El sol apenas se colaba entre las persianas de la habitación de Jor, proyectando líneas quebradas de luz sobre el suelo de madera desgastado. Luz estaba en el escritorio, revisando unos viejos libros que Jor tenía apilados, mientras que Gabriel, con su característica sonrisa torcida, yacía en el borde de la cama de Jor, observándolo con una mezcla de interés y desafío.
Jor estaba sentado en el suelo, con las piernas cruzadas, mirándolos a ambos. Habían quedado en reunirse para trabajar en un proyecto, pero, como de costumbre, se les había ido el tiempo en cosas banales. Luz hablaba con entusiasmo sobre la última serie que había descubierto, mientras Gabriel lo observaba con una mirada que le helaba la sangre a Jor. Aquella sonrisa de Gabriel, esa expresión que parecía casi burlona, se intensificaba cada vez que Luz hablaba, como si estuviera disfrutando de algo que Jor no lograba comprender del todo.
Desde hace un tiempo, Gabriel había cambiado. Ya no era el mismo niño con el que Jor había compartido la infancia, los juegos en el parque y los secretos de la escuela. Ahora, cada vez que estaban solos, Gabriel le decía cosas extrañas, incómodas, y la mayoría tenían que ver con Luz. Al principio, Jor había intentado ignorarlo, pensar que eran sólo palabras, bromas pesadas, algo propio de la adolescencia. Pero había algo en la manera en que Gabriel lo decía, un tono oscuro que lo hacía dudar.
—¿Te has fijado en cómo se ríe Luz? —dijo Gabriel de repente, rompiendo el hilo de conversación.
Jor alzó la vista, tensándose de inmediato. Luz estaba ajeno a lo que acababa de decir, concentrado en la lectura de un libro que acababa de abrir.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Jor, sabiendo que probablemente no le gustaría la respuesta.
Gabriel sonrió, bajando la voz, como si estuviera compartiendo un secreto. Se inclinó un poco hacia él, sus ojos brillando con una emoción que Jor no lograba descifrar.
—No sé, tiene algo especial, ¿no crees? —le susurró, con una sonrisa que tenía algo de perverso—. Algo que te hace querer… probar hasta dónde llega.
Jor sintió una incomodidad que se le instalaba en el estómago. Apartó la mirada, fingiendo que no había escuchado. Siempre hacía lo mismo, tratando de evadir las palabras de Gabriel, esperando que con el tiempo desaparecieran. Pero Gabriel se volvía cada vez más insistente, y la forma en que hablaba de Luz le provocaba escalofríos. Había algo en sus palabras, en su tono, que lo hacía sentir sucio, como si esas ideas fueran veneno que se filtraba poco a poco en su mente.
—¿Qué están cuchicheando ustedes? —preguntó Luz de repente, volteando con una sonrisa despreocupada.
Gabriel soltó una risa suave y se encogió de hombros, como si fuera una broma sin importancia.
—Nada, sólo tonterías. Ya sabes cómo es Jor, a veces parece que hablara solo —dijo, lanzándole una mirada que sólo él entendía.
Jor se obligó a devolver la sonrisa, pero le costaba. No podía evitar sentirse atrapado entre sus amigos, como si hubiera una barrera invisible entre ellos. Luz siempre había sido amable y alegre, la clase de persona que irradiaba una calidez que resultaba extraña para alguien como él. Jor nunca se sintió del todo cómodo hablando de su vida, pero con Luz era diferente, no sentía la necesidad de ocultarse. Era como si Luz viera más allá de sus silencios, de sus respuestas a medias.
Pero Gabriel… Gabriel era distinto. Era como si el tiempo y la distancia hubieran cambiado algo en él, torcido algo en su interior. Se había vuelto manipulador, extraño, alguien que a veces imitaba a Luz, tomando prestadas sus palabras o actitudes, como si quisiera volverse él. Sin embargo, cuando estaban solos, Gabriel dejaba caer esa fachada y su verdadera personalidad salía a la luz, revelando pensamientos oscuros que parecían no tener límites.
—Jor, ¿puedes prestarme este libro? —preguntó Luz, interrumpiendo sus pensamientos.
Jor asintió, aliviado de que el ambiente se volviera más ligero, aunque solo fuera por un momento.
—Claro, puedes llevártelo. No creo que lo use pronto —respondió, tratando de sonar natural.
Mientras Luz volvía su atención al libro, Gabriel le lanzó una mirada a Jor, una de esas miradas que lo hacían estremecerse. Era como si Gabriel supiera algo que él no comprendía, como si tuviera un secreto que disfrutara guardarle.
—¿Qué piensas de Luz, Jor? —preguntó Gabriel, esta vez en voz alta, con una sonrisa que parecía desafiarlo a responder.
Jor titubeó, sorprendido por la pregunta. Luz levantó la vista, sonriendo.
—¿Qué? ¿Piensas en mí, Jor? —bromeó, sin percibir la tensión que se colaba en el aire.
Jor esbozó una sonrisa forzada, pero su mente estaba atrapada en la pregunta de Gabriel, en el modo en que lo había dicho, con ese tono cargado de una oscuridad que nadie más parecía notar. Sentía que estaba caminando sobre una cuerda floja, tratando de mantener el equilibrio entre el Gabriel que conocía de niño y el Gabriel que ahora lo miraba con una intensidad que lo hacía sentirse vulnerable.
Gabriel lo observaba, esperando, como si su respuesta tuviera algún tipo de significado especial para él. Pero Jor no quería darle la satisfacción de decirle nada, de admitir lo que fuera que Gabriel buscaba en él. Así que simplemente se encogió de hombros, tratando de restarle importancia.
—Luz es… es mi amigo, nada más —respondió, intentando sonar indiferente.
Gabriel soltó una risa suave y sin decir nada más, volvió a recostarse en la cama, cruzando los brazos detrás de la cabeza, como si la respuesta le hubiera complacido.
Luz, ajeno a esa tensión, continuó con su lectura. Jor sentía que algo en su amistad con Gabriel estaba cambiando, o quizás ya había cambiado hacía tiempo, y él no se había dado cuenta hasta ahora. En lo más profundo de su mente, temía que esa oscuridad en Gabriel pudiera en algún momento envolverlo a él también, arrastrándolo a un abismo del que quizás ya no podría escapar.
Mientras el día avanzaba, Jor no podía evitar preguntarse hasta dónde llegaría Gabriel, qué tan lejos estaba dispuesto a ir para satisfacer esa extraña obsesión que parecía tener con Luz. Y, más importante aún, se preguntaba hasta qué punto él sería capaz de permitirlo. Porque, después de todo, Gabriel no solo era su amigo. Era su única conexión con un pasado que, por más que quisiera, no lograba olvidar.