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Castell_Wolf
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Synopsis
Jor es un joven de 17 años que, a pesar de su aspecto tranquilo y sus intentos por ser amable, lleva una vida marcada por la soledad, el abandono de su madre y una profunda inestabilidad emocional. Tras años de una amistad inseparable con Gabriel, su único y más cercano amigo de la infancia, Jor comienza a sentir el peso de una relación que se torna cada vez más tóxica y desequilibrada. Gabriel, celoso de las atenciones y simpatía que Jor despierta en Luz, un amigo en común, empieza a ver a Jor como el origen de sus frustraciones y desencantos. La historia profundiza en la creciente hostilidad de Gabriel, quien, con envidia y rencor, empieza a sabotear la vida de Jor mediante rumores, manipulaciones, e intentos desesperados por destruir la imagen de su amigo. Entre recuerdos dolorosos de su niñez y momentos de ternura que parecen perderse en el tiempo, Jor se encuentra atrapado en una espiral de inseguridad, soledad y autodestrucción. A través de una narrativa cargada de introspección y complejas relaciones humanas, la historia explora los traumas emocionales, los sentimientos de abandono y la necesidad de aceptación que atraviesan a los personajes. Lo que empieza como una amistad se convierte en un abismo psicológico, donde la envidia y el rencor transforman a Gabriel en una amenaza constante, y Jor, incapaz de encontrar su lugar en el mundo, comienza a perderse a sí mismo.
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Chapter 1 - Capítulo 1: Me ves?

Jor observaba la niebla que cubría las calles de su ciudad como una manta espesa. Desde su ventana en el segundo piso, veía los escasos coches cruzar, las luces perdidas entre la bruma. La ciudad,

normalmente fría, parecía aún más gélida bajo esa capa de neblina, y el

silencio era absoluto. Era de esos silencios que parecían tener un peso propio,

el tipo de silencio que se clavaba en la piel, como si tuviera intención de

quedarse.

Él estaba acostumbrado a la soledad, eso era cierto, pero

en noches como esa, cuando su madre había salido hace ya varios días y no había

llamado, no podía evitar un sentimiento que no sabía muy bien cómo describir.

Era como si alguien hubiera dejado una puerta abierta en su mente, una puerta

que llevaba a recuerdos que prefería mantener cerrados. Podía sentir el vacío

de esa casa y, más que vacío, una especie de carga, como si las paredes

guardaran sus propios secretos y él fuera el único en escucharlos.

Con la mirada perdida en la ventana, Jor notó su reflejo

en el vidrio. Sus ojos grises, tan pálidos que parecían casi transparentes,

devolvieron la mirada. Ese era otro de los motivos por los que había aprendido

a evitar el contacto visual con los demás; el modo en que lo observaban siempre

era el mismo: una mezcla de curiosidad y temor. No era ciego, aunque todos

parecían asumirlo al principio, hasta que se encontraban con su mirada fija,

distante, y luego él veía cómo sus expresiones cambiaban, cómo sus palabras se

volvían incómodas. Como si sus ojos supieran algo que ellos desconocían.

Cerró las cortinas y caminó hacia el corredor oscuro de

la casa. Las paredes parecían respirar bajo el papel tapiz descolorido. Todo

estaba quieto, demasiado. Era consciente del eco de sus pasos, de su

respiración en la penumbra. Al fondo del corredor, se encontraba la habitación

de su madre, cerrada como siempre, pero no pudo evitar que sus ojos se

dirigieran hacia esa puerta. No había entrado ahí desde que ella lo había

dejado solo por primera vez, cuando tenía apenas ocho años. Ese era otro de

esos recuerdos que se filtraban en su mente sin pedir permiso.

No sabía si el sonido que escuchaba en las noches

provenía realmente de la habitación o si simplemente era su imaginación, pero

había algo ahí, algo que le producía escalofríos. A veces sentía como si

hubiera una presencia detrás de esa puerta, algo que lo observaba desde las

sombras, algo que sabía más de él de lo que él mismo podía entender. Pero, de

nuevo, siempre estaba solo.

Jor apartó la mirada de la puerta, intentando sacudirse

esos pensamientos. Caminó hasta su cuarto, donde las paredes estaban casi

desnudas, salvo por una vieja fotografía de cuando era niño. Su madre le había

tomado esa foto en uno de esos pocos momentos en los que parecían una familia

normal. Él tendría seis o siete años. A veces, miraba esa foto buscando algún

rastro de ese niño, preguntándose en qué momento había cambiado tanto, en qué

momento había comenzado a cargar con esa especie de tristeza sin nombre que se

aferraba a él.

Se tumbó en la cama y cerró los ojos. Pero la oscuridad

no le traía consuelo. Era como si las voces que no escuchaba en la realidad lo

alcanzaran allí, en el silencio de su mente. Ecos de discusiones, palabras que

no recordaba haber escuchado, pero que parecían grabadas en algún rincón de su

cerebro. Escuchaba la voz de su madre, distante, fría, diciéndole que no

hiciera ruido, que no hablara con los vecinos, que fuera invisible. Y entonces,

siempre surgía aquella última imagen de su padre: un hombre de rostro

desdibujado por el tiempo, alguien que parecía más un recuerdo borroso que una

persona real.

A medida que el sueño lo alcanzaba, imágenes inconexas se

mezclaban en su mente. La casa, su madre, su padre, y él, siempre en medio,

siempre solo. Sentía algo que nunca había compartido con nadie: la sospecha de

que había algo fundamentalmente equivocado en él. Algo que lo hacía diferente,

ajeno. Como si todos sus recuerdos fueran sólo piezas incompletas de un

rompecabezas que nunca lograría armar. Como si todos supieran algo que él

ignoraba y estuvieran esperando que se diera cuenta.

Esa noche, como tantas otras, la inquietud fue más fuerte

que el sueño. Jor se sentó en la cama, escuchando el silencio de la casa.

Sentía algo extraño en su interior, una especie de presión, una necesidad de

entender, aunque no supiera el qué. Por alguna razón, miró hacia la puerta de

su habitación, la misma que daba al corredor y, al final, a la habitación de su

madre. ¿Qué había ahí que le provocaba tanto miedo? ¿Qué era lo que sus propios

recuerdos parecían evitar?

Antes de poder detenerse, ya estaba de pie. La madera del

suelo crujió bajo sus pies. Se detuvo un momento frente a la puerta, y por un

instante creyó escuchar algo, un sonido lejano, como si alguien respirara al

otro lado del corredor. Tragó saliva y abrió la puerta lentamente. La penumbra

del corredor lo recibió con los brazos abiertos, y Jor sintió cómo el aire se

volvía denso, pesado.

Avanzó con pasos lentos hacia el final del pasillo, donde

la puerta de su madre lo esperaba. Su mano tembló al extenderla hacia el

picaporte. Sabía que, si la abría, no habría nada ahí, solo una habitación

vacía. Pero en el fondo, una parte de él temía descubrir que, después de todo,

no estaba tan solo como siempre había creído.