Chapter 8 - Historias de Mildea

27 de Sextilis del Año 453 Tercera Era

Ciudad de Mildea, Reino de Diophants.

 

La luz del nuevo día se vio sorprendida por la presencia de nubes en el horizonte y la suave presencia de una corriente de aire proveniente del sur.

El cambio de estación en estas tierras es cada noventa y cinco días, lo que hace que el año sea de trescientos ochenta días; este calendario denota una fuerte influencia romana, ya que dividen el año en doce meses.

Aunque este sistema originalmente solo lo utilizaban los humanos, poco a poco se fue permeando entre las demás razas.

Desde la ventana de su cuarto, Christopher observó la poca presencia de personas en la calle, por lo que dedujo que se trataba de una calle poco transitada.

Después de salir de su habitación, se dirigió a la planta baja del hostal donde se encontraba una especie de taberna, pero debido a que aún era temprano, esta se encontraba sin clientela.

La señora que lo recibió en la noche no se encontraba a la vista, pero si estaba presente el joven Simón, este se encontraba limpiando las mesas con un trapo de tela húmedo.

~ Disculpa ¿Sabes dónde puedo asearme, de preferencia poder darme un baño?

Le preguntó con una voz serena tratando de no espantarlo.

El joven al verlo se enderezó y agarrando el trapo con ambas manos trató de contestar.

~ Este... un baño... bueno en la parte de atrás está la letrina... y ahí hay un Pozo... en donde puede sacar agua para poder asearse.

Christopher aspiró profundo mientras hacía una mueca de desagrado.

~ ¿Y no sabes de algún lugar donde me pueda asear todo el cuerpo, y en completa privacidad?

El joven empezó a tartamudear, evidentemente mostraba su falta de información sobre el tema; pero en ese momento apareció la señora desde atrás de la barra.

~ ¿Ocurre algo Simón?

Preguntó ella al notar el nerviosismo de su empleado.

~ El señor quiere ir al baño.

Respondió apresuradamente.

Christopher solo sonrió ante el comentario y se dio la vuelta para dirigirse hacia la señora.

~ Disculpe la molestia, pero le preguntaba al joven donde puedo asearme todo el cuerpo en completa privacidad.

~ Si usted lo desea, le pueden subir una cubeta con agua a su cuarto, así podrá usted asearse sin ser molestado.

~ Este… busco un lugar con abundante agua.

~ Ah… ya entiendo, discúlpeme, no es muy común que un plebeyo busque los servicios de un balneario.

~ Plebeyo.

La palabra retumbó en la cabeza de Christopher, y por un momento se sintió ofendido ante tal comentario, pero decidió no tomarlo tan en serio.

~ ¿Acaso solo los nobles pueden ir a esos "Balnearios"?

~ Bueno, también van los ricos comerciantes.

La señora se sintió avergonzada con la respuesta y trató de corregirse.

~ Por los altos costos de sus servicios, solo ellos pueden permitirse ir, pero si usted lo desea, le puedo indicar en donde se encuentra el balneario que permite la entrada en general.

~ Me parece muy bien, me podría informar la ubicación del balneario por favor.

~ Desde luego.

~ ¡Ah! y abusando de su amabilidad, ¿dónde puedo conseguir un sastre para poder adquirir una muda completa de ropa?

~ ¿Una muda?

~ Un cambio de ropa.

Aclaró el tema Christopher, al recordar que, aunque entiende el idioma, existen términos lingüísticos con diferentes significados.

~ Cerca del balneario, en la zona comercial, ahí podrá encontrarse con varios sastres.

~ Muchas gracias.

~ Este... ¿va a desayunar algo primero?, porque si es así, le pediré unos momentos en lo que le preparo algo.

~ En ese caso, se lo voy a agradecer.

La señora se dirigió al final de la barra, justo donde se encuentra una entrada hacia otra parte del local.

~ Pues ya viéndola bien, no está tan mal la señora… ¿Estará casada?

Pensaba Christopher mientras se acomodaba en una de las mesas.

~ Se ve muy bien, aunque aparenta tener unos treinta o treinta y cinco años, se nota que es esbelta, y sus rasgos delicados no parecen concordar con el tipo de establecimiento que maneja...

Empezó a analizar la forma de cortejarla, pero después desechó la idea.

~ ¿Que estoy pensando? mejor busco la forma de evitar meterme en problemas.

El recuerdo de aquella niña en el establo lo incomodó por un momento.

~ ¿Estará bien la pequeña?

Momentos después reaparecía la señora; traía consigo un tarro grande de madera con leche, pan, así como un poco de cereal cocido parecido al arroz, pero de un color amarillo claro.

~ Pero… ¿qué es esto?

Pensó Christopher mientras observaba lo que le pusieron en la mesa.

La señora se dio cuenta de la cara de Christopher al ver aquello, por lo que no pudo evitar preguntar si algo estaba mal.

~ ¿No era lo que deseaba señor?

~ Bueno... la verdad nunca había visto algo parecido para desayunar.

~ Lo entiendo, si desea solo le dejo la leche y el pan.

~ ¿Eh?

~ ¿Si quiere le retiro el cereal?

Christopher al momento se dio cuenta que, al parecer en aquellas tierras, no se acostumbraba a tener un desayuno muy abundante.

~ No es eso, es que de donde provengo, estamos acostumbrados a un desayuno un poco más.… abundante, ya que no volvemos a probar bocado alguno hasta ya muy entrada la tarde.

~ ¡Ah!... y yo pensaba que era mucho para usted.

Sonreía la señora al darse cuenta de su error.

~ ¿Qué acaso no ve mi estatura y mi complexión?

Pensó Christopher mientras le comentaba con voz amable.

~ No se preocupe, mire voy a los baños y regreso, perdón, al balneario, así le daré tiempo para prepararme algo... más abundante.

~ Pero el costo de la habitación con la comida se elevará un poco más.

Dijo ella dando a entender que tal pedido, tendría un costo extra.

~ Lo entiendo.

Christopher metió la mano en su pantalón, se dio cuenta que solo traía las tres centurias, por lo que las extrajo todas.

~ Yo creo que con esto alcanzará para cubrir el costo extra.

Al recibir las monedas, la desconfianza que sentía ella hacia Christopher, desaparecía por completo.

~ No se preocupe, Vaya con calma, que cuando regrese estará lista su comida.

Ella se dirigía nuevamente hacia atrás de la barra, cuando Christopher la llamó para recordarle algo.

~ Espere, solo que... aun no me dice dónde quedan el tal nombrado balneario y el sastre.

La señora no pudo evitar sonrojarse de la pena, y volvió sobre sus pasos.

~ Disculpe mi torpeza, mire si usted se va por...

Momentos después, Christopher tranquilamente se dirigió hacia la zona comercial, mientras trataba de ocultar su felicidad.

~ Por fin me voy a poder darme un sabroso y muy necesario baño.

+ + + + +

Fernand se encontraba acomodando su última creación, unos pantalones de lino, pero con bolsillos internos o faltriqueras.

~ De esta forma su usuario podrá llevar su dinero sin temor a que algún bandido le arrebate su crumena (bolsa de tela o cuero donde se guardan las monedas).

Pensaba Fernand con orgullo.

Esperaba que su innovación lo ayudara a aumentar las ventas, ya que hacía varios meses atrás, unos sastres provenientes de la capital habían llegado a la ciudad y estaban acaparando a la clientela.

El sonido de la puerta al abrirse le indicó la llegada de un posible cliente, y sacando su mejor sonrisa se dio vuelta para recibirlo.

~ Buenos días en que puedo ser...

No pudo terminar la frase, ya que se había quedado mudo al ver a aquel hombre que acababa de entrar.

Con una altura de un metro con noventa y cinco centímetros, pelo plateado y largo, que le llegaba abajo de los hombros, y con unas gafas oscuras que ocultaban sus ojos… la apariencia del recién llegado resultaba intimidante.

Pero lo que más llamaba la atención eran las extrañas espadas cortas que portaba a cada lado de su cintura.

~ Buenos días.

Dijo aquel extraño con voz seria.

~ ¿Es usted el sastre?

~ Si, así es, yo soy el sastre, ¿que se le ofrece?

Contestó Fernand, tratando de ocultar su creciente temor a ser asaltado, o incluso asesinado.

~ Requiero ropa de algodón, cree poder ayudarme con eso.

~ ¿Algodón?

Repitió Fernand, sin entender qué tipo de material era ese llamado, "algodón".

~ Si, algodón, es una fibra que se obtiene de la flor de una planta, es algo parecido a la seda, pero se da en una planta y no de un gusano.

~ Eh escuchado de algo parecido a la seda, pero no es fácil conseguirlo, al menos en este reino, pero del algodón nunca había escuchado algo con ese nombre.

Le respondió, tratando de saber si aquel hombre estaba hablando en serio, o estaba esperando el momento adecuado para asaltarlo.

Aquel hombre, empezó a tocar con sus dedos las telas que tenía en un exhibidor de pared, parecía como si buscara alguna tela en especial.

Mientras aquel hombre revisaba lo que estaba a la vista, Fernand empezó a fijarse más detalladamente en él, su armadura de cuero dejaba ver partes de su ropa; sus pantalones no parecían de lino, y parecían tener unas aberturas a los costados como alforjas, pero que eran parte de la misma prenda; sus botas tampoco parecían de cuero, piel o madera. Era evidente que aquel hombre no era de estas tierras.

Después de un rato de seguir con aquella tarea, aquel hombre se volvió hacia Fernand.

~ ¿Tienes prendas ya hechas a mi medida?

La pregunta era muy rara para él, ya que nunca había visto a alguien tan alto y de su complexión.

~ Lo siento señor, pero creo estar casi seguro de que no hay nadie que tenga algo a su medida en esta ciudad.

Le respondió, mientras sus dudas sobre ser víctima de algún asalto empezaban a desaparecer.

~ Mmmm...

Aquel hombre, dejó escapar un resoplido mientras observaba hacia el exterior, a través de una de las ventanas del lugar.

~ Muy bien, ¿dime en cuanto tiempo tendrás lista una muda completa para mí? y me refiero a una camisa, un pantalón, ropa interior y calcetas.

~ ¿Una muda?, ¡ah!... Un cambio, unos cinco días, tal vez más, aunque no se a que se refiera con las llamadas calcetas.

Respondió mientras hacía cálculos aproximados en su mente

~ Las calcetas son... mmmm… son prendas que sirven para cubrir los pies y evitar que los zapatos los lastimen, además de mantenerlos frescos y secos.

~ Medias, usted se refiere a las medias.

~ ¿Medias?, mire estas son las calcetas.

Le respondió mientras subía la pierna a una silla y se alzaba el pantalón para que pudiera observar lo que él se refería con calcetas.

~ Esas son las medias señor.

Le respondió Fernand, al tiempo que confirmaba sus sospechas de que aquel hombre venía de muy lejos, tan lejos como para usar otro nombre para las medias.

~ Esta bien, ¿cuánto es por el cambio completo?

Preguntó aquel hombre con cierta desesperación en su voz.

~ Bueno, ¿qué color de prenda desea, y de qué material?

Le respondió tratando de darle a entender que no era simplemente pedir la muda y ya, requería de cierta información

~ La sastrería es todo un arte, no se trata de cosechar turcas

Pensó Fernand mientras le mostraba algunas de sus creaciones.

~ Mire, tengo este diseño, por ejemplo, está muy de moda en la capital, está hecho de lino y lana, muy buena para ahora que se acerca el otoño, y que las temperaturas bajan considerablemente. también tengo este otro diseño que...

~ Espere, espere.

Lo interrumpió aquel hombre.

~ Hágame algo parecido a lo que traigo puesto, ¿qué le parece?

~ Pero que tipo tan mas desesperado.

Pensó Fernand un tanto molesto.

~ Me permite ver sus prendas por favor.

Aquel hombre procedió a quitarse la armadura que portaba; en ese momento se percató Fernand que era una armadura hecha de linothorax y recubierta de cuero, los amarres estaban fabricados con metal, algo muy raro en ese tipo de prendas.

~ ¿Acaso será un mercenario?

Cuando aquel hombre procedió a quitarse la camisa, su sorpresa fue grande al darse cuenta de que traía una especie de cuentas en la parte de adelante, que se colocaban en unos hoyuelos y que permitían quitar y poner la prenda como si fuera una puerta doble.

¡No era necesario pasarse la camisa por la cabeza! ¡Era toda una innovación!

Traía cosida las mismas bolsas que él había inventado, solo que también tenían un tipo de solapa, agarrado con las mismas cuentas con las que se amarraba la camisa por delante. La tela era más gruesa y pesada que el lino, pero no era de lana.

~ ¿Esto es lo que él llama Algodón?

Se preguntaba al tiempo que deseaba saber dónde la había conseguido.

Cuando se quitó la armadura de sus piernas, notó que también el pantalón traía las bolsas cosidas por fuera; nunca había visto nada igual a aquellas prendas.

~ Y bien, ¿en qué tiempo me lo tendría listo y cuánto costará el trabajo?

La voz seria de aquel hombre lo sacó de sus pensamientos.

~ Este... bueno... Solo falta tomar sus medidas, pero por todo serían más o menos... unos... mmmm... cinco centurias.

~ Cinco centurias.

Repitió aquel hombre mientras se desamarraba las botas para poder quitarse el pantalón.

~ Sí señor, lo que pasa es que el diseño de sus prendas es algo nuevo para mí, y temo que me llevará más tiempo hacerlo.

Respondió tratando de justificar el alto costo de las prendas.

Aquel hombre buscó algo en una especie de maleta unida a una correa y le dijo.

~ Voy a necesitar tres juegos en ese caso, así que te daré dos áureos si me tienes todo listo en tres días.

~ ¿Dos Áureos?

Respondió sorprendido.

~ Así es.

Y en ese momento le arrojó la pequeña moneda para que la capturara con sus manos.

Casi deja caer la moneda al no esperar ese tipo de reacción, pero una vez que pudo observar el brillo del oro, sintió como si un milagro acabara de suceder.

~ ¿Y bien? ¿Podrás tenerme las prendas en tres días? o me voy a otra parte.

~ Claro que sí señor.

Y en ese momento se fue al fondo del local y comenzó a gritar.

~ Merina, Mirian, Rous, dejen lo que están haciendo y vengan rápido.

Dos jóvenes y una señora entraron corriendo al escuchar los gritos de Fernand.

~ ¿Qué ocurre señor Fernand?

Preguntó la señora con voz agitada.

~ Rápido, necesito que ayuden al caballero con su ropa, necesito tomar medidas y tú Mirian trae un poco de vino para nuestro cliente, pero rápido niña.

Sin entender nada, las mujeres se pusieron a trabajar, mientras Fernand sacó una especie de pizarrón pequeño, y empezó a dibujar en él, colocaba símbolos y flechas, parecía que Fernand estaba desarrollando los planos para alguna máquina muy compleja

De pronto la más joven dio un grito corto, como si algo la hubiera espantado.

~ ¿Qué ocurre Merina?

Fernand observó cómo aquel hombre, con una mano empuñaba su pequeña espada, mientras que con la otra sostenía una pequeña alforja.

~ Lo siento, pero solo yo puedo tocar mi alforja.

La voz gruesa y seria retumbó por el local.

~ Claro no se preocupe, nadie tocará lo que usted nos diga, Merina ayuda a Rous con las medidas, discúlpela por favor, ella no tenía una mala intención, solo quería ayudarlo con sus cosas.

Fernand trató de apaciguar la tensión del momento.

~ Lo entiendo, pero si soy un poco celoso con mi alforja.

~ Desde luego, si gusta pase atrás de aquel biombo para que me pueda pasar su pantalón y tomar las medidas necesarias.

Aquel hombre se dirigió hacia el biombo, pero sin soltar aquella extraña alforja.

~ Por la forma en cómo actúa, estoy casi seguro de que ahí guarda sus monedas.

Pensó Fernand mientras seguía tomando medidas y tratando de copiar el diseño de aquella ropa tan extraña.

~ Si logro reproducir está ropa, me convertiré en el mejor sastre del reino.

No dejaba de pensar mientras tomaba las medidas del pantalón que le entregó aquel hombre.

~Aquí está el vino señor.

Dijo la joven que sostenía en una mano un tarro de madera y con la otra una jarra de vino.

~ ¿Y qué esperas?, sírvele al caballero el vino mujer.

Aquel extraño hombre, observaba la escena, mientras se tapaba con una especie de túnica el cuerpo.

~ ¿Tardará mucho en tomar las medidas?

~ Solo unos momentos más, por favor mientras pruebe este vino, es uno de los mejores que se producen en la región.

Aquel hombre agarró el tarro, pero no lo bebió, seguía observando cómo trabajaban con su ropa, y a veces observaba la ropa que había en exhibición.

~ Una pregunta, ¿tienes algo de ropa que puedas darme?, ya que planeo visitar el balneario, y no es muy de mi agrado tener que vestirme con la misma ropa sucia que llevo puesta, y más cuando yo ya estoy aseado.

Fernand sabía muy bien que no tenía nada que le pudiera quedar, y por unos momentos su mente empezó a buscar alguna solución.

~ Disculpe, ¿qué tiempo tardará en ir al balneario?

~ No lo sé, tal vez una hora, la verdad no lo sé.

~ Si usted lo desea, puedo hacer algunos ajustes a algunas de mis creaciones, y tenerlo listo para cuándo usted salga del balneario… es más, si así lo desea, con gusto una de mis empleadas le llevará la ropa, para que no tenga que vestirse con la misma ropa que trae puesta.

~ Me parece una buena idea.

~ Incluso le propongo algo caballero, si usted lo desea, yo personalmente me encargaré de que su ropa esté limpia para mañana.

~ Perdón, pero no entendí eso último.

~ Si usted lo desea, yo lavaré su ropa y mañana la tendrá limpia, ya que de esta forma podré hacer mejor las medidas y en caso de alguna duda no tendría que molestarlo.

~ Mmmm, me parece bien, en ese caso, le pediré que me devuelva la ropa para que pueda dirigirme al balneario, ¡ah!... y mi ropa limpia me la envíe al Mesón de la Luna, ya que es ahí donde me estoy hospedando por el momento.

Fernand sonrió para sí mismo, ahora podría copiar el diseño de la ropa sin prisas e incluso ver cómo fue confeccionado.

Momentos después aquel hombre acompañado por Merina se dirigía al balneario.

Fernand no podía en esos momentos ocultar su alegría, no solo ganaría dinero con ese trabajo, si no que sería el único sastre con los diseños de aquella ropa, y por la cual estaba completamente seguro de que sería toda una revolución en la industria de la moda.

+ + + + +

El sol se encontraba en su cenit, y las nubes que en su momento aparecieron en el horizonte, habían desaparecido, lo mismo había ocurrido con aquel aire fresco, que fue remplazado por un ambiente más caluroso, recordándole a la ciudad que, aunque en pocos días empezaba el otoño, el verano aún hacía su presencia.

Liseth se encontraba limpiando la barra, tenía atado su largo cabello rubio con un lazo en color azul claro

Aunque en ese momento solo había dos clientes ocupando una de las mesas, ella se encontraba preocupada por las preparaciones para la llegada de las personas que visitan la ciudad, con la intención de asistir al festival de otoño, mismo que se realizará dentro de unos cinco días.

Y es que, durante las festividades, todos los comercios son adornados con motivos agrícolas.

~ Espero este año volver a tener todos los cuartos ocupados como el pasado festival.

Pensaba mientras su mirada se perdía a través de la ventana que daba a la calle.

La puerta de la entrada se abrió y una persona entró al local.

~ Buenos días caballero en que pode...

Liseth dejó de hablar al notar que la persona que había ingresado era aquel extraño sujeto que se había hospedado en la noche, y que deseaba un desayuno muy abundante.

~ Caballero, disculpe, pero no lo reconocí, ¿desea que le sirva la comida?

Christopher la observó a través de sus gafas oscuras.

Vestido con una túnica blanca y sujetada a la cintura por las correas donde se alojaban las fundas de sus dagas, todo su ser le decía que se veía ridículo.

Un pantalón de lino que le llegaba a la mitad de las pantorrillas se mostraba abajo de la túnica, y que permite ver el extraño calzado que llevaba puesto: unas raras botas de piel, pero que no se parecía a nada conocido por aquellas tierras.

~ Mmmm…

Tras un suspiro se fue a sentar a una de las mesas más apartadas, mientras en su mano sostiene un bulto donde trae envuelta su armadura.

~ Me puede traer el desayuno por favor.

Liseth lo observó un momento más y se dirigió a la cocina.

~ ¿Qué le habrá ocurrido en el balneario? ¿dónde está su ropa que traía puesta antes? ¿La traerá en ese bulto grande que carga?

Pensaba mientras traía la comida.

Los otros dos comensales no podían evitar no observar a Christopher, a pesar de vestir con las ropas de un mercader, su altura y el color de su pelo les llamaba la atención; sin embargo, Christopher no pensaba lo mismo.

~ Me siento como un fenómeno con estas ropas, pero tendré que esperar hasta mañana para que me traigan la ropa limpia, mmmm... Qué tan ridículo me veré, que hasta aquellas personas no dejan de estar observando hacia acá.

Después de desayunar y durante el resto del día Christopher no volvió a salir de su cuarto.

+ + + + +

~ ¿Qué es todo esto?

Preguntó el capitán de la guardia a los dos soldados presentes.

~ Son los cuatro cuerpos que encontramos tirados en el callejón detrás de los burdeles.

Respondió uno de ellos.

~ Eso ya lo sé, a lo que me refiero ¿porque no traen nada de ropa?

~ Así fue como los encontramos capitán, estaban apilados detrás del burdel de Sofía.

~ ¿Y me imagino que nadie vio nada ni oyó nada?

Los soldados no respondieron; aunque era bien sabido por todos que, en los asesinatos ocurridos en la zona roja, nadie viera o escuchara algo.

~ Mmmm…

El capitán soltó un suspiro de resignación.

Por lo general las personas alcoholizadas son víctimas de ladrones y oportunistas, y algunas veces la víctima termina siendo asesinada, ya sea por las lesiones recibidas al momento de resistirse al asalto, o porque el asaltante era identificado por la víctima.

Sin embargo, no era muy común ver a cuatro hombres muertos en una misma noche.

~ Parece que fue una riña entre pandillas rivales capitán.

~ Es posible, pero estas heridas que presentan... nunca había visto nada igual.

El capitán observaba los cadáveres con interés.

~ Parece que estos dos hombres fueron abatidos por alguna flecha muy filosa, posiblemente venenosa ya que no muestran más lesiones, sin embargo…

Uno de los soldados al ver que el capitán estaba observando la cabeza de uno de los cadáveres, empezó a explicarle las heridas que vieron, mientras procedía a darle la vuelta.

~ Estos otros tienen una herida de entrada en la cara, como si hubieran utilizado el mismo tipo de flechas que en los otros, pero estos fueron disparados con tal fuerza que les atravesó el cráneo causando un gran daño en la nuca.

~ Pudo haber sido lanzada por alguna ballesta.

Opinó uno de los soldados.

~ Si eso fue, entonces los atacantes fueron al mínimo cuatro.

~ ¿Porque piensa eso capitán?

~ Todas las heridas fueron de frente, ninguna por la espalda, y no creo que se atrevieran a rodearlos si pensaban atacarlos con ballestas, ya que así se evitaría que alguna flecha perdida hiriera a alguno de los perpetradores.

~ ¿Sería una emboscada entonces?

~ Muy posiblemente, de todas formas, traten de averiguar entre sus contactos si saben de alguna pelea entre bandas rivales.

~ Sí señor.

Respondieron los dos soldados al unísono.

~ Justo cuando estamos a cinco días del festival, tiene que ocurrir esto.

Pensó el capitán mientras salía de aquel edificio de dos pisos, ubicado a un costado de la entrada Norte, y que sirve como hospital de la guardia de la ciudad.

El sol ya había abandonado su trono en el cenit, he iniciaba su descenso hacia el ocaso, mientras, en las plazuelas de la ciudad, las mujeres llenaban por última vez sus cubetas de madera con el agua de las fuentes.

Los mercaderes foráneos que en la mañana se instalaron en la plaza de la ciudad, ya empezaban a recoger sus productos para posteriormente desarmar sus carpas.

El capitán Philipt recorría las calles de la zona comercial, mientras su vista se detenía de tanto en tanto para observar los vestidos que los sastres ponían en exhibición en sus ventanas.

Hombre con casi 40 años, era conocido por su rectitud al frente de la guardia de la ciudad.

Días antes su esposa le pidió un vestido nuevo para estrenarlo el día del festival, así que aprovechó ese día para buscar alguno que a ella le pudiera gustar.

Sin embargo, los sastres más solicitados en ese momento eran los que habían llegado hace unos meses desde la capital, y prácticamente todas las damas de la nobleza, así como de los acaudalados comerciantes habían solicitado sus servicios, por lo que las opciones se limitaban a los sastres locales.

~ Estoy seguro de que Fernand si estará disponible, es uno de los mejores sastres de la ciudad, lástima que los de la capital se estén llevando a sus clientes, aunque solo así podría atenderme, de lo contrario tendría que ir con algún sastre de la zona obrera y mi mujer me mataría por eso.

Pensaba mientras se encaminaba a la sastrería.

~ Buenas tardes, ¿me pueden atender?

Entró el capitán con una sonrisa en su rostro, pero que en segundos cambió.

Dentro del local, el sastre se encontraba tomando medidas y haciendo anotaciones, mientras sus empleadas cortaban y cosían varias telas con los patrones dibujados en tiza.

~ Buenas tardes, maestro.

Repitió el capitán cuando nadie le contestó su primer saludo.

El sastre no lo volvió a escuchar, pero Mirian la empleada si lo oyó, y se acercó amablemente al capitán.

~ Disculpen mi señor, pero el sastre está algo ocupado con unos pedidos, pero dígame ¿en qué puedo ayudarle?

~ Este... deseaba que el maestro me confeccione un vestido para mí esposa, lo deseo para el festival de otoño.

~ Lo lamento muchísimo mi señor, pero tenemos un trabajo urgente que debe ser entregado en tres días y la verdad no creo que el maestro pueda ayudarlo.

~ Mi mujer me va a matar.

Pensaba el capitán

Mirian vio la cara desencajada del Capitán y al verlo tan preocupado le dijo.

~ Mire, déjeme comentarle al maestro si puede atenderlo, si gusta sentarse un momento, ya que como lo puede ver, está muy absorto en su trabajo.

El capitán se sentó en la silla que Mirian le ofreció; y no dudó en lo que dijo ella.

El maestro tomaba apuntes, medía unos pantalones muy raros, los volteaba, los medía de nuevo, los observaba, volvía a tomar apuntes, luego tomaba varias telas, las revisaba, cuando encontraba la que según a él le serviría, la medía con su regla de madera, revisaba sus notas otra vez, se quedaba un momento pensativo, desechaba aquella tela y tomaba una nueva, repetía el procedimiento, y si esta si le agradaba, empezaba a dibujar sobre de ella, hacía anotaciones y después le ordenaba a una de sus empleadas que empezara a trabajar con esa tela, explicándole cómo debía cortarla, las indicaciones a seguir y sus pasos, y le volvía a repetir que si algo no entendía regresara a preguntar, argumentando que no había tiempo para errores o correcciones.

Mirian esperó un largo momento para poder acercarse al maestro, le murmuró algo al oído y luego señaló hacia donde se encontraba el capitán.

El sastre lo observó un momento muy breve, y continuó unos minutos más en su trabajo.

El capitán creyendo que no pensaban atenderlo se paró de su asiento y al momento de dirigirse a la puerta el sastre le habló.

~ Disculpe usted capitán que no lo haya podido atender inmediatamente, pero tengo mucho trabajo como puede ver y ando muy corto de tiempo.

Le comentó mientras señalaba con la mano su mesa de trabajo, y continúo hablando.

~ Pero me comenta Mirian que deseaba un vestido para su esposa, ¿es correcto?

~ Así es maestro, lo quiero para el festival de otoño, y vine con usted porque es el mejor de la ciudad.

El capitán pensó que si lo adulaba lograría captar su atención.

~ Muchas gracias capitán, pero creo que me será muy difícil poder atender a su apreciable esposa, sobre todo para poder tomar sus medidas.

~ No se preocupe maestro, si usted lo desea puedo traer uno de sus vestidos para que de ahí tome sus medidas, es que quiero que sea una sorpresa para ella.

El sastre dudó unos momentos en decidir si tomar o no el encargo.

~ Mire capitán, tengo que entregar este trabajo en tres días y me está absorbiendo todo mi tiempo, no creo que...

~ El festival es dentro de cinco días maestro.

Lo interrumpió el capitán.

~ Y yo sé que usted puede hacer grandes maravillas en tan poco tiempo.

~ Este, mire la verdad sería muy difícil.

~ Mire le doy algo por adelantado.

Dijo el capitán mientras de su crumena sacaba quince denarios y se los entregaba.

Fernand se sintió acorralado y soltando un suspiro le advirtió.

~ Trataré de terminar el vestido a tiempo para el festival, así que por favor tráigame a más tardar mañana en la mañana el vestido para tomar las medidas, aunque no me ha dicho cómo lo quiere y en qué color.

El capitán sonrió mientras se disponía a salir del lugar, para evitar que el sastre cambiara de opinión.

~ Lo dejo a su elección, estoy seguro de que será un vestido maravilloso.

Y terminando de decirlo se retiró del lugar.

Mientras el capitán caminaba, como si un gran peso le hubiera quitado de encima; Fernand colocó las monedas a un lado de su mesa de trabajo, y continuó con su tarea.

Mientras sus empleadas, murmuraban que al parecer durante los siguientes días no tendrían ni un solo momento de descanso.

+ + + + +

La noche poco a poco empezó a reclamar su lugar en el cielo, y así, la calle donde se encuentra el Mesón de la Luna empezó a quedar desierta. Christopher observaba desde su ventana como la oscuridad poco a poco invadía la ciudad.

~ Aún no sé cómo he logrado sobrevivir sin Internet estos días.

Pensaba con la vista perdida hacia el exterior.

~ Aunque claro, desde que aparecí en este mundo, no he tenido tiempo suficiente de estar en un solo lugar... y solo ocupo las habitaciones para dormir... y después… ¡a caminar pastores!

Recordó a las personas que había asesinado desde que llegó a este mundo.

~ Ahora que lo pienso bien, me he dejado llevar por mí instinto de supervivencia, sin razonar un poco las consecuencias de mis actos.

Observó la ropa que llevaba puesta y soltó un suspiro mientras su rostro mostraba su insatisfacción.

~ Y salir vestido así a la calle... siento que me veo como un tonto.

~ Toc... toc... toc…

El sonido de alguien golpeando la puerta de la habitación lo sacó de sus pensamientos.

~ Disculpe Señor, ¿puedo pasar a encender la lámpara?

La voz del joven Simón se escuchó atrás de la puerta

~ Adelante, pasa.

~ Buenas tardes, Señor.

Dijo Simón mientras pasaba.

En una mano traía una lámpara encendida, mientras que en la otra mano traía una especie de tarro grande, pero de barro, junto con una pequeña bolsa de tela.

Se acercó rápidamente a la mesa donde se encontraba la lámpara de la habitación, y procedió a retirar la tapa de esta, observó si aún tenía algo de aceite, después revisó la boquilla, con ayuda de una vara delgada que sacó de la bolsa, extrajo los restos quemados de la mecha, posteriormente colocó una nueva mecha de tela, rellenó la lámpara con un poco más de aceite, la volvió a colocar en su lugar para después encenderlo con ayuda de la lámpara que él traía.

Christopher que había observado todo el proceso, no dejaba de pensar en cómo era diferente la vida antes de la electricidad.

~ Y pensar que en mi mundo solo necesitas decir, "Alexa prende la luz", y la habitación se enciende como por arte de magia.

Un dulce olor a pan horneado, proveniente de la puerta abierta empezó a llenar la habitación.

~ ¡Que bien huele!

Exclamó Christopher.

~ Disculpa ¿ese olor es de aquí del mesón o es de algún lugar de afuera?

~ Es de la cocina Señor, la señora prepara pan para hacer su postre de pan jugoso con frutillas.

~ ¿Pan jugoso con frutillas? nunca lo había escuchado... ¿Es algún tipo de postre?

~ Así es Señor.

~ En ese caso dígale a la señora que bajaré en unos momentos para que me reserve una mesa.

~ Este... sí Señor, aunque no se llena el local en las noches.

~ De todas formas tu avísale.

~ Si Señor.

+ + + + +

El Capitán Philipt caminaba con el rostro cansado, lo habían ido a buscar por la guardia que se encuentra en la puerta Oeste: Se había reportado la desaparición de una niña en la zona roja, al parecer el padre de la menor fue atacado por un sujeto con una especie de martillo plateado, que lo dejó inconsciente y muy mal herido; fue encontrado por un amigo suyo y cuando pudo recobrar el sentido, se dio cuenta que su adorable hija había desaparecido.

~ Primero los cuatro muertos y ahora una niña desaparecida junto a su padre salvajemente golpeado.

Pensaba mientras sus pasos lo dirigían al Mesón de la Luna.

~ ¿Será que una nueva pandilla busca instalarse en la ciudad?

Llegó el capitán al Mesón y se dirigió directamente a la barra, donde Liseth se encontraba preparando una bebida.

~ Buenas noches, señora, ¿ya empezó a vender su famoso pastel de frutillas?

~ Buenas noches capitán, hoy mismo empecé a prepararlos, si gusta esperar un poco ya que aún no salen los primeros del horno.

~ En ese caso le pediré uno de sus panes de frutillas para llevar, y un tarro de vino en lo que espero.

~ En un momento se lo sirvo, si gusta puede ocupar una mesa Capitán.

~ Gracias.

El capitán observó a los demás clientes, solo había dos mesas ocupadas, en una de ellas estaba una joven pareja que hablaban de temas diversos, mientras que, en la otra mesa, ubicada en un rincón, un hombre con el cabello largo parecía absorto con la mirada perdida hacia la ventana.

Al principio Philipt pensó que era una persona mayor por el color plateado de su cabello, pero al verlo detenidamente se dio cuenta que no parecía tener más de treinta años.

Aquella persona ocultaba sus ojos con un par de gafas oscuras, vestía una túnica blanca, pero sin adornos, que dejaban ver su corpulenta complexión.

Liseth se acercó al capitán y le entregó su tarro de vino.

~ Gracias

Liseth solo sonrió y se dirigió al caballero de la esquina, le entregó un tarro que rebosaba de una espuma blanca y caliente; intercambió algunas palabras con él y con una sonrisa se volvía a dirigir a la barra.

Aquel hombre sopló un poco de aquella espuma y después sorbió un poco del contenido, emitiendo un suspiro de satisfacción al final.

Movido por la curiosidad, Philipt alzó la mano para llamar a la señora.

~¿Dígame Capitán?

~ Disculpa, pero ¿Qué bebida está tomando aquel caballero?

Liseth sonrió y mostrando sus perlados dientes respondió.

~ Leche caliente capitán.

~ ¿Leche caliente?

Dijo sorprendido Philipt mientras trataba de contener su sorpresa.

~ Pero ¿quién toma leche caliente en la noche?

~ Ese caballero.

Le contestó de forma sarcástica Liseth.

~ Si... desde luego.

Le respondió al notar lo obvio de su pregunta.

~ ¿Algo más capitán?

~ Solo el pan por favor.

Liseth se retiró nuevamente hacia la barra con una sonrisa pícara en su rostro.

Por un momento, todos los pensamientos del capitán se concentraban en el hecho que solo los niños beben leche en la noche, y por lo general los adultos beben vino o cerveza.

~ Leche en la noche, me imagino que debe gustarle mucho, pero... ¿leche en la noche?

Varios minutos después Liseth le llevaba un paquete mediano al capitán.

~ Son un denario con todo y el tarro de vino.

~ Aquí tienes y gracias.

Philipt se retiró del mesón, no sin antes dar una última mirada aquel hombre que había pedido un tarro de leche, y que en ese momento Liseth le servía un gran trozo del pan de frutillas.

~ ¿Leche caliente en la noche?

Repetía en su mente Philipt.

~ ¡Vaya! Este día estuvo lleno de sorpresas.