Zhou Xintian se encontraba inmerso en un conflicto silencioso mientras exploraba el huerto bajo la sombra de árboles centenarios. Su conexión con el árbol místico le había otorgado visiones y habilidades que aún no comprendía del todo, pero con cada paso que daba, la incertidumbre sobre el propósito de esos dones lo rodeaba como una niebla persistente.
- ¿Qué quieres de mí?, se preguntaba Zhou Xintian mientras seguía deambulando.
Aun con el recuerdo vívido de lo que había ocurrido en la isla flotante, Zhou no podía sacudirse una creciente inquietud. La escena de la plántula brotando ante él, con raíces extendiéndose en la tierra, había sido un momento único y poderoso, pero también extraño. Un cansancio inesperado lo había envuelto después de plantar aquella semilla, una fatiga tan profunda que parecía haber drenado no solo su energía física, sino algo más esencial, más íntimo.
Mientras reflexionaba sobre ello, una pregunta persistente resonaba en su mente: ¿Acaso el árbol o la propia plántula absorbieron algún tipo de energía de mí?
Zhou frunció el ceño, caminando lentamente por las zonas aledañas al huerto, con cada paso perdido en sus pensamientos. El aire a su alrededor estaba impregnado de la fragancia de plantas exóticas y flores de tonos intensos, pero sus sentidos parecían entumecidos, enfocados solo en encontrar respuestas.
¿Podría ser que el árbol estuviera succionando algún tipo de esencia de su ser? El solo pensamiento de aquella posibilidad hizo que un escalofrío recorriera su espalda. Quizá, pensó, todo lo que vivía en ese lugar mágico era alguna clase de sanguijuela energética, criaturas que necesitaban alimentarse de una fuerza vital para florecer y extender sus raíces en la tierra mística.
El ambiente del huerto, que usualmente le parecía acogedor y sereno, se sentía ahora extraño y enigmático, como si lo observara en silencio, esperando su próximo movimiento. La luz suave que caía entre las hojas proyectaba sombras cambiantes sobre el suelo, y Zhou comenzó a notar detalles que antes le habían pasado desapercibidos: plantas con raíces largas y profundas, como si buscaran alcanzar su núcleo más profundo, y otras que parecían orientarse hacia donde él se encontraba, como si respondieran a su presencia.
Su mente, cada vez más envuelta en un torbellino de dudas, lo llevó a pensar en el propósito de ese intercambio de energía.
- ¿Con qué fin?, se preguntaba.
- ¿Es esta una especie de conexión simbiótica o simplemente una transacción unilateral en la que yo cedo mi vitalidad? Se detuvo unos instantes, cerrando los ojos, intentando analizar cada detalle, cada segundo que recordaba del momento en que plantó la semilla, buscando algún indicio de lo que había ocurrido.
En medio de su introspección, una brisa ligera movió las hojas, y Zhou sintió una presencia sutil, como si el mismo árbol intentara comunicarse con él, respondiendo a sus pensamientos.
¿Podría ser que todo en ese lugar respondiera a la energía de sus emociones, de sus pensamientos? Sumido en una mezcla de curiosidad y cautela, Zhou continuó avanzando, sin apartar su mirada del suelo ni de las plantas a su alrededor.
Zhou comenzó a explorar los rincones del huerto que aún no conocía. Caminó lentamente, observando cada planta con atención, como si pudiera desentrañar los secretos de su poder a través de su estructura y color.
Encontró flores de tonos vibrantes y descubrió que algunas de ellas parecían poseer propiedades únicas: una emanaba un perfume que relajaba su cuerpo y mente, mientras que otra tenía un brillo tenue que parecía emanar energía vital.
Sin pensarlo demasiado, Zhou se agachó y recogió varias semillas de aquellas plantas, observándolas con detenimiento antes de guardarlas con cuidado en el interior de su túnica. Un deseo creciente de plantar esas semillas en la isla flotante comenzó a tomar forma en su mente. A pesar de las dudas que lo asaltaban, la idea de experimentar con la vida vegetal en aquel espacio místico le resultaba cautivadora.
- Quizá, pensaba, podría no solo cultivar esas plantas en su refugio flotante, sino también entender mejor los límites de su conexión con ese lugar.
- ¿Qué más podría llevar consigo? se preguntó. ¿Objetos más grandes, o tal vez incluso algún ser vivo?
La posibilidad de ampliar su comprensión del vínculo que compartía con el árbol y el mundo mágico encendió en él una chispa de aventura.
La promesa de explorar nuevos territorios de conocimiento y descubrir respuestas a los misterios que lo rodeaban lo impulsó hacia adelante, infundiéndole una renovada sensación de propósito y descubrimiento.
Al regresar al huerto, Zhou sintió una curiosidad renovada sobre las semillas que había recolectado y la posibilidad de plantarlas en la isla flotante.
Con cada paso que daba hacia el árbol central del huerto, su mente se llenaba de preguntas: ¿cómo respondería esa tierra mágica al recibir vida nueva? ¿Habría una conexión entre las plantas y el árbol ancestral que podría desvelar algún secreto más profundo de ese mundo?
Zhou encontró el árbol central y, en un acto casi reverencial, se sentó frente a él, colocando las palmas de sus manos sobre sus rodillas, completamente relajado y centrado. Se acomodó en la posición tradicional de meditación, con la espalda recta, permitiendo que su cuerpo se alineara con la energía del lugar.
Al cerrar los ojos, comenzó una serie de respiraciones profundas, sintiendo cómo el aire llenaba sus pulmones, trayendo consigo una sensación de paz y estabilidad.
La práctica que el espíritu del árbol le había transmitido no era una simple técnica de relajación. Esta meditación requería una sincronización cuidadosa, casi simbiótica, entre su mente y la energía que emanaba del entorno.
Cada inhalación no solo le brindaba calma, sino que le permitía absorber los patrones energéticos del huerto y del árbol central, captando los sutiles pulsos de vida que fluían a través de las raíces y hojas, como si él mismo formara parte de ese circuito.
A medida que Zhou profundizaba en su estado meditativo, comenzó a percibir cómo su propia energía interior resonaba con la energía de la tierra y el árbol a su alrededor. Era una fusión que le revelaba, en destellos intuitivos, los ciclos de crecimiento y transformación que sostenían la vida en ese lugar.
Había pasado un tiempo indeterminado, pero Zhou Xintian continuaba sumido en la meditación, siguiendo cada paso con una mezcla de familiaridad y desconcierto.
Aunque el conocimiento que ahora poseía se le antojaba extraño y distante, su determinación lo impulsaba a avanzar, deseando restablecer la conexión con el místico árbol de la isla flotante.
De pronto, justo cuando sentía que estaba a punto de lograrlo, un ardor punzante le atravesó el pecho, como un fuego abrasador que encendía su corazón.
Casi salió de su estado meditativo en un sobresalto, pero una fuerza desconocida lo sostuvo en ese umbral entre el dolor y la calma, como si algo más lo guiara.
A pesar de su desesperación, sintió una paz profunda que contrastaba con el dolor que lo invadía.
Con cada respiración, nuevas imágenes se formaban en su mente, flotando como ríos de sabiduría que parecía desbordarse, llenando sus pensamientos de conocimientos ocultos.
Entre esas revelaciones, comprendió el secreto detrás del "Qi" y de su núcleo: el Qi, aquella energía esencial que existía en todos los seres vivos, estaba despertando en su interior.
Lo que experimentaba en ese instante era el fruto de todas sus meditaciones y de los encuentros con el Árbol de las Revelaciones.
Estos descubrimientos habían fortalecido su espíritu lo suficiente para abrir, al fin, su núcleo de Qi. Esta energía primigenia, omnipresente tanto en el cuerpo como en el entorno, se podía nutrir, acumular y fortalecer.
Pero el despertar de su núcleo no estaba exento de peligro: un error en la circulación de esta energía podría significar consecuencias graves, incluso fatales.
Con cuidado, Zhou comenzó a guiar el Qi desde su corazón hacia su cabeza, siguiendo un camino exacto por las venas que latían en su memoria, pero el flujo de energía despertó en él una oleada de ardor y dolor insoportable.
La sensación era tan intensa que casi le arrancó un grito, y sangre fresca se deslizó desde la comisura de sus labios.
No obstante, la presencia que lo guiaba no lo abandonó; lo empujaba a persistir, mostrándole el ritmo que debía mantener para sincronizar cada paso.
Finalmente, la guía externa que lo sostenía se desvaneció, dejándolo solo. Consciente de la gravedad de su tarea, Zhou recordó el patrón preciso que debía seguir y continuó la práctica, asegurándose de que el Qi fluyera armoniosamente desde el corazón hasta el cerebro, fortaleciendo sus venas y su propio núcleo en el proceso.
Pasaron largas horas mientras persistía en la meditación, sin permitir que un solo vaso sanguíneo escapara de la influencia revitalizante del Qi.
Y así, en ese silencio profundo, Zhou Xintian descubrió no solo la esencia del Qi, sino también una parte de sí mismo que lo unía a ese mundo.
Al concluir su meditación, Zhou Xintian abrió los ojos lentamente. La atmósfera alrededor había cambiado, y ahora sus sentidos captaban cada detalle con una agudeza nueva. El aire estaba impregnado de un suave aroma a tierra húmeda, mezclado con la fragancia de flores exóticas que florecían bajo la sombra del huerto. Sentía la textura del suelo bajo sus manos, una frescura viva que parecía conectarlo a la misma esencia de ese lugar místico.
Mientras respiraba profundamente, Zhou sintió una conexión poderosa y tangible que se extendía desde su propio ser hasta el árbol en la isla flotante. Una suave vibración recorría su pecho, como si su corazón estuviera sincronizado con un latido más grande, un pulso que se expandía hasta alcanzar la isla. Cerrando los ojos una vez más, Zhou experimentó una visión: en su mente apareció la imagen del árbol, erguido y majestuoso, sus raíces brillando con una intensidad inusitada, extendiéndose en busca de un suelo más profundo, más nutritivo, más vivo.
"¿Realmente somos uno?" pensó, sintiendo cómo la duda inicial se convertía en un sentimiento de pertenencia y fuerza compartida. "Mientras yo crezca, tú crecerás conmigo…" murmuró en su mente, casi como una promesa.
El árbol en su visión pareció responder. Zhou lo observó brillar con un resplandor tenue, como si hubiera ganado fuerza solo al comprender él la profundidad de su lazo. La isla misma, inmersa en una bruma de colores suaves y vivos, parecía cobrar vida, expandiéndose y cambiando a su alrededor. Los sonidos del entorno se volvieron más intensos; el susurro de las hojas, el canto de aves lejanas, y el murmullo constante de un viento suave le recordaban la naturaleza viva y palpitante de ese lugar.
"Esto es más que un simple vínculo," reflexionó Zhou, sintiendo cómo cada latido de su corazón armonizaba con el pulso del árbol y la isla. "Es como si mi propio ser, mi fortaleza, se reflejara en tu crecimiento, en tu resplandor…"
El asombro lo llenaba, pero una certeza profunda empezaba a florecer en su interior. Sabía que su conexión con el árbol no solo dependía de sus logros, sino de su fortaleza interior. Cuanto más se fortaleciera, más tangible sería el lazo que compartían, y el árbol crecería con él, elevándose hacia lo desconocido, irradiando una luz más profunda y pura. Y, al mismo tiempo, Zhou comprendió que no estaba solo; su poder y su propósito habían encontrado un reflejo vivo en aquel mundo místico.
Finalmente, abrió los ojos, sintiendo una mezcla de serenidad y gratitud. "Gracias," susurró, sin saber si sus palabras eran para el árbol, para la isla, o para aquella parte de él que había despertado al descubrir este vínculo sagrado.
Zhou Xintian se encontraba de pie en medio del huerto, rodeado de una paz casi palpable. La brisa cálida acariciaba su rostro, llevando consigo el perfume dulzón de las flores que florecían en tonos dorados y rojizos, como pequeñas antorchas que iluminaban el suelo.
Los rayos del sol atravesaban las ramas de los árboles, dejando juegos de luces y sombras que danzaban sobre el terreno y creaban un ambiente etéreo, como si el lugar mismo compartiera su presencia con él.
Zhou observaba cada rincón, sintiendo el latido de la vida que vibraba a su alrededor. Las hojas crujían suavemente, susurrando secretos antiguos, y los sonidos de pequeños insectos trabajando en el suelo componían una música suave y constante.
Con una mezcla de admiración y gratitud, Zhou murmuró, "No estoy solo… lo tengo a él." Sus palabras se escaparon como un suspiro, pero en su corazón resonaban profundamente.
Podía sentirlo, aquel vínculo inquebrantable que había creado, como una corriente de energía que fluía entre él y el árbol en la isla flotante, un lazo de vida y fuerza compartida. El árbol, en su mente, resplandecía con una intensidad que jamás había visto antes, y en su interior percibía cómo esa conexión transformaba no solo al árbol, sino también a sí mismo.