Zhou Xintian avanzó rápidamente por el camino, sin importarle a dónde lo llevaría. Sabía que, por el simple hecho de existir, ese sendero conectaba destinos; solo necesitaba caminar y, en algún momento, algo aparecería ante él. Las primeras señales de calma llegaron cuando la tormenta cesó, dejando tras de sí un rastro de devastación: ramas rotas yacían esparcidas sobre el camino, mezcladas con hojas y trozos de vegetación que crujían bajo sus pies.
Zhou respiró profundamente, percibiendo el aire fresco y húmedo que flotaba, mientras trataba de calmar su mente, aún agitada por la huida de la noche.
A cada paso, su pulso disminuía, pero el sobresalto pronto regresó cuando escuchó un sonido inesperado: el pesado crujido de unas ruedas de madera girando a lo lejos. Alzó la vista y vio, sorprendido, un carruaje tirado por dos aves enormes, imponentes criaturas de dos metros de altura, con plumas de colores brillantes que parecían relucir a la luz del amanecer. Cada ave tenía un pico corto y ganchudo, patas robustas y fuertes cadenas que unían sus cuerpos al carruaje. Fascinado y desconcertado, Zhou retrocedió un par de pasos, quedándose sin aliento ante la magnificencia de estas criaturas, cuyo porte imponía un respeto casi místico.
Mientras observaba, la puerta del carruaje se abrió lentamente, revelando la silueta de un hombre anciano que descendía. Zhou lo miró con atención: era un humano de avanzada edad, con un monóculo en el ojo derecho y ropas extrañas, formadas por capas y pliegues en un patrón que emulaba el plumaje de un ave. Su cabello blanco, al estilo afro, formaba un halo alrededor de su rostro arrugado pero de mirada aguda.
Zhou parpadeó, sorprendido ante esta figura única que parecía haber salido de un sueño o de un mundo muy distinto al que había conocido.
Mientras el anciano avanzaba hacia él, Zhou sintió una mezcla de curiosidad y precaución, preguntándose quién era aquel hombre y qué podía significar este encuentro inesperado.
El anciano lo observó de arriba abajo, sus ojos reflejando un desdén evidente mientras lo examinaba como si fuera una criatura de poco valor. Zhou sintió el peso de aquella mirada, incómodo, y antes de poder reaccionar, el hombre habló con una voz profunda y ronca, como el crujido de troncos viejos.
—¿A dónde se dirige, jovencito y cual es su nombre?, preguntó, su tono a la vez severo y curioso.
Zhou parpadeó, sintiéndose fuera de lugar y desorientado. Intentó recordar su propio nombre, como si hubiera pasado una eternidad desde la última vez que lo había pronunciado en voz alta. Finalmente, sus labios se movieron, tropezando con la respuesta.
—Soy... Zh... Zhou —balbuceó, sintiendo una ligera vergüenza que lo hizo ruborizarse.
El anciano inclinó la cabeza, sus ojos brillando con una chispa de interés o tal vez de burla, como si acabara de encontrar algo de diversión en el joven frente a él.
El anciano frunció el ceño y volvió a insistir con una voz aún más penetrante, como si no tuviera paciencia para juegos.
—Soy O'nell —dijo, entonando su nombre con solemnidad—. Te lo pregunto de nuevo: ¿a dónde te diriges?
Zhou tragó saliva, aún algo desconcertado.
—No... no lo sé con certeza —respondió, mirando el camino—. Solo busco una villa o algún feudo cercano.
O'nell asintió lentamente, señalando el sendero que había dejado atrás.
—Sigue por ahí —dijo—. En un par de horas, encontrarás lo que buscas.
Zhou sintió un alivio fugaz al recibir la dirección, pero el anciano, cuando estaba a punto de subir al carruaje, se detuvo abruptamente. Con una mirada calculadora, lo observó detenidamente y comentó:
—Llevas algo interesante contigo. Déjame echarle un vistazo.
La advertencia fue suficiente para que Zhou se sintiera invadido por la incertidumbre. No sabía si debía responder, ni a qué se refería exactamente.
—¿A... a qué se refiere? —preguntó, titubeante.
O'nell chasqueó la lengua, visiblemente impaciente.
—¿De verdad no lo sabes? ¿O solo pretendes hacerte el tonto? —reprochó con tono agrio, como si supiera algo que Zhou no entendía del todo.
La mente de Zhou comenzó a divagar, preguntándose qué podía estar buscando el anciano. Tal vez era su amuleto o algún detalle que ni él había notado.
Zhou, completamente desconcertado y sintiéndose aún más vulnerable, sacó la bolsa de tela que llevaba consigo. Dentro, solo había unas semillas y cinco espigas de trigo recogidas del Edén, pero nada más que pudiera ser relevante. Al ver las espigas, O'nell se sobresaltó de manera sorprendente.
En un parpadeo, se trasladó frente a Zhou con una velocidad aterradora, arrebatando las espigas de trigo de sus manos con tal destreza que Zhou no pudo reaccionar.
O'nell las observó con una mezcla de fascinación y temor, sus manos temblorosas apenas podían sostener las espigas. Zhou, al ver el comportamiento tan extraño del anciano, sintió una creciente tensión en su pecho.
¿Qué significaban esas espigas para él? ¿Por qué causaban tal reacción?
El viejo, aún impactado por lo que sostenía, levantó la vista y, con voz tensa y grave, preguntó:
—¿Dónde las conseguiste?
Zhou, atrapado en su confusión, trató de mantener la calma. No sabía por qué, pero sentía que algo le decía que no debía revelar la verdad. De alguna manera, parecía que esas espigas tenían un valor más allá de lo evidente, y no quería despertar más curiosidad en el extraño hombre frente a él.
—No lo sé... solo las encontré —mintió, evitando el contacto visual. Su corazón latía con fuerza en su pecho, el miedo lo nublaba y la sensación de estar siendo observado intensamente lo inquietaba.
O'nell, al principio vacilante, parecía estar procesando la respuesta. Un largo silencio se alargó entre ellos, hasta que, finalmente, el hombre recuperó su compostura y, con una voz aún más grave, formuló otra pregunta:
—¿Qué quieres a cambio de estas cinco espigas de trigo mágico? —preguntó, mientras sostenía las espigas con una mano y metía la otra entre los pliegues de sus ropas, como si esperara que Zhou ofreciera algo.
Zhou, confundido y sobrepasado por la situación, no sabía qué más hacer. Solo pensó en lo primero que se le ocurrió para poder salir de ahí con algo a su favor.
—Comida... y ropa —respondió, su voz vacilante, como si las palabras le hubieran salido por pura desesperación.
O'nell no mostró ni un atisbo de sorpresa. Simplemente, con una mirada pensativa, esperó que Zhou dijera más, como si supiera que el joven no había entendido completamente el valor de lo que le había pedido.
O'nell, tras pedirle a Zhou que esperara, se dirigió a la parte trasera del carruaje. Al cabo de unos momentos, regresó con un cofre pequeño que colocó sobre la tierra, abriéndolo para mostrarle a Zhou su contenido: dos conjuntos de túnicas preciosas, resplandecientes y finamente confeccionadas.
—Esto es lo mejor que llevo conmigo —dijo O'nell—, pero no te recomiendo usarlas. Podrían matarte por robarte estas ropas.
Sacó además un conjunto de prendas menos ostentosas y se lo ofreció a Zhou.
—Usa estas. No llaman tanto la atención, y las otras dos puedes venderlas si necesitas dinero.
Acto seguido, buscó entre sus pliegues y extrajo un sello, que entregó a Zhou con una mirada seria:
—Lleva este sello a la taberna de Emma Laft y pide toda la comida que quieras. Mi palabra está en este sello, y todo lo que consumas ahí yo lo pagaré.
Zhou tomó el sello, sus dedos temblando ligeramente, sin poder evitar pensar en el inesperado valor de las cosas que acababa de recibir.
O'nell, antes de partir, agregó una última invitación
—Con este sello, también puedes presentarte en mi gremio de comerciantes, Vismonth O'nel, en la ciudad de Grando 5 Tuht. Estaré esperando, y tendré un obsequio especial para ti.
Sin más, se giró y subió al carruaje. Las enormes aves emprendieron la marcha, dejando a Zhou inmóvil, procesando lo ocurrido. ¿Eran realmente tan valiosas esas espigas?
Rápidamente inspeccionó el cofre. Las túnicas eran exquisitas: una azul claro con bordados de nubes y aves que parecían grullas volando, la otra negra con detalles rojos y dorados en forma de nubes. El tercer conjunto, más simple, era de un delicado tono beige con estampados en ondas. Zhou admiró los detalles, perplejo ante el valor de estos regalos.
Con el baúl bien guardado bajo su brazo, Zhou comenzó su camino en la dirección que O'nell le había indicado, sintiendo una mezcla de inquietud y entusiasmo. A medida que avanzaba, el aire fresco después de la tormenta lo envolvía, cargado de aromas a tierra húmeda y vegetación.
Sentía el peso del barro bajo sus pies con cada paso, pero su mirada estaba fija en el horizonte.
Finalmente, ante él, empezó a vislumbrarse un pueblo que parecía brotar del paisaje como una escena de tiempos remotos. Las casas de madera con tejados de paja, los muros bajos de piedra y los pequeños jardines llenos de plantas y flores formaban un entorno que parecía haber quedado suspendido en el tiempo. Algo en su corazón se estremecía, una mezcla de nostalgia y desconcierto: era como los pueblos que solo había visto en libros de historia, llenos de una calma y simplicidad que parecían tan distantes de la vida moderna que había dejado atrás.
Al acercarse, pudo distinguir los tejados de madera oscura y paja, que parecían pequeños refugios de tranquilidad bajo la luz tenue de la tarde. Las calles, empedradas y llenas de charcos que reflejaban las nubes, estaban animadas por la vida cotidiana: humanos caminaban de un lado a otro, llevando cestas de frutas frescas y pescados envueltos en hojas. Zhou se dejó llevar por la mezcla de olores en el aire —carne asada, pan recién horneado, y un leve aroma a especias que lo hacían sentir inesperadamente en casa, aunque todo le resultaba ajeno.
Observaba a los comerciantes en sus puestos, vendiendo una variedad de frutas de colores vibrantes y carne en cortes extraños, mientras las voces de regateo llenaban el ambiente. El bullicio, sin embargo, no era ensordecedor, como el de las ciudades modernas que recordaba, sino un murmullo amable y constante.
"Es un mundo sin el ruido y la prisa de motores y sirenas, sin el aire espeso y sucio que he respirado toda mi vida", pensó, dejándose llevar por la paz que le transmitía el lugar.
Zhou se sintió embargado por una nostalgia desconocida, como si de alguna manera este lugar le recordara algo que había perdido, algo que nunca había tenido la oportunidad de conocer realmente.
Observando los detalles, notó que el entorno se parecía a las ilustraciones de pueblos antiguos que había visto en libros, aquellos en los que la vida transcurría lentamente y en armonía con la naturaleza. A cada paso, el peso de su viaje se aligeraba, y en su mente, una pregunta persistía: "¿Será este el comienzo de algo… o solo un momento de calma antes de la tormenta?".
Al llegar a la entrada del pueblo, Zhou se topó con dos guardias imponentes, cubiertos con armaduras adornadas con grabados y sosteniendo largas lanzas que parecían capaces de atravesar cualquier cosa. Uno de los guardias alzó la mano, su gesto rígido, y con voz grave le preguntó:
—¿De dónde vienes?
Zhou, algo intimidado, respondió con voz titubeante.
—Del bosque... Me perdí.
Mientras hablaba, no podía evitar fijarse en los intrincados detalles de la armadura del guardia, diseños tallados que representaban criaturas míticas y símbolos desconocidos para él. La lanza del guardia parecía brillar con una intensidad latente, como si estuviera imbuida de un poder que él aún no podía comprender.
El guardia lo miró fijamente, sus ojos entrecerrándose mientras parecía enfocar su atención en Zhou de una manera peculiar, casi antinatural. En ese momento, una sensación desconocida recorrió el cuerpo de Zhou, una especie de presión cálida que se intensificaba en su pecho y que le dio la impresión de ser examinado profundamente, como si el guardia intentara ver más allá de lo visible, llegando hasta su esencia misma. ¿Estaría tratando de descubrir algo oculto?
Después de un instante de esa extraña conexión, el guardia se apartó y, con una leve inclinación de cabeza, le dijo:
—Puedes pasar. He comprobado tu identidad.
Zhou, aún confundido, dio un paso hacia adelante, pero su mente estaba lejos de la tranquilidad. ¿Qué había hecho ese guardia? Mientras cruzaba la entrada, empezó a recordar fragmentos sobre el Qi, sobre cómo aquellos con un núcleo de Qi avanzado podían percibir la energía a su alrededor, incluso evaluar la esencia y el poder de otras personas.
Este "escaneo", como lo recordaba vagamente, podía revelar la raza y el nivel de poder de alguien, siempre y cuando quien lanzara el escaneo fuera más fuerte que el individuo escaneado. Zhou sintió una mezcla de respeto y cautela ante la habilidad del guardia y lo que esto significaba sobre su propio nivel de poder.
Mientras avanzaba por las calles del pueblo, trataba de procesar esta experiencia, preguntándose cuántas otras habilidades aún desconocía de este mundo y si algún día él también llegaría a desarrollar una capacidad semejante.
Zhou caminaba por las calles del pueblo, sus pasos guiados por la curiosidad y la emoción contenida. La arquitectura era encantadora y rústica, cada casa de madera contaba con detalles que parecían tallados a mano, mostrando años de cuidado. En el aire flotaba una mezcla de aromas desconocidos: especias fuertes, carnes asadas, y el dulce perfume de flores frescas que colgaban de las ventanas. Absorbía cada detalle con una extraña mezcla de fascinación y añoranza por lo desconocido.
Mientras avanzaba, preguntó por la taberna de Emma Laft. Varias personas lo miraban con curiosidad, notando sus ropas desgastadas y su aspecto forastero, pero amablemente le indicaban el camino.
Al seguir sus direcciones, finalmente llegó a una gran casa de dos pisos, construida en madera con detalles tallados en los marcos de las puertas y ventanas. Desde las vigas colgaban candelabros de metal adornados con cristales, proyectando una luz cálida y acogedora que iluminaba la entrada y la hacía destacar entre los edificios. Zhou la observó fascinado, sintiendo como si aquella estructura le ofreciera un refugio, una promesa de descanso en medio de su larga travesía.
Al entrar, el bullicio y la calidez del ambiente lo envolvieron. Había una barra a la derecha, donde un hombre robusto servía bebidas en copas de cristal grueso y burbujeante, mientras en el lado izquierdo, otra barra ofrecía una variedad de platillos que llenaban el aire de aromas tentadores. Jóvenes vestidas en atuendos coloridos y elegantes, como si fueran uniformes, se movían entre las mesas con gracia, llevando platos humeantes y jarras rebosantes de bebida. Zhou se detuvo un instante, absorbiendo todo el entorno, la calidez que contrastaba con la dureza de su viaje y el misterio que parecía envolver cada rincón de ese lugar.
Una joven se le acercó, al principio con una mirada de ligera desaprobación, como si dudara que él, con su aspecto forastero, pudiera pertenecer a ese lugar. Pero antes de que pudiera preguntarle algo, Zhou sacó el sello que le había dado O'nell y, sin vacilar, dijo:
—Vengo de parte del señor O'nell.
La joven parpadeó sorprendida, y la rigidez en su expresión desapareció al instante. Su rostro se suavizó y una sonrisa afloró en sus labios.
—Por aquí, estimado cliente —respondió, su voz ahora cordial, e hizo un gesto para que Zhou la siguiera.
Lo guió por el comedor, llevándolo hacia una sala privada en la parte trasera. Mientras caminaban, Zhou intentaba descifrar por qué el nombre de O'nell tenía tanto peso en ese lugar. ¿Quién era realmente ese hombre que parecía conocer secretos sobre él, y por qué le brindaba tanto apoyo? Algo en su intuición le decía que ese encuentro no había sido accidental, y que tal vez este viaje fuera solo el principio de algo más grande.
La joven lo dejó en la sala privada, elegantemente decorada y con un ventanal que ofrecía una vista al pequeño jardín del pueblo, lleno de plantas y flores desconocidas. Zhou se sentó, permitiéndose relajarse por primera vez en mucho tiempo. La calidez de la luz, el suave murmullo de las conversaciones en el fondo, y los sutiles aromas de la comida y bebida flotaban en el aire, creando un ambiente que contrastaba con la tensión de su viaje.
Mientras esperaba, sus pensamientos volvían a O'nell, a las misteriosas intenciones detrás de su generosidad, y a las espigas de trigo que aparentemente guardaban un poder que él no podía comprender. Algo en su interior le decía que este encuentro, este respiro momentáneo, era solo el preludio de algo mucho más profundo, un destino que aún no alcanzaba a ver. Con esa incertidumbre en mente, Zhou decidió disfrutar del momento, pero sin bajar la guardia; el camino que había comenzado estaba lleno de misterios, y aunque le atraía, sabía que debía estar preparado para lo que el destino le pudiera deparar.