—Rodríguez gruñó y tiró su teléfono con rabia, no importa cómo intentara alcanzarlo. Miguel siempre está un paso adelante.
—Sus hombres se alinean frente a él, esperando a ver qué va a hacer. Saben que cuando está enfadado, puede herir a cualquiera de ellos.
—Los miró y tomó la pistola sobre la mesa, la amartilló lista para disparar, pero ellos no se atreven a moverse o intentar esquivar su bala.
—Sois todos unos incompetentes —gritó.
—Si no podéis atrapar a una sola persona, entonces ¿para qué sirve todo el entrenamiento? —pregunta.
—Pago a profesionales para que os entrenen a todos, pero no sois más que un montón de inservibles a los que debería matar ahora mismo.
—Ese bastardo se llevó mi dinero y escapó con él —dijo Rodríguez, hirviendo de ira.
—Lo atraparemos la próxima vez, jefe —dijo uno de ellos, y él no pensó dos veces antes de darle un tiro en la frente.
—¡Cállate!
—Tengo a alguien que puede hacerlo por nosotros, jefe —dijo uno de ellos y salió.