Mientras tanto, en la Tierra…
Mahin, un joven héroe retirado, había decidido alejarse de las batallas y aventuras para emprender un negocio más tranquilo pero igualmente desafiante. En su pequeño pueblo, rodeado de naturaleza, había inaugurado una tienda de carnes y embutidos llamada "El Guerrero Gourmet". Su local, modesto pero acogedor, ya empezaba a ganarse la fama por la calidad y el sabor único de sus productos.
Con delantal y cuchillo en mano, Mahin cortaba cuidadosamente unas piezas de carne mientras sonreía al ver cómo la clientela crecía día a día. Había adaptado técnicas de precisión que usaba en combate para cortar la carne con perfección, logrando filetes impecables y embutidos que eran auténticas obras de arte culinarias.
—Nunca pensé que mis habilidades con la espada me servirían para esto —murmuró para sí mismo, mientras preparaba unas salchichas artesanales.
Un cliente habitual, un anciano del pueblo, se acercó al mostrador y bromeó:
—Mahin, chico, con esos cortes hasta el más simple guiso parece una obra maestra.
Mahin rió, limpiándose las manos.
—Bueno, cuando te acostumbras a cortar a la perfección en medio del caos, cortar carne es casi terapéutico.
El héroe retirado había encontrado en este emprendimiento una nueva forma de vida, más tranquila pero igualmente satisfactoria. Aunque los días de luchar contra monstruos y dioses habían quedado atrás, ahora enfrentaba otro tipo de desafío: mantener contentos a sus clientes y ser el mejor en algo completamente diferente.
Mientras limpiaba su cuchillo y organizaba el mostrador, Mahin pensó que, aunque extrañaba la adrenalina de las batallas, este nuevo camino le brindaba paz y, sobre todo, propósito.
Mahin estaba en la trastienda de su pequeña carnicería, un lugar sencillo pero ordenado, lleno del aroma característico de especias y carne recién cortada. Su negocio, aunque humilde, había crecido con el tiempo, permitiéndole disfrutar de una vida tranquila, lejos de las batallas que una vez definieron su existencia. Con movimientos precisos y meticulosos, cortaba una pieza de carne mientras escuchaba el sonido de fondo de un programa de radio local. Era un día como cualquier otro, o al menos eso parecía.
El tintineo de la campanilla sobre la puerta principal lo sacó de su ensimismamiento. Limpió sus manos con un paño y salió al mostrador. Allí, enmarcada por la luz que entraba desde la calle, estaba Kity. Su silueta le resultó familiar al instante, pero tomó un momento para que su mente procesara el rostro que no había visto en años.
Kity, con el cabello recogido en un moño casual y una sonrisa nostálgica en el rostro, llevaba una chaqueta de cuero que había visto mejores días. Sus ojos brillaban con una mezcla de sorpresa y emoción contenida.
—Mahin —dijo suavemente, como si estuviera probando el nombre en sus labios después de mucho tiempo.
Mahin dejó el cuchillo en el mostrador y se cruzó de brazos, mirándola con una mezcla de incredulidad y alegría.
—Kity… ¿Cuántos años han pasado? —preguntó, aunque ambos sabían la respuesta.
Ella dio un par de pasos hacia adelante, como si el pasado entre ellos pesara tanto como el aire en la habitación.
—Demasiados —respondió, deteniéndose frente al mostrador—. ¿Quién lo diría? Mahin, el héroe legendario, ahora es dueño de una carnicería.
Él sonrió, una sonrisa que no alcanzaba a ocultar las cicatrices de su vida pasada.
—A veces, la paz se encuentra en los lugares más simples. ¿Y tú? ¿Qué te trae aquí después de tanto tiempo?
Kity bajó la mirada por un momento, como si las palabras fueran difíciles de encontrar.
—Buscando algo que dejé atrás. Quizás respuestas. Quizás… a un viejo amigo.
Mahin asintió lentamente, comprendiendo el peso de lo no dicho.
—Entonces, has venido al lugar correcto. Vamos a sentarnos y hablar como en los viejos tiempos.
Y así, mientras el sol se ocultaba lentamente en el horizonte, Mahin y Kity se sentaron en una pequeña mesa junto a la ventana, dos almas encontradas después de años, compartiendo historias y silencios, y recordando que, a pesar del tiempo y la distancia, algunas conexiones nunca se rompen del todo.
Kity tomó una taza de café que Mahin le había ofrecido y se recostó en la silla, dejando escapar una risa suave mientras recordaba momentos de su pasado.
—¿Recuerdas cuando nos colamos en aquel viejo cine abandonado? —preguntó con una sonrisa nostálgica—. Nos descubrimos justo cuando la película apenas empezaba, pero terminamos viendo todo desde el techo porque tú insististe en que "la vista era mejor desde arriba".
Mahin dejó escapar una carcajada mientras se servía un poco de té.
—¡Cómo olvidarlo! Casi me caigo tratando de subir. Pensé que nunca más me hablarías después de eso. —Sacudió la cabeza, aún divertido—. Y bueno, siempre tuve esa "gran" habilidad para tomar malas decisiones.
Kity se encogió de hombros, sonriendo.
—No fue tan malo. Después de todo, esas malas decisiones hicieron que esas noches fueran memorables. —Bebió un sorbo de café—. Pero, hablando en serio, he estado bien. Me mudé a la ciudad hace unos años, conseguí un trabajo estable y, bueno, aquí estoy, sobreviviendo. ¿Y tú?
Mahin se apoyó en la mesa, con una expresión relajada.
—No puedo quejarme. Después de retirarme, decidí abrir esta carnicería. Me gusta el trabajo con las manos, y sobre todo, la tranquilidad. —Se encogió de hombros—. Es diferente, pero me da paz, algo que hacía tiempo no tenía.
Kity lo miró, sorprendida pero contenta.
—¿Y no echas de menos las aventuras?
Mahin sonrió con melancolía.
—A veces. Pero aprendí que no todas las batallas se pelean con espadas. Algunas son internas, y la mía era encontrar algo más allá del heroísmo. Aquí, en este pequeño rincón, lo encontré.
Kity asintió, comprendiendo el peso de sus palabras.
—Me alegra que estés bien, Mahin. Merecías esa paz.
—Y tú también, Kity. Siempre fuiste fuerte. —Mahin la miró con sinceridad—. Me alegra verte así, feliz.
Ambos compartieron una sonrisa cálida, disfrutando del momento, como dos viejos amigos que, a pesar del tiempo, aún conservaban un lazo especial.
Mahin terminó de limpiar sus manos con un paño, dejando los utensilios a un lado antes de sentarse frente a Kity con una sonrisa algo nerviosa.
—Quería contarte algo importante —dijo, cruzando los brazos sobre la mesa—. He estado pensando en esto durante mucho tiempo, y al fin tomé la decisión. Voy a adoptar a una niña.
Kity lo miró sorprendida, pero pronto su expresión cambió a una mezcla de alegría y emoción.
—¡¿En serio?! Mahin, eso es maravilloso. —Se inclinó hacia adelante, apoyando las manos en la mesa—. No tenía idea de que estabas considerando algo así.
—Sí, lo estuve pensando mucho. —Mahin suspiró, como si soltarlo lo hubiera liberado de un peso—. Siempre quise tener una familia, y creo que es el momento. Quiero darle un hogar, estabilidad, y todo lo que pueda necesitar.
Kity sonrió ampliamente, tocando su mano.
—Estoy muy orgullosa de ti. Es una decisión enorme, pero sé que serás un gran padre.
Mahin se rió, algo avergonzado, y luego se rascó la nuca.
—Eso espero. Aunque… —Hizo una pausa, mirándola directamente a los ojos—. Quería pedirte ayuda. Me gustaría que me acompañaras a escogerla. No sé si estoy preparado para hacerlo solo.
Kity parpadeó, sorprendida, pero luego asintió sin dudar.
—Claro que sí, Mahin. Estaré contigo en cada paso. Esto es importante, y no dejaré que lo hagas solo.
Mahin sonrió, aliviado.
—Gracias, Kity. Sabía que podía contar contigo.
Al terminar su jornada, Mahin limpió cuidadosamente el área de trabajo, guardando cada utensilio en su lugar. Se quitó el delantal y, tras un último vistazo al local, salió con Kity a su lado. El sol comenzaba a ocultarse, tiñendo el cielo de un tono anaranjado mientras ambos caminaban hacia el lugar de adopciones.
El edificio estaba ubicado en una zona tranquila de la ciudad, rodeado de árboles que susurraban con la brisa. La fachada, aunque sencilla, transmitía calidez con sus ventanas adornadas con dibujos hechos por los niños. Mahin respiró hondo antes de empujar la puerta de entrada.
Una mujer de mediana edad, con una sonrisa amable y ojos llenos de empatía, los recibió en la recepción.
—Bienvenidos. ¿En qué puedo ayudarles?
Mahin, algo nervioso, dio un paso adelante.
—Vengo a conocer a los niños. Estoy interesado en adoptar.
La mujer asintió, comprendiendo la mezcla de emociones en su voz.
—Por supuesto, síganme. Les presentaré a algunos de ellos.
Mientras caminaban por los pasillos, Mahin y Kity escuchaban el eco de risas y conversaciones infantiles. Las paredes estaban llenas de dibujos y fotos, creando un ambiente acogedor. Al llegar a una sala común, un grupo de niños jugaba con bloques y muñecos, algunos corriendo de un lado a otro.
Entre ellos, una niña de ojos grandes y curiosos llamó la atención de Mahin. Estaba sentada en una esquina, dibujando con concentración. Al notar su mirada, levantó la vista y le sonrió tímidamente.
Kity tocó el brazo de Mahin, susurrando:
—Parece que alguien ya te eligió.
Mahin sonrió, sintiendo una conexión inmediata con la pequeña. Se agachó para acercarse a su nivel.
—Hola, soy Mahin. ¿Cómo te llamas?
—Lía —respondió ella con una voz suave.
Mahin sintió que algo dentro de él encajaba. Sabía que había encontrado a quien estaba buscando.
Mahin, aún con Lía abrazada a su lado, se detuvo al notar a un niño en la esquina opuesta de la sala. Era delgado, con el cabello desordenado y la mirada perdida en el suelo. Había una tristeza palpable en sus ojos, como si el mundo le hubiera arrebatado demasiadas cosas demasiado pronto.
Mahin no pudo ignorarlo. Giró hacia la trabajadora social que los acompañaba y, con firmeza pero suavidad, señaló al niño.
—Me llevaré al de allá también —dijo, sin dudar.
La mujer parpadeó sorprendida.
—¿Está seguro? Adopciones dobles no son muy comunes y puede ser un desafío...
—Estoy seguro —interrumpió Mahin, su tono sereno pero decidido—. No se trata de lo fácil, sino de lo correcto. Él merece una familia tanto como Lía.
Kity sonrió, orgullosa del corazón compasivo de su amigo. La trabajadora asintió y llamó al niño.
—Lucas, ven aquí.
El niño se acercó lentamente, sus pasos inseguros. Miró a Mahin con desconfianza, pero también con una chispa de esperanza.
—Hola, Lucas. Soy Mahin. ¿Te gustaría venir conmigo? —preguntó Mahin, ofreciéndole la mano.
Lucas dudó un momento, pero luego tomó la mano de Mahin, aferrándose con fuerza, como si temiera que el momento se desvaneciera.
Mahin, con Lía en un brazo y la mano de Lucas en la otra, sonrió con satisfacción. Sabía que su vida estaba a punto de cambiar drásticamente, pero no le importaba. Había encontrado a su familia, y eso era todo lo que necesitaba.
Mahin llegó a su hogar con Lía en brazos y Lucas caminando a su lado, un poco más callado de lo habitual. La casa, un lugar que hasta hace poco parecía vacío, ahora se sentía llena de promesas. Había un ambiente cálido y acogedor, algo que Mahin había creado con años de trabajo y esfuerzo, pero que ahora adquiría un nuevo significado. La presencia de Lía y Lucas le daba a ese hogar la vida que siempre había anhelado.
Cuando entraron, Mahin dejó a Lía en su pequeña cama y luego se agachó para estar a la altura de Lucas, que observaba el lugar con cautela.
—Este será tu hogar ahora, Lucas —dijo Mahin con voz suave—. Aquí siempre habrá comida, ropa limpia y un lugar donde puedas sentirte seguro.
Lucas miró alrededor, dudando, aún no completamente seguro de lo que implicaba ser parte de una familia. Mahin sonrió con paciencia.
—Sé que es un cambio grande —continuó—. Pero lo único que te pido es que confíes en mí. Voy a cuidarte, igual que a Lía. No estás solo aquí.
Lucas asintió, aunque su rostro seguía reflejando la desconfianza que llevaba consigo. Mahin entendía que la herida emocional de un niño no desaparecía de inmediato, pero estaba dispuesto a estar allí, para darle el tiempo y el espacio que necesitara para abrirse.
Mahin preparó una cena simple pero reconfortante para los tres. Mientras servía la comida, Lucas se sentó en la mesa, observando la comida con algo de aprensión. Mahin, dándose cuenta de la tensión, hizo un esfuerzo por aliviar la atmósfera.
—No es una comida de héroe —bromeó—, pero está hecha con cariño.
Lía, que ya se sentía un poco más cómoda, sonrió con una chispa de alegría en su rostro. Lucas, por su parte, esbozó una pequeña sonrisa y comenzó a comer, aunque lentamente.
La noche transcurrió en silencio, pero un silencio que no era incómodo. Mahin sentía que, aunque todavía había mucho por sanar, había dado el primer paso en el camino hacia la familia que siempre había querido. Al final del día, Mahin se sentó en su sillón, mirando a Lía y Lucas dormir en sus camas, satisfecho pero consciente de que aún quedaba mucho por hacer.
Con una sonrisa en el rostro, susurró para sí mismo:
—Hoy es el comienzo de algo nuevo.
Kity caminaba por las calles iluminadas suavemente por las luces de la ciudad, con una ligera sonrisa en el rostro. Había sido un día largo, pero gratificante. Ayudar a Mahin a preparar su casa para recibir a los niños le había traído una sensación de paz que no experimentaba en mucho tiempo. Los recuerdos de sus días de amistad, antes de que Mahin se convirtiera en un héroe, aún permanecían frescos en su mente. Ella lo había conocido en una época más simple, cuando todo era más fácil, cuando no había tantos riesgos ni responsabilidades que lo alejaran de los demás.
Mientras caminaba, pensaba en cómo había cambiado Mahin. No solo físicamente, sino también en la forma en que veía el mundo. Había pasado de ser un joven impulsivo y lleno de energía, a un hombre que ahora mostraba una increíble madurez y una nueva determinación para ser un buen padre. Kity siempre supo que él tenía el corazón para hacer grandes cosas, pero verlo asumir su nuevo papel con tanto amor y dedicación era algo que la conmovía profundamente.
Kity miraba las calles a su alrededor, disfrutando del aire fresco de la noche. Aunque su vida también había avanzado, seguía siendo una mujer independiente, viajando y trabajando en lo que se le presentaba. Sin embargo, algo dentro de ella la hacía sentir que, quizás, el destino la había reunido con Mahin por una razón. Ayudarlo a adoptar a los niños, ver la alegría en sus ojos, despertaba algo en su interior, un sentimiento de satisfacción y propósito.
A lo lejos, vio su hogar: un edificio pequeño pero acogedor, con luces apagadas que indicaban que la noche ya se había adueñado de todo. Al llegar a la entrada, Kity hizo una pausa y miró al cielo estrellado, tomando un momento para reflexionar.
Hoy ayudé a Mahin, y eso me hace sentir bien, pensó. Pero, ¿y yo? ¿Qué hago yo por mí misma?
Sin embargo, Kity no tenía tiempo para esas preguntas por ahora. Tenía que seguir adelante, seguir construyendo su propio camino. Con un suspiro, se adentró en su casa, cerrando la puerta tras de sí. Sabía que lo que había hecho hoy había sido importante, pero también sabía que, de alguna forma, su propio viaje aún no había terminado.
Se dirigió a la cocina, preparándose una bebida caliente para relajarse antes de dormir. A pesar de las dudas que a veces la asaltaban, el haber estado allí para Mahin y sus nuevos hijos había hecho que el día valiera la pena. Mientras tomaba su taza, miró por la ventana y vio las luces de la ciudad brillando a lo lejos. Quizás, algún día, encontraría su propio camino hacia una vida que la hiciera tan feliz como la que Mahin estaba comenzando a construir para él y su familia.
Con una sonrisa, Kity apagó la luz de la cocina y se dirigió a su habitación, sabiendo que su día había sido significativo. Y aunque el futuro era incierto, estaba lista para enfrentarlo, como siempre lo había hecho.
Mientras Kity dormía, su mente comenzaba a agitarse en la oscuridad de la noche. Lo que había sido un sueño tranquilo pronto se transformó en una tormenta de pensamientos que se cruzaban y se entrelazaban con rapidez. El silencio de la habitación apenas era interrumpido por su respiración, pero en su interior, una batalla interna comenzaba a tomar forma.
En sus sueños, veía a Mahin, feliz, rodeado de su nueva familia, sus hijos creciendo bajo su cuidado y amor. Él había logrado tanto, había cambiado tanto, desde sus días de juventud hasta convertirse en un hombre con un propósito claro. Kity lo observaba desde la distancia, pero no sentía orgullo. En lugar de eso, una sensación amarga la invadió. Sentía una punzada de celos, de frustración. ¿Por qué él podía tener todo eso y ella no? ¿Por qué él había sido capaz de encontrar su camino mientras que ella seguía perdida en sus propios dilemas?
Kity siempre había admirado a Mahin, pero en ese momento, algo dentro de ella se rompió. Se odiaba por sentir celos, por no poder alegrarse sinceramente por su amigo. El éxito de Mahin le parecía más una herida en su propio ego que un motivo de felicidad. Y en lo más profundo de su ser, una voz le susurraba que si él tenía eso, si él había logrado tener una familia, entonces eso significaba que ella había fallado en algo. Se sentía inferior, vacía, como si su vida no tuviera el mismo valor.
La imagen de Mahin abrazando a sus hijos, disfrutando de una vida estable y feliz, se mezclaba con su propia soledad. Kity había estado siempre ocupada con su vida de aventuras, de correr de un lado a otro, pero en el fondo, siempre había sentido un vacío. Ahora ese vacío parecía más grande que nunca, como si ella también quisiera algo más, pero no supiera cómo alcanzarlo. Algo le decía que no estaba satisfecha con la vida que había elegido, que algo le faltaba.
Se odiaba a sí misma por esa debilidad, por ese deseo. Pero la verdad era que Kity no sabía cómo cambiarlo. Había pasado tanto tiempo siendo fuerte, independiente, que ahora, cuando veía la estabilidad de Mahin, se sentía perdida. No era solo celos, era una sensación de desesperación por no saber cómo llenar ese espacio vacío en su corazón.
En la oscuridad de la noche, Kity no encontró respuestas, solo el eco de sus pensamientos retumbando en su cabeza. La envidia, el odio hacia sí misma, y la sensación de no ser suficiente la envolvían. Y mientras luchaba contra esos sentimientos, se sumergió en un sueño intranquilo, deseando poder encontrar alguna manera de superar esa sensación de impotencia. Pero en el fondo sabía que no sería fácil.
Continuará...