Luther, junto con los demás, siguió a los caballeros a través de un enorme pasillo que los llevó a una imponente sala de estar en el corazón del castillo. La sala era amplia, con altos techos abovedados y muros decorados con tapices que narraban batallas antiguas y símbolos desconocidos. A lo largo de las paredes, decenas de soldados esperaban en fila, sus armaduras brillantes y sus posturas firmes los hacían parecer estatuas imponentes, mirándonos con una frialdad que intimidaba hasta al más osado.
Una vez que todos los recién llegados ingresaron a la sala, las puertas se cerraron con un sonido profundo y resonante. En ese mismo instante, las antorchas y lámparas que iluminaban la estancia se apagaron, sumiendo el lugar en una oscuridad absoluta. Luther apenas podía distinguir las siluetas de las personas a su lado, pero su atención fue capturada de inmediato por el tenue resplandor que empezaba a surgir desde lo alto, en la mesa de honor donde se encontraban Sir Aldric y la princesa Selene.
La princesa Selene, con un gesto calculado, extendió la mano hacia un objeto que descansaba en la mesa: un orbe pulido, del tamaño de su palma, que emitía un brillo misterioso. Al alzarlo con cuidado, el orbe comenzó a flotar levemente, y al instante, una luz emergió de su centro, proyectándose en el aire como si fuera un holograma.
De la luz tomó forma una figura que todos reconocieron al instante, a pesar de no haberlo visto antes: era el rostro de un hombre de avanzada edad, pero imponente, de mirada dura y cabello canoso cuidadosamente peinado. Su vestimenta, rica en detalles dorados y gemas preciosas, no dejaba duda alguna: él era el rey. Su expresión, aunque tranquila, irradiaba poder y autoridad.
La sala entera quedó en silencio, todos conteniendo la respiración mientras observaban el rostro holográfico del rey, que parecía observarnos desde otra dimensión. Aunque no había pronunciado palabra, la sola imagen de su figura imponía respeto y dejaba claro que este era el soberano de Ethelia, el hombre detrás del reino que ahora nos acogía.
El holograma se movió levemente, y su voz finalmente resonó en la sala, profunda y solemne, como si cada palabra estuviera cargada de siglos de sabiduría y tradición.
"Bienvenidos, invocados," comenzó el rey, sus ojos recorriendo la sala como si pudiera vernos directamente. "Sé que están confundidos y asustados. El destino ha sido cruel con ustedes, trayéndolos a nuestra tierra en un tiempo incierto, un tiempo donde el equilibrio de Aether se encuentra bajo amenaza."
Su voz se detuvo un instante, permitiéndonos asimilar sus palabras. La tensión en la sala era palpable; algunos miraban a su alrededor, tratando de comprender la magnitud de lo que acababan de escuchar.
"Ustedes," continuó el rey, "han sido llamados a Aether, no por casualidad, sino por una razón que el tiempo revelará. Cada uno de ustedes posee un don, una capacidad única que deberá descubrir. Mi deber, como el soberano de este reino, es ofrecerles protección y guía. Pero sepan que, a cambio, deberán enfrentar las oscuras realidades de este mundo."
Luther sintió un escalofrío recorrer su espalda. La mención de un propósito específico, de habilidades y un destino que aún desconocían, le hacía pensar que este mundo estaba lleno de misterios y desafíos que ni siquiera imaginaban.
El rey observó a los presentes en silencio antes de continuar, su expresión severa mientras elegía cada palabra con cuidado.
"Este mundo, Aether, vive y respira a través del maná. Todo ser nacido aquí posee un núcleo de maná en su interior, un centro de energía que crece y se fortalece a lo largo de sus vidas. Es el maná el que nos permite realizar hazañas que para ustedes parecerían milagros. Sin él, uno se vuelve impotente y, en muchos casos, un estorbo en la vida cotidiana, ya que hasta los plebeyos en los campos o en las aldeas emplean el maná en sus labores diarias."
"Sin embargo," continuó el rey, "dado que no fueron expuestos al maná en sus mundos de origen, pasarían al menos veinte años en Aether antes de desarrollar, naturalmente, un núcleo de maná. Serían dos décadas de vulnerabilidad, un tiempo en el que serían presas fáciles de los peligros que acechan. Pero en tiempos antiguos, los sabios y los magos de nuestro reino desarrollaron una solución para esto: un método que permite la creación de un núcleo de maná artificial en los invocados."
La tensión en la sala aumentó mientras el rey nos observaba atentamente. "Este núcleo artificial les otorgará la habilidad de manipular el maná en sus cuerpos. Con práctica y dedicación, el núcleo evolucionará, transformándose en uno natural. De esta forma, no necesitan pasar veinte años deambulando como simples mortales sin maná en un mundo que depende profundamente de él."
Una corriente de murmullos recorrió la sala, cada uno asimilando la información a su manera. Para algunos, la oportunidad de obtener un núcleo de maná y acceder a la magia parecía un privilegio impensable, pero para otros, la realidad de haber sido arrancados de sus mundos generaba una frustración que no tardaría en estallar.
"Ahora," continuó el rey, su voz serena pero firme, "esta es su elección. Aquellos que deseen recibir este núcleo y permanecer en el reino de Ethelia serán entrenados, instruidos en el uso del maná y protegidos mientras dominan sus habilidades. Pero si alguno de ustedes prefiere no participar, puede retirarse. No los obligaremos."
Un murmullo de desconfianza y rabia surgió de uno de los rincones de la sala. Un hombre robusto y de mirada desafiante, el mismo que había generado problemas en las carrozas, dio un paso al frente, interrumpiendo el solemne ambiente de la sala.
"¿Elección? ¿Es esto una broma?" gritó, con un tono cargado de resentimiento. "No nos han dado ninguna elección desde el momento en que nos sacaron de nuestros hogares. Nos trajeron aquí en contra de nuestra voluntad, nos meten en este teatro, ¡y ahora dicen que somos libres de irnos?"
Varias personas asintieron, dejándose llevar por la rabia y el resentimiento del hombre. Sus miradas expresaban la misma frustración y confusión, algunos murmuraban entre ellos, compartiendo las dudas que habían callado hasta ahora. La tensión se palpaba en el aire, mientras el hombre alzaba la voz y organizaba a un pequeño grupo de disidentes.
"¡No necesitamos de sus núcleos o lo que sea! Si creen que vamos a someternos y menearles la cola como perros, están muy equivocados," dijo el hombre, con una mirada desafiante hacia Sir Aldric y la princesa Selene.
La princesa mantuvo su compostura, observando a aquel grupo con una expresión que mezclaba comprensión y tristeza. No intentó detenerlos ni pronunció palabra mientras el hombre y los suyos se dirigían hacia la salida. Sus pasos resonaban en el suelo de piedra, y el grupo comenzó a disolverse en la oscuridad de los pasillos.
Luther observaba en silencio, recordando la actitud desafiante de aquel hombre durante el trayecto en las carrozas. No compartía sus opiniones, pero tampoco se sentía completamente convencido de lo que ofrecía el rey. Sin embargo, una voz en su interior le advertía que, sin el poder del maná, no tendría ninguna posibilidad en este mundo.
El rey observó a los que se quedaron en la sala, su mirada severa pero, al mismo tiempo, comprensiva.
"El viaje que tienen ante ustedes no será fácil," dijo, su tono ahora más suave. "Pero aquellos que decidan quedarse tendrán un lugar en el reino de Ethelia. Aprenderán a sobrevivir y a prosperar en Aether, y, si el destino lo permite, descubrirán por qué han sido llamados aquí."
Un silencio solemne cayó sobre el resto de los presentes, aquellos que, a pesar de sus dudas y miedos, optaron por quedarse.