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Chapter 2 - Episodio 2: Perfección.

Tras una serie de ataques devastadores, Xar'khal finalmente había logrado derrotar al arcángel San Miguel. Con una risa gutural y una mirada de triunfo, observó cómo el cuerpo de Miguel caía al suelo, debilitado y herido, su luz divina desvaneciéndose lentamente. "Así que finalmente caíste, Miguel," murmuró Xar'khal, mientras se acercaba al cuerpo del arcángel.

San Miguel, debilitado y con la respiración agitada, miró a Xar'khal con una mezcla de determinación y agotamiento. "Aunque me derrotes, el ciclo nunca se romperá... Habrá siempre quienes te detendrán..."

"Tu resistencia es inútil," replicó Xar'khal, ignorando las últimas palabras del arcángel. "Soy el fin de todos, la oscuridad que lo consume todo." Con un gesto de su mano, una corriente oscura envolvió el cuerpo de Miguel, absorbiéndolo poco a poco. La luz que emanaba del arcángel se apagó, dejando solo sombras en su lugar.

Xar'khal cerró los ojos por un momento, saboreando el poder que comenzaba a fluir hacia él. El alma de Miguel fue devorada, y la esencia divina del arcángel se fusionó con la oscuridad que Xar'khal ya controlaba. La espada celestial de Miguel apareció frente a él, flotando por un instante antes de ser absorbida por su mano.

Con una explosión de energía oscura, Xar'khal se transformó. Su cuerpo comenzó a cambiar, adoptando una forma aún más imponente y sublime. Su figura se alzó, cada vez más gigantesca y divinizada, su presencia llenando el aire con una mezcla de terror y poder absoluto. La espada celestial de Miguel se fundió con su nueva armadura, convirtiéndose en una hoja oscura que se amplió y retorció, su filo brillando con una luz ominosa.

Xar'khal levantó su nueva espada hacia el cielo, su energía desbordando el lugar. "Ahora soy más que un simple ser de caos," dijo, su voz resonando con el eco de las almas devoradas. "Soy la oscuridad y la luz... La destrucción de todos los mundos... Soy el fin de todo."

Con su poder renovado, comenzó a caminar hacia adelante, desintegrando el terreno bajo su paso, dejando un rastro de pura destrucción detrás de él. Cada movimiento suyo parecía consumir todo lo que tocaba. Los cielos se oscurecieron, y el aire se volvió denso, como si toda la existencia estuviera colapsando bajo su presencia.

"¡Nada se interpondrá en mi camino!" exclamó Xar'khal con un rugido, lanzando un rayo de pura oscuridad hacia el horizonte, haciendo que la realidad misma temblara ante su poder.

La transformación de Xar'khal estaba completa. Ahora, con el poder de San Miguel, se había convertido en una entidad divina de oscuridad, un ser capaz de destruir todo a su paso, con una fuerza imparable y la espada celestial que ahora portaba, convirtiéndose en el destructor del omniverso.

En el centro de una vasta sala de entrenamiento, que estaba situada en una habitación temporal diseñada para permitirles entrenar durante largos períodos de tiempo sin sufrir efectos secundarios, Daiki Talloran estaba concentrado, su cuerpo y mente dedicados al perfeccionamiento de sus habilidades. A su alrededor, sus camaradas también entrenaban, pero Daiki estaba completamente enfocado en su propio desarrollo.

Daiki se encontraba en una postura de combate, sus ojos cerrados mientras su respiración se sincronizaba con el flujo de energía que recorría su cuerpo. La habitación era un espacio vasto y futurista, las paredes cubiertas de runas de energía que permitían a los entrenadores entrenar sin límites. Cada uno de sus compañeros, como Victor, Rigor, Nine Sharon y otros héroes, trabajaban en sus propias habilidades, pero Daiki estaba en otro nivel de concentración.

De repente, Daiki abrió los ojos, su mirada determinada. Un destello de luz verde emanó de su cuerpo mientras activaba su poder oculto, un aura de energía pura que lo rodeaba. Había aprendido a dominarlo, a no dejar que su rabia o sus emociones lo desbordaran, convirtiéndose en un guerrero más calculador y preciso. Ya no era solo el joven que buscaba venganza; ahora, era un líder.

Daiki comenzó a moverse con rapidez, sus movimientos eran como sombras fugaces, desapareciendo y reapareciendo en el aire mientras ejecutaba ataques invisibles con su guerrero mental, que le permitía leer las intenciones de sus oponentes antes de que siquiera se movieran. El poder de sus ataques era impresionante, como una llama verde que quemaba en su interior y convertía todo lo que tocaba en pura energía.

"Es ahora o nunca," murmuró Daiki, sintiendo cómo su poder se intensificaba con cada movimiento. "No puedo quedarme atrás. Si voy a salvar el universo, debo ser más fuerte."

Daiki ejecutó un combo de golpes rápidos, cada uno proyectando ondas de choque que resonaban por toda la habitación, derribando las figuras de energía de entrenamiento. Su habilidad de concentración mental le permitió hacer todo esto sin perder el control, y sus ataques se volvieron cada vez más certeros y devastadores. Cada golpe tenía la precisión de un experto, aprovechando la energía que su entrenamiento intensivo le había otorgado.

Pero Daiki no se detuvo allí. Con un giro de muñeca, canalizó energía interna hacia sus manos, formando un disco de energía, y lo lanzó hacia el otro extremo de la sala. El disco cortó el aire con precisión, dejando un rastro de luz verde a su paso antes de regresar a su mano con la misma rapidez.

"Este es el poder que necesito," pensó Daiki, mientras sentía su poder incrementarse. "El poder de un líder, el poder para proteger a los que amo."

Mientras Daiki seguía entrenando, se podía ver a su alrededor cómo sus compañeros también mejoraban. Victor, con su técnica Usagi Instantáneo, Nine Sharon practicando su destreza con su katana y controlando su energía, y Rigor ajustando su técnica de combate para hacerlo aún más eficiente. Todos se entrenaban para un único propósito: vencer a Xar'khal y salvar el omniverso.

Con cada golpe, Daiki sentía que su destino se acercaba más, y mientras las horas y días pasaban dentro de la habitación temporal, él estaba perfeccionando lo que sería la última batalla. Un entrenamiento sin descanso, un camino hacia el poder absoluto. El tiempo parecía dilatarse, pero Daiki sabía que el momento de la verdad se acercaba, y en su mente solo había una palabra:

Victoria.

En el centro de una gran sala de combate, Evil Victor y Victor se enfrentaban en un combate feroz. El ambiente estaba cargado de tensión, con el sonido de los golpes resonando por cada rincón de la sala. Las chispas saltaban cada vez que los puños de ambos héroes se encontraban, y sus auras brillaban intensamente, cada uno con su propia energía desbordante.

Evil Victor mantenía una sonrisa sádica en su rostro, disfrutando de cada momento del combate, cada golpe que daba y recibía. Su risa maniaca resonaba en el aire, mientras lanzaba ataques implacables, haciendo que el suelo de la sala se agrietara bajo la fuerza de sus puños.

"¡No te detengas, Victor! ¡Quiero ver hasta dónde puedes llegar!" gritaba Evil Victor, disfrutando del conflicto interno de su otra mitad. "Es fascinante verte luchar con tanto poder. Pero siempre me has impresionado... Aunque, claro, no eres suficiente. Nunca lo serás."

Por otro lado, Victor mantenía una expresión de determinación, a pesar de las constantes provocaciones. Cada golpe que recibía de su contraparte le hacía pensar en su familia y en lo que estaba en juego. "No puedo perder... No puedo fallarles." pensaba en su mente, sabiendo que si fallaba, todo lo que había hecho hasta ahora no habría valido la pena.

Mientras ambos luchaban a gran velocidad, Victor comenzaba a preocuparse internamente, su enfoque un poco desviado por la preocupación por su familia. Los golpes de Evil Victor se volvían cada vez más impredecibles y salvajes, como si estuviera buscando una oportunidad para quebrar la voluntad de su contraparte.

"¡Tus hijos, tu esposa, tus amigos! ¿Qué pasará si caes aquí? ¿Qué quedará de ellos?" provocó Evil Victor, disfrutando ver cómo su otra mitad dudaba por un instante.

Victor cerró los ojos un momento, apretando los dientes mientras tomaba un profundo respiro. Sabía que, más allá de lo que el villano dijera, tenía que permanecer firme. "No puedo fallarles," murmuró para sí mismo, mientras su energía crecía, formando un aura más poderosa alrededor de su cuerpo.

Evil Victor, sintiendo el cambio de energía en el aire, sonrió aún más ampliamente. "Así que al final, es por ellos. Qué patético... Siempre serás débil, Victor." dijo con desdén, lanzándose hacia su oponente para un ataque directo, pero Victor, con rapidez, utilizó su técnica Usagi Instantáneo para evadir el golpe.

"Es por ellos, por mi familia, por el futuro. No caeré aquí, Evil Victor. No dejaré que tus sombras me devoren." respondió Victor, su voz llena de resolución. Con una explosión de energía, Victor atacó, esquivando y contrarrestando los golpes con su velocidad sobrenatural, combinando su habilidad con la estrategia y la concentración.

La batalla continuaba, con ambos héroes enfrentándose en un juego de fuerza, velocidad, y voluntad inquebrantable. Evil Victor lo sabía, Victor estaba a punto de alcanzar su límite, pero aún así, el propósito de proteger lo mantenía en pie, luchando con todo lo que tenía.

"¡Tu victoria será efímera!" rugió Evil Victor, mientras ambos héroes seguían intercambiando golpes, sin saber quién prevalecería al final, pero dejando claro que la batalla estaba lejos de terminar.

En su interior, Victor estaba decidido, más que nunca, a salir de esa lucha victorioso, por su familia y por todos los que dependían de él.

El rugido de los golpes y el estruendo de las explosiones llenaban el aire en la sala de entrenamiento. El sudor perlaba el rostro de José, su cuerpo ya había sido golpeado varias veces, pero ni él ni Nine Sharon se detenían. La lucha era brutal, casi como una batalla en la que se ponía a prueba el límite de cada guerrero. Sin embargo, la mente de José no estaba en la lucha.

"José, te estás distraído. ¡Vuelve al combate!" La voz de Nine Sharon sonaba autoritaria, pero no lograba alcanzar a José, que seguía mirando al suelo con el rostro tenso. Cada golpe que daba, cada movimiento que hacía, estaba marcado por una única imagen: Melisa, su amor.

José, sin avisar, hizo una pausa y se dejó caer de rodillas. Su respiración estaba agitada, y sus manos temblaban. "No puedo... No puedo dejar de pensar en ella..." murmuró para sí mismo, pero Nine Sharon lo escuchó.

El guerrero se acercó, observando a José con una mirada que revelaba cierta comprensión detrás de su dureza habitual. "¿Qué te pasa, José?" Su voz era menos estricta ahora, más humana. "Estamos en medio de un entrenamiento crucial. Tienes que estar al 100%, no puedes dejar que tus emociones te dominen."

José levantó la cabeza, su mirada llena de angustia y culpa. "No puedo evitarlo, Nine. Melisa… ella está allá afuera, luchando contra algo mucho más grande, mucho más peligroso que cualquier cosa que hayamos enfrentado. Y yo… yo estoy aquí, entrenando como si nada, ¿cómo puedo esperar que me convierta en un héroe si no soy lo suficientemente fuerte para protegerla?"

El peso de esas palabras colisionó con la realidad de Nine Sharon, quien por un momento, dejó su actitud de guerrero a un lado. "Todos luchamos por algo, José. Todos tenemos algo que nos hace seguir adelante, incluso cuando las probabilidades están en nuestra contra. ¿Qué harías si dejas que el miedo controle tus decisiones ahora? ¿Cómo crees que Melisa se sentiría al saber que no diste lo mejor de ti por ella?"

José apretó los puños, sus ojos brillaban con angustia. "¡No me entiendes! No soy como los demás... no soy tan fuerte... Si le pasa algo a Melisa, no puedo vivir con eso. No puedo vivir sabiendo que no pude protegerla, que la dejé atrás..."

Los recuerdos de Melisa invadieron su mente: la sonrisa que ella siempre tenía, los momentos de paz que compartieron juntos. Cada imagen de su rostro se convertía en una punzada en su corazón.

Nine Sharon dio un paso adelante, sus ojos ahora fijos en los de José, despojados de toda dureza. "José... Es natural tener miedo. El miedo nos hace humanos, pero no podemos dejar que ese miedo nos haga perder el camino. No todo depende de ti. Tienes un equipo, tienes a Melisa, pero sobre todo... tienes que creer en ti mismo."

Un silencio pesado se instauró entre ellos. José miró al suelo, sintiendo la presión de sus palabras, pero también la verdad detrás de ellas. "No sé si soy lo suficientemente fuerte..." dijo, casi susurrando.

"Sí lo eres," respondió Nine Sharon con firmeza. "Te lo he dicho antes... Solo tienes que confiar en lo que eres capaz de hacer. El entrenamiento no es solo sobre músculos y habilidades. Es sobre mente, sobre coraje. Y tú lo tienes, José. Tienes más fuerza de la que te imaginas. La verdadera fuerza es la que proviene del corazón, de luchar por aquellos que amas. Y lo que más amas es tu familia."

José cerró los ojos, las palabras de Nine Sharon calaron en su corazón. No era solo el miedo lo que lo estaba frenando, sino el sentimiento de impotencia, el miedo a perder lo que más amaba.

"Gracias... Gracias, Nine," dijo, su voz temblorosa pero más decidida. "Haré lo que sea necesario, por ella... por todos."

Con ese nuevo impulso, José se levantó lentamente, su cuerpo aún dolorido, pero su espíritu renovado. Ya no estaba solo en esta lucha. "Voy a ser el hombre que necesita Melisa. Voy a ser el hombre que mi familia necesita."

Nine Sharon asintió, poniéndose de nuevo en postura de combate. "Eso es lo que quería escuchar. Ahora, volvamos al entrenamiento. Esta es nuestra oportunidad, José. No podemos fallar."

José respiró hondo, sus ojos ahora llenos de determinación. "No fallaremos."

El entrenamiento continuó, pero ahora con una nueva energía. José, aún preocupado por Melisa, había encontrado su fuerza interior, la que le permitiría luchar con todo lo que tenía para protegerla.

El sonido de las respiraciones profundas y las golpes de entrenamiento resonaba en las paredes de la habitación temporal. 20 años habían pasado desde que los héroes se habían retirado allí para entrenar, y solo quedaba un año antes de que enfrentaran la batalla final. La atmósfera dentro de la habitación era intensa, cargada de determinación y preparación.

José se encontraba en el centro de la sala, sudoroso y agotado, pero con una mirada intensa que reflejaba toda su evolución en estos años. "Un año más," pensó, sus puños apretados, los músculos tensos tras años de entrenamiento sin descanso. El miedo aún estaba allí, pero ya no dominaba su corazón. Ahora era una motivación, la fuerza que lo impulsaba a mejorar.

Nine Sharon, que había estado junto a él en cada momento de este viaje, se acercó, observando su técnica con atención. "Ya lo has hecho, José. Estás listo para lo que venga. Solo recuerda lo que dijimos, lo que hemos aprendido."

José asintió, sin perder el ritmo de su entrenamiento. "No puedo dejar que me ganen el miedo o la duda. Si caigo, me levanto. Si el mundo cae, me levantaré con él." Sus palabras eran fuertes, firmes, pero su corazón latía rápidamente por lo que estaba por venir.

Mientras tanto, en otra parte de la habitación, Victor y Evil Victor se enfrentaban en una serie de combates que ya no eran simples entrenamientos. Cada movimiento, cada choque de energía, estaba diseñado para pulir cada habilidad y llevarla más allá de los límites. "Solo nos queda un año, Victor," dijo Evil Victor, con una sonrisa siniestra. "¿Qué harás cuando llegue ese momento? ¿Te enfrentarás a tu propia sombra?"

Victor le lanzó una mirada desafiante, su aura brillando con una intensidad creciente. "Voy a derrotar a cualquier cosa que se cruce en mi camino, incluso a ti."

La pelea continuó con fuerza bruta y destreza, con ambos luchadores sabiendo que la batalla final sería la última vez que necesitarían demostrar su poder.

En otro rincón de la habitación, Daiki Talloran estaba trabajando en su control de energía. Sus movimientos eran calculados y precisos, su respiración sincronizada con cada ataque que ejecutaba. "Un año más," pensó, observando el reflejo de su rostro en una superficie pulida. Había pasado de ser un joven inexperto a un guerrero capaz de enfrentar a los seres más poderosos del universo. "Un año... solo un año para poner todo en juego."

Rigor estaba en una parte diferente de la sala, utilizando sus habilidades de combate más avanzadas, luchando contra sombras que representaban sus miedos más profundos. "La presión aumenta," murmuró mientras derrotaba una sombra tras otra, sin detenerse. "No puedo fallar. No solo por mí, sino por todos los que están confiando en mí."

Las mujeres heroínas también estaban en su propia sección de entrenamiento. Mariwiwi, Kiara, Lulu, y Shiro se enfrentaban a poderosas ilusiones que trataban de desestabilizarlas emocionalmente, mientras entrenaban para mantener su claridad mental. "Un año más," dijo Mariwiwi mientras derrotaba a un enemigo ilusorio, "solo un año para demostrar lo que realmente somos."

Toby, el hijo de Rigor y Dariel, entrenaba junto a su hermana Yaneth en un entrenamiento más riguroso, su espíritu indomable reflejando su herencia. "No solo por nosotros. Lo hacemos por todos," dijo Toby mientras entrenaban juntos, una fuerza unida que parecía invencible. "Juntos, seremos los que cambien el futuro."

Fuera de la habitación temporal, Xar'khal, el enemigo que había logrado destruir tantas vidas, seguía en su búsqueda de poder. La cuenta regresiva ya había comenzado para él también, pues el reloj avanzaba inexorablemente hacia el último enfrentamiento entre las fuerzas del caos y la esperanza.

En la habitación de entrenamiento, los héroes sabían que el tiempo se agotaba. Ya no había espacio para dudas ni vacilaciones. Solo quedaba un último año de preparación. Un año para alcanzar el máximo poder, para aprender de los errores cometidos, y para enfrentar la oscuridad que amenazaba con destruir todo lo que conocían.

El día final se acercaba, y todos sabían que la batalla no solo sería por sus vidas, sino por el futuro de todo el omniverso. "Todo o nada," susurró José, con los puños apretados, listo para lo que vendría.

Con solo un año restante, el camino hacia el combate final comenzaba a cerrarse. El destino de todos estaba a punto de ser sellado, y solo los más fuertes sobrevivirían.

Xar'khal, después de absorber todo el poder de los dioses y el arcángel Miguel, comenzó a experimentar una transformación monstruosa. Las espinas se comenzaron a formar en su cuerpo, emergiendo lentamente de su piel, que se volvía más oscura y retorcida con cada segundo. La energía caótica que había absorbido empezaba a distorsionar su forma, otorgándole un poder sin igual, pero a un costo devastador: su cuerpo se retorcía, adaptándose a una nueva forma que reflejaba todo el caos que llevaba dentro.

"Este es solo el comienzo..." murmuró Xar'khal, su voz ahora más profunda y distorsionada por la energía del universo. Su figura, que antes había sido humana, ahora se parecía a una monstruosidad. De su espalda emergieron enormes tentáculos, y sus piernas se alargaron, convirtiéndose en lo que parecía un monstruo de mil pies, similar a una criatura del abismo.

Con un grito ensordecedor, el monstruo se desplomó hacia un universo completamente diferente, el universo número 20, un lugar donde la existencia era menos estable, pero aún viable para la vida. A medida que caía, Xar'khal atravesó el espacio, su caída creando una onda de choque que se expandió por todo el universo, alterando su estructura y creando caos. El lugar que había caído se transformó a medida que su poder desbordaba.

Al aterrizar, el impacto fue tan fuerte que el suelo se agrietó y un agujero gigante se abrió, emanando una energía tan poderosa que las estrellas cercanas temblaron al sentirla. Xar'khal se levantó, sus tentáculos gigantes se movían con agilidad, tocando el suelo como si fueran las patas de una araña gigante, cada uno impregnado con una oscuridad que parecía consumir todo a su paso.

Con un rugido, Xar'khal comenzó a corromper todo a su alrededor. La vegetación que crecía en este universo se volvió negra y morbosa, mientras las criaturas locales se transformaban en seres deformes y agresivos, al igual que él, bajo el control de su poder. La tierra misma comenzaba a temblar, y el aire se volvía tóxico, cargado de una energía tan densa que cualquier ser vivo podría sentirse agobiado por la fuerza de la corrupción cósmica.

"Este será mi nuevo reino... donde la destrucción será la ley," dijo Xar'khal, observando el caos que comenzaba a desatarse. Con un golpe de sus tentáculos, destruyó montañas enteras y modificó la estructura del planeta, deformando la realidad misma a su alrededor.

Su nuevo poder, el poder de los dioses y los arcángeles, se sentía imparable, pero algo dentro de él comenzaba a trastabillar. La combinación de tanto poder y caos hacía que su mente se viera afectada, como si estuviera perdiendo el control de su propia naturaleza. Pero no importaba, pues ya no necesitaba su mente racional. La instintiva maldad y el caos absoluto ahora dictaban sus acciones.

Sin embargo, en el fondo de su ser, Xar'khal sabía que este no sería su final. Había absorbido demasiado poder, demasiado potencial, y su ambición solo había comenzado. En su mente retumbaba una única verdad: su existencia sería la destrucción final de todos los universos.

Por ahora, en este universo número 20, él había sembrado la semilla del fin, y lo que había comenzado como una simple caída, pronto se convertiría en la destrucción de la existencia misma.

El planeta temblaba bajo el peso del caos que Xar'khal desataba a su paso. Los habitantes de ese universo, una raza que alguna vez había alcanzado el umbral de una civilización avanzada, ahora se encontraba desesperada. Las ciudades estaban en ruinas, las estructuras que alguna vez fueron el orgullo de su existencia, ahora caían bajo la furia de Xar'khal, que con un solo movimiento de sus tentáculos desintegraba montañas, derribaba edificios y convertía todo a su paso en polvo y escombros.

"¡Dios, ayúdame por favor!" gritó uno de los sobrevivientes, una mujer, arrodillada en medio de la destrucción, mirando al cielo, buscando alguna esperanza, algo que le diera consuelo ante la muerte inminente que se cernía sobre ellos.

Pero no hubo respuesta.

En ese instante, Xar'khal detuvo su destrucción por un momento, alzando sus ojos hacia el cielo tormentoso. En sus ojos brillaba una furia inmensa, y su risa macabra resonó por todo el planeta, amplificada por la destrucción que él mismo había provocado. Con un movimiento brusco, Xar'khal levantó un brazo, y las últimas fuerzas del planeta temblaron como si se estuvieran rompiendo en su interior.

"Dios... los abandonó." Su voz resonó, profunda y venenosa, recorriendo el aire como un eco de condena.

La mujer que había clamado por ayuda, alzó la vista hacia él, con lágrimas en los ojos. Pero Xar'khal no mostró ni piedad ni remordimiento. Con un simple chasquido de sus dedos, un rayo de oscuridad desintegró la ciudad donde ella se encontraba, borrando toda existencia en un parpadeo.

"Nada puede salvarlos," dijo Xar'khal mientras avanzaba, su figura más monstruosa que nunca. Cada paso que daba, desgarraba la realidad y transformaba la atmósfera en una nube tóxica, mientras su poder divino seguía consumiendo el planeta. Las bombas nucleares lanzadas por los desesperados habitantes explotaron cerca de él, pero no fueron nada más que una molesta brisa para él. Las armas más avanzadas de esa raza solo le daban más energía, al no poder ni siquiera rozarlo.

"La destrucción es mi misión," musitó Xar'khal, observando cómo las últimas fuerzas de ese planeta se consumían por su poder. "Y este mundo será solo el primero."

La esperanza de los seres humanos se desmoronaba. Miraban al cielo, suplicando por ayuda, pero el vacío que les respondía solo les confirmaba la verdad espantosa: ya no había salvación.

"Pecaron, y ahora, todos ustedes sufrirán el precio," dijo Xar'khal con una sonrisa macabra, mientras comenzaba a destruir los últimos restos del planeta, enviándolo al abismo donde el caos no dejaría nada a su paso.

La miseria se extendió por el aire. Los habitantes de ese planeta, que alguna vez pudieron haber sido salvados, ahora pagaban por los pecados de sus antepasados, por las decisiones tomadas en su historia. El mundo, tal como lo conocían, no existía más. El caos era su única verdad, y Xar'khal era el último dios al que debían rendirse.

Xar'khal, con su poder oscuro y renovado, se elevó en el cielo del planeta devastado, observando los restos carbonizados y las ruinas que había dejado tras de sí. Su esencia maligna se extendió como una sombra colosal, abarcando el horizonte y dejando una estela de caos en cada rincón de ese universo. La energía absorbida le permitía sentir la vida, percibir el pulso de cada mundo cercano como una llama débil que pronto se apagaría.

"Es hora de que el resto de ustedes conozca el verdadero significado del sufrimiento," murmuró con una sonrisa siniestra, mientras extendía una de sus garras y en su palma surgían mapas astrales que le mostraban los sistemas cercanos, planetas habitados que aún se aferraban a sus frágiles vidas.

Con un solo pensamiento, Xar'khal comenzó a moverse entre las estrellas, surcando el vacío del espacio en cuestión de segundos, dejando una ola de energía destructiva a su paso. Los planetas a los que llegaba apenas tenían tiempo de detectar su presencia antes de que él descendiera sobre ellos como una tempestad de oscuridad.

En uno de esos mundos, una civilización pacífica contempló el cielo, alarmada por la sombra que cubría sus cielos. Científicos y soldados, sacerdotes y líderes, todos miraban con horror mientras la figura de Xar'khal tomaba forma sobre sus ciudades. Sus corazones latían con desesperación, pero antes de que pudieran siquiera alzar una oración, Xar'khal extendió su mano, y una energía oscura comenzó a envolver el planeta.

"Conocerán el miedo, sentirán el dolor y el abandono," proclamó Xar'khal mientras la vida de aquel planeta comenzaba a disolverse en sus manos. Las ciudades se desmoronaban, el suelo se agrietaba, y los ríos y mares se evaporaban bajo su influencia.

Cada planeta era una nueva oportunidad para Xar'khal de imponer su condena, de absorber el pánico de sus habitantes y el sufrimiento que generaba su destrucción. La energía caótica aumentaba en su interior, alimentada por cada mundo que dejaba en ruinas.

Así, uno a uno, los planetas de ese universo sucumbieron a su poder. Xar'khal se movía con implacable crueldad, dejando atrás una estela de desolación y vacío, susurrando en cada mundo destruido su única verdad:

"No habrá piedad, porque el caos es eterno, y yo soy su voluntad."

En el corazón de un sistema errante, un planeta habitado por una civilización avanzada orbitaba en torno a un sol vibrante, cuya luz era fuente de energía y sabiduría para sus habitantes. Este mundo florecía en armonía y tecnología, una sociedad que había alcanzado grandes conocimientos y paz duradera. Sin embargo, esta serenidad se vería brutalmente interrumpida.

Cuando Xar'khal apareció en el cielo, su presencia distorsionó la atmósfera, transformando el brillo dorado de su sol en un tono sombrío y malsano. Al aterrizar en una gran plaza central, su figura humanoide proyectaba una energía oscura que hizo que los edificios y las estructuras a su alrededor se retorcieran y deterioraran.

"He viajado mucho y tengo hambre…" susurró con una sonrisa perversa en sus labios, observando a las personas que se detenían a su alrededor, presas del pánico.

Sin más preámbulo, Xar'khal exhaló un veneno oscuro en forma de esporas que comenzaron a extenderse por la atmósfera como un humo denso y pegajoso. Los habitantes, con sus avances tecnológicos, detectaron rápidamente la amenaza y se apresuraron a contener la propagación del virus, activando escudos de descontaminación y movilizando a sus expertos en bioseguridad. Pero Xar'khal estaba lejos de terminar.

En el caos, encontró a una de sus víctimas, un hombre que había quedado rezagado de las barreras de contención. Con un movimiento implacable, se abalanzó sobre él y comenzó a devorarle el alma y la carne al mismo tiempo. A medida que lo hacía, un virus oscuro se propagó desde su presa, inundando su cuerpo y mente con una energía que consumía cualquier rastro de humanidad.

Los ojos de la víctima se apagaron, reemplazados por un brillo insano. Sus manos temblaban mientras su rostro adoptaba una sonrisa demencial. Este ser ahora solo albergaba locura y violencia, libre de cualquier rastro de bondad o razón. Como una plaga, el virus se transmitió rápidamente entre aquellos que intentaron ayudarlo, transformándolos en seres sin alma, infectados por la oscuridad.

El planeta comenzó a descender en un torbellino de caos y horror. Familias, amigos, y líderes caían víctimas de la infección, devorando a sus propios seres queridos en un frenesí de destrucción. La avanzada civilización, tan dedicada a la paz y al conocimiento, se convirtió en una sombra de sí misma, un mundo sumido en la locura que Xar'khal había traído consigo.

Desde la altura, Xar'khal observaba el resultado de su obra con una satisfacción oscura. "Así es como florece el verdadero caos," murmuró, viendo cómo la civilización que había sido un ejemplo de armonía ahora se desgarraba a sí misma en una espiral de violencia y desesperación.

El planeta, que alguna vez fue un ejemplo de paz y prosperidad, se convirtió rápidamente en un infierno viviente. Los habitantes, al borde de la desesperación, comenzaron a llamar al fenómeno "el Virus Z", pues su efecto era tan devastador que en cuestión de horas cada ciudad, cada colonia, y cada rincón del mundo se había convertido en un campo de batalla caótico. Sin embargo, las autoridades científicas y médicas, incapaces de encontrar explicación o solución, catalogaron oficialmente el virus con un nombre escalofriante: "Dios nos abandonó".

La infección se propagaba de forma incontrolable. Los primeros infectados, sumidos en una locura salvaje, perseguían y atacaban a los pocos sanos que intentaban resistir. Las características del virus lo asemejaban a un virus zombi, transformando a los infectados en cascarones sin conciencia ni alma. Los sobrevivientes miraban con horror cómo sus amigos y familiares caían ante el virus, uniéndose a las hordas de infectados que vagaban por las calles en busca de más víctimas.

Entre las ruinas, las comunicaciones transmitían mensajes de auxilio y desesperación: "¿Por qué Dios nos ha abandonado?". Los ciudadanos, en su impotencia, encontraban solo vacío en su fe, pues Xar'khal mismo había impuesto la idea de que su sufrimiento era el resultado de un abandono divino. Este nombre siniestro, "Dios nos abandonó", se convirtió en una especie de última plegaria y maldición, recordando a todos que el virus no solo infectaba el cuerpo, sino también el espíritu de un mundo entero.

Desde lejos, Xar'khal observaba con fría satisfacción, deleitándose en el desmoronamiento de su última víctima. El caos absoluto había alcanzado un nuevo nivel, alimentándose del dolor, la pérdida de esperanza y el colapso moral de una civilización que, en su desespero, había olvidado su fe y su humanidad.

Victor, con el ceño fruncido y la mirada dura, se encontraba en medio de un entrenamiento intensivo cuando una perturbación desgarradora sacudió sus sentidos. Sabía que algo oscuro y terrible estaba sucediendo más allá de su universo. En un movimiento rápido, extendió su mano y creó un televisor omniversal que captaba imágenes de lo que estaba ocurriendo en otras realidades, permitiendo a todos en la Tierra observar el horror que Xar'khal estaba desatando.

El televisor proyectó imágenes de un planeta errante, envuelto en caos, donde las ciudades estaban siendo devastadas y sus habitantes convertidos en criaturas demente, infectados por el virus "Dios nos abandonó". Se mostraron también las ruinas de otros planetas que Xar'khal había destruido, dejando nada más que desolación y desesperanza.

Cada héroe, cada guerrero, y cada persona entrenando en las habitaciones temporales miraban las escenas en silencio. Algunos contenían la respiración, incapaces de comprender la magnitud de la destrucción; otros apretaban los puños, llenos de ira y determinación. El caos era tan devastador que el entrenamiento mismo comenzó a sentirse secundario; había una urgencia que los llamaba a luchar por más que sus propias vidas, a salvar toda existencia del horror que Xar'khal sembraba.

Victor, con una voz sombría, se dirigió a quienes lo acompañaban: "Lo que estamos viendo no es solo destrucción. Es la muerte de la esperanza. Xar'khal no busca solo destruir universos; quiere corromper el alma de toda vida. No podemos permitir que este caos siga creciendo."

La transmisión continuaba, y mientras cada héroe procesaba la escena, una resolución nacía entre ellos: estaban dispuestos a enfrentar a Xar'khal con cada fibra de su ser. Los próximos momentos definirían su destino y el de todo el omniverso.

Con una sonrisa sádica y llena de malevolencia, Xar'khal descendió sobre el planeta de los seres antropomórficos. Estos seres, pacíficos y avanzados, caminaban erguidos, viviendo en armonía con su entorno. Sin piedad ni advertencia, Xar'khal liberó el mismo virus devastador que había consumido otros mundos.

Al contacto con el virus, los habitantes comenzaron a cambiar rápidamente. Los primeros en infectarse sufrieron convulsiones y sus ojos perdieron el brillo de la conciencia. En cuestión de minutos, sus rostros, una vez llenos de vida y paz, se deformaron en expresiones de pura locura y desesperación. El virus no solo atacaba sus cuerpos, sino que destrozaba sus mentes, eliminando toda bondad y dejando solo impulsos de destrucción y caos.

Gritos y aullidos llenaron el aire mientras el virus se propagaba, transformando a amigos y familiares en criaturas sedientas de violencia. Xar'khal, observando el caos, simplemente sonrió con satisfacción mientras pronunciaba fríamente:

"Este es el fin de su paz... su dios los ha abandonado."

Mientras la infección se extendía, destruyendo todo a su paso, Xar'khal se quedó para contemplar el sufrimiento que él mismo había creado, su sed de destrucción satisfecha momentáneamente por la visión de este mundo una vez hermoso cayendo en una ruina irrecuperable.

Con un movimiento rápido y lleno de odio, Xar'khal extendió su mano hacia el suelo y lanzó una poderosa técnica. Un rayo oscuro y destructivo salió disparado, perforando el suelo y avanzando sin detenerse, como una lanza que atravesaba cada capa del planeta.

El rayo rompió estructuras subterráneas y cavernas, alcanzando la fuente misma de energía del planeta, su núcleo brillante y lleno de vida. Al hacer contacto, la energía de Xar'khal consumió y corrompió el núcleo, destrozándolo y provocando una reacción en cadena que reverberó desde el centro del planeta hacia su superficie.

La tierra comenzó a fracturarse, abriendo grietas enormes que se extendían en todas direcciones. El cielo se llenó de humo y cenizas, y el calor infernal del núcleo destruido empezó a brotar de la tierra como una erupción volcánica masiva. Los habitantes, ya infectados y enloquecidos por el virus, cayeron víctimas del colapso, arrastrados por el caos que se desataba tanto arriba como abajo.

Mientras observaba el planeta desmoronarse y consumirse en llamas y oscuridad, Xar'khal no mostró piedad, solo una satisfacción fría al ver cómo la vida y el orden se desvanecían a su alrededor. El planeta, una vez lleno de vida, fue reducido a ruinas y cenizas, un recordatorio más del poder devastador de Xar'khal y su ansia interminable de caos.

Fin.