Joanna yacía allí, en la misma posición en la que su brutal marido la había dejado.
Al principio, temblaba de disgusto e inmensa ira.
Pero ahora, había perdido la voluntad de moverse.
La amargura se aferraba fuertemente en su garganta mientras permanecía inmóvil.
¿Podría ser su vida aún más horrible?
¿Podría ser este matrimonio aún más agonizante?
Su mente vagaba desde el momento en que lo había conocido hasta el momento en que él la poseía y la mantenía cautiva.
Suspiró de dolor, con un tremendo odio hacia su debilidad e incontrolable sumisión a su marido.
—¡Argh! —gruñó en voz alta mientras se sentaba en la cama.
Se sentía adolorida por su embestida. Su enorme miembro y dominación hacían difícil que se pusiera de pie.
Ella no conocía el sexo como algo tan doloroso.
Lo conocía como algo de pasión y amor.
Con esfuerzo, se dirigió al baño.
Solo quería el agua fría en su piel.