Zhou había terminado su meditación, y la transformación en su ser era innegable, casi palpable. Sentía como si su conciencia se hubiera expandido, extendiéndose más allá de su propio cuerpo, fusionándose con el entorno.
A su alrededor, los sonidos y sensaciones parecían amplificados. A tres metros de distancia, podía percibir el movimiento de los insectos bajo la tierra, sus pequeños cuerpos moviéndose en un ritmo silencioso y constante. Cada paso que daban creaba un leve zumbido en la superficie, como si formaran parte de una sinfonía secreta que antes le resultaba inaudible.
El viento susurraba en su oído de una forma distinta, como si ahora pudiera desentrañar sus matices. Escuchaba el sonido de cada hoja seca al rozar contra otra, un eco suave que se repetía mientras el viento las mecía en una danza delicada y rítmica.
Los árboles parecían susurrar sus propios secretos en cada crujido de sus ramas, y Zhou sentía que él también formaba parte de esa conversación. Cada partícula del aire, cada brizna en la hierba, vibraba en sincronía con él, como si sus sentidos se hubieran vuelto uno con el mundo.
Su cuerpo, habitualmente tenso y fatigado, ahora se sentía etéreo, casi ingrávido, como si el peso de las preocupaciones y el cansancio hubiera sido absorbido por el suelo.
Sentía cómo su energía fluía con libertad, sin restricciones, recorriendo cada músculo y nervio en un ciclo interminable de renovación.
Era como si una fuente de poder inexplorada hubiera despertado en su interior, expandiéndose lentamente, palpitando en su pecho como una bestia que había permanecido dormida.
Su corazón latía con fuerza, cada pulsación enviaba una ola de vitalidad que se expandía a través de sus extremidades, llenándolo de un entusiasmo casi sobrecogedor.
Una sonrisa temblorosa asomó en su rostro, mientras un sentimiento de euforia se apoderaba de él. Podía sentir la vida misma en cada fibra de su ser, como si se hubiera transformado en una antena receptora de la energía que lo rodeaba.
Nunca antes había experimentado algo así; era como si el velo entre él y el universo hubiera sido descorrido, permitiéndole sentir el pulso de la existencia en su forma más pura.
"¿Cómo es posible?", pensaba Zhou, sintiendo un cosquilleo de incredulidad que le recorría el cuerpo.
Su respiración se aceleraba, y el pulso de su corazón retumbaba como un tambor dentro de su pecho.
Las imágenes del instante crucial en su meditación acudían a su mente, el recuerdo de aquella ayuda intangible que había sentido cuando estaba al borde del agotamiento, como una presencia benévola susurrándole al alma.
No cabía duda: había sido obra del árbol místico. Su ser anhelaba regresar a ese refugio, a ese lugar donde la conexión con el universo se sentía más intensa, donde cada pensamiento parecía estar en armonía con la esencia misma de la vida.
"¿Podré sentirlo de nuevo?", se preguntaba, mientras una emoción desbordante le arrancaba una sonrisa incontenible. Al volverse a sentar, acomodó su postura con cuidado, cruzando las piernas y dejando que sus manos reposaran sobre sus rodillas.
Cerró los ojos lentamente, como quien teme que el simple parpadeo pueda disipar el hechizo de ese momento. Inspiró profundamente, llenando sus pulmones con un aire que, aunque era el mismo de siempre, ahora parecía portador de algo más: una promesa de conexión.
Con cada respiración, su mente se iba adentrando en un espacio de calma, dejando atrás los murmullos de la conciencia, los pensamientos cotidianos, hasta que su ser quedó en silencio absoluto, sumido en una paz expectante.
Las primeras imágenes de nubes danzantes comenzaron a surgir, flotando en su mente como suaves mareas de un océano etéreo. Sentía el viento acariciar su piel, fresco y suave, como si le susurrara secretos de tiempos ancestrales. Una luz perlada bañaba el ambiente, envolviendo las nubes en un resplandor que parecía fluir en ondas.
"Ya casi llego", pensó, permitiendo que el anhelo lo guiara, como un hilo invisible tirando de su conciencia hacia adelante. Y, en un parpadeo de claridad, allí estaba: la isla flotante. El corazón de Zhou dio un brinco al ver aquel paisaje tan familiar y, sin embargo, renovado.
El árbol místico se erguía majestuoso, sus ramas extendiéndose hacia el cielo como si fueran brazos antiguos, anhelantes de abarcar todo el horizonte y acariciar las estrellas.
A su alrededor, la isla había crecido unos metros, y el verde de la hierba y las plantas era ahora más intenso, casi resplandeciente, como si cada hoja y tallo portaran la esencia misma de la vida. El trigo que él había sembrado ondeaba suavemente en la brisa, multiplicado en abundancia.
Los dorados tallos, coronados con espigas relucientes y maduras, cubrían la isla, formando un manto dorado que centelleaba bajo el resplandor sobrenatural, como si fueran pequeñas llamas danzantes bañadas en un fulgor de otro mundo.
Una mezcla de asombro y reverencia. El aire en ese lugar era distinto, poseía una pureza casi palpable, y al respirarlo sentía que cada célula de su cuerpo se renovaba, como si las energías que lo rodeaban fluyeran directamente hacia su ser.
Zhou Xintian observaba el paisaje a su alrededor, embriagado por la belleza de ese lugar irreal. "¿Será esto real... o simplemente una proyección de mi mente?", se preguntaba, sintiendo una mezcla de asombro y desconfianza.
Cerró los ojos un instante y trató de buscar en sus recuerdos, de indagar en todo lo que conocía del mundo, en busca de alguna explicación o referencia. Pero sus recuerdos solo le devolvían un vacío inquietante; jamás había visto algo parecido en toda su vida, ni siquiera en sueños. Frustrado y curioso, concentró su energía, deseando con intensidad comprender el origen de ese árbol místico.
Era como si su alma anhelara una respuesta que el árbol, silencioso y enigmático, se negaba a otorgar.
La quietud del lugar parecía volverse más densa con su deseo, pero el árbol no reaccionaba, como si sus secretos estuvieran velados detrás de un silencio profundo e impenetrable.
Zhou exhaló lentamente, sintiendo cómo su respiración se entrelazaba con el viento suave y cálido que soplaba entre las espigas doradas de trigo, que se inclinaban en una reverencia casi solemne. La respuesta seguía fuera de su alcance, pero algo dentro de él le decía que no todo estaba perdido, que la paciencia y el tiempo le mostrarían aquello que aún permanecía oculto.
Zhou avanzaba lentamente por la isla, sintiendo la tierra suave bajo sus pies y el aire fresco que traía un aroma dulce y misterioso. Al deslizar las yemas de sus dedos por las espigas de trigo dorado, una ligera sensación de cosquilleo le recorría las manos, como si esas plantas respondieran a su toque, vivas y conscientes.
Cada paso lo acercaba más a una realidad desconocida, una que, hasta ese momento, no había tenido tiempo de admirar verdaderamente. Al contemplar el paisaje mágico a su alrededor, sintió que su pecho se llenaba de una mezcla abrumadora de asombro y nostalgia, como si hubiera encontrado un hogar perdido en las brumas del tiempo.
Estaba eufórico; sus manos temblaban con una energía que no podía contener, y una sonrisa, rara y sincera, se dibujó en su rostro.
"Esto es... más allá de cualquier sueño o ficción," pensaba, recordando todas las historias de ciencia ficción que alguna vez había imaginado. Pero ninguna, ni en sus pensamientos más audaces, se acercaba a la magnificencia de lo que sus ojos presenciaban ahora.
Impulsado por una curiosidad infantil, tomó algunas espigas de trigo y, cuidadosamente, las guardó entre sus ropas, con la esperanza de llevar consigo un pedazo de este mundo. Se preguntaba qué sucedería si lograba sacar ese trigo al otro lado, como si fuera una prueba de que este lugar realmente existía.
El tiempo parecía disolverse mientras Zhou permanecía absorto, hipnotizado por la inmensidad del árbol místico que se alzaba frente a él, proyectando sombras que danzaban suavemente con la luz sobrenatural. Los minutos se convirtieron en horas, y aun así, Zhou no podía apartar la vista. Cada hoja, cada ramificación del árbol parecía contener secretos ocultos, y el simple acto de observarlo lo llenaba de una calma profunda, casi embriagadora.
Sus sentidos captaban hasta el más leve susurro del viento, el murmullo casi inaudible de la vida que latía en la tierra. "¿Es este el corazón del mundo?", pensaba, sintiendo una conexión tan fuerte que parecía resonar en su pecho.
Entonces, de repente, recordó las semillas que había guardado. Con manos temblorosas y expectación en su mirada, buscó en el interior de sus ropas y, para su sorpresa, allí estaban: las diminutas semillas que había traído consigo.
El hecho de que hubieran viajado a este lugar mágico disipaba las dudas que alguna vez tuvo sobre la naturaleza de este mundo. Sin perder un momento, se arrodilló, apartando algunas de las plantas de trigo, y dejó una distancia prudente entre cada espacio donde plantaría las semillas. Usando con cuidado la punta de sus dedos, cavó en la tierra blanda, sintiendo su textura viva y cálida bajo sus uñas, y plantó las semillas una a una, como un ritual de renovación.
Mientras las cubría de nuevo con tierra, sintió que una corriente de energía recorría sus manos, como si la isla misma aprobara su acto de creación. La imagen del árbol se reflejaba en sus pensamientos, y Zhou percibía, por primera vez, una conexión íntima y genuina entre ellos.
Al concluir el ritual de plantar las semillas, Zhou se quedó observando en silencio el suelo recién removido, donde las pequeñas promesas de vida descansaban ahora en la tierra mística de la isla.
A medida que el tiempo transcurría, una leve fatiga comenzó a instalarse en su cuerpo, una sensación de debilidad que surgía desde su núcleo, expandiéndose como olas suaves. Sin embargo, no le prestó demasiada atención; comprendía que esta fatiga era una consecuencia natural de su conexión con el árbol y la isla. "Estoy entregando algo de mí a este lugar," pensó, con una mezcla de respeto y aceptación.
Mientras observaba los alrededores, Zhou sintió cómo el aire fresco y etéreo rozaba su piel, impregnado de un aroma a tierra húmeda y plantas silvestres. El ambiente era denso y envolvente, lleno de vida y energía.
El paisaje parecía vibrar con cada respiración que tomaba, y en medio de todo esto, Zhou sentía un profundo respeto y una conexión que iba más allá de lo tangible. Miró el vasto mar de nubes que rodeaba la isla, cómo se movían de manera tranquila, casi reverencial.
"¿Es real o solo un sueño?" pensó, atrapado entre la incredulidad y el asombro. Este lugar era algo más que una simple isla flotante; era un santuario de vida y misterios ocultos. No podía seguir llamando a esto solo "una isla" o "un árbol."
Este espacio merecía un nombre propio, algo que reflejara su grandeza y significado. Recordó una lectura de su vida pasada sobre el Edén, un jardín sagrado lleno de vida y posibilidades infinitas. Con una sonrisa ligera, susurró al viento, "Edén… Eso es lo que eres. Un Edén en el cielo."
Dirigió entonces su mirada hacia el árbol. Cada hoja y cada rama parecían cargar siglos de sabiduría. Recordó la primera vez que lo había visto, imponente y majestuoso, y cómo cada encuentro con él lo llenaba de una mezcla de temor y reverencia.
En su mente surgió la palabra "Yggdrasil," un nombre que había leído en los relatos antiguos de otra cultura, un árbol mítico bajo cuya sombra la vida misma florecía. "Entonces, serás Yggdrasil, el Árbol de la Vida," declaró en un murmullo reverente, sintiendo que, al pronunciar su nombre, algo en su interior también se anclaba a esta tierra mágica y mística.
Al terminar de pronunciar el nombre, Zhou sintió una vibración inesperada en su pecho, como un eco que resonaba en lo profundo de su ser.
Era una sensación extraña, intensa, que se expandía desde su centro, haciendo que cada latido reverberara en su mente y cuerpo.
De pronto, la conexión entre él y aquel mágico lugar se rompió con una fuerza inexplicable. Todo se volvió oscuro en un parpadeo, y antes de que pudiera siquiera procesarlo, fue expulsado de la isla, como si una fuerza invisible lo hubiera empujado de regreso.
Al día siguiente Cuando volvió en sí, se hallaba en huerto bajo el árbol central, jadeaba, tratando de recuperar la estabilidad mientras una mezcla de sorpresa y confusión llenaba su mente. "¿Será que al nombrar este lugar he entregado demasiado de mí?" se preguntaba, aún aturdido.
Su cuerpo temblaba levemente, debilitado, como si aquella simple acción hubiera drenado algo vital de su interior, algo que ahora se quedaba atrás, en aquel Edén de su conciencia.
Mientras intentaba entender lo que había sucedido, sus sentidos aún percibían retazos del entorno de la isla: el aire fresco, el murmullo del trigo, y el aura ancestral del árbol.
Era como si un residuo de esa energía mística persistiera en su interior, recordándole que, aunque lo habían expulsado, una parte de él seguía allí, unida al Edén y a Yggdrasil en una conexión que ahora sentía más profunda y solemne que antes.