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Chapter 10 - Episodio 10: estrés después de la guerra

Pasaron meses desde aquella brutal batalla que casi le costó la vida a Victor. Ahora, en el silencio de una habitación iluminada tenuemente, él se encontraba sentado, con la mirada fija en el muñón que solía ser su brazo. Intentaba una vez más canalizar su poder, concentrando toda su energía en regenerar ese miembro perdido. Pero, por más que lo intentara, no lograba nada más que un dolor punzante que recorría su cuerpo.

—Vamos... una vez más... —susurró para sí mismo, apretando los dientes mientras una aura oscura y morada lo envolvía. Su rostro se contrajo por el esfuerzo, pequeñas gotas de sudor rodaban por su frente.

La habitación se llenó de una vibración intensa, como si el aire mismo estuviera a punto de romperse bajo la presión de su poder. Pero cuando el aura alcanzó su punto máximo, se desvaneció de golpe, dejándolo jadeante y exhausto. No había regeneración, ni siquiera un atisbo de crecimiento. Era como si su brazo estuviera más allá de cualquier curación.

—¡Maldita sea! —gruñó, golpeando la pared con su mano restante, dejando una grieta en el sólido metal.

Las cicatrices de la guerra estaban por todas partes, tanto en su cuerpo como en su mente. A pesar de su aparente recuperación, Victor sabía que aún no había vuelto a ser el guerrero que una vez fue. Y peor aún, la sensación de vacío en el lugar donde solía estar su brazo lo atormentaba constantemente, recordándole que no era invencible.

El silencio fue roto por la suave apertura de la puerta. Daiki entró en la habitación, observando a su... ¿padre? Quizás, después de todo lo ocurrido, esa palabra ya no tenía el mismo significado para ninguno de los dos.

—¿Sigues intentándolo, Victor? —preguntó Daiki con voz calmada, aunque no exenta de preocupación.

Victor, sin voltear a verlo, dejó escapar un suspiro cansado.

—Es inútil... —murmuró—. Algo cambió en mí... algo que ni siquiera yo puedo reparar.

Daiki se acercó lentamente, sus pasos eran cautelosos, como si temiera provocar una explosión de emociones en el hombre que una vez fue su héroe.

—No tienes que hacerlo solo, dijo Daiki, extendiendo una mano hacia él. A veces, aceptar ayuda es más difícil que cualquier batalla.

Victor finalmente levantó la mirada, sus ojos, cansados pero aún llenos de la chispa de la determinación, se encontraron con los de Daiki. Hubo un largo silencio entre ellos, un silencio que hablaba de arrepentimiento, de dolor compartido y quizás, una oportunidad de redención.

—No necesito tu compasión, chico. —Victor desvió la mirada, endureciendo su expresión, pero algo en su tono sugería que había más detrás de esas palabras—. Lo que perdí... no es solo un brazo.

Daiki asintió lentamente, entendiendo que la pérdida de Victor iba más allá de lo físico. Y mientras el joven se alejaba para darle espacio, Victor se quedó mirando la cicatriz en su cuerpo, como si buscara en ella las respuestas a las preguntas que ni siquiera sabía cómo formular.

Los meses de recuperación habían sido largos y dolorosos, pero quizás lo más difícil para Victor no era curar su cuerpo, sino encontrar una razón para seguir luchando en un mundo que le había quitado tanto.

Victor se quedó allí, en silencio, su figura imponente recortada contra la tenue luz que entraba por la ventana. Los meses de batalla y la interminable lucha por sobrevivir habían dejado cicatrices que iban más allá de lo visible. Su mirada estaba fija en el horizonte, pero en realidad no veía nada. Era como si, al observar el mundo exterior, intentara encontrar un sentido o una razón que justificara todo el dolor y las pérdidas que había sufrido.

Apoyó su mano buena en el marco de la ventana, cerrando los ojos por un momento. Sentía cómo su frustración y su rabia hervían en su interior, una tormenta que no podía ser apaciguada. El brazo que le faltaba era un recordatorio constante de su fracaso, de las veces en que no había sido lo suficientemente fuerte para proteger a quienes amaba.

—Todo esto... para qué... —susurró para sí mismo, su voz apenas un eco en la habitación vacía.

El peso de los recuerdos era abrumador. Las risas que alguna vez compartió con sus amigos, la calidez de su familia, la mirada de Daiki cuando aún lo llamaba "padre" con orgullo... todo eso parecía tan distante ahora, como si perteneciera a otra vida. Una vida que ya no podía recuperar, no importa cuánto lo intentara.

Sintió un nudo en la garganta. La ventana reflejaba su propio rostro, cansado, desgastado, como el de un hombre que había visto demasiadas batallas, que había perdido demasiadas veces. Su reflejo le devolvía una mirada vacía, la de alguien que estaba cansado de pelear, pero que no sabía hacer otra cosa.

—¿Qué sigue ahora, Victor? —se preguntó en voz baja, con un tono que apenas contenía su amargura.

Afuera, el cielo se teñía de un tono anaranjado, un atardecer que hubiera sido hermoso en otro momento, en otro lugar. Pero para Victor, no era más que otro recordatorio de que el mundo seguía girando, con o sin él.

El guerrero cerró los ojos de nuevo, tratando de contener el enojo que palpitaba en su pecho. Sentía que estaba al borde de un abismo, uno del que no sabía si podría escapar. Y en medio de esa lucha interna, lo único que deseaba era algo que nunca admitiría en voz alta: un momento de paz, un respiro en medio del caos.

Pero la paz no era algo que él pudiera permitirse. No mientras quedaran enemigos que cazar, no mientras los espectros de su pasado lo siguieran atormentando. Así que, apretando los dientes, Victor se dio la vuelta, apartándose de la ventana, listo para enfrentar lo que fuera que el destino le tuviera preparado. Porque aunque estaba cansado, aunque estaba roto, aún no estaba dispuesto a rendirse.

No aún.

Victor caminaba de un lado a otro en la habitación, su rostro reflejando una mezcla de frustración y preocupación que rara vez dejaba entrever. Las sombras del atardecer se alargaban a su alrededor, pero él apenas lo notaba. Sus pensamientos estaban enfocados en un solo punto: Xar'khal.

"¿Cómo diablos se mata un concepto?", pensó, pasando una mano por su cabello, todavía húmedo de sudor frío. No era simplemente un enemigo cualquiera, no era una criatura de carne y hueso que pudiera ser derrotada con fuerza bruta. Xar'khal era más que eso. Era un ser que trascendía lo físico, algo que existía en la abstracción misma de la realidad. Y aunque ahora estuviera encerrado en ese cubo de cinco dimensiones, Victor sabía que no era suficiente.

Se detuvo frente a la ventana una vez más, esta vez apoyando su frente contra el vidrio frío, cerrando los ojos. El encierro de Xar'khal había sido una solución temporal, una medida desesperada para ganar tiempo. Pero, ¿cuánto tiempo realmente tenían antes de que esa cosa encontrara una forma de escapar? ¿Cuánto tiempo antes de que el concepto que era Xar'khal volviera a materializarse, más fuerte y más furioso que nunca?

"Si ya volvió una vez, ¿qué le impide regresar otra vez?" El pensamiento lo consumía, su mente repitiendo las posibles consecuencias. Había visto de lo que Xar'khal era capaz. Había sentido su poder devastador. Y, aunque no lo admitiera abiertamente, sentía miedo. Miedo por su familia, por sus amigos, y por sí mismo. No era un miedo que lo paralizara, sino uno que lo impulsaba a encontrar una solución, a prepararse para la batalla que, en el fondo, sabía que aún no había terminado.

Dejó escapar un largo suspiro, su aliento empañando el cristal frente a él. Necesitaba encontrar una manera, un método, un arma capaz de destruir algo que, por definición, no debería poder morir. Y lo más preocupante de todo era que no tenía idea de por dónde empezar. Xar'khal no era solo un enemigo físico; era una idea, una esencia que se alimentaba del caos, del miedo, de la desesperación.

Se giró con un movimiento brusco, dirigiéndose hacia el centro de la habitación. "No puedo quedarme de brazos cruzados", murmuró para sí mismo. Si no encontraba una manera de acabar con Xar'khal, todo lo que había logrado, todo lo que había protegido, se desmoronaría.

Lanzó un golpe al aire, como si al hacerlo pudiera dispersar las dudas que lo asediaban.

"No voy a dejar que esa cosa me arrebate todo otra vez...", murmuró, apretando los dientes. Pero incluso mientras pronunciaba esas palabras, no podía ignorar la inquietante sensación de que el tiempo se le estaba acabando.

El guerrero sabía que, tarde o temprano, tendría que enfrentarse a Xar'khal de nuevo. Y esta vez, no solo tendría que derrotarlo. Tendría que encontrar la forma de destruir un concepto. Algo que ni él, ni los antiguos dioses, ni ningún otro ser en el vasto universo habían logrado antes.

"Necesito ayuda...", admitió en un susurro apenas audible. Porque aunque Victor era fuerte, incluso él sabía que algunas batallas no podían ganarse solo con fuerza bruta.

Victor seguía inmóvil frente a la ventana, perdido en sus pensamientos oscuros, cuando escuchó unos pasos acercándose. No se molestó en voltear; conocía bien ese ritmo, esa ligereza combinada con un toque de urgencia. Era como si su presencia llenara el aire de una energía distinta, un soplo de vida que él ya no sentía en su interior.

La puerta se abrió lentamente, y en un instante, el silencio de la habitación fue interrumpido por voces cálidas y preocupadas.

—"¡Victor, amor, ¿cómo estás?"—preguntó Luci con un tono dulce, su mirada escaneando su figura en busca de signos de alivio o mejoría. Ella fue la primera en acercarse, dejando a los demás un paso atrás, como si temieran romper el frágil equilibrio en el que su esposo se encontraba.

Bianca, con sus ojos llenos de compasión, fue la siguiente en entrar, seguida por María y Karen, quienes intercambiaron miradas de preocupación. Cada una de ellas traía consigo un amor y una esperanza que parecía llenar el aire de una calidez casi palpable, pero Victor apenas lo sentía.

—"Nos tenías tan preocupadas..."—murmuró Karen mientras se acercaba para tocar suavemente su hombro. Sin embargo, él seguía mirando al horizonte, sus ojos perdidos en algún punto más allá del cristal, como si el mundo real no pudiera penetrar su mente atormentada.

María, con su característica ternura, se inclinó para buscar su mirada, colocando una mano delicadamente en su rostro. —"Victor, estamos aquí contigo. No estás solo en esto", le susurró, sus ojos brillando con una mezcla de tristeza y determinación.

Victor finalmente suspiró, cerrando los ojos por un momento antes de girarse lentamente para enfrentarlas. Su rostro estaba demacrado, y el brillo que solía caracterizarlo había desaparecido. "Lo sé... lo sé...", dijo con voz ronca, forzando una sonrisa que no llegó a sus ojos.

—"No podemos permitir que Xar'khal nos arrebate más de lo que ya ha tomado", declaró Bianca con firmeza. —"Te necesitamos fuerte, Victor, no solo por nosotros, sino por ti mismo."

Las palabras de sus esposas resonaban como un eco en su mente, recordándole que todavía tenía algo por lo que luchar, algo más allá de su propia desesperación. Pero el peso de lo que había enfrentado y lo que sabía que aún quedaba por delante era casi insoportable.

—"No entiendo cómo seguir..."—confesó finalmente, dejando que toda la vulnerabilidad que había estado conteniendo saliera a la superficie. —"Él sigue ahí, incluso después de todo... y cada vez que pienso que hemos ganado, vuelve más fuerte."

Luci lo abrazó con fuerza, negando con la cabeza. —"No importa cuántas veces regrese, estaremos listos para enfrentarlo juntos. Tú no tienes que cargar con esto solo, ¿entiendes?"

Victor asintió débilmente, sintiendo por primera vez en mucho tiempo una chispa de esperanza. Mientras ellas estuvieran con él, tal vez, solo tal vez, habría una forma de vencer a esa abominación que no dejaba de acecharlos.

Dentro del cubo perfecto de cinco dimensiones, Xar'khal flotaba en un vacío absoluto. La luz era inexistente, y el tiempo no fluía de manera convencional. El concepto mismo de espacio parecía retorcerse y plegarse alrededor de él, convirtiendo su confinamiento en un laberinto interminable de realidades distorsionadas. Pero para un ser como Xar'khal, acostumbrado a doblegar las leyes del universo, esta prisión no era más que un reto irritante.

—"¿Así es como pretenden contenerme?"—murmuró, su voz resonando en ecos infinitos dentro del cubo. Sus palabras parecían perderse en la nada, pero para Xar'khal, era un recordatorio de su propia existencia, una declaración de que aún seguía ahí, consciente y peligroso.

Apretó los puños, sintiendo el poder fluctuante dentro de él, aún capaz de percibir los fragmentos de poder que había tomado de Jehová y el Arcángel Miguel. Sin embargo, estar atrapado en esta celda multidimensional le impedía usar su fuerza plena. Cada intento de desatar su ira resultaba en que el cubo se adaptara, absorbiendo su energía y reforzando sus paredes.

Con un suspiro profundo, Xar'khal cerró los ojos por un momento, intentando calmar su furia. —"Esto no me detendrá... no pueden deshacerse de un concepto tan fácilmente..."—. Una sonrisa torcida se dibujó en su rostro, un eco sombrío de la que una vez tuvo Victor. Sabía que fuera de esta prisión, sus enemigos estarían intentando asegurar su victoria, pero también sabía que los conceptos son eternos.

—"Si creen que esta jaula es suficiente para detenerme, subestiman mi voluntad", susurró, su voz goteando con una mezcla de desprecio y determinación. Xar'khal comenzó a explorar su confinamiento, enfocándose en cada resquicio, en cada mínima vibración de la estructura.

"Todo lo que tiene un principio, tiene un final...", murmuró para sí mismo, comenzando a calcular, a estudiar las fluctuaciones de la prisión. Sus ojos, ahora idénticos a los de Victor, brillaron con una determinación renovada. —"No importa cuánto tiempo tome... los volveré a encontrar, y esta vez, ninguno escapará de mi ira."

En lo profundo de su encierro, Xar'khal ya planeaba su escape, una grieta en el tejido perfecto del cubo. Sabía que la paciencia era su aliada, y cuando finalmente lograra liberarse, el universo conocería una furia como jamás había visto.

Victor estaba sentado en su habitación, con la mirada perdida a través de la ventana que daba hacia el jardín del complejo. El sol se estaba poniendo, y los últimos rayos de luz teñían el cielo de un color anaranjado intenso. Pero él apenas notaba el espectáculo natural que se desarrollaba ante sus ojos.

Con un suspiro profundo, bajó la mirada hacia su mano restante, la otra aún no regenerada, dejando un vacío que parecía reflejar el estado de su alma. Sabía que había pasado meses desde la última batalla, desde que había quedado al borde de la muerte enfrentando a Xar'khal. Y aunque su cuerpo había sanado en parte, su mente seguía atrapada en un torbellino de pensamientos oscuros.

"¿Es esto una maldición?", pensó para sí mismo, "¿O simplemente el destino jugando conmigo?"

La puerta se abrió lentamente, y las cuatro mujeres que habían sido su apoyo durante años entraron en silencio. Bianca, Luci, María, y Karen lo miraron con preocupación. Luci fue la primera en acercarse, su rostro lleno de ternura, intentando ocultar el miedo que sentía al ver a su esposo tan desolado.

—Victor... —dijo Luci en un susurro, arrodillándose junto a él—, todos estamos aquí para ti. No tienes que cargar con esto solo.

Él no respondió de inmediato, solo apretó la mandíbula, mirando a sus esposas como si estuviera buscando las palabras correctas, las que no lo traicionarían en su fragilidad.

—"Lo sé...", murmuró al fin, su voz rasposa. —Pero... cada vez que intento encontrar paz, algo me la arrebata. Es como si el universo estuviera decidido a no dejarme descansar. Xar'khal, el concepto mismo de su existencia... es una sombra que nunca desaparece.

Bianca, siempre la más fuerte en apariencia, cruzó los brazos mientras lo miraba fijamente. —Quizá esa es la vida de los que han sido tocados por el destino, Victor. Pero eso no significa que no puedas intentar vivir para ti, para nosotros.

María asintió, colocando una mano en el hombro de su esposo. —Hemos pasado por tanto juntos... No importa cuántos dioses, conceptos, o demonios debas enfrentar. No tienes que ser un héroe todo el tiempo.

Victor cerró los ojos, dejando que las palabras de sus esposas lo envolvieran como un bálsamo. Pero en su interior, la preocupación latente seguía ahí, como un veneno que no podía purgar. Recordó los ecos de su batalla con Xar'khal, la sensación abrumadora de luchar contra algo que no podía destruir completamente. Un concepto, un ser que, aunque atrapado, seguía siendo una amenaza.

—"No es solo eso", dijo finalmente, abriendo los ojos para mirar a Karen. —Si no mato a Xar'khal, si no destruyo ese concepto, siempre habrá un peligro acechando.

Karen tomó su mano y la apretó suavemente. —Victor, incluso si todo parece estar en tu contra... no olvides que no estás solo. No olvides que luchamos contigo.

Él asintió lentamente, sintiendo una pequeña chispa de determinación encenderse dentro de su pecho. Quizás no había terminado su lucha, pero al menos, por un breve momento, podía permitirse la esperanza de que algún día, de alguna manera, encontraría la paz que tanto anhelaba.

Pero mientras tanto, sabía que tendría que prepararse para lo inevitable. Xar'khal seguía allí, esperando, planeando, y Victor no podía permitirse bajar la guardia.

—"Gracias...", dijo en un susurro, apenas audible, pero lo suficientemente claro para que ellas lo escucharan y sintieran un destello de alivio. —No sé qué haría sin ustedes.

Y mientras el sol terminaba de desaparecer en el horizonte, Victor sabía que su batalla no había terminado, pero al menos, por ahora, tenía un respiro, un momento de calma antes de la próxima tormenta.

Fin.