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Chapter 3 - Capítulo 3: La Nieve y los Secretos

La nieve caía en silencio, cubriendo las calles de la ciudad con un manto blanco que resplandecía bajo la tenue luz de los faroles. Desde la ventana, Jor miraba las copas de los árboles y las aceras desaparecer bajo la nieve, y una extraña calma le invadía. La ciudad parecía otra, una versión más tranquila de sí misma, como si estuviera suspendida en el tiempo.

Luz, quien aún no se había ido, se estiró en el borde de la cama, mirándolo con una sonrisa despreocupada.

—Jor, ¿te molestaría si me quedo a dormir aquí esta noche? —preguntó, mientras se quitaba las gafas y frotaba sus manos frente a la boca para calentarse—. Con esta nieve, no creo poder llegar a casa.

—Claro, puedes quedarte. No hay problema —respondió Jor, esbozando una pequeña sonrisa.

No solía tener compañía por las noches, y aunque el silencio de la casa nunca había sido un problema, la idea de compartirla con alguien le daba una sensación de alivio que no recordaba haber experimentado en mucho tiempo. Luz se echó hacia atrás en la cama, tomando una postura relajada, mientras Jor se sentaba en el suelo, junto a la cama. Por unos minutos, ambos se quedaron en silencio, escuchando el crepitar de la calefacción y el suave sonido de la nieve acumulándose afuera.

—Oye, Jor… ¿alguna vez leíste Demian, de Hesse? —preguntó Luz, rompiendo el silencio.

Jor asintió lentamente, recordando ese libro. Había sido uno de los primeros que encontró en la vieja biblioteca de su madre y, por alguna razón, lo había leído una y otra vez, hasta el punto de casi memorizar algunos pasajes. Quizá porque siempre había sentido que, de algún modo, hablaba de él mismo, de sus propios pensamientos que a veces ni siquiera lograba poner en palabras.

—Sí… —respondió en un susurro—. Hay algo en ese libro, ¿verdad? Algo que te hace sentir que todo lo que has pensado siempre estuvo ahí, escondido, esperando a que alguien lo escribiera.

Luz asintió, observando el techo de la habitación con una mirada pensativa.

—Es esa idea de que todos tenemos un destino que se va forjando en nosotros sin que nos demos cuenta… —murmuró—. Y de que hay una parte de nosotros que nunca dejamos que nadie vea. A veces, ni siquiera nosotros mismos.

Jor sintió que esa frase se le quedaba grabada. Luz siempre tenía una forma de decir las cosas que lo hacía sentirse comprendido, de un modo extraño y reconfortante. Con Gabriel, todo se sentía pesado, turbio, como si cada conversación llevara una carga oculta que lo atormentaba. Pero con Luz, era diferente, como si hablar con él fuera abrir una puerta a pensamientos que, de otro modo, permanecerían en silencio.

Siguieron conversando, saltando de tema en tema. Hablaron de canciones, de letras que les hacían sentir algo sin saber exactamente por qué, y compartieron historias pequeñas y banales de su infancia, como las bandas que habían escuchado hasta el cansancio o las primeras veces que hicieron algo que recordaban con nostalgia. La nieve seguía cayendo afuera, y en el cálido resguardo de la habitación, ambos se sumergían en una conversación que parecía no tener fin.

Pero eventualmente, como si fuera inevitable, el nombre de Gabriel salió a flote. La mención de su amigo hizo que ambos se quedaran en silencio por un momento, una pausa pesada que ninguno supo cómo romper. Finalmente, fue Luz quien habló primero.

—Gabriel… —murmuró, escogiendo las palabras con cautela—. Él es… un poco complicado, ¿verdad?

Jor asintió, sin saber muy bien cómo responder. No quería decir nada malo sobre Gabriel, pero no podía negar que había algo oscuro en él, algo que últimamente le estaba costando ignorar.

—Sí, supongo que lo es —dijo finalmente, sin atreverse a mirarlo—. Lo conozco desde hace mucho, desde que éramos niños. Pero… a veces siento que ya no sé quién es.

Luz asintió, con un gesto de comprensión. Había una tristeza en su mirada, algo que Jor notó por primera vez.

—¿Te pasa que… cuando estás con él, es como si estuvieras con alguien distinto cada vez? —preguntó Luz, mirándolo fijamente—. A veces es tan… tan él, tan auténtico. Pero otras veces, siento que se vuelve alguien que… no reconozco.

Jor guardó silencio, asintiendo. Luz acababa de poner en palabras algo que él mismo había sentido durante meses, pero que nunca se había atrevido a decir en voz alta. Desde hacía tiempo, Gabriel había cambiado, como si estuviera buscando algo en las personas a su alrededor, copiando sus maneras, sus actitudes, para llenar un vacío en su interior.

—Es como si… estuviera buscando encajar, pero sin saber realmente quién es —dijo Jor finalmente, con un tono triste.

Luz lo miró en silencio, una sombra de preocupación cruzando su rostro.

—A veces, cuando habla de ciertas cosas… me da un poco de miedo, Jor. Siento que hay algo en él que va más allá de… no sé, de lo que podemos comprender.

Jor tragó saliva, recordando las veces en que Gabriel le había hablado de Luz con una intensidad que lo hacía sentir incómodo, incluso asustado. Pero no quería que Luz supiera de esas cosas, no quería que pensara mal de su amigo, ni tampoco quería preocuparlo.

—Quizá sólo está pasando por un mal momento —dijo, intentando quitarle peso a sus propias preocupaciones—. Todos tenemos cosas que nos cuesta decir, o que nos avergüenza mostrar. Tal vez… él no sabe cómo ser él mismo, y por eso a veces se comporta de ese modo.

Luz suspiró, y Jor notó en su expresión algo de alivio, como si también él quisiera pensar que Gabriel simplemente estaba atravesando una fase.

—Tienes razón. No debería juzgarlo —admitió, con una pequeña sonrisa—. Al fin y al cabo, somos sus amigos, ¿verdad?

Jor asintió, pero en el fondo sentía una inquietud que no lograba quitarse de encima. Era cierto que Gabriel era su amigo, y que siempre lo sería, pero no podía negar que algo en su amistad se había enrarecido, algo que los alejaba cada vez más. Y la sombra que ahora parecía envolver a Gabriel se filtraba poco a poco en sus vidas, como un veneno silencioso.

Mientras seguían hablando, Jor no podía evitar recordar las palabras de Gabriel, las miradas furtivas y las insinuaciones que le había hecho sobre Luz, aquellas ideas oscuras que lo asfixiaban cada vez que se quedaban solos. Sintió una punzada de culpabilidad, preguntándose si debería contarle algo a Luz, si debería advertirle de la manera en que Gabriel hablaba de él cuando no estaba presente.

Pero no lo hizo. Calló, guardando ese secreto en su interior, donde se mezclaba con sus propios miedos y dudas. Porque, después de todo, Luz era su amigo también, y Jor no quería que nada ensuciara esa amistad, ni siquiera la verdad.

La noche avanzaba, y en la quietud de la habitación, ambos jóvenes se quedaron en silencio, perdidos en sus pensamientos, mientras la nieve seguía cayendo fuera, cubriendo la ciudad en un manto de pureza que no lograba alcanzar sus propias sombras.