Luz despertó temprano esa mañana, mientras el primer rayo de sol comenzaba a colarse por las cortinas de la habitación de Jor. El cuarto estaba en silencio, el aire aún cargado con el frío de la noche. Desde su posición en la cama, podía ver a Jor, dormido en el suelo, envuelto en una manta, con el rostro tranquilo y despreocupado.
Sin querer hacer ruido, Luz se recostó sobre su costado, observándolo en silencio. Jor tenía una manera de dormir que le resultaba curiosa, como si, incluso en sueños, necesitara protegerse de algo. Algo que, Luz lo sabía bien, él no podría borrar con unas palabras, ni siquiera con su presencia.
Durante un momento, su mirada se perdió en los rasgos suaves de Jor, esos ojos que dormidos parecían aún más inocentes, enmarcados por pestañas claras, casi invisibles bajo la luz tenue. No sabía muy bien por qué, pero había algo en Jor que lo hacía sentirse a salvo, un vínculo que había construido en silencio y que protegía a toda costa, aunque no siempre lograra entenderlo del todo.
A Luz le gustaba la cercanía que compartían, el modo en que podían mirarse y bromear con palabras que, en boca de otros, sonarían extrañas o incómodas. Para ellos, sin embargo, llamarse "lindo" o "guapo" era un juego, una manera de estar cerca sin hablar de cosas demasiado profundas. Quizás porque ambos entendían que, en el fondo, algunas cosas era mejor no decirlas.
Pero entonces estaba Gabriel.
Luz suspiró, sintiendo cómo un peso familiar se instalaba en su pecho al pensar en él. Sabía bien lo que Gabriel pensaba de él. Lo había notado en cada mirada, en cada comentario velado que lanzaba cuando Jor no estaba. Gabriel nunca había sido sutil. Era como si, cada vez que Luz trataba de acercarse a Jor, Gabriel lo viera como una amenaza, como si su presencia entorpeciera algo que él creía tener bajo control.
Sabía que Gabriel, en el fondo, odiaba su cercanía con Jor. Y aunque Luz intentaba ignorarlo, aunque fingía que esas miradas y comentarios no le importaban, la verdad era que sí lo hacían. Sentía esa presión, ese juicio constante de Gabriel, y aunque nunca lo diría en voz alta, le asustaba el modo en que su amigo podía volverse tan oscuro, tan turbio, cuando hablaba de Jor.
Pero entonces, ¿por qué seguía manteniendo ese vínculo con Gabriel? La respuesta era más sencilla y más difícil de lo que él mismo quería admitir. Gabriel era, de algún modo, la única razón por la que había conocido a Jor, el puente que los había unido. Y aunque a veces sentía que Gabriel era una presencia nociva, alguien que ponía a prueba cada día su paciencia y sus límites, sabía que sin él, tal vez nunca habría entrado en la vida de Jor.
Y no podía negar que eso era lo que más le importaba.
Luz miró de nuevo a Jor, quien se movió ligeramente en su sueño, murmurando algo ininteligible. A pesar de todo, había una parte de él que prefería seguir soportando a Gabriel antes que alejarse de Jor. Porque cada instante junto a él, cada broma compartida, cada palabra cálida que se atrevía a lanzarle, era un recordatorio de que ese vínculo, por frágil que fuera, existía.
Cuando Jor despertara, él seguiría allí, como siempre, sosteniendo una amabilidad que a veces se desbordaba y, en ocasiones, tomaba la forma de un coqueteo sutil. Sabía que a Jor no parecía molestarle. A veces incluso le devolvía el juego, sonriendo de esa manera que lograba arrancarle una risa. Pero cuando Gabriel los miraba… esa chispa que compartían, que él disfrutaba tanto, se volvía un arma.
A Luz le costaba entender el límite de Gabriel. Había momentos en que era un amigo genuino, alguien con quien se podía bromear, hablar de cualquier tema, alguien capaz de mirar las cosas desde un punto de vista que a veces parecía inteligente, incluso sabio. Pero, en otras ocasiones, se tornaba alguien completamente distinto. Luz podía ver la manera en que Gabriel observaba a Jor, con una intensidad que lo inquietaba. Y, a la vez, sentía el desprecio en la mirada de Gabriel cada vez que él se atrevía a cruzar ese límite invisible, cada vez que se acercaba demasiado a Jor.
—Lindo… —murmuró en voz baja, casi sin darse cuenta, mientras miraba a Jor dormido.
La palabra le salió de manera automática, como un pensamiento que se escapó sin permiso. Pero esa era la verdad. Luz pensaba que Jor era lindo, de un modo que ni siquiera había planeado sentir. No era algo que estuviera en sus manos; simplemente, estar junto a él hacía que esa palabra cobrara sentido. Le gustaba bromear, le gustaba hacer que Jor sonriera de esa manera tímida y evitar que su mirada se apartara de él, aunque solo fuera un segundo más.
Sin embargo, Gabriel no entendía eso. Para Gabriel, cada gesto de afecto parecía una provocación, como si Luz estuviera tratando de arrebatarle algo. Pero, al mismo tiempo, Luz sabía que el verdadero problema no era él. Gabriel había cambiado, se había vuelto alguien distinto, alguien que no conocía y que, a veces, le daba miedo conocer.
Mientras el sol seguía entrando en la habitación, Luz suspiró y se dejó caer nuevamente en la almohada, sin dejar de mirar a Jor. Se preguntó si algún día él también notaría los cambios en Gabriel, si sería capaz de ver la oscuridad que a veces brotaba en su amigo. O, al menos, si alguna vez comprendería el motivo por el cual él mismo había decidido quedarse en su vida, a pesar de todo.
Quizá algún día, pensó, le contaría a Jor lo que realmente sentía, o tal vez nunca lo haría. Tal vez era mejor mantener esa distancia segura, ese espacio en el que podían ser amigos y en el que Luz podía seguir jugando a ser amable, a decirle que era "lindo" sin que nadie lo tomara demasiado en serio.
Pero lo que Luz sabía, lo que en el fondo comprendía más allá de cualquier duda, era que Gabriel nunca dejaría de ser una sombra en esa amistad. Una sombra que, por algún motivo, le impedía avanzar, que hacía que todo se volviera turbio y que le hacía sentir, por momentos, que esa relación con Jor estaba destinada a quebrarse en algún punto.
Aun así, esa mañana, decidió guardar silencio y mantenerse en su lugar. Quizá, por ahora, eso era suficiente.