olor a madera antigua se mezclaba con el aroma de guisos especiados y carnes asadas que llegaban desde el comedor, impregnando el aire con una promesa de un banquete generoso. Zhou respiró profundo, dejándose envolver por aquella mezcla de olores y sonidos, y el cuero suave del sillón en el que estaba sentado se ajustaba cómodamente a su figura, invitándolo a relajarse en aquel refugio del bullicio de las calles.

Desde la sala, podía percibir el murmullo constante de las personas que charlaban en el piso inferior, junto al ruido de las carretas que pasaban afuera, tiradas por animales que dejaban un eco suave en el empedrado de la villa. Los sonidos formaban una especie de música de fondo, algo tan caótico como encantador. Para Zhou, acostumbrado a entornos más silenciosos y formales, aquella cacofonía era casi un recordatorio de la vitalidad de ese lugar. Cerró los ojos por un instante, sumergiéndose en el vaivén de las voces y los pasos, dejando que cada detalle lo conectara más profundamente con ese rincón de la villa.

De repente, el sonido de pasos firmes lo sacó de su ensueño. Al abrir los ojos, observó a un hombre de mediana edad que ingresaba a la sala con una calma y presencia que inmediatamente capturaron su atención. Era alto y robusto, con un porte seguro y elegante. Su cabello largo, de un castaño oscuro que le daba un aire de sabiduría, caía ordenado sobre sus hombros. Sus ropas, finamente confeccionadas, hablaban de alguien que cuidaba de su imagen, alguien con cierto prestigio en el lugar.

El hombre esbozó una sonrisa cálida y, en un tono de voz suave, se presentó.

—Es un placer conocerlo —dijo con una inclinación ligera de la cabeza—. Mi nombre es Berth, soy el dueño de esta taberna y el líder de la villa.

Zhou lo observó en silencio, notando la amabilidad en sus ojos, pero también el toque de curiosidad. Al mencionar Berth el nombre de O'nell, el semblante de Zhou se tornó serio por un momento. Meticulosamente, extrajo el sello que le habían entregado y, con un gesto respetuoso, se lo extendió al hombre. Berth tomó el sello, estudiándolo con una mirada calculadora, una mezcla de respeto y asombro que no pasó desapercibida para Zhou.

Después de una breve pausa, Berth devolvió la mirada hacia Zhou, manteniendo la compostura pero con una visible chispa de interés en los ojos.

—Y su nombre, estimado invitado, ¿cómo debo llamarlo?

Zhou, sintiendo el peso de la etiqueta en aquel intercambio, respondió con un tono amable y cortés.

—Mi nombre es Zhou.

La forma en que Zhou pronunció su nombre, con una mezcla de firmeza y humildad, pareció resonar en el ambiente. Berth, tras devolverle el sello, lo miró con una expresión de aprobación.

—Dígame, estimado Zhou, ¿qué desea de nosotros?

La pregunta era sencilla, pero Zhou sintió que detrás de ella había una oferta tácita de algo más profundo: protección, lealtad, quizá un trato especial. Aún así, mantuvo su respuesta simple, casi minimalista.

—Comida y un lugar donde dormir —respondió con calma, pero en su tono se percibía una determinación que sugería que esas necesidades eran solo el inicio de algo más grande.

Berth soltó una pequeña risa, una risa amigable que desvaneció cualquier tensión que hubiera en el aire. Alzó una mano, casi en disculpa.

—Disculpe, estimado Zhou. Puede pedir cuanto desee, y no habrá ningún problema —aseguró, haciendo un gesto amplio que abarcaba toda la sala, como si quisiera recalcar que aquella taberna, en cierto modo, era su hogar mientras estuviera allí.

—Sí —respondió Zhou con calma, aunque su voz llevaba un peso de experiencias difíciles que no podía ocultar del todo—. Solo necesito eso… por el momento.

Mientras hablaba, en su mente aparecían imágenes que parecían impregnarse en sus pensamientos, como cicatrices invisibles que seguían ardiendo. Recordaba los días interminables de hambre, el vacío persistente en su estómago que había aprendido a ignorar mientras se sostenía en pie. Los largos trayectos bajo el sol abrasador y las noches frías en las que su única compañía eran las ramas secas de los árboles. 

Cada segundo había sido una batalla por sobrevivir, y en esos momentos de soledad, su mente se debatía entre la esperanza y la desesperanza, entre el deseo de encontrar un propósito y el resentimiento hacia un destino que parecía empeñado en arrebatarle cualquier momento de paz o felicidad.

De vez en cuando, un escalofrío le recorría la espalda, al recordar aquella criatura que habitaba en sus pesadillas. Apenas era un recuerdo difuso, un borrón en su memoria, pero lo suficiente para estremecerlo. Recordaba sus ojos vacíos y la forma en que su presencia parecía devorar la luz. A veces, incluso en pleno día, esa figura regresaba como un eco de oscuridad, atormentándolo desde lo profundo de su subconsciente.

Berth observaba a Zhou con una mezcla de compasión y respeto. Había algo en aquel joven que le resultaba familiar, algo que le recordaba sus propias batallas.

La expresión de Zhou, aunque calma en la superficie, parecía esconder una tristeza profunda y una carga de preocupaciones que le pesaban sobre los hombros. Berth desviaba la mirada de Zhou hacia la ventana, observando las calles llenas de vida, las risas y las conversaciones de la gente de la villa. 

Una melancolía se apoderó de él, y en el fondo de su pecho sintió el eco de un tiempo pasado, de las dificultades y sacrificios que él mismo había tenido que enfrentar para llegar a donde estaba.

Sin darse cuenta, dejó escapar un suspiro que llevaba el peso de sus propios recuerdos. En esos tiempos oscuros, había tenido que luchar con uñas y dientes para construir lo que hoy era su vida. 

Recordaba las noches de insomnio, los rostros de aquellos que había perdido y el esfuerzo incansable de cada día. Ver a Zhou en ese estado, marcado por experiencias duras, lo hizo sentir una conexión inmediata. Sabía que la vida podía golpear con fuerza, y reconocía en el rostro de Zhou la misma marca de lucha.

—No puedo evitar ver algo de mí en ti —dijo Berth finalmente, con una suavidad que contrarrestaba su porte robusto—. A veces, los caminos difíciles son los únicos que llevan a destinos que realmente valen la pena… aunque no parezca justo en el momento.

Zhou lo miró, sorprendido por la sinceridad de Berth, como si sus palabras fueran una especie de bálsamo inesperado. Durante tanto tiempo había estado solo, enfrentando sus propios demonios sin nadie con quien compartir ese peso. Aquellas palabras, aunque simples, despertaron en él una pequeña chispa de alivio. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que alguien podía entender, aunque fuera una fracción, del tormento que cargaba.

—Es extraño —murmuró Zhou, casi para sí mismo—. A veces parece que el destino juega con nosotros… y no puedo evitar preguntarme si todo esto tendrá algún sentido.

Berth asintió, comprendiendo el dolor y la duda en esas palabras. Él también había tenido pensamientos similares en sus días más oscuros, pero había aprendido a encontrar sentido en los momentos de bondad, en los actos sencillos de generosidad que le recordaban que, incluso en la adversidad, siempre había un resquicio de luz.

—Quizás no podamos ver el propósito de inmediato —respondió Berth con un tono pensativo—, pero te aseguro, joven Zhou, que cada paso, cada cicatriz, termina formando una parte esencial de lo que somos. Y a veces, cuando menos lo esperamos, el destino nos permite descansar un poco… como lo harás aquí.

Hubo un silencio entre ambos, cargado de una comprensión tácita. Zhou asintió, aceptando las palabras de Berth como un pequeño consuelo en medio de la tormenta interna que lo asolaba. Aunque sus pensamientos seguían siendo un torbellino de incertidumbre, aquel encuentro con el tabernero le había dado un mínimo de paz, una tregua momentánea en su viaje sin fin. 

Berth se dio la vuelta con un ademán de invitación, su mano extendida señalando el camino, y dijo a Zhou con una sonrisa cálida:

—Ven, sígueme. Te guiaré hasta la habitación donde te hospedarás de ahora en adelante.

Con pasos seguros, Berth condujo a Zhou a través de los largos pasillos del segundo piso. Las paredes de piedra susurraban historias de tiempos pasados, y el eco de sus pisadas era absorbido por el piso de madera pulida. Zhou no podía evitar sentir un extraño confort en aquel lugar, como si los muros mismos quisieran ofrecerle descanso tras sus arduos viajes. Al final del corredor, Berth se detuvo frente a una puerta con un número grabado en una pequeña placa dorada: 101.

—Aquí estamos —anunció Berth con una voz que denotaba orgullo—. Esta será tu habitación.

Zhou, sorprendido por la amabilidad y generosidad del tabernero, inclinó ligeramente la cabeza en señal de agradecimiento.

—Gracias —dijo, su tono más suave de lo habitual, dejando entrever el cansancio que llevaba consigo—. Aprecio mucho su hospitalidad.

Justo cuando Zhou estaba a punto de entrar, Berth se detuvo y añadió, con una expresión amable:

—Cuando estés listo, baja a cenar. Luego, si te parece, te daré un recorrido por la villa. Creo que disfrutarás conociendo un poco más de este lugar.

Zhou asintió en silencio y, con una leve inclinación de cabeza, aceptó la oferta. Cerró la puerta tras de sí, quedando solo en la quietud de la habitación. Sus manos aferraban el pequeño baúl que el señor O'Nell le había dado, como si fuera un símbolo de su extraño y tortuoso viaje. Al alzar la mirada, sus ojos recorrieron el interior del cuarto, y se encontró con un espacio que le resultaba sorprendentemente acogedor, más de lo que jamás habría imaginado.

La habitación estaba amoblada con esmero y elegancia. Cuadros coloridos adornaban las paredes, retratando paisajes de naturaleza y escenas de vida cotidiana que parecían tener movimiento propio. Candelabros finamente trabajados colgaban del techo, llenando el espacio con una luz cálida y suave que proyectaba sombras danzantes sobre el piso de madera pulida. Las tablas del suelo tenían grabados delicados, patrones geométricos que hablaban de una artesanía cuidadosa y amorosa. Zhou avanzó con pasos ligeros, permitiéndose, por primera vez en mucho tiempo, admirar su entorno sin la prisa de la supervivencia.

De repente, un sonido suave captó su atención. Era un canto, melodioso y tranquilizador, que llegaba desde el exterior a través de la ventana entreabierta. Se acercó y se asomó, descubriendo con sorpresa una vista impresionante. Desde allí, podía ver la villa extendiéndose bajo él, iluminada por las luces tenues del atardecer y el brillo de las estrellas que comenzaban a asomarse en el cielo. A lo lejos, las montañas se perfilaban como gigantes silenciosos, y el susurro del viento entre los árboles le transmitía una paz que había olvidado que existía.

Por un tiempo indefinido, Zhou se permitió simplemente contemplar, dejando que sus pensamientos se disiparan con el paisaje. Finalmente, se dio la vuelta y se dirigió hacia el pequeño cuarto de baño, una construcción modesta que evocaba tiempos antiguos. Un sencillo inodoro conectado a un conducto que descendía al pozo, y un recipiente de madera lleno de agua, destinado a los baños, completaban el espacio.

Zhou comenzó a desvestirse, sus movimientos lentos, casi rituales. Se inclinó sobre el recipiente y, al asomarse, vio su reflejo en el agua. Observó su propio rostro, detallándolo como si fuera la primera vez. 

Aunque se había visto antes en algunos arroyos o lagos durante sus viajes, no había tenido un momento tan tranquilo para hacerlo realmente. Notó que su aspecto había mejorado; ya no era la figura esquelética y demacrada que recordaba. Su rostro había ganado un color saludable, y en lugar de la dureza marcada por la fatiga y el hambre, ahora parecía tener una serenidad inesperada.

Se sorprendió al descubrir que era… apuesto. Sus rasgos finos, casi elegantes, contrastaban con la dureza de su vida. Tenía ojos celestes, claros como un cielo despejado, y el cabello castaño le caía en mechones desordenados sobre la frente. Pero al mirar más allá, al recorrer su torso y sus brazos desnudos, se encontró con algo que le sacudió el alma.

Cicatrices. Una vasta colección de marcas que adornaban su piel como un mapa de sufrimiento. Algunas eran pequeñas, como cortes hechos con cuchillos; otras, más grandes y ásperas, eran quemaduras que hablaban de experiencias dolorosas y de enemigos despiadados. Las examinó en silencio, y en su mente surgió una pregunta que nunca había logrado responder: ¿qué tipo de vida había llevado el dueño de ese cuerpo para acumular tal cantidad de cicatrices? ¿Qué tipo de batallas y pruebas había soportado?

Sintió un nudo en el pecho, una mezcla de curiosidad y tristeza. En algún lugar profundo, deseaba conocer las historias detrás de cada una de esas marcas, entender al hombre que había sido antes de que el destino decidiera ponerlo en este camino. 

Sin embargo, comprendía que tal vez nunca encontraría respuestas. Las cicatrices, como sombras silenciosas, eran recuerdos de un pasado que no podía cambiar, pero que aún definían parte de su identidad.En ese instante, Zhou dejó escapar un suspiro, una exhalación que contenía todos los pensamientos y emociones reprimidos. Cerró los ojos por un momento, permitiéndole sentir la carga que llevaba sobre sus hombros, pero también saboreando la extraña paz que aquel lugar le ofrecía.

Con una vasija saca agua y empieza a ducharse, con calma y disfrutando de esa sensación de relación, sintiendo el agua fría recorrer su piel de pies a cabeza, al terminar de ducharse se dirige a la cama donde había dejado el pequeño baul, lo abre y observa los 3 conjuntos de túnicas tan exquisitas que le había dado el señor O'nell. 

Con mucho cuidado saca del baúl la túnica beige con estampados en ondas, exquisita a la vista, las ondas simulaban como finas gotas de agua cayendo sobre un estanque, tenía unos bordados exquisitos, la extiende sobre la cama y la admira.

La túnica es de un suave y elegante color beige, confeccionada con una mezcla ligera de lino y seda que le otorga un sutil brillo bajo la luz. La tela fluye con gracia, asegurando comodidad y movimiento. Las mangas son cortas y anchas, al estilo Chino, con un diseño que se extiende hasta los codos, proporcionando un aire de frescura y libertad de movimiento.

A lo largo del borde de las mangas y del escote en forma de "V" se despliegan bordados intrincados, realizados con hilos dorados y plateados que capturan la luz en cada movimiento. Estos bordados forman patrones en formas de ondas estilizadas, que evocan el fluir sereno del agua y le imprimen a la prenda un toque artístico y místico. Las ondas se repiten en los dobladillos y a lo largo de la cintura, que está marcada por un discreto cinturón de la misma tela, ajustable para entallar al cuerpo de quien la lleva.

La parte inferior de la túnica cae hasta los tobillos con una leve abertura a los lados para facilitar el andar. Los bordados en forma de ondas se intensifican en la parte baja, destacando en un patrón más intrincado que parece simular el mar en movimiento. Pequeñas cuentas de cristal azul pálido están cosidas aquí y allá en el bordado, agregando un destello sutil y etéreo, como si gotas de agua salpicaran la superficie de la tela.

Este conjunto logra un equilibrio perfecto entre elegancia y simplicidad, pensó Zhou mientras observaba las prendas con detenimiento. Las líneas sutiles, el delicado tejido que captaba la luz de manera casi etérea, le transmitían una sensación de sofisticación sin esfuerzo. Era como si cada hilo estuviera pensado para no solo cubrir el cuerpo, sino también para reflejar una esencia única, una que trascendiera lo material.

Este tipo de atuendo no era solo un conjunto de tela y costuras; era una declaración, pensó Zhou. Ideal para ocasiones que requerían tanto formalidad como un toque artístico. ¿Podría algo tan simple tener un poder tan profundo? La incertidumbre que siempre había sentido respecto a lo que representaba lo inquietaba. Aquel regalo no era casual; cada detalle parecía resaltar la importancia del momento, como si O'nell estuviera dándole algo más que ropas.

Zhou alzó la mirada hacia el horizonte, pensando en lo que se avecinaba. Este atuendo no solo lo cubriría, sino que podría ser su armadura en lo que estaba por venir. Pero, más allá de la tela, algo le decía que había un simbolismo más allá de lo que podía ver a simple vista. Una invitación, quizás, a un destino que aún no comprendía por completo.

Sin perder más tiempo, Zhou se dirigió al tocador con una determinación tranquila. La luz tenue que se filtraba a través de las cortinas iluminaba la habitación, destacando los detalles de la sala. Las paredes, adornadas con tapices que evocaban paisajes lejanos y místicos, parecían envolverlo en una atmósfera de calma. El aroma suave de incienso flotaba en el aire, como si todo en la habitación estuviera destinado a proporcionar un ambiente sereno, ideal para la introspección.

Con un gesto automático, Zhou se deslizó la túnica de color beige sobre sus hombros. La tela era ligera y suave, acariciando su piel mientras se ajustaba a su cuerpo con la elegancia que solo la ropa de alta calidad podía proporcionar. Cada movimiento era medido, casi ritual, como si al vestirla estuviera tomando un paso más hacia un destino que aún no entendía completamente. La túnica tenía una ligereza que sugería libertad, pero también un aire de seriedad, como si exigiera respeto no solo por su calidad, sino por lo que representaba.

Con un suspiro, Zhou tomó una toalla y comenzó a secarse el cabello castaño. El calor del agua aún se sentía en su piel, y sus dedos, al deslizarse sobre los mechones, notaron la textura sedosa de su cabello, que caía con suavidad hacia sus hombros. Había algo reconfortante en ese acto: el secado meticuloso de su cabello, un gesto sencillo que parecía anclarlo al presente, alejándolo de pensamientos más profundos y oscuros que rondaban su mente.

Después, tomando el cepillo de madera tallado que descansaba sobre el tocador, lo pasó con suavidad por su cabello, alisando cada mechón. El sonido del cepillo deslizándose por su cabello era casi hipnótico, y mientras lo hacía, Zhou no pudo evitar un pensamiento fugaz: ¿era este el momento en que algo dentro de él cambiaría por completo? El rostro que veía reflejado en el espejo aún no parecía el suyo, aunque fuera físicamente suyo.

Al terminar de alisar su cabello, miró hacia abajo, notando con frustración que O'nell no le había proporcionado ningún tipo de calzado. Levantó la vista hacia la habitación vacía, preguntándose si realmente importaba.

Sin darle mayor importancia al asunto, Zhou se puso de pie con una gracia natural, su cuerpo fluido y ágil, casi como si se deslizara en lugar de caminar. Se dirigió hacia el espejo que colgaba en la pared. 

El marco de madera, finamente tallado con intrincados detalles de hojas y flores, parecía enmarcarlo como si fuera una obra de arte. Cada línea de ese marco parecía hablar de paciencia y dedicación, algo que Zhou sentía que nunca había tenido en su vida, al menos no de forma consciente.

Cuando se miró en el espejo, Zhou se quedó en silencio, observando su reflejo. Había algo en su rostro que no lograba identificar. La luz suave del atardecer que entraba por la ventana resaltaba los ángulos definidos de su rostro: el contorno de su mandíbula, la suavidad de su piel, los ojos celeste profundo que reflejaban una serenidad que parecía estar fuera de lugar. Sin embargo, había una intensidad, una profundidad en su mirada que no podía ignorar.

"Por Dios...", murmuró Zhou con asombro, casi sin creer lo que veía. La sorpresa era evidente en su voz, y por un breve instante, se sintió como un extraño ante su propio reflejo. Las características que antes pensaba comunes o quizás insignificantes, ahora parecían transformadas.

El joven que observaba desde el espejo tenía la apariencia de alguien de unos 20 años, pero su rostro proyectaba una madurez inesperada. Había algo magnético en él, un atractivo que trascendía lo físico. No era solo la perfección de sus facciones, sino una especie de energía sutil que emanaba de él, algo que lo hacía parecer… mucho más de lo que era. Su belleza no era solo estética, sino que parecía estar imbuida de una esencia profunda, algo que invitaba a ser descubierto.

Zhou se detuvo, su respiración ligera y su mente en un tumulto de pensamientos. Nunca había sido consciente de su apariencia, pero ahora que lo veía en detalle, algo le decía que su destino estaba vinculado a algo mucho más grande. Este hombre que veía en el espejo no era solo un reflejo de lo que era, sino de lo que podría llegar a ser.

El pensamiento lo asaltó como una corriente de energía. No solo era hermoso; algo dentro de él estaba despertando. Algo que conectaba con la fuerza oculta que había comenzado a sentir hace días, y quizás, este momento, este acto sencillo de vestirse, era un nuevo inicio para él. 

Después de ajustar los últimos detalles de su túnica, Zhou salió al pasillo con un aire de calma y elegancia natural, avanzando con pasos ligeros hacia el primer piso. El eco suave de sus pasos resonaba en el pasillo, y la cálida luz del atardecer se colaba por las ventanas, proyectando sombras alargadas en las paredes de madera. Al llegar a la recepción, divisó a una joven recepcionista, inmersa en sus labores, su atención completamente absorbida por sus labores.

La voz suave y profunda de Zhou la sacó de su concentración. "Disculpe, ¿podría ayudarme? Estoy buscando al señor Berth." 

La joven levantó la mirada y, al encontrarse con la figura de Zhou, su expresión cambió de inmediato. sus mejillas se tiñeron de un rojo vivo. Ante ella se encontraba un hombre que jamás había visto en la villa, y su apariencia la dejó sin aliento: su rostro era refinado y sereno, los ojos celestes destilaban calma y confianza, y su porte tenía una elegancia casi etérea, como si fuera un joven noble de alguna lejana capital.

Tartamudeando y tratando de recobrar la compostura, la joven respondió, apenas disimulando su sorpresa. "¿Necesita... al señor Berth?" repitió, con una sonrisa tímida que traicionaba su nerviosismo.

"Así es", contestó Zhou con serenidad, una pequeña sonrisa apareciendo en sus labios, lo que provocó que el rostro de la recepcionista se tornara aún más rojo. Avergonzada, intentó evitar su mirada y, después de un breve silencio, dijo con voz trémula: "Iré a llamarlo. Por favor, espere aquí, estimado cliente". 

Se dio la vuelta y salió apresurada, sus pasos resonando en el pasillo mientras no podía apartar de su mente la imagen de ese joven, cuya apariencia parecía salida de un sueño.

Zhou, mientras esperaba, dejó que sus ojos vagaran por el lugar, notando los detalles del mobiliario antiguo, los candelabros que iluminaban suavemente la estancia y las molduras de madera que hablaban de tiempos pasados, de historia y tradición. Apenas un par de minutos después, la camarera regresó acompañada del señor Berth, un hombre robusto y de rostro afable, quien al ver a Zhou vestido con la túnica beige dejó escapar una ligera sonrisa de sorpresa.

–"Joven Zhou, ¿ya ha terminado sus preparativos?" preguntó Berth con una amabilidad que rayaba en la cordialidad, observándolo con una mezcla de aprobación y sorpresa.

–"Sí", respondió Zhou, permitiendo que una pequeña sonrisa se asomara en su rostro. La joven camarera, que aún permanecía a su lado, captó el gesto y sintió cómo el rubor regresaba a sus mejillas, su mirada desviándose a sus propios pies, incapaz de sostener la de Zhou.

Interrumpiendo la conversación con naturalidad, Zhou bajó la mirada hacia sus pies desnudos y, dirigiéndose a Berth, le pidió con gentileza: "¿Habría posibilidad de conseguir algún tipo de calzado?"

El señor Berth siguió la mirada de Zhou hasta sus pies descalzos y, al comprender lo que le estaba pidiendo, no pudo evitar soltar una risa ligera y burlona. "Por supuesto, joven. Acompáñeme, tengo algo que puede servirle". Con un ademán, lo invitó a seguirlo hacia la parte trasera de la posada, donde guardaba su inventario personal.

Zhou lo siguió en silencio, sus pasos suaves y fluidos resonando en el suelo de madera mientras se adentraban en la bodega. Al pasar por la recepción, la joven camarera quedó observando su figura con una mezcla de admiración y sorpresa, y apenas se había alejado unos metros cuando otras empleadas que estaban cerca se acercaron con curiosidad. La rodearon, lanzándole preguntas y miradas cómplices.

"¿Quién es ese joven? ¿De dónde vino?"

"¿Es un noble? Nunca había visto a alguien tan… tan guapo".

Las jóvenes no podían contener las risillas que escapaban entre los murmullos, sus rostros iluminados por la emoción y la vivacidad juvenil. La camarera, aún embelesada, intentó explicarles, sin dejar de ruborizarse, cómo aquel extraño, de aspecto casi angelical, había aparecido en la villa, pero sus propias palabras se quedaban cortas, incapaces de describir el impacto que el joven Zhou había dejado en su corazón y en la tranquila posada de la villa.

La bodega de la posada era un espacio modesto pero ordenado, con estanterías de madera que se alzaban hasta el techo, llenas de cajas, barriles y herramientas. El tenue olor a cuero, madera envejecida y especias almacenadas llenaba el aire, mezclándose con un frescor húmedo característico de los lugares subterráneos. Una pequeña lámpara de aceite colgaba del techo, proyectando sombras danzantes que conferían al lugar una atmósfera casi mágica. Zhou, de pie junto a una de las paredes, observaba en silencio mientras Berth revolvía entre una colección de calzado colocado en un rincón.

Zhou estaba de buen humor, una ligera sonrisa se asomaba en su rostro. Sentía que la amabilidad de O'nell, al otorgarle ese sello, había abierto nuevas puertas para él. Ahora tenía la oportunidad de satisfacer sus necesidades básicas, algo que en otro momento podría haber parecido insignificante, pero que ahora consideraba un lujo.

"¡Aquí están!", exclamó Berth, sacando finalmente dos pares de sandalias de entre los estantes. Las sostuvo frente a Zhou con una sonrisa amplia en el rostro. "Prueba estas y dime cuál te gusta más."

Zhou dio un paso al frente, su mirada enfocándose en las sandalias que Berth sostenía. Un par era de color beige claro, con un diseño simple pero elegante que combinaba con las túnicas que llevaba puestas. El otro par era negro, de líneas finas y con un aire más sofisticado, pero menos en armonía con el resto de su atuendo.

Sin perder tiempo, Zhou se inclinó para probar primero las sandalias negras. Al deslizarlas en sus pies, notó su suavidad y el ajuste perfecto. Se enderezó y dio unos pasos, sintiendo cómo el calzado resaltaba, pero al mirar hacia abajo, vio el contraste entre el negro intenso de las sandalias y el beige cálido de sus túnicas. Era un contraste elegante, pero no del todo armonioso.

Se quitó las sandalias negras con cuidado y se colocó las de color beige. La simplicidad del diseño y el color que se fundía perfectamente con su atuendo hicieron que Zhou asintiera con satisfacción. Miró a Berth con una sonrisa de aprobación.

"¿Has elegido las sandalias beige?", preguntó Berth, aunque su expresión ya denotaba que conocía la respuesta.

"Sí", respondió Zhou, con felicidad evidente en su rostro. "Son perfectas."

Berth rió ligeramente, satisfecho con la elección del joven. "Bien, ahora que tienes calzado, es hora de que comas algo. Debes tener hambre, ¿cierto?"

La mención de la comida hizo que Zhou sintiera un leve rubor en sus mejillas. En ese preciso instante, su estómago gruñó, como si quisiera confirmar las palabras de Berth. Zhou miró hacia otro lado, un poco avergonzado, y respondió con sinceridad: "Sí, tengo mucha hambre."

Berth soltó una carcajada amable y colocó una mano en el hombro de Zhou, guiándolo de regreso al comedor de la posada. Mientras cruzaban el pasillo, los olores de comida recién preparada comenzaron a llenar el aire: carne asada, pan recién horneado y un ligero aroma a especias que hizo que Zhou acelerara inconscientemente sus pasos.

Al llegar al comedor, Berth hizo un gesto con la mano, llamando a una de las camareras que estaba organizando las mesas más cercanas. La joven, una muchacha de cabello castaño claro atado en un moño, giró la cabeza al oír la llamada y se apresuró a acercarse.

Con voz firme pero amable, Berth le dio instrucciones: "A partir de hoy, este joven recibirá las tres comidas diarias en sus horarios respectivos. Dale lo mejor que tengamos."

La camarera asintió rápidamente, aunque la sorpresa por el tono autoritario de Berth se reflejaba en sus ojos. "Sí, señor", respondió antes de girarse hacia Zhou, haciendo una ligera venia en señal de respeto.

"Ven, acércate y preséntate al joven señor Zhou", añadió Berth con un tono más amable.

La joven, nerviosa, dio un par de pasos al frente y con torpeza se inclinó ligeramente. "Mucho gusto, estimado cliente. Mi nombre es Hanna. Soy la gerente del personal de esta taberna."

Zhou observó su actitud cordial y educada. Algo en su presentación le recordó las etiquetas formales de su vida pasada, cuando era Hitomi Glenn. Instintivamente, Zhou enderezó su postura, adoptando un porte que irradiaba elegancia. Con un gesto fluido, inclinó ligeramente la cabeza en señal de respeto y respondió con voz suave: "Un gusto conocerte, Hanna."

La joven parpadeó sorprendida por el gesto impecable de Zhou, y una pequeña sonrisa tímida se formó en su rostro. Por un momento, se olvidó de su nerviosismo inicial, reconociendo en Zhou una presencia que, a pesar de ser humilde, irradiaba una dignidad y un refinamiento inusuales para alguien que acababa de llegar a la villa.

"Por favor, siéntate, joven Zhou. Pronto tendrás algo de comer", dijo Berth mientras indicaba una mesa vacía cerca de la ventana. Zhou tomó asiento, sintiendo el calor del sol que se filtraba por los cristales. Mientras observaba a Berth alejarse para atender otros asuntos, dejó escapar un leve suspiro. Había pasado mucho desde la última vez que alguien le mostraba tanta generosidad.

Se permitió un momento para observar el comedor, lleno de personas que charlaban animadamente mientras disfrutaban de sus comidas. El ruido del ambiente, combinado con los aromas y la cálida luz del día, le dio a Zhou una sensación de extraña familiaridad, como si, por un breve instante, estuviera en un lugar al que realmente pertenecía.

Después de unos minutos de expectante espera, el suave chirrido de un carro al movimiento rompió el murmullo tenue del comedor. Zhou levantó la mirada justo un tiempo para ver a un mesero empujando un carro de servicio adornado con recipientes de porcelana. Delicadas columnas de vapor se alzaban desde las tapas, llevando consigo aromas tentadores que parecían envolver la estancia. La mezcla de especias cálidas, carnes cocidas a fuego lento y hierbas frescas era casi abrumadora, un preludio olfativo de la experiencia culinaria que estaba a punto de disfrutar.

El mesero, un hombre de porte impecable con ropas de colores vividos y guantes blancos, se detuvo frente a Zhou e hizo una pequeña reverencia antes de comenzar su labor. Con movimientos fluidos y elegantes, como si fuera un artista en su escenario, comenzó a preparar la mesa. Cada plato era dispuesto con precisión, las copas de cristal alineadas como si formaran parte de una coreografía ensayada. A medida que destapaba los recipientes, los aromas se intensificaban, y Zhou no pudo evitar entrecerrar los ojos para disfrutar mejor de las fragancias.

Frente a él, un festín comenzó a tomar forma: un guiso espeso de carne con un brillo aceitoso que prometía derretirse en la boca, una ensalada vibrante adornada con frutas exóticas y pétalos comestibles, una hogaza de pan recién horneado acompañada de una pequeña taza de mantequilla especiada, y un pequeño postre que parecía una nube de crema, coronado con miel dorada y frutos secos.

Por un momento, Zhou sintió una mezcla de emoción y duda. ¿Realmente era para él toda esta comida? La duda pronto fue reemplazada por gratitud, y, tras tomar los cubiertos con delicadeza, comenzó a comer.

Aunque el hambre le pedía devorar los alimentos rápidamente, Zhou mantuvo un control absoluto. Cortaba cada trozo con precisión, masticaba lentamente y mantenía la postura recta, una combinación que hablaba de disciplina y refinamiento. Este contraste, entre su evidente apetito y la elegancia de sus movimientos, no pasó desapercibido para los otros comensales.

El murmullo del comedor, que antes era un sonido de fondo, comenzó a intensificarse con pequeñas conversaciones centradas en él.

"¿Quién será este joven?", preguntó en voz baja un anciano con sombrero de ala ancha mientras observaba a Zhou.

"Debe ser de alguna villa de grado 3", respondió su acompañante, una mujer de mediana edad. "Mira su porte. Esa túnica, su cabello. No es alguien común."

En otra mesa, un grupo de comerciantes debatía más animadamente, aunque tratando de no ser demasiado obvio.

"Es un enviado del reino, seguro. Solo alguien con un estatus elevado sería tratado así por Berth".

"Bah, no lo creo. Berth es peculiar, seguro es algún viejo amigo suyo. Siempre trae personajes raros a este lugar."

Sin embargo, la teoría más extravagante del vino de una mesa al fondo, donde dos jóvenes camareras hablaban en susurros emocionados.

"¿Y si es un heredero perdido de alguna familia noble? Quizás esté viajando de incógnito".

"¡Oh príncipe exiliado! Mira cómo ven, como si hubiera sido criado en un palacio".

Zhou no podía evitar escuchar algunos de los comentarios, aunque los ignoraba deliberadamente. Había aprendido en su vida pasada a mantenerse sereno frente a las especulaciones ajenas. Pero dentro de sí, no podía evitar reflexionar sobre lo curioso de su situación. Un simple sello de O'nell había cambiado por completa la percepción que los demás de él tenían, y ahora, sin buscarlo, estaba dejando una impresión en este pequeño rincón del mundo.

Mientras terminaba su primer plato, el aroma del pan recién horneado lo distrajo momentáneamente, llevándolo a servirse un trozo generoso. La mantequilla especiada se derretía en su superficie caliente, y al morderlo, una cálida sensación de confort le recorrió el cuerpo.

En ese momento, notó una mirada más directa. Era el mesero, quien había regresado con una expresión satisfecha al ver a Zhou disfrutando del banquete. Haciendo una pequeña reverencia, el hombre preguntó:

"¿Está todo a su gusto, joven señor Zhou?"

Zhou levantó la mirada, asintiendo con una pequeña sonrisa que irradiaba gratitud. "Es excepcional. Agradezco profundamente el esfuerzo. Por favor, transmita mis cumplidos a quien haya preparado esta comida".

El mesero inclinó la cabeza con respeto antes de retirarse, y Zhou volvió a enfocarse en los alimentos frente a él. Sin embargo, no pudo evitar notar cómo había cambiado el ambiente del comedor. Todos los ojos parecían estar en él, y los murmullos se habían vuelto una corriente continua de curiosidad y especulación.

Tomando un sorbo de agua fresca, Zhou permitió que una pequeña sonrisa cruzara su rostro. "Parece que incluso en lugares inesperados, las apariencias y las acciones pueden definir cómo te perciben los demás", pensó, antes de volver a concentrarse en el festín que tenía frente a él.

Al terminar de comer, Berth se acercó a Zhou y amablemente le dijo.

–Ven joven Zhou acompáñame a dar un paseo. 

El aire fresco de la tarde envolvía a Zhou y Berth mientras caminaban por las calles de piedra de la pequeña villa Tuth. Los ecos de los murmullos en la taberna de Emma se desvanecieron a medida que se adentraban en el corazón de la villa. 

Zhou, con pasos tranquilos, escuchaba atento las palabras del robusto Berth, quien hablaba con un orgullo palpable en cada frase.

Los rayos del sol poniente bañaban las fachadas de las casas de madera, proyectando largas sombras que danzaban suavemente con el movimiento de los árboles cercanos. 

Había un olor terroso en el aire, mezclado con el aroma tenue de leña quemándose en alguna chimenea. Los habitantes de la villa, humildemente vestidos, ofrecían miradas curiosas y algunos asentían respetuosamente al pasar junto a ellos.

"Esta villa es Tuth", comenzó Berth, su voz resonando con la gravedad de alguien que conoció cada piedra y cada rincón del lugar. "Una villa de categoría 1. Sin embargo, ya tenemos las calificaciones para ascender a categoría 2."

Zhou levantó una ceja, intrigado. "¿Y cómo se determina esa clasificación?"

Berth emocionado, satisfecho de poder compartir su conocimiento. "Se basa en muchos factores: el número de habitantes, los recursos disponibles, y, lo más importante, la fuerza de combate de la villa. Aquí, en Tuth, contamos con cinco discípulos Qi, incluyendo a mí mismo, que soy el más fuerte por ahora." Su pecho se infló de orgullo al decirlo.

–"¿Discípulos Qi?" Zhou preguntó con curiosidad genuina.

– "Así es", respondió Berth, mientras señalaba una pequeña herrería en el camino. 

– "Uno de nuestros guardias en la entrada es uno de los discípulos Qi que mencione, los demás están ocupados en diversas tareas: recolectando recursos, vigilando las minas y cazando animales para sustentar la villa. Nuestro aislamiento nos obliga a ser autosuficientes. La villa más cercana está a una semana de camino, y el mar no queda lejos, solo unos días hacia el este."

Zhou asintio, absorbiendo cada detalle como una esponja. Aunque mantenía una expresión serena, por dentro reflexionaba sobre la crudeza y el pragmatismo de este mundo.

Berth continuó: "El emisario imperial viene cada tres años para cobrar los impuestos, y cada diez años para certificar posibles ascensos de categoría. Estoy seguro de que en su próxima visita seremos una villa de nivel 2." Su tono era confiado, como si ya pudiera saborear la victoria.

–"¿Y las demás clasificaciones?" preguntó Zhou, sin perder la oportunidad de aprender más sobre este sistema.

–"Las villas como Tuth son las más humildes, de nivel 1 a 3. Los pueblos van del nivel 1 al 3 igualmente, las metrópolis del 1 al 3 respectivamente, y por encima de todo está la capital imperial, única en su categoría."

La voz de Berth adquirió un tono reverencial al mencionar la capital, como si hablara de algo divino.

Berth hizo una pausa para observar a un pequeño grupo de niños jugando con rudimentarias espadas de madera. Luego, su rostro se ensombreció levemente.

 

– "Las sectas y clanes vienen cada cinco años a reclutar a los jóvenes prometedores de la región. Aquellos con talento son llevados para entrenar en sus filas, pero..." Su voz se volvió ronca.

– "No todos pueden alcanzar sus expectativas. Si no progresas lo suficiente, te descartan. Aquellos como yo, que no lograron avanzar, terminarán como guardianes de pequeñas villas o trabajando como mercenarios cazando Umbras."

–"¿Umbra?" Zhou repitió, el término despertando una oscura curiosidad en su mente.

Berth se detuvo y giró para mirarlo directamente. Su expresión, hasta entonces relajada, se tornó seria. 

– "Umbra son... que no deberían existir. Algunos son humanos con mentes corruptas y perversas, otros no son humanos en absoluto. Se mueven en grupos, ocultándose en las vastas selvas y lugares remotos. Su número es inmenso, y entre ellos hay expertos poderosos, incluso al nivel de un Santo Qi. Erradicarlos es imposible, están por todo el continente.

Zhou asimiló la información, un leve escalofrío recorriéndole la espalda. Era evidente que este mundo no solo estaba lleno de maravillas, sino también de horrores.

Mientras retomaban el paseo, Zhou miró a su alrededor, tratando de imaginar lo que significaría para esta humilde villa ascender a una categoría superior. 

– "Entonces, esta villa está en espera de ser promovida", comentó, tratando de devolver algo de ligereza a la conversación.

Berth entusiasmado, recuperando su aire orgulloso. – "Así es. Estamos listos. Solo necesitamos la visita del emisario del imperio."

Caminaron en silencio por un momento, las palabras de Berth resonando en la mente de Zhou mientras el sol continuaba su descenso, pintando el cielo con tonos dorados y rosados. Las historias de esta pequeña villa comenzaron a entretejerse con las suyas, y en su corazón, Zhou sintió que este lugar era solo el comienzo.